Nerea Barros, del cine a trabajar a una residencia en la pandemia: «Mientras me necesiten, seguiré»
Tras asistir como enfermera en un centro durante la crisis, la actriz gallega afronta un verano esperanzador y estrena ‘Voces’ y ‘La isla de las mentiras’ mientras prepara un documental y ultima su debut como directora.
Cruasán y café en mano, Nerea Barros (Santiago de Compostela, 1981) esperaba al equipo de esta sesión en un entorno idílico de la sierra de Madrid, de esos que casi hacen olvidar en qué fase estamos. Pero la mascarilla y la distancia social lo recuerdan, estábamos en la nueva normalidad, que para esta actriz y enfermera significa un continuo de actividad imparable. «Realmente yo no he tenido confinamiento», dice desperezándose con su desayuno. Está cansada, pero también feliz y llena de energía, recargada...
Cruasán y café en mano, Nerea Barros (Santiago de Compostela, 1981) esperaba al equipo de esta sesión en un entorno idílico de la sierra de Madrid, de esos que casi hacen olvidar en qué fase estamos. Pero la mascarilla y la distancia social lo recuerdan, estábamos en la nueva normalidad, que para esta actriz y enfermera significa un continuo de actividad imparable. «Realmente yo no he tenido confinamiento», dice desperezándose con su desayuno. Está cansada, pero también feliz y llena de energía, recargada tras su primera escapada estival: «En cuanto tuve los primeros días libres, tanto de mi parte actriz y creadora como del cuidado con los abuelos, nos escapamos al embalse de La Loteta, un paraíso inesperado en Zaragoza: agua azul turquesa, molinos de viento, rebaños de ovejas…», rememora. Pero la actriz está deseando regresar a Galicia, su terra galega, con su familia, con su mar. Allí aprendió a hacer surf, hará 15 años, en las playas de la costa da Morte, en concreto, en una que no quiere promocionar. «La llamamos Miami, entre Muxía y Fisterra, parece Hawái y yo me convierto en una pequeña salvaje cuando estoy allí», dice iluminada por el recuerdo de su agua azul y arena blanca.
Nerea aterrizó en Madrid una semana antes del comienzo del estado de alarma. Venía de Uzbekistán, donde había pasado varias semanas rodando su primera película como guionista y directora, Memoria. En el viaje ya les habían tomado la temperatura y encontraron a gente con mascarilla por el aeropuerto. «Por eso cuando llego a España y veo que todo está tan relajado, siento en mi instinto que algo está pasando y que no es bueno». Con el confinamiento ni ella ni su pareja, el documentalista y reportero de guerra Hernán Zin, se quedan en casa y se lanzan a filmar un documental sobre lo que pasa en Madrid, «en todos lados, con los voluntarios, en los hospitales, en las ambulancias. A partir de ahí, viendo lo que estaba ocurriendo con las personas mayores, que les estaba atacando sobre todo a ellos, me dio mucha ansiedad y decidí intentar ayudar», explica. Nerea preguntó a sus amigos sanitarios, se dio cuenta de que donde podía ayudar más era en las residencias y entró a trabajar en una a la que aún sigue acudiendo. «Mientras me necesiten, seguiré», añade.
Hacía casi 15 años que no ejercía de enfermera. «Soy enfermera porque mis padres me insistieron para que tuviera un respaldo al hacer arte dramático», responde al preguntarle por la nueva experiencia. Ella dice que es actriz desde que recuerda. Y tiene recuerdos muy tempranos de esa pulsión con la que despierta cada mañana y sin la que no podría vivir, explica poéticamente. Tenía unos cinco años, llevaba una bata marrón gastada y unos zapatos rojos ochenteros de su madre; delante de sus padres, que la miraban sorprendidos y divertidos, bailaba y representaba escenas inventadas. Después, se pasó años ocultando su pasión, por vergüenza o timidez, hasta que a los 15 protagonizó Nena y se confesó. Compaginó arte dramático y danza con enfermería y la especialidad en cuidados intensivos.
Y, más tarde, durante años trabajó entre los pasillos del Hospital Clínico de Santiago y las cámaras y los escenarios. Entre las dos profesiones, a simple vista opuestas, encontró muchos hilos comunes. «La enfermería permite entender qué es lo importante de la vida, ver al ser humano en el peor momento emocionalmente te coloca en un lugar muy honesto y equilibrado para después reenfocarlo en una carrera en la que a veces, si no tienes los pies en la tierra muy bien puestos, te puedes perder», dice. Además, el trabajo de enfermera le hizo descubrir su parte de cuidadora que viene «de la empatía, de entender el sentimiento y la emoción del otro». ¿Y no es eso la esencia de la interpretación? «Saber reconocer los sentimientos y cómo una persona se gestiona en determinadas situaciones hace que puedas convertirte en otro y hacer bien tu trabajo».
