Opinión

Ventanas más allá del tiempo y el espacio

Antes de que las aerolíneas empezaran a ofrecer servicio de internet, una de las cosas que más me gustaba de volar era la sensación de que el tiempo se detenía durante las horas que estaba en el avión. Era una especie de intermedio de la vida real, una ventana fuera del espacio y del tiempo. Quizá por eso la gente llora más viendo películas en los aviones que en otros sitios, o tantas personas se inspiran a transformar su vida o a reflexionar sobre ella, liberados de los estímulos constantes del día a día.

Cuando el mundo cambia a toda velocidad, me tranquiliza pensar que todavía hay lu...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Antes de que las aerolíneas empezaran a ofrecer servicio de internet, una de las cosas que más me gustaba de volar era la sensación de que el tiempo se detenía durante las horas que estaba en el avión. Era una especie de intermedio de la vida real, una ventana fuera del espacio y del tiempo. Quizá por eso la gente llora más viendo películas en los aviones que en otros sitios, o tantas personas se inspiran a transformar su vida o a reflexionar sobre ella, liberados de los estímulos constantes del día a día.

Cuando el mundo cambia a toda velocidad, me tranquiliza pensar que todavía hay lugares donde la experiencia es siempre parecida. Acabaré cediendo a la tentación del wifi en un vuelo largo, pero de momento todavía me resisto, encarando cada trayecto con varios libros y libreta en mano, con los auriculares a punto para ver cualquiera de los filmes que haya en la pantalla. Para las personas que pecamos de darle vueltas a las cosas en exceso, poder aferrarnos a ciertas vivencias atemporales es un alivio simple.

Hace poco pensaba en Rob, el complicado protagonista de Alta fidelidad, de Nick Hornby. Rob regresa una y otra vez a los álbumes que le marcaron y a las novelas que fueron formativas para él: “Hay canciones de éstas que he escuchado por término medio al menos una vez por semana desde que tenía dieciséis, diecinueve o veintiún años. ¿Cómo no va a dejarte eso magullado por algún sitio? ¿Cómo no te va a convertir eso en una persona fácilmente rompible en mil trocitos, cuando tu primer amor se va al garete?”.

Volver a escuchar las canciones que nos marcaron, releer y revisitar todas las obras que nos han acompañado. Cuando recupero Alta fidelidad, recuerdo la primera vez que la leí, al volver de mi Erasmus en Londres, y todas las lecturas posteriores en distintos cafés de otras ciudades. Hace poco veía de nuevo la última adaptación de la novela de Hornby, protagonizada por una estupenda Zoe Kravitz que busca sentido a su vida de bar en bar en Brooklyn, tras una ruptura dolorosa. En una visita a Barcelona me encontré con el cartel de la película protagonizada por John Cusack, que me regalaron mis amigas de la universidad en una época en la que creía que nunca superaría un desengaño amoroso, y en la que veía la película constantemente.  Puede que haya pocas cosas más atemporales en la manera en las que las vivimos que el final de una relación, una ruptura y la sensación de un corazón roto. En la novela de Hornby, incluso esto se convierte en una causa de confort para Rob, el hecho de pensar que los finales también son la historia repitiéndose. “Sería agradable pensar que a medida que envejezco también los tiempos van cambiando, las relaciones de pareja son más sofisticadas, las mujeres son menos crueles, todos tenemos la piel más curtida, reaccionamos con más agudeza, tenemos el instinto más desarrollado. No obstante, es como si aquella tarde en el parque contuviese un elemento que ha seguido estando presente en mí; todas mis historias románticas, todas las demás, parecen una versión improvisada sobre aquel modelo.”

Creo que pasarán los años y cambiarán los amores y las ciudades, pero Rob me seguirá acompañando, en forma de libro, en la cara del joven John Cusack o a través de la última encarnación de Zoe Kravitz. Y que un día me sentaré en el asiento de un avión, sin acceso a internet, y lloraré escuchando las playlists de Rob para Laura, y al regresar a su famoso discurso sobre la tristeza y la música pop, “¿qué fue primero: la música o la tristeza?”.

Archivado En