Rachel Cusk, la mujer que sabe cómo exprimir tu crisis de la mediana edad
Hace 15 años, rompió tabúes con su libro sobre la maternidad. Después, indignó con el relato de su divorcio. La británica estrena trilogía y una nueva vida, dentro y fuera de los libros.
La crisis de la mediana edad puede manifestarse en un nuevo corte de pelo, unas clases de zumba o una inquietante obsesión con los retiros de yoga. Para la escritora británica Rachel Cusk, sin embargo, se ha traducido en un divorcio y una nueva vida creativa. “Trato de mantenerme al día con las fases de la vida y A Contraluz va sobre la crisis de la mediana edad. Es curioso que te puede suceder en la vida y en la escritura”, reflexiona en un hotel de Barcelona, hablando de la que es su octava...
La crisis de la mediana edad puede manifestarse en un nuevo corte de pelo, unas clases de zumba o una inquietante obsesión con los retiros de yoga. Para la escritora británica Rachel Cusk, sin embargo, se ha traducido en un divorcio y una nueva vida creativa. “Trato de mantenerme al día con las fases de la vida y A Contraluz va sobre la crisis de la mediana edad. Es curioso que te puede suceder en la vida y en la escritura”, reflexiona en un hotel de Barcelona, hablando de la que es su octava novela, la primera que publica en España con Libros del Asteroide y la primera de una trilogía protagonizada por la misma mujer, una escritora que viaja a Atenas para dar un curso de literatura.
Desde que toma el avión y se pone a hablar con su vecino de asiento, un millonario de origen griego, Faye calla, piensa y escucha a una serie de personajes que le explican su vida, sin algo parecido a un nudo o un desenlace. “Perdí la creencia en la idea del argumento, no veo la distinción entre lo que pasa en la vida y lo que pasa en la literatura”, dice. Como todos los libros de Cusk, A Contraluz es eminentemente subrayable y está repleta de personajes memorables –una grande dame de la literatura griega y feminista, un profesor con una década de bloqueo creativo– y reflexiones lacerantes, como ésta, que toca varios de los temas clave en Cusk, el matrimonio y su contrario, el divorcio, los roles de género, la ansiedad por el estatus: “Su matrimonio, eso lo veía ahora, siempre se había guiado por el principio de progreso a la hora de adquirir viviendas, posesiones o coches, en la búsqueda de u estatus social más alto, de más viajes o de un círculo de amistades más amplio. Incluso la producción de hijos parecía una parada más en ese viaje desquiciado”.
A Contaluz y los dos libros que vendrán después son el efecto y la resaca de su texto anterior, Aftermath, no traducido en España. Allí contó sin piedad su propio divorcio del fotógrafo Adrian Clarke. Él, se enteraron todos su lectores, que se había quedado en casa a cuidar a las niñas durante los años de su matrimonio, le exigía una pensión compensatoria y custodia compartida, a lo que ella solo podía responder como una autómata que “las niñas le pertenecían”. Eso le llevó, entre otras cosas, a interrogarse sobre su propio feminismo: “Lo que yo he vivido como feminismo eran los valores masculinos que mis padres, entre otros, me traspasaron con buenas intenciones. Los valores travestidos de mi padre y los valores antifemeninos de mi madre. Así que no soy una feminista, soy una travesti que se detesta a sí misma”.
Algunas de las críticas a ese (imprescindible) libro fueron tan duras que una de ellas, escrita por Camilla Long en The Sunday Times, incluso ganó el premio que otorga los periodistas culturales a “el peor hachazo del año”. En ese artículo, se describía a la autora como “una pequeña dominatrix amargada y narcisista sin amigos que explota a su marido y su matrimonio con gusto”. Suerte que Cusk estaba entrenada. En 2001, cuando acababa de tener a su primera hija y esperaba a la segunda, publicó un ensayo sobre la maternidad, A Life’s Work, tan polémico que un periodista escribió un artículo urgiendo a los servicios sociales a hacerse cargo de las niñas (quienes, por cierto, hoy tienen 17 y 16 años y están perfectamente). Viéndola ahora, con una mirada huidiza que escapa continuamente de su interlocutor, cuesta creer que esta mujer tímida y amable sea capaz de generar tanto ruido y tanta furia.
Le suelen llamar narcisista. ¿Se lo dirían igual si usted se llamase Robert en lugar de Rachel?
