Sé perfectamente cuándo lo vas a dejar con tu pareja (me lo dicen tus redes)
Lo malo de enseñar todo es que cuando dejas de enseñar ciertas cosas también se ve: tus vacíos digitales están llenos de información.
Los humanos somos seres contradictorios: casi al mismo tiempo que nos rasgamos las vestiduras al leer la enésima noticia sobre cómo las grandes empresas tecnológicas podrían vender la información de los pasitos que damos –o los que no damos– a las aseguradoras, subimos una fotografía comiendo la hamburguesa más grasienta de España a nuestro muro. A la vez nos preocupamos por los datos que Facebook tiene sobre nosotros y nos volvemos más cautos con nuestra privacidad, entramos en perfiles ajenos de Instagram para stalkear y comprobar si nuestro nuevo crush es un crush...
Los humanos somos seres contradictorios: casi al mismo tiempo que nos rasgamos las vestiduras al leer la enésima noticia sobre cómo las grandes empresas tecnológicas podrían vender la información de los pasitos que damos –o los que no damos– a las aseguradoras, subimos una fotografía comiendo la hamburguesa más grasienta de España a nuestro muro. A la vez nos preocupamos por los datos que Facebook tiene sobre nosotros y nos volvemos más cautos con nuestra privacidad, entramos en perfiles ajenos de Instagram para stalkear y comprobar si nuestro nuevo crush es un crush verdadero o sube insípidas frases motivacionales cada lunes. Detestamos el control y la hipervigilancia que las empresas tienen sobre nosotros, pero hemos naturalizado y normalizado el control y la hipervigilancia a los otros a título personal.
Yo soy toda una experta en esto. Dime el nombre de pila de tu nuevo ligue y en menos de un minuto tendré su carita entre mis manos –es tu último follower, le has puesto corazones en sus tres últimas fotos, pónmelo un poquito más difícil, anda–. En menos de dos sabré quién es un ex –perfil, fotos etiquetadas, la chica con la que aparece en Conil en una foto del verano pasado, de nada–. En tres te diré por qué esa persona me gusta –no sigue cuentas nazis– o no me gusta para ti – sigue cuentas nazis– .
Años y años de mi vagar por Internet me han hecho descubrir este desaprovechadísimo talento especial. Observar a los demás siempre me ha resultado interesante, pero hacerlo desde el sofá de mi casa me parece todo un lujo. Y me he dado cuenta de que, por mucho que a todos nos guste sentirnos personitas únicas y especiales, en Internet como en la vida, solemos ser animales fieles a determinados patrones de conducta.
Esto no es ninguna sorpresa, también lo publicó Facebook a través de la página Facebook Data Science, donde reveló que el comportamiento que dos personas tienen desde que se empiezan a gustar hasta que empiezan, oficialmente, a estar juntos es idéntico en todas partes. «Las relaciones empiezan con un periodo de cortejo: en Facebook, se intercambian mensajes privados, se visitan los perfiles de la otra persona y se comparten post en su muro», explicaba en el post Carlos Diuk, científico de datos de la red social. Cuando empiezan a salir no es que se dejen de hablar de la noche a la mañana: es que sus interacciones se están dando ahora en el cara a cara.
Es muy evidente cuando a alguien le empieza a gustar alguien. En Facebook, en Twitter y en Instagram. Es bonito, también. Es evidente por el like, la interacción, el jijijajá, la tontería, el retuit, el reply, el corazoncito en última fotografía. Es evidente también cuando alguien empieza a salir con alguien: las fotos juntos o –para una stalker profesional como yo– las fotos desde los mismos sitios, los comentarios constantes, el apoyar las causas sociales de uno, el recomendar el último artículo/vídeo/podcast del otro, los apodos, o mi nueva tendencia favorita, los emojis-apodo (es cuando sabes que dos personas son pareja porque siempre se firman o se refieren al otro con un emoji, por ejemplo un koala, siendo esta la versión millennial del «cariño mío»), el empezar a seguir y comentar en todo el círculo social de la otra persona y un largo etcétera hasta que la relación más o menos se formaliza.
Mi parte favorita, sin duda alguna, es la de las rupturas. No me malinterpretéis, lo siento en el alma, os acompaño en el sentimiento y esas cosas. Pero este es el momento en el que de veras puedo enfundarme en una gabardina, coger una enorme lupa y ponerme sobre las pistas que dejáis. O mejor dicho: las que no dejáis. También es muy evidente. Tu pareja deja de aparecer en las fotografías, ya no hay comentarios ni emojis-apodo ni frases bonitas ni bromas internas expuestas ante cualquiera que tenga acceso a Internet. Lo que empiezan a aparecer, a veces, son frases de sobrecito de azúcar, puestas de sol, reflexiones, copas de vino, momentos de supuesta introspección, meditación e intimidad colgadas en abierto. O fiestas y otras mujeres guapas y otros hombres guapos. O la clásica fotografía en la que estás riéndote a carcajadas cuando en realidad estás roto por dentro. Y después de eso llega el pavoneo: la época en la que exhibes lo guapo o guapa que te has puesto y lo que otros se han perdido. Me encanta veros como pavos reales en pleno cortejo viéndoos bellos y cargados de seguridad. Es cuando me quedo tranquila, abro mi paraguas y me voy a stalkear a otra gente que me necesita más.
La actividad es mayor en las rupturas que en la época anterior y eso se convierte en la ausencia en algo más evidente: porque cuando lo enseñas todo a menudo no te das cuenta de que lo que no enseñas también se ve. Como stalker desacomplejada, te diré que los vacíos digitales también están llenos de información.