Vidas-Trabajo: dónde está el límite entre trabajo y ocio cuando reputación y visibilidad son moneda de cambio
«Si un día laborable no acredito formalmente mis tareas, no me pagan, mientras que si un día de vacaciones no descanso y sigo trabajando, nada se inmuta».
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Trabajo en mis vacaciones, un tiempo ya solo ornamentado con esta palabra que rememora las olas rompiéndose en las piedras, los paseos sin teléfono, las horas desocupadas, las comidas pausadas y las charlas sin reloj. No sería del todo adecuado regalar a este tiempo una expectativa que no merece, pues vacaciones es una de las opciones que rezan en un formulario informático que anota y registra a qué dedico mis días. Sin embargo, si un día laborable no acredito formalmente mis tareas, no me pagan, mientras que si un día de vacaciones no descanso y sigo trabajando, nada se inmuta. Si trabajo en casa, si trabajo siempre, ¿quién, salvo yo, se interesa por mi descanso?
Hubo una época, y aún permanece para algunos, en que las palabras descanso y vacaciones se referían a un tiempo y espacio claramente perfilado como por un rotulador infantil de color negro. Una razón de este desajuste tiene que ver con que ahora las máquinas siempre vienen con nosotros, de forma que, para muchos, el trabajo también viene con nosotros.
La pandemia ha facilitado el teletrabajo. Por fin empresas y administraciones dejan de acomplejarlo. Tanto tiempo desconfiando de los trabajadores y escuchando que el trabajo precisaba el control de moverlos y concentrarlos en una oficina o despacho, desplazando los cuerpos y contaminando el trayecto, ida y vuelta, como si trabajo fuera el lugar y no la práctica que hacemos, que ahora parecemos haber caído con ansia productiva en demostrar que trabajar es otra cosa.
Porque, si no te resistes, en la casa-pantalla el trabajo se hace líquido y se derrama a la totalidad del día, como esas tareas propias del trabajo doméstico y de cuidados, invisibles porque nunca terminan y fácilmente se apropian de la energía psíquica.
El teletrabajo es la fórmula y el sueño que muchos llevamos tiempo reivindicando, pero en la hiperproductividad alentada, difuminados los husos horarios, abiertos 24 horas, es difícil gestionarlo sin quedar sepultado. Y a todas luces el debate se confunde cuando se focaliza en un “a favor o en contra” del teletrabajo. Porque el teletrabajo es y será el futuro de muchos de nosotros, con enormes posibilidades para la emancipación, la conciliación y la igualdad. El debate debiera avanzar en qué teletrabajo queremos, cómo construir las condiciones de confianza, productividad y desconexión que vida y trabajos requieren. Hacerlo también en la invisibilidad del cuarto conectado, venciendo la inercia de “seguir trabajando” cuando la sensación de “tareas pendientes” no fragua ni culmina. Conectados, siempre hay cosas que hacer, gestiones y mensajes que atender. Siempre hay otros trabajadores como nosotros que nos piden colaborar, como nosotros a ellos. Hay en esa conversión de los trabajadores en agentes mantenedores de la autoexplotación y de los otros, un pliegue perverso. Porque gran parte de estas tareas no nacen de la necesidad de obedecer, sino que tienen que ver con algo más difícil de soportar, eso que Simone Weil llamaba “la presión del agrado”. Sumamos pequeñas pero numerosas y concatenadas colaboraciones a nuestros días. Allí donde los trabajadores conectados viven cada vez más de una reputación y visibilidad social, colocando al sujeto en el riesgo de saturación, derivada de lo que parece ser su propia aceptación, que se percibe como elegida, aunque el sujeto la sienta obligatoria. Porque, agotados, inmersos en la transición hacia otras fórmulas productivas parece que nos jugáramos dar sentido a la vida y el trabajo entre pantallas, pero ¿qué significa trabajar?, ¿qué supone vivir? Nos enfrentamos al amontonamiento de ahora temiendo robotizarnos, esperando que conscientes de estos males podamos cuidar y defender no solo nuestros tiempos de descanso, sino los de los otros.
* Remedios Zafra es escritora, ensayista y profesora especializada en antropología, ciberfeminismo y cultura digital.