¿Un chándal de Louis Vuitton hecho con una toalla? La historia detrás del look favorito de Rosalía
La nueva escena de la música urbana está obsesionada con llevar logos de grandes firmas que, en realidad, son versiones creadas por artistas independientes a partir de artículos originales o falsos. Analizamos el fenómeno.
Rosalía se plantó el pasado fin de semana en el festival Mawazine celebrado en Marruecos forrada de arriba a abajo con gigantescos logos dorados de Louis Vuitton. Un look que recordaba al que ya llevó en la última edición de Coachella, donde recorría el escenario de lado a lado entre muñecos hinchables cantando Con Altura junto a J Balvin, ataviada con un chándal rosa decorado con las flores de cuatro pétalos y las letras ‘LV’ distintivas de la maison. ¿Está la firma francesa detrás de estos homenajes deluxe al Juicy Couture...
Rosalía se plantó el pasado fin de semana en el festival Mawazine celebrado en Marruecos forrada de arriba a abajo con gigantescos logos dorados de Louis Vuitton. Un look que recordaba al que ya llevó en la última edición de Coachella, donde recorría el escenario de lado a lado entre muñecos hinchables cantando Con Altura junto a J Balvin, ataviada con un chándal rosa decorado con las flores de cuatro pétalos y las letras ‘LV’ distintivas de la maison. ¿Está la firma francesa detrás de estos homenajes deluxe al Juicy Couture de los 2000? No. Por lo menos, no del todo. «Utilicé una toalla playera de la marca para elaborar este conjunto», aclaraba en Instagram el artista autor de ambos estilismos, Etai Drori, cuyas customizaciones no están a la venta.
No hay duda de que referenciar firmas de lujo forma parte del discurso actual, musical y estético, de los nuevos ídolos del sonido urbano. En realidad, también de los antiguos. Del mismo modo que sus predecesores mostraban las enseñas Gucci y Ralph Lauren recurriendo a falsificaciones cuando no podían permitirse los originales, sus herederos milénicos demuestran poderío tirando de logos XL sin importarles demasiado su procedencia. Pero estas inspiraciones están lejos de ser copias en el sentido más vulgar: una oleada de creadores independientes se ocupan de elaborar versiones que reinterpretan el imaginario de las grandes firmas del lujo universal.
Dichos artistas son herederos del septuagenario Dapper Dan, el padre del streetwear de altos vuelos que en los ochenta acercó la moda a los chicos más cool de las clases bajas neoyorquinas. Él, en su pequeño taller clandestino de Harlem, se dedicaba a fusilar logos y a convertir las firmas ansiadas por la comunidad negra en prendas adaptadas a sus tallas y gustos. Ahora, sus discípulos lo mismo descontextualizan artículos originales que los inventan desde cero. Y ya no es fácil distinguir si una sudadera estampada con un monograma tan reconocible como el de Louis Vuitton es la última ocurrencia viral de Virgil Abloh o un ingenio sin motivación corporativa firmado por artistas como Drori. Mientras que este se desmarca de todo lo que huela a imitación («mis prendas están hechas a partir de artículos auténticos, en ningún caso son falsificaciones», confiesa a S Moda), otros como Tsuwoop o Imran Moosvi lideran el pirateo urbano que arrasa en Internet y firman los looks logomaniacos de ídolos internacionales como Billie Eilish o Bad Bunny.
Pero, ¿qué hay detrás del furor por los logos que, paradójicamente, no pertenecen a las firmas que muestran? ¿Por qué quienes pueden permitirse el original optan por una customización con trasfondo artístico o incluso un descarado plagio? «El lujo no para de nutrirse de los códigos propios de la calle, así que cuando es esta la que reinterpreta su universo, podemos hablar de una especie de venganza creativa. Estas prendas permiten a quien las lleva entrar en el juego de ironía y humor que en los últimos años se ha incorporado a la moda», contextualiza Pablo López, estilista y fundador de la etiqueta de streetwear Sisyphe. La búsqueda constante de autenticidad es una preocupación fundamental de las grandes casas porque quieren ganarse a un consumidor que aún se le resiste, no siempre por falta de presupuesto, sino de identificación. Y eso provoca que ya no sea suficiente con llevar el mismo logo que el vecino. Los productos únicos, raros o difíciles de conseguir marcan la pauta: diferenciarse es el verdadero quid de la cuestión.
Ya lo rapea Bad Bunny en la letra de Original: «Dile que eso no es Gucci, que ese tigre está bizco»; o lo canta en Realice la nueva jefa del dancehall español: «Me voy al party, y me visto de Louis Vuitton. Ven quién es la Bad Gyal, si el bolso es fake o es real». Para Ana Murillas, estilista de la catalana, optar por este recurso tiene que ver con la búsqueda de un look aún más callejero. «Los logos falsos suelen ser más exagerados y aportan un aire quinqui y malote a quien los lleva, algo que buscan muchos de estos artistas». Sin olvidar que remiten directamente a la cultura rap del siglo XX, que tan bien retrata el documental Fresh Dressed (Netflix), un completo repaso al legado estético del hip-hop dirigido por el productor y cronista urbano Sacha Jenkins. «La logomanía siempre ha estado vinculada a esta música porque es aspiración y reafirmación» –añade López–. «En el momento en el que un artista que viene de la calle empieza a triunfar quiere que el mundo se entere y el logo es una forma rápida de contarlo. Antes los enseñaban en los vídeos y ahora en las redes».