Y Nerea parece que lo ha ido haciendo bien. Paso a paso, sin prisa pero sin pausa. Estaba ya en la treintena cuando le llegó el papel de su vida, Rocío en La isla mínima, película de Alberto Rodríguez con la que ganó el Goya a mejor actriz revelación o como ella lo define: el empujón de sus compañeros para decirle que iba por el buen camino, que no se perdiera. Les hizo caso. No ha parado en televisión (El Príncipe, Apaches, Días de Navidad…), teatro y cine. Solo este verano tiene dos estrenos: Voces (el 24 de julio en cines), su debut en el terror; y La isla de las mentiras (el 24 de julio en Filmin), historia real de las heroínas de la isla de Sálvora. Dos papeles y experiencias opuestas que Nerea relata con parejo entusiasmo. De Voces dice que rodar terror «es como una montaña rusa», su personaje, un fantasma, le obligó casi a desdoblarse. Con su María en La isla de las mentiras se enciende: «Me poseyó». Es una de las tres mujeres que en 1921 se lanzaron al mar a buscar supervivientes de un naufragio. Rescataron a 48 personas. Una heroína que ni pensó en el miedo. Un poco como los sanitarios, reflexiona. «Han arriesgado su vida cada día por todos nosotros y es una realidad que la gente no obvió y lo mostró con cada aplauso, con el entendimiento de que una sanidad buena no es necesaria, es imprescindible», dice emocionada.
Volvemos una y otra vez sobre la crisis, por cómo de cerca la ha vivido y aún la vive. Sobre el miedo, sobre el dolor de los familiares que no han podido despedirse, lo más duro según ella, sobre la frustración de sus compañeros desbordados y el desconocimiento de un virus que no da tiempo a reaccionar. Sobre la gestión de las residencias, solo habla de la labor de sus compañeros y pide una reflexión sobre esos mayores «que nos han cuidado, nos han dado todo y se merecen toda nuestra protección y amor». Nerea sabe que no es casualidad que llegara de Uzbekistán de rodar su ópera prima, la historia de un abuelo y su nieta alrededor del desaparecido mar de Aral, y se metiera a cuidar ancianos en una residencia. «Supongo que por ellos tengo esta conciencia, mis abuelos para mí han sido fundamentales, son los que me han transmitido la memoria, los que me han hecho entender, como buenos gallegos, el amor a la tierra que nos ha hecho nacer y que nos da de comer», relata. Sobre el cambio climático y el sector de la cultura, su mundo, opina: «Es un momento dramático que debemos afrontar con generosidad y cabeza. Nos podemos reinventar, el distanciamiento social puede ser un motivo para intentar crear nuevos códigos de acercamiento hacia el público», afirma esperanzada. «¿A nivel de rodajes? Es más complicado para equipos como el de vestuario o maquillaje. Supongo que las serologías van a ser importantes. Se ha consumido mucha cultura en este confinamiento, la gente la ha puesto en valor».
La promoción de las dos películas, la posproducción de su ópera prima y el documental, financiar su siguiente proyecto como directora, La barrera de cristal; hacer castings, estrenar un montaje teatral online de Todo lo que está a mi lado y terminar un libro, La susurradora de gatos, «un manual sobre cómo educarlos y explicar cómo he llegado a ser esa susurradora», cuenta y se define como gata («Tengo gatos porque tengo mucho de felino»). La nueva normalidad de Nerea Barros es un no parar. Y, aunque aún no ha despertado de todo el dolor, solo ve luz. «Estoy feliz, la verdad; ha pasado lo peor, he visto mejorar a muchísimas personas mayores y es lo más bonito: ver que gente de 104 años ha pasado la covid. Si ellos pueden, nosotros también, así que para arriba». Porque, además, ya es verano. «Después de lo que hemos pasado, afrontar estos meses con respeto y poder disfrutar de la naturaleza, de su luminosidad… Creo que todo el mundo lo va a agarrar con muchas ganas, yo por lo menos lo estoy haciendo –sonríe–. Hay un sentimiento de segunda oportunidad para disfrutar de la vida desde la realidad que es la salud y el equilibrio». Agua, surf, sol y naturaleza (su autocaravana y sus gatos), su meditación, todo lo que necesita para recargarse en este tiempo intenso.
*Estilismo: Natalia Bengoechea. Maquillaje y peluquería: Gabriel Llano para Chanel y Moncho Moreno. Agradecimientos: Box Art Hotel–La Torre. Paseo de los
Rosales 48. Collado Mediano, Madrid. Tel: +34 918 55 85 58 (www.latorreboxarthotel.es).