‘Que nadie sepa lo nuestro’ (o esa forma de maltrato silencioso)
Tras el ocultamiento o la negación en público de que se tiene una relación con otra persona, se esconde a menudo un tipo de maltrato psicológico difícil de reconocer y denunciar. Una psicóloga nos da las claves para identificarlo.
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El ocultamiento: una nueva forma de maltrato. Hace unos días, una amiga de Facebook recuperaba este artículo publicado en la sección ‘Participa’ de Pikara Magazine en 2016. “¿Cuántos casos conocéis de primera o segunda mano?”, preguntaba. No fue difícil reconocer como algo cercano lo que explicaba el texto. Relaciones de pareja que, en su totalidad o en algún aspecto, nunca se han manifestado como tal en la esfera pública porque una de las dos partes -generalmente el hombre- impone ese ocultamiento de la relación como condición para seguir adelante con ella (de puertas para adentro). Una situación que en un entorno más propicio para las relaciones abiertas, múltiples o con poco nivel de compromiso como el actual, puede facilitar el camuflaje de estas conductas peligrosas que tienen más que ver con el sometimiento de la otra persona que con la libertad de espíritu. Parejas en las que, tras varios años de noviazgo, no se ha conocido a nadie del círculo cercano del otro porque uno de los dos no lo permite o ligues con los que se acaba la noche una y otra vez pero que evitan el saludo cuando hay conocidos cerca y solo acceden a verse a escondidas; el abanico es amplio y con matices. “Quien lo está sufriendo no lo suele reconocer como maltrato, lo exculpa, pero sí identifica que se está sintiendo mal con ello”, explica a S Moda Rosario Linares, psicóloga y directora del centro El Prado psicólogos.
«En consulta he tenido el caso de una mujer que llevaba cinco años en pareja con un hombre y la familia de él no sabía nada», dice Linares. «Lo justificaba diciendo que quería proteger su intimidad. Es cierto que puede haber un problema con la propia familia, pero la explicación que daba era que no quería que se metieran en sus cosas». Para Claudia Ibáñez (nombre ficticio), de 35 años, que se reconoce como víctima de este tipo de conductas, la situación fue la siguiente: «Entre el final de mi veintena y el principio de mis 30 estuve seis años con un chico que nunca quiso conocer a mi familia. Yo a la suya sí, pero él se negaba a venir conmigo a eventos familiares. Ni siquiera bajaba a la puerta cuando venían a verme mis padres (vivíamos juntos). En fechas como Navidad, por ejemplo, yo terminaba de cenar con mi familia y me volvía rápido a casa porque mi pareja estaba solo allí. Eso provocó que yo me aislara bastante y me distanciara de mi familia».
El daño se agrava gradualmente. Al principio, bajo el pretexto de estar conociéndose y con el tipo de relación aún poco definida es fácil sentir y justificar la no necesidad de contarlo o introducirlo entre allegados. “No es habitual al principio decir ‘preséntame a tus padres’, por lo que la víctima acepta la situación”, explica la psicóloga Rosario Linares. “Cuando esta persona ya va notando que la relación se consolida y ve que le da largas para presentarle a su entorno, o incluso expresa abiertamente ‘no quiero que me vean contigo’, aparecen sentimientos de frustración, estrés, ansiedad, confusión y malestar, que a menudo generan un conflicto en la pareja porque la víctima reclama”, apunta. “Después de esto ya lo que se sucede es que la persona se anula, se resigna, y ya está obsesionada con complacer al otro, con no molestarle… Acepta pero desde el malestar y con el conflicto que eso le genera”.
“Se da mucho más de hombres a mujeres”, confirma la psicóloga, que lo equipara con la luz de gas y añade: “Son tipos de maltrato machista de los que no hay visibilidad. En consulta no es habitual que alguien venga exponiendo esta situación como motivo de la visita. Aunque esto siempre acaba apareciendo en las sesiones, la persona no suele reconocer que la están maltratando a priori”, dice Rosario. El perfil de quien ejerce este tipo de violencia coincide con el de otros maltratadores psicológicos que, según cuenta, “son personas normalmente con baja autoestima, poca resistencia a la frustración, cambios de humor constantes, falta de empatía hacia los sentimiento de los demás, con escasa inteligencia emocional y que necesitan de la dominación para sentirse mejor consigo mismos”. Rasgos que coinciden con lo que, para Claudia Ibáñez, se escondía tras el comportamiento de su ex pareja: “Creo que lo hacía por falta de autoestima, que no quería conocer a mi familia porque de algún modo se sentía inferior a ellos, por nivel de estudios o estatus”.
La pesadilla no acaba cuando lo hace la pareja. Los problemas de haber tenido una relación existente solo (o principalmente) en la intimidad de dos, son varios. Por un lado, la confusión y la sensación de irrealidad: “Esa persona no tiene nada cuando la relación termina, es como que el mundo que había tenido desaparece y no hay nada que demuestre que lo ha vivido”, explica la psicóloga. Por otro, la posibilidad de que esa persona niegue la relación y trate de confundir a la víctima haciéndole luz de gas: “Si se reprocha al maltratador, este tiende a hacer comentarios del tipo ‘no, lo nuestro solo era sexo’, ‘no iba en serio’ o ‘te has hecho una idea de mi compromiso que yo nunca te he demostrado que fuera de ese tipo”, explica la psicóloga y señala que esto puede generar dudas en la víctima o hacer que acabe creyéndolo y culpándose.
Cuando se vuelve a estar con alguien también es habitual que surjan nuevas dificultades. “A mi siguiente novio enseguida quise llevarlo a mi casa, quería que mis padres lo conocieran y vieran que la relación estaba bien, que yo estaba bien”, explica Claudia. “Se traslada esa inseguridad a la nueva pareja que, muchas veces, se traduce por una excesiva necesidad de confirmación de que hay un compromiso, que puede causar ansiedad también a esta persona”, añade la experta.
La sociedad y la justicia suspenden. “La primera traba es que a nivel social no se reconoce que eso es un maltrato: se justifica al maltratador porque la gente intenta encontrar razones, no se reconoce que la persona ha ejercido una forma de control y daño deliberada”, puntualiza Linares. La segunda, de nuevo la justicia patriarcal: “Es un maltrato tan sutil que no hay sentencias que lo contemplen, no se reconoce. Y si la víctima denuncia se arriesga a una retraumatización, corriendo el riesgo de que el sistema vuelva a beneficiar al maltratador -como se ha visto con el juicio a La Manada- con un resultado que puede ser nefasto para la víctima. La mujer está muy indefensa a nivel legal”, concluye Rosario.