No, en absoluto. Así es la política y es verdad que a las mujeres se les analiza en esos términos también en la vida, acusadas de egoísmo. Resulta doloroso pero es verdad que parte de lo que pasó cuando escribí mi libro sobre la maternidad y todo el mundo se volvió loco es que la mujer que está leyendo mi libro con un bebé en los brazos ve esa reacción y piensa: “oh, ahora sé lo que me pasará si yo expreso ambivalencia sobre esta situación”. Es irritante que yo tenga que ser la diana de estas cosas pero es así como ocurren los cambios.
Se adelantó una década con ese libro. Muchas autoras le han seguido y ahora está casi hasta bien visto en las redes sociales, pintar una imagen negra de la maternidad.
De alguna manera solo estoy interesada en romper barreras. Cuando lo haces, das permiso a otras personas para hacer algo en ese territorio. Si A contraluz se ha recibido mejor es porque la novela tiene un estatus en la cultura que te hace estar más a salvo. Hay un reconocimiento de que se requiere cierta habilidad técnica para escribirla, mientras que las memorias tienen un mal nombre. Hay una sensación de: mira ésta, todo lo que ha hecho es sentarse a quejarse y encima se ha lucrado con ello.
¿Por qué cree que sus ensayos provocan esas reacciones tan intensas?
No puede ser una coincidencia. No puedo tratarlo como un accidente de tráfico del que me he recuperado. Hay que mirarlo como un síntoma interesante de algo. De que alguna manera tendría que seguir volviendo una y otra vez a ese territorio, cada vez más lejos, en lugar de salir corriendo y pensar que ha sido horrible Supongo que si un libro causa ese nivel de afrentas, ese libro está equivocado y pasa algo malo con él. He pensado mucho en eso y no he llegado al final de la cuestión. Lo que sea que está equivocado, puede ser mi culpa pero también es culpa del lector. No sé que es lo que le gusta a la gente. Cuando Van Gogh pintó Los girasoles todo el mundo los odiaba y la gente les tiraba piedras. Hay tantas evidencias de esto que me alucina que la gente lo siga haciendo.
Aftermath fue lapidado, igual llegará su día.
En ese libro y también en A Contraluz también se percibe cierta desilusión con el feminismo.
Alguien me preguntó hoy mismo si yo era feminista y pensé que si todavía hay que preguntarlo, quizá el movimiento ha fallado. Cómo no voy a serlo. El problema con el feminismo, que ha sido una de las bases mi vida adulta, es que no consigue conectar con cómo vive la gente ahora y darles alguna idea de cómo vivir con esas ideas. En Aftermath lo que dije es que sentí que me quitaban esa palabra y la usaban como un arma arrojadiza contra mí.
Su ex marido le decía “¿y te llamas a ti misma feminista?” Y usted concluye que, para empezar a vivir como una feminista, una debería no emparejarse y no abrir jamás una cuenta corriente conjunta.
Claro, y entonces, ¿qué haces en lugar de eso ? Tengo dos hijas, de 16 y 17 años y supongo que ven todos estos ismos los ves de otra manera. Ellas parecen feministas a su manera, no tienen una desilusión, nunca tuvieron la ilusión para empezar.
En ese ensayo y en su novela Las variaciones Bradshaw (Lumen), el hombre de la casa se ocupa del cuidado de los niños y todo acaba fatal. ¿De verdad es imposible cambiar esos roles?
En Aftermath estaba intentando averiguar que es lo que no funcionó. No sé lo que fue pero todo lo que se es que uno de los elementos que surgieron es que muchas mujeres me decían: “no podría respetar a mi marido si hiciese eso”. Pensé que ahí había algo. El marido ha perdido la masculinidad que permitía que existiese la feminidad, muchas cosas se dan la vuelta con eso y estoy interesada en ver qué es lo que sucede. Estás jugando con una costumbre social muy, muy enraizada.
Su generación ha sido de las primeras en dar la vuelta a una cuestión tan ancestral. ¿A cambio, han pagado un precio personal?
Sí, pero la próxima generación lo puede llevar mejor. Es como con nuestro referéndum ridículo [sobre el Brexit]. Una de las cosas que fueron obvias al día siguiente es que en realidad aquella votación fue sobre el racismo y la gente joven estaba alucinada. Veías a esa gente idiota diciéndole a la gente en la calle: “hemos votado ‘vete’ así que te tienes que ir”. La gente de la edad de mis hijas son completamente ajenas a los orígenes raciales. Estaban petrificadas con esto. Y creo que lo mismo puede pasar con el género.
¿Qué actitudes distintas ha observado en ellas?
