Tel Aviv, la ciudad de las puertas abiertas
Su espíritu integrador ha permitido que las calles pintorescas del barrio de Jaffa convivan en armonía con edificios de la Bauhaus. Un lugar en el mundo en el que se respira modernidad, incluso en la tradición.
«A mi modo de ver, la singularidad de nuestra ciudad la define la gente que vive en ella. Aglutina toda la diversidad de Israel en armonía: judíos venidos de todo el mundo y también cristianos y musulmanes, seculares y religiosos. La energía que se percibe es plural y tolerante», comenta a S Moda el actual alcalde de Tel Aviv, Ron Huldai.
A la sombra de una impresionante torre de modernos apartamentos, en la zona sur, descansa el barrio de Neve Tzedek, un remanso de paz con casas bajas de estilo europeo. Sus estrechas calles, jalonadas de bugan...
«A mi modo de ver, la singularidad de nuestra ciudad la define la gente que vive en ella. Aglutina toda la diversidad de Israel en armonía: judíos venidos de todo el mundo y también cristianos y musulmanes, seculares y religiosos. La energía que se percibe es plural y tolerante», comenta a S Moda el actual alcalde de Tel Aviv, Ron Huldai.
A la sombra de una impresionante torre de modernos apartamentos, en la zona sur, descansa el barrio de Neve Tzedek, un remanso de paz con casas bajas de estilo europeo. Sus estrechas calles, jalonadas de buganvillas, albergan pequeñas boutiques en edificios históricos y cafés: da la sensación de visitar un pueblo dentro de la gran capital. Un lugar que, además, es peregrinaje obligado para los amantes de la carne, ya que cuenta con restaurantes especializados excepcionales. El más tradicional, de estilo israelí y sin duda el más popular, es el bautizado como el propio barrio, Neve Tzedek, pero la joya oculta se llama HaTraklin. Situado en una impresionante casa de estilo colonial de 1913, conserva los suelos y frescos originales del que en tiempos fuese el primer hotel abierto en la urbe bajo el mandato británico. Su seña de identidad son las carnes a la piedra que el cliente cocina a su gusto, algo fuera de lo común en Israel, y las más de 165 referencias de vinos nacionales que pueden catarse en su bodega. El caldo de la casa, Chateau de Galilee, procede de los viñedos en la alta Galilea del dueño del establecimiento, Yossi Ben Odis, que, además, es el sumiller israelí más veterano. En un salón reservado de la planta baja proyectan, generalmente los lunes, miércoles y sábados, una película con escenas que giran en torno a la gastronomía, ideas que posteriormente pueden degustar los comensales. «Tiene su razón de ser. Debido a la mezcla única de culturas, Tel Aviv cuenta con un panorama culinario y cultural muy vivo, vibrante y creativo», confirma el alcalde Huldai.
No muy lejos de allí, se encuentra HaTachana, una antigua estación de ferrocarril del siglo XIX. Tras años de abandono, la parada principal de la que fuera la primera línea ferroviaria entre Tel Aviv y Jerusalén fue reconvertida en un espacio donde moda, cultura y especialidades culinarias van de la mano entre las centenarias traviesas de madera y alguno de los vagones originales. En los remozados edificios del complejo –22 estructuras del finales del XIX y principios del XX– destacan las tiendas de diseño y también se esconde otro de los secretos mejor guardados por los lugareños, el Vicky Cristina.
Inspirado en la famosa cinta de Woody Allen, en realidad se trata dos establecimientos en el mismo enclave. Por un lado, alrededor de un ficus centenario se encuentra Cristina, la taberna de chateo al aire libre para catar vinos y especialidades españolas, en una sinuosa barra de mosaico inspirada en la arquitectura de Gaudí. Frente a Cristina, se encuentra Vicky, el restaurante que desde el mediodía ofrece especialidades basadas en la cocina ibérica. Contrariamente a lo que se pudiera pensar, no es un lugar concebido para turistas. «Nos encanta Barcelona. La atmósfera distendida de tapeo con música es lo que tratamos de reproducir porque a los israelíes eso nos chifla», explica el gerente del local, Amit Shemy.
Jaffa, la bella
Caminando en paralelo a la costa hacia el sur se llega a la vieja Jaffa (Yafo en hebreo), donde está uno de los puertos más antiguos del mundo. Sus destartalados almacenes o naves, a pie del muelle, se han convertido ahora en salas de arte, tiendas de ropa o locales de moda, como The Container, la dirección indispensable en esta parte de la ciudad para disfrutar de música en vivo en un ambiente retro. Pasear por las empedradas y angostas calles típicas del casco antiguo es visita obligada. Desde la parte alta, la vista de las torres del Tel Aviv más moderno es un espectáculo. La terraza del restaurante Aladin es un punto privilegiado desde el que observar el contraste entre tradición y modernidad, especialmente al atardecer, cuando el cielo se tiñe de púrpura.
Los apasionados de las antigüedades tienen que pasarse por el mercadillo o zoco tradicional de Jaffa, conocido en hebreo como Pishpishim. Los cacharros apilados en las puertas de los comercios, muchos de ellos con techos abovedados, hacen que el entorno se preste a rebuscar y, por supuesto, regatear. En el descanso, vale la pena pararse en Dr. Shakshuka, uno de los restaurantes más conocidos, con precios razonables, donde el plato estrella es el tradicional guiso de Oriente Medio elaborado a base de huevos con tomate y especias. Pero si de verdad se quiere captar la esencia de la Jaffa antigua, nada como Puaa, un café situado en una de las calles más pintorescas, donde todo, desde la vajilla hasta la decoración vintage, está a la venta.
Buenas vistas
Tel Aviv es también sol y mar. Desde la cercana, Banana Beach, de ambiente hippy y plagada de surferos y parejas jugando a las palas, hasta las populares playas del centro y norte de la ciudad donde se puede ver a gente hasta altas horas de la noche practicando deporte o tomando una copa con los pies metidos en la arena de terrazas como la del Lalaland, en la Gordon Beach.
No se puede abandonar la ciudad sin recalar en otros lugares emblemáticos, como la plaza de Rabin, testigo del asesinato en 1995 del primer ministro israelí y principal centro reivindicativo o el Museo de Arte, que cuenta con un jardín de esculturas al aire libre dispuesto en terrazas unidas por una calzada de mosaico del artista Enzo Cucchi. «No es solo un lugar de exposiciones. Es un espacio vivo, un centro cultural en el que se ofrecen espectáculos teatrales y musicales. Refleja nuestro espíritu cosmopolita», afirma el conservador jefe, Doron Rabina.
Otro atractivo ineludible: experimentar la explosión de color de alguno de sus mercados. Los más representativos y en los que mejor se puede apreciar el contraste de Tel Aviv son Sarona Market y el Mercado del Carmel. El Sarona es un centro culinario en el que tiendas delicatessen se funden con locales de sushi y marisco. En el Carmel, las especias traídas del Lejano Oriente, frutas y verduras conviven con las ofertas de prendas de segunda mano. Los tours culinarios están a la orden del día: el hummus, la tahina o el tradicional halva –una pasta dulce de sésamo o sémola, generalmente con frutos secos que recuerda al turrón–, son los platos estrella. Y es que de Tel Aviv es difícil irse sin buen sabor de boca.