Muchos de estos Dapper Dan contemporáneos se inician en el negocio fabricando para sí mismos un producto que no pueden pagar o imaginando colaboraciones entre dos marcas que jamás han visto la luz en el mercado regular. Imran Moosvi (Imran Potato en Instagram, donde acumula más de 150.000 seguidores), empezó haciéndose unas zapatillas mitad Air Force One, mitad Gucci, y con solo 24 años ya es responsable de los looks más virales de las nuevas estrellas del rock (léase traperos y derivados). «Cuando tengo un drop (así se llaman las colecciones limitadas que se despachan en un tiempo y espacio cortos y concretos) lo anuncio en redes y lo vendo en mi tienda online. Una vez se agota, mi página web desaparece hasta que vuelve a activarse en la siguiente venta», detalla. Sus prendas están hechas a partir de artículos auténticos y piratas indistintamente. «Consigo las telas donde puedo. Si molan, las quiero, me da igual que sean originales o no. Dapper Dan allanó el camino para lo que hacemos ahora, pero él es una leyenda y yo solo sueño con diseñar algo más que ropa: aviones, juguetes o parques de atracciones».
¿Qué opina la industria de este fenómeno que llega dispuesto a arrebatarles un trozo del pastel? El hip-hop supone para las etiquetas una herramienta muy poderosa con la que ganarse a las generaciones Y y Z, que representarán el 45% del gasto global de lujo para 2025, según la consultora Bain & Company. De ahí que no les tiemble el pulso si tienen que asociarse con los actores de esta escena para conectar con sus potenciales consumidores. Alessandro Michele en Gucci ha colaborado con copistas como el propio sastre de Harlem o el grafitero Trevor Andrew (GucciGhost) que, tras años pintando el logo de la casa italiana en infinitos productos, acabó creando una colección conjunta. Marc Jacobs firmó trabajos con Ava Nirui (a la que acaba de fichar como directora de proyectos especiales), y otras como Vetements no dudan en autoparodiarse o apropiarse de símbolos skaters como la firma Thrasher. Hasta Virgil Abloh, antes de llegar a ser director creativo en Louis Vuitton y convertir su firma Off-White en objeto de deseo, vendía camisetas customizadas de Ralph Lauren o Tommy Hilfiger como hacen sus futuros sucesores.
«Puedes estar sin un duro, pero si coges una chaqueta vieja y le pintas el logo de Gucci automáticamente te sientes rico. Eso es lo que siempre me ha fascinado de la firma y el motivo por el que empecé a grafitear su logo en todas partes creando GucciGhost, un proyecto con el que quise reimaginar el universo de la marca, pero nunca copiarlo», detalla Trevor Andrew. Para él, utilizar el poder del logotipo para mostrar nuevas ideas al mundo fue lo que llamó la atención de Alessandro Michele, que no dudó en ofrecerle crear una colección conjunta para Gucci. «Fue muy emocionante porque llevaba tres años pintando su emblema y la mayoría de la gente me decía que me iban a demandar y que jamás trabajarían conmigo. Yo siempre les respondía: ‘Pueden denunciarme o contratarme’. Al final, ocurrió lo segundo. Por eso cuando empecé a colaborar con ellos escribí la palabra ‘Real’ en un bolso. Era un mensaje para todos aquellos que no creían en lo que hacía: ahora sabrían que era algo auténtico, aunque para mí siempre lo había sido», añade el artista multidisciplinar.
¿Son positivas, entonces, estas versiones callejeras para las marcas primigenias? «Si Rosalía lleva un chándal, la gente no se para a analizar si es una versión o un original. Por tanto, creo que es una buena estrategia de marketing para la firma, sea o no suya la prenda», opina López. Murillas coincide: «Estos diseños rejuvenecen la imagen de las grandes casas». Más aún en un escenario en el que los logos tienen cuerda para rato. Kayla Marci, analista de mercado de la consultora Edited, confirma esta «obsesión de los jóvenes con los logos y la ropa deportiva» y augura su permanencia las próximas temporadas, sean originales o no. El propio Moosvi recuerda que Michael Burke, CEO de Louis Vuitton, calificó su trabajo como imparable en The Wall Street Journal. «Es genial saber que has creado un pequeño fallo en el sistema; porque todo esto también va de eso».
Lo anterior no evita que se hayan desencadenado problemas legales. Freak City, una etiqueta angelina que arrasa con sus diseños streetwear, viralizó su merchandising de colaboraciones imaginadas (Fubu y Versace o Prada y Supreme) entre cantantes como Nicki Minaj o Rita Ora. «Para nosotros descontextualizar estos emblemas es una forma de arte. No sabíamos la magnitud que podía alcanzar el juego», cuentan sus fundadores, Vally Campbell y Justin Romero. Aunque hasta ahora no lo habían hecho público, la policía requisó sus prendas en 2017 y fueron condenados a pagar multas y prestar servicios comunitarios. «Fue curioso porque el mismo día de la redada salió en Vogue USA un artículo alabando nuestro trabajo». Otra muestra de las contradicciones que alberga esta industria. Una que parece condenada a seguir pisando el asfalto.