Bueno, todos los de su generación creen que son fluidos sexualmente, que son bisexuales y hombres y mujeres a la vez y todo eso, pero a la vez forman relaciones muy conservadoras, se emparejan de manera muy conservadora, su habilidad a comprometerse y ser una pareja desde una edad muy temprana es muy llamativa. Así que no sé, no sé si estas parejas son una nueva forma de pareja, si son más como amigos, como cómplices en el crimen, no sé donde queda el sexo en todo esto. Pero está cambiando y es interesante de ver.
En Reino Unido han tenido últimamente varias polémicas dividiendo a las mujeres entre las que tienen hijos y las que no. En el partido conservador Andrea Leadsom dijo que Theresa May sería peor líder porque no es madre, y algo parecido sucedió en la lucha por el liderazgo en el partido laborista. La revista New Statesman fue muy criticada por una portada en la que se preguntaban por qué tantas líderes (Angela Merkel, Theresa May, Nicola Sturgeon) no tienen hijos. ¿No es válido hacerse esa pregunta?
En términos de escritura, lo que sí veo entre mujeres escritoras es que para ser una escritora y mujer de la mejor manera, lo más fácil es desertar de la identidad femenina y no tener hijos, para empezar. Y eso no solo pasa con la escritura. Si quieres ser Angela Merkel, es mas fácil no tratar de ser la otra Angela Merkel, la que está en casa con unos hijos felices. Muchas escritoras han llegado a esa conclusión, igual que las políticas. Lo que es frustrante es que parecen asexuadas, no pueden llevar encima su feminidad, han entrado en un mundo masculino y se han convertido en hombres ellas mismas. Recuerdo todo lo que se decía de Margaret Thatcher, que ella era más hombre que los hombres. En la escritura esto se vuelve complicado porque si la escritora se pasa a la cultura masculina para poder ser libre de escribir, de alguna manera suscribe los valores masculinos. Esta escritora ya no es una mujer escritora. Pero si huyes del mundo de lo femenino porque te va a impedir escribir, no estás haciendo de testigo y ese mundo permanece sin documentar, sin transfigurar. A menudo se dice que las mujeres poderosas no transforman la vida de las mujeres. Transforman sus propias vidas, van por el mundo y conquistan el poder, pero no vuelven. Para mí, es un esfuerzo y una lucha permanecer ahí y me han tirado muchas piedras por escribir de estos temas. A veces miro a mis compañeras que están tan cómodas y felices escribiendo libros que todo el mundo ama y que no tienen nada que ver con la experiencia femenina y me dan cierta envidia.
Siempre ha sido escritora. Salió de Oxford y se puso a escribir su primera novela. ¿ Nunca contempló la idea de hacer otra cosa?
No. Y no es que lo supiera de antemano pero me aterrorizaba la idea de tener que hacer algo y no he resuelto esta cuestión. En mi familia no se lo tomaron muy bien, la idea de que revelaría secretos les asustaba.
Todas sus experiencias vitales están reflejadas en sus novelas de manera muy clara, menos su infancia. No ha escrito apenas sobre ella. [Cusk nació en Canadá en el seno de una familia católica muy acomodada y ha hablado a menudo de su tumultuosa relación con su madre]
Oh no, por dios. No estoy interesada en las memorias tradicionales, todo eso de “Cuando tenía seis años bla bla”. A la gente le encanta, pero yo no estoy interesada. No quiero tener que revivir mi tiempo en el internado, para empezar.
¿Cuánto tiempo pasó allí?
Desde los 11 hasta los 18. Fue muy formativo en términos de convertirme en escritora. Escribía mi propia versión en mi cabeza, cultivé un proceso mental autónomo que creo que me ha propulsado durante mi vida adulta. Veo la escritura como un lugar seguro. Y es curioso porque la gente ve mis libros como un lugar poco seguro y a mí misma como alguien en desequilibrio. Se preocupan por mí de una manera benevolente casi; piensan que estoy totalmente deprimida.
Ha prometido que en la segunda parte de la trilogía habrá más sexo. ¿Lo ha cumplido? (Transit, la continuación de A Contraluz, acaba de publicarse en Reino Unido y llegará a España en 2017)
Bueno, quizá en el tercero llego allí.
¿Lo va aplazando?
Bueno, en el segundo reflexiono sobre otros tipos de emparejamientos, no sólo el matrimonio tradicional de base cristiana. Aparecen algunos hombres gays. Escribo sobre la feminidad y la sexualidad y los niños, la crueldad con los niños.