¿Para quién nos vestimos las mujeres?
Adiós a tratar de agradar a los hombres con la vestimenta. Las mujeres se visten para sí mismas, buscan los elogios de sus amigas y compañeras de trabajo e invierten cada vez más en ropa que les sirva para su entorno laboral.
¿Para sí mismas, las amigas, las personas (hombres y mujeres que les atraen), el trabajo, los convencionalismos sociales? Para la gran mayoría la respuesta estaría en un compendio de todos estos factores; exceptuando los extremos, en los que se situarían aquellas con la suficiente personalidad para romper todas las reglas –ejercicio que puede catapultarlas a la fama o al ostracismo, según se presente la suerte– y las pasotas de la vestimenta, para las que ahora hay también un adjetivo, una corriente, una tendencia: el normcore.
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¿Para sí mismas, las amigas, las personas (hombres y mujeres que les atraen), el trabajo, los convencionalismos sociales? Para la gran mayoría la respuesta estaría en un compendio de todos estos factores; exceptuando los extremos, en los que se situarían aquellas con la suficiente personalidad para romper todas las reglas –ejercicio que puede catapultarlas a la fama o al ostracismo, según se presente la suerte– y las pasotas de la vestimenta, para las que ahora hay también un adjetivo, una corriente, una tendencia: el normcore.
Hace tiempo que las mujeres ya no nos vestimos para los hombres, excepto en ocasiones puntuales y con un objetivo muy concreto. El debate se centra en ver cuáles de los otros factores tenemos más en cuenta a la hora de abrir nuestro armario y ponernos frente a un espejo. Existen también las que rinden culto a la moda –caiga quien caiga– solo que, últimamente, lo tienen más fácil, o más difícil –según se mire–, ya que todo se lleva, las tendencias se multiplican, coexisten, resucitan, se revisan, van y vuelven en un desesperado intento por buscar algo nuevo que nuestra pupila no haya registrado todavía. Algo sorprendente en medio de la heterogénea uniformidad. “Seguir la moda es algo cada vez más complicado”, apunta la diseñadora gallega María Barros, “ya que cada vez hay más pasarelas, diseñadores, información que recibimos incesantemente de un mundo cada vez más globalizado. En España falta cultura de moda, y lo que llega a la gente son las tendencias, que es una interpretación más o menos afortunada de la moda, y que las blogueras hacen con mayor o menor habilidad y preparación. Yo soy de la opinión de que nos vestimos para nosotras mismas y que, dentro de nuestros gustos, adaptamos el estilo a la ocasión. Todas tenemos nuestra propia interpretación de lo que es un look ‘laboral’ o de ‘fiesta’, que resulta de una mezcla de lo que dicta la sociedad, la moda y lo que a nosotras nos gusta”.
Amalia Descalzo, profesora de cultura y moda del ISEM, Fashion Business School. Universidad de Navarra, se inclina por la idea de que nuestros estilismos son el resultado de una “lucha interna entre el estilo personal y los convencionalismos sociales. La primera aprobación que deben recibir nuestras ropas es la nuestra pero, para un gran número de personas los dos baremos anteriores se asemejan. Últimamente veo poca creatividad y las propuestas vuelven una y otra vez al pasado. Hay una gran uniformidad dentro de la gran variedad de tendencias y estilos. Resulta ya difícil ir por la calle y que alguien te haga girar la cabeza”.
Una de las pocas teorías a este respecto avaladas por encuestas es la que dice que las mujeres, en realidad, nos arreglamos para nuestras compañeras de género. La revista Woman’s Own hizo un sondeo entre sus lectoras para dar respuesta al título de este artículo. Los resultados reflejaron que 6 de cada 10 mujeres –de entre 20 y 35 años– reconocen que si quieren impresionar a alguien con su vestimenta no es precisamente a los hombres, a los que les gustaría vernos con las menores prendas posibles, sino a sus compañeras de género. Un 70% de las encuestadas aprecian más los halagos estilísticos de sus amigas o compañeras de trabajo, ya que los consideran más sinceros, desinteresados y fundamentados que los de los hombres. Se podría decir que una ‘noche de chicas’ es el acontecimiento en el que las mujeres ponemos toda la carne en el asador para sentirnos guapas y, al mismo tiempo, para que nuestra reputación estética se mantenga a flote o crezca.
