Vacaciones experienciales o cómo viajar huyendo de los turistas
La filosofía del viaje experiencial está calando en nuestro país. Cada vez surgen más agencias que se esmeran en ofrecer un valor añadido cuyo único límite es la imaginación y los deseos del cliente.
Pedro contrató un viaje experiencial a Japón y volvió habiendo comido sushi una sola vez: “Fue un trozo de atún, cortado directamente del pez por un pescador al que me acerqué en un mercado y no volví a probarlo en todo el viaje”. A su vuelta, los amigos de Pedro bromeaban con la anécdota del sushi, pero su razonamiento era tan claro como un menú del día “¿cuántos veces a la semana comemos paella los españoles? Una o ninguna ¿verdad?, pues eso quiero al viajar....
Pedro contrató un viaje experiencial a Japón y volvió habiendo comido sushi una sola vez: “Fue un trozo de atún, cortado directamente del pez por un pescador al que me acerqué en un mercado y no volví a probarlo en todo el viaje”. A su vuelta, los amigos de Pedro bromeaban con la anécdota del sushi, pero su razonamiento era tan claro como un menú del día “¿cuántos veces a la semana comemos paella los españoles? Una o ninguna ¿verdad?, pues eso quiero al viajar. Si voy a Japón quiero aproximarme lo más posible a las costumbres reales de los japonenses y no estar rodeado de turistas ni ver lo que ya veo en la prensa o internet”, explica para S Moda este experto en operaciones de telefonía móvil de 38 años que buscó un “viaje auténtico”.
Como Pedro, cada vez más personas se apuntan a los conocidos como viajes experienciales en los que la agencia que los organiza se esmera en ofrecer un valor añadido cuyo único límite es la imaginación y los deseos del cliente.
Se trata de un mercado muy desarrollado en países anglosajones y que poco a poco está llegando a nuestro país de la mano de agencias como Pannei. “Nosotros ofrecemos viajes fotográficos en los que, además de buscar el entorno y contar con la ayuda de un experto en fotografía, el viajero aprende a relacionarse para conseguir un retrato impactante. También viajes históricos y de autor, en los que colaboramos con profesores de historia o con periodistas especializados y en los que, por ejemplo, llevamos al cliente a Alemania para conmemorar los 500 años de la reforme de Lutero. O viajes musicales que permiten asistir a la Ópera junto a un experto en historia de la música o asistir a workshops musicales sobre un compositor o una obra”, explica Tatiana Pankratof, licenciada en Turismo y fundadora de Panney, The Travel Factory.
Pankratof conocía agencias que ya basaban su oferta en las experiencias pero tras un viaje con amigas a Marruecos que ella define como “transformador” quiso tener un enfoque más cercano y personal. “Fue un viaje muy auténtico, lleno de emociones. Tuvimos mucho contacto con familias locales, vimos amanecer en el desierto y el último día, en el aeropuerto todas estábamos con los ojos empañados por tener que dejar el país. En ese momento decidí que eso es lo que yo quería que sintieran mis clientes después de cada viaje con nosotros”. Su fórmula para intentarlo tampoco se olvida de un movimiento que se está poniendo de moda últimamente “los viajes creativos en los que colaboran marcas y estilistas como Ace Camps, Local Milk Retreats o Megan Morton y que nosotros ya hemos probado con un viaje a la India de la mano de la diseñadora Virginia Abascal, de Verdeagua, y que vamos a repetir en diciembre porque la experiencia ha sido increíble.
Esta filosofía del viaje experiencial sigue calando en nuestro país y, en lugar de ofrecer todas las experiencias, muchas empresas se especializan en una. Es el caso de la pionera Fra Diavolo, creada a principio de los años noventa y especialista en viajes relacionados con la ópera, el ballet y la música clásica. Sus oficinas de Madrid y Barcelona garantizan entradas para festivales cotizados como el de Salzburgo y Bayeruth o el de Arena di Verona. Otras, como Mundo Amigo ofrecen “arquiviajes” diseñados y guiados por arquitectos.
Teclear “viaje fotográfico” es encontrar millones de entradas en los buscadores, quizá por eso, profesionales de la fotografía se han atrevido a montar su propia agencia como es el caso de World photo experience o Photo travel experience que ofrecen solamente esos productos.
A la sombra de los valores del milenio se encuentran proyectos como Mint 57º, que se centran en la experiencia del turismo responsable y segmenta sus viajes en función de perfiles que suenan a estilo de vida: “Bohemio: mochilero en libertad”, “Explorador: aventurero organizado” o “Chic: aventurero con glamour”. También Azul Bereber, cuyo fuerte son los viajes especializados en Marruecos y en sintonía con el slow life y, por tanto, el slow travelling.
Incluso Woman Talent, la red de mujeres profesionales y emprendedoras tiene su propia agencia de viajes femenina y también experiencial que incluye los “viajes sorpresa en los que conoces las fechas pero no el destino”.
Hace casi dos décadas, los profesores Pine y Gimore escribieron un artículo para Harvard Business Review en el que daban la bienvenida a la “economía de la experiencia”. La clave de aquella lógica del mercado, desconocida hasta el momento, era convertir los recuerdos en producto y la generación que la sustentarían estaba, todavía, llegando a la guardería o al instituto. Veinte años después, nadie discute que las experiencias son el hábitat perfecto de los millennials y que los viajes son la única cosa que se compra que te haca más rico. Para que la economía de la experiencia tuviera su ejemplo paradigmático solo era necesario que la generación del milenio tuviera edad de viajar.