Indexación de recetas, conservación de alimentos y almacenaje innovador: las mujeres invisibles que desarrollaron la ‘ciencia del hogar’
En la semana del Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, un episodio del podcast ‘Lady Science’ recuerda a todas esas mujeres que pusieron su sabiduría al servicio de la ingeniería doméstica, aún sin el menor reconocimiento.
¿Quién no recuerda al personaje de Gwen (interpretado por Rose Leslie) en Downton Abbey practicando clandestinamente sus lecciones de mecanografía para poder salir escopetada de su destino como sirvienta y conquistar así la vida de la working girl...
¿Quién no recuerda al personaje de Gwen (interpretado por Rose Leslie) en Downton Abbey practicando clandestinamente sus lecciones de mecanografía para poder salir escopetada de su destino como sirvienta y conquistar así la vida de la working girl londinense? La huida de Gwen la protagonizó en masa una generación de mujeres que dejó desplumada de relevo generacional en el servicio a toda una clase social. Esto causó un agujero logístico para las clases pudientes, lo que se denominó como “el problema del sirviente”: las mujeres de clase media y alta de comienzo de siglo XX se dieron cuenta de que muchas de las mujeres que habían trabajado para el servicio estaban más que dispuestas a incorporarse al trabajo de las fábricas y oficinas, en fin, a ser Gwen.
Esta escasez de mano de obra, unida a los cambios profundos que la ciencia y la industrialización estaban creando en todos los aspectos de la vida, alteró significativamente la vida doméstica. Este fenómeno social dio lugar a la aparición de libros y manuales sobre economía y técnicas domésticas escritos por y para mujeres donde el foco se ponía en la administración de la casa. Porque, ¿quiénes iban a ser las encargadas de gestionar esta transformación hacia la casa moderna? Bingo. Lo de la carga mental pero en versión Arriba y abajo. Y no todas eran tan sumamente ricas, el promedio de servicio de la clase media-media alta de la época era de una a dos personas en unos hogares que cada vez iban tendiendo más hacia la vivienda unifamiliar o a los pisos individualizados y confortables paradigmáticos del hogar del siglo XX.
Las implicaciones de género de esta transformación son salvajes: se reinventa y se idealiza la figura de la gestora de lo doméstico al amor de la tecnología, es decir, un ángel del hogar con gadgets. Un ejército de mujeres dispuestas a especializarse, aún sin el menor reconocimiento y visibilidad social, en una nueva disciplina: la de la administración del hogar moderno. De estos hallazgos sociológicos y sus aristas políticas nos habla, entre otras cosas y muchas risas, este episodio del podcast de ciencia feminista Lady Science, donde se discute el surgimiento de la ingeniería doméstica contemporánea.
“Cuando hablamos de ingeniería doméstica”, comenta Anna Reser, una de las editoras de Lady Science, en este episodio, “lo hacemos principalmente con el objetivo de mostrar cómo la ciencia se convirtió en parte de la vida cotidiana en este período y cómo las mujeres que a menudo no podían acceder a ámbitos más formales de la ciencia, hicieron mucha experimentación y creación de conocimiento en sus propios hogares, y que éste es un escenario realmente importante para pensar en qué es la ciencia moderna, quién la hace, cómo se usa, cómo se traduce y se transmite, y que las mujeres son un vector fundamental para el movimiento del conocimiento”. Porque las mujeres han sido tradicionalmente las especialistas, las científicas de las tareas del hogar y la logística doméstica, además de las responsables de integrar nuevos conceptos y optimizar métodos en su trabajo. “Y más allá de la adopción pasiva de nuevas tecnologías o técnicas, digamos, cómo comprar una aspiradora o aprender nuevos métodos de desinfección, las mujeres realmente asumieron la creación de nuevas formas de conocimiento sobre la vida doméstica, sistematizando y codificando la ciencia del hogar”, continúa Reser. La ingeniería doméstica es definitivamente compleja y toca temas de clase, trabajo, raza, movimientos sociales y políticos. Y, por supuesto, mete el dedo en la llaga del lugar de la mujer en la sociedad occidental moderna.
Estos manuales sobre la ciencia del hogar mostraban las posibilidades de la ciencia para mejorar la gestión del hogar y las estructuras fundamentales de la vida doméstica: indexación de recetas, métodos de limpieza, catalogación de las rutinas, contabilidad, previsión de compras, almacenaje, conservación de alimentos. Y más allá de ello, claro, psicología, pedagogía y fisiología para la crianza y la complacencia hacia el marido proveedor. Todo estas funciones eran sistematizadas con meticuloso detalle, con todas las dimensiones sociales, culturales y políticas que el cumplimiento o no de esta ingeniería podían tener. Cuestionar estos tratados podía sumirte en lo que Betty Friedan tan bien retrató en 1963 en La mística de la feminidad como “el problema que no tiene nombre” (¿recordáis a Betty Draper masturbándose con la nueva función de centrifugado de la lavadora?, ¿o a April Wheeler lidiando con su tercer embarazo no deseado en su flamante cocina de Revolutionary Road?). El hogar se convierte en un microcosmos del estado, y la salvaguarda de su normatividad corre a cuenta de las mujeres. Por no hablar de las connotaciones raciales y de clase que tienen todas estas prescripciones. Porque, “¿De quién estamos hablando cuando hablamos de la familia? De una familia blanca de clase media como una unidad del estado, la unidad fundamental del estado”, señala Rebecca Ortenberg, otra de las conductoras del podcast.
La cara rugosa de este reconocimiento a la labor de tantas mujeres y estudiosas de la ciencia doméstica es la asunción por parte de las mismas de que «sin una mente científica» es inviable gestionar un hogar sin supervisión. Vamos, básicamente, que el servicio no tiene formación suficiente para siquiera comprender o captar el alcance y el significado de la ingeniería doméstica. Por eso tampoco podemos caer en la mera visibilización festiva de un conocimiento silenciado como éste sin mirar los puntos ciegos o de manera acrítica. “¿No es genial que las mujeres pudieran hacer ciencia aplicada en sus casas? Bueno, ¿pero qué pasa con las mujeres que no eran dueñas de sus propias casas y vivían en las casas de otras personas y cocinaban su comida para ellas?”, apostilla Leila McNeil, tercera editora de Lady Science. Y si miramos hacia casa: ¿qué pasa con la Sección femenina, haciendo de toda esta sistematización de saberes y disciplinas domésticas un adoctrinamiento machista e ideológico?
Ahora que estamos todos atrapados en casa todo el tiempo, nuestras presunciones sobre la ingeniería doméstica vuelven a ponerse sobre la mesa. ¿Sobre quién sigue recayendo la mayor parte de la organización del hogar? ¿Cuántos saberes domésticos están desapareciendo? ¿Es Marie Kondo tras su apariencia de robot inspiracional risible una ingeniera doméstica? Quizá acabes hablando sola con tu Roomba, o planteándote que nuestro reto actual al respecto sería poder masculinizar el trabajo de cuidados y doméstico, o más bien universalizarlo sin estos sesgos de género, raza y clase, y la mirada científica hacia ello puede ser una vía. Y de paso, como dicen las creadoras de Lady Science, cansadas de denunciar que la ciencia está masculinizada: “Expandir nuestra definición de ciencia y nuestra definición, por lo tanto, de quién cuenta como científico. Ingeniería doméstica: disciplina científica y técnica por derecho propio”.