Sara Largo, directora de tuasesordeimagen.es y presidenta de la Asociación Española de Asesores de Imagen y Personal Shoppers (ASEDAI) tiene una perspectiva diferente al respecto, derivada de su trabajo, en permanente contacto con los problemas de las mujeres a la hora de encontrar a su alter ego estilístico. Largo sostiene la poco reconfortante teoría de que la libertad todavía no ha llegado a los armarios femeninos. Lejos de vestirse como ellas quieren, “lo último en lo qué piensan las mujeres es en ellas mismas”, comenta. “Salvando excepciones, todavía existe un esfuerzo muy grande en complacer, dar una determinada imagen ante los amigos, el jefe, la familia. Es cierto que necesitamos vernos bien, pero es un tanto por cierto muy pequeño en comparación al esfuerzo que hacemos para que nos vean bien los demás”. Máxima aplicable a todos los grupos y sectores sociales, incluidas las tribus urbanas, en las que muchas veces los códigos estilísticos son mucho más cerrados e inflexibles que en el espacio exterior.
¿Dónde queda entonces la gente con estilo, las anarquistas de las tendencias, las valientes que solo sirven a su propia vanidad y estética? Según Sara Largo, “veo más personalidad en el mundo del arte que en el de la moda, que está muy contaminado. La gente con estilo propio se encuentra más fácilmente entre pintores, artistas, creativos, gente con negocios en Internet. Para tener tu propio estilo hay que llevar una vida interesante y no limitarte a seguir los dictados de la moda, hay que añadir un ingrediente extra y propio. Entre los famosos, Lara del Rey o la hija de Carolina de Mónaco, Carlota Casiraghi, son dos ejemplos de personajes con ese plus o sello personal e intransferible”.
El gris e uniformado mundo laboral
Si hay un ámbito en el que estamos dispuestos a claudicar de todas nuestras ideas estéticas para ser aceptadas ese es el laboral. Especialmente las mujeres, a las que todavía se nos juzga más por nuestra vestimenta que por nuestros logros, como reflejan los medios de comunicación cada vez que aluden a los estilismos, más o menos acertados, de las lideres políticas pero obvian los de sus compañeros varones.
Ellos tienen un uniforme laboral muy reducido: traje, camisa y corbata. La indeterminación de la versión femenina abre un amplio margen para la creatividad y para la crítica, por eso las mujeres se siguen vistiendo de hombres en los despachos. “Podrían ser más fieles a su estilo, más femeninas y desenfadadas pero para pisar sobre seguro su máxima es siempre pasar desapercibidas”, apunta Largo. “La gran preocupación de mis clientas es cómo vestir en el trabajo. Ahí es donde se gastan la mayor parte del presupuesto. Compran poco para el tiempo libre, o se limitan a adaptar looks laborales con ropa más casual. El fin de semana, cuando podemos ser más nosotras mismas, la mayor parte de la gente se viste con lo primero que encuentra. El sport lo inunda todo”.
La diseñadora María Barros, cree que “ el ámbito laboral está todavía muy encorsetado, desde el punto de vista del vestuario. Hay poca libertad. El hombre está muy limitado y la mujer es juzgada bajo premisas machistas, ya que el aspecto femenino o más ecléctico está reñido con la profesionalidad y la exigencia”.
Son muchos los que coinciden en que una revolución estilística clama por llegar a los despachos, entre ellos Belle, la autora de Capitol Hill Style, un blog de moda norteamericano que se define a sí mismo destinado “a mujeres que no quieren sacrificar su estilo en aras del éxito profesional. CHS esboza looks, ideas, artículos y es una guía profesional para las mujeres con trabajos importantes a las que les gusta seguir la moda”. Y apunta una máxima altamente interesante, “CHS cree que las mujeres deberían vestirse para el trabajo que quieren, no para el que tienen”.
La pasada primavera The New York Time predecía esta tendencia desde un titular, The end of the office dress code (el fin del código de vestimenta laboral). En el artículo reflexionaba en estos términos, “lo que para una persona es apropiado puede ser desafortunado para otra, y palabras como ‘profesional’ cuando se utiliza para describir las reglas de vestimenta, pueden ser tan vagas como vacías de significado. ¿Kanye West llevando pantalones rotos y una cazadora vaquera llena de abalorios plateados de Balmain en la Met Gala 2016, es cool u ordinario?, ¿Julia Roberts descalza en el estreno de Money Monster en Cannes es una innovadora de la alfombra roja o es que ha ido demasiado lejos? Nos movemos hacia una era en la que la expresión personal triunfará sobre los códigos de vestimenta o el deseo de crear una imagen corporativa”.