Verde Prato, electrónica con sabor a ‘bertsolari’ que reinterpreta el folclore tradicional vasco
Solo dos años de carrera le han valido a Verde Prato para conquistar al público del Sónar, el Primavera Sound o el BBK Live.
Ni se llama Verde, ni su padre se apellida Prato. Detrás de este nombre artístico se halla Ana Arsuaga (Tolosa, 26 años), la pintora, compositora e intérprete vasca que ha irrumpido con fuerza en el panorama musical desde que su primer disco, Kondaira eder hura (Aquella hermosa leyenda), de 2021, se alzara con el galardón al mejor álbum en euskera en los últimos premios MIN. Arsuaga comenzó junto a unas amigas con el grupo Serpiente, pero cuando le propusieron que cantara sola en un club de música experimental de Bilbao se lanzó sin pensárselo y se bautizó así. “Mi madre es profesora ...
Ni se llama Verde, ni su padre se apellida Prato. Detrás de este nombre artístico se halla Ana Arsuaga (Tolosa, 26 años), la pintora, compositora e intérprete vasca que ha irrumpido con fuerza en el panorama musical desde que su primer disco, Kondaira eder hura (Aquella hermosa leyenda), de 2021, se alzara con el galardón al mejor álbum en euskera en los últimos premios MIN. Arsuaga comenzó junto a unas amigas con el grupo Serpiente, pero cuando le propusieron que cantara sola en un club de música experimental de Bilbao se lanzó sin pensárselo y se bautizó así. “Mi madre es profesora de teatro en Tolosa y en su casa siempre ha habido un cartel de la obra Verde Prato, basada en un cuento del escritor Giambattista Basile. El texto cuenta cómo la princesa salva al príncipe y la historia me encajaba con mi nuevo proyecto”, recuerda.
La crítica ha relacionado su propuesta electrónica con la reinterpretación del folclore tradicional vasco. Han comparado su trabajo con el realizado por Rodrigo Cuevas con el asturiano o por Tarta Relena con el Mediterráneo, pero Arsuaga afirma que su inspiración proviene más de los bertsolaris —improvisadores populares de versos en euskera— que del folk en sí mismo. “Me han impresionado desde que los veía de pequeña”, cuenta. “Y, aunque yo no improviso como ellos, me atrae su puesta en escena en solitario y tan estática”. Por eso, en sus conciertos no quiere a nadie en el escenario. Ella se sitúa frente al público, maneja la groovebox mientras canta, se mueve con sensualidad y compone una imagen segura, poderosa y minimalista, incluso cuando versiona un tema del mítico grupo de punk vasco Kortatu. “He querido aprender lo mínimo para poder defender sola una canción de principio a fin en directo”, afirma. Y lo logra, pero aún le sorprende la reacción del público. “Cuando actúo fuera —este verano lo hará en Finlandia o Suiza— alucino cuando la gente se emociona escuchándome cantar en euskera sin entender nada. Pero bueno, también pasa con el inglés o con un fado”. El corazón es políglota ante la belleza.