La despedida de Saramago

Cuatro años después de la muerte del escritor, Pilar del Río, viuda del Nobel de Literatura, nos recibe en su casa de Lanzarote, donde el portugués escribió su última novela inacabada.

A Casa, la que fue refugio de José Saramago en Lanzarote durante 18 años, está abierta. Inexplicablemente, no hay indicaciones ni señales en la isla que ayuden a encontrar el lugar donde el Premio Nobel escribió ‘Ensayo sobre la ceguera’ y siete novelas más. Cuando el escritor metió la llave en la cerradura tenía 70 años. Era su primera casa. Había llegado a la isla cabreado por la censura que al gobierno portugués había ejercido sobre ‘El evangelio según Jesucristo’. Y se convirtió en feliz hijo adoptivo de un paisaje marciano que a él le pareció que se correspondía con el del primer día de...

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A Casa, la que fue refugio de José Saramago en Lanzarote durante 18 años, está abierta. Inexplicablemente, no hay indicaciones ni señales en la isla que ayuden a encontrar el lugar donde el Premio Nobel escribió ‘Ensayo sobre la ceguera’ y siete novelas más. Cuando el escritor metió la llave en la cerradura tenía 70 años. Era su primera casa. Había llegado a la isla cabreado por la censura que al gobierno portugués había ejercido sobre ‘El evangelio según Jesucristo’. Y se convirtió en feliz hijo adoptivo de un paisaje marciano que a él le pareció que se correspondía con el del primer día de la creación. “Decía que, desde esa urgencia, había que hacer cosas”. Y se quedó.

Pilar del Río, su viuda, recuerda aquellos días de abrazos, atardeceres frente al mar y caminatas entre volcanes “escuchando el silencio”. Han pasado cuatro años desde su muerte, y la publicación de un nuevo libro, inacabado, nos trae hasta su puerta. Porque nueve meses después de su fallecimiento, Pilar (que ahora vive entre la isla y Lisboa, donde dirige la Fundación) decidió que el mejor homenaje que podía rendirle era abrir su casa, y la biblioteca que Saramago tanto amó, a todo el que quisiera recordar sus libros. Así, por las mañanas, ambas pueden ser visitadas. Hasta las dos de la tarde, cuando recobran la serenidad que tanto le gustaba al portugués. “Decidí que prefería que la casa estuviera habitada. Por eso todos los días hay flores frescas, se oye música y huele a café, ya que se le ofrece a todo el que entra. Lo que no sé es hasta cuando podré mantenerlo (hay 7 personas, incluido su hijo Juan José que trabaja de guía, que le ayudan a sacar este proyecto adelante). “Compensa la emoción”.

Todos los relojes de la casa, como Saramago decidió, siguen detenidos a las cuatro, la hora a la que conoció a Pilar. «Aquí no hay un día sin flores frescas, como a él le gustaba».

Germán Sáiz

Ya no están sus perros –unas gatas vecinas intentan ganarse el cariño de la dueña, que anda inventando trampas para que dejen de colarse en el salón- pero sí la huella de todo lo que conmovía al escritor. Tras el portón, la alfombra de piedra volcánica de la que tan orgulloso se sentía, y un grabado de César Manrique, su primera adquisición en la isla. En su despacho tinteros y plumas, fotos de escritores admirados como Jorge Luis Borges, Kafka, Pessoa y Lorca. Colgados en el salón, cuadros de artistas como Santa-Bárbara, Armanda Passos o Luisa Queirós homenajean algunos de los títulos que escribió: el rostro de Blimunda, la poderosa protagonista de Memorial del convento y momentos detenidos de Levantado del suelo y La balsa de piedra. La cocina guarda los susurros de tantas largas charlas que mantuvo con amigos de los distintos continentes que acudieron a visitarlo: Bertolucci, Susan Sontag, Juan Goytisolo, José Luis Sampedro, Marisa Paredes… y al otro lado de la calle, la biblioteca a la que Saramago iba todas las mañanas y donde, tras poner algo de música (Beethoven, Bach, Mozart) “escribía lento y apenas corregía”, recuerda Pilar.

No fue allí donde tecleó las 22 páginas que componen los tres capítulos de ‘Alabardas’ (Alfaguara). “La mayoría las escribió en un portátil, en el sillón del salón”, cuenta la periodista y traductora de sus libros. El autor estaba enfermo, pero la pereza nunca le pudo. “El tiempo aprieta”, repetía. Y Pilar revisaba sus notas. ¿Por qué ha tardado tanto en publicarse? “Las emociones de la gente que ha participado han tenido mucho que ver. Pero, sobre todo, el hecho de sentir que, mientras el original estaba ahí, era como si todavía hubiera una posibilidad de vida. Una vez que la historia sea dominio de todos, se acabó. Porque era lo último. Es lo último”.

Germán Sáiz

Lúcido y comprometido, el arma del escritor era la palabra. Y la cargaba. De ahí el vértigo que provoca la sinceridad del planteamiento y los personajes de esta novela inacabada, su estilo rotundo: Saramago puro. La trama la inspiró un saboteador (que podía haber sido él) y un trozo de papel con un mensaje: “Esta bomba no reventará”. Lo encontraron dentro de un artefacto que no explotó en la guerra civil, y él lo convirtió en excusa para hacer una reflexión sobre la monstruosidad de la violencia y el sinsentido de la guerra.

Arturo Paz Semedo, el protagonista, es un pobre hombre, encargado de la facturación en una fábrica de armamento, al que su mujer, Berta Felicia, convencida militante pacifista, pone en el aprieto de tomar partido. Otra mujer fuerte en su agenda de personajes. “José decía que la única salvación posible venía de las mujeres. Que no nos empeñáramos en seguir los caminos trillados de los hombres, que hiciéramos una nueva lógica y no viviéramos anestesiadas…”. Alabardas habla de eso: “Es la literatura lo que, inevitablemente, te hace pensar. Tiene que ser como un mazazo en las conciencias”, dijo en más de una ocasión el hombre que estudió para ser cerrajero, compró su primer libro a los 18 y a los 25 escribió su primera novela. El mismo que después calló dos décadas “porque no tenía nada que decir”.

«Una tarde, con 70 años, José se fue a andar y volvió a las 11 de la noche. Coronó la Montaña Blanca. Llegó lleno de heridas de la bajada. Y feliz».

Germán Sáiz

La mujer a la que amó tanto (“Siempre hablo de Pilar, aunque no la mencione expresamente”) no se acostumbra a su ausencia. “Mi militancia es Saramago, pero porque no tengo nada más interesante. No estoy consagrada ni soy una implorante. Tengo mi vida llenísima, me gusta vivir”.

Sobre la mesa sigue una edición portuguesa de La montaña mágica, de Thomas Mann, que José no terminó de releer. No habrá más tardes de lectura en su silla del jardín con vistas al mar, donde aún se alzan el olmo y los tres olivos (uno andaluz y dos portugueses) que encargó sembrar empeñado en que crecieran en la tierra quemada. “La obra ahora está completa. Lamentablemente”, dice Pilar. Y con las primeras galeradas entre sus manos ilustradas por Gunter Grass, brinda con un vino de la tierra por esas páginas que “José escribió con tanto esfuerzo, sin saber si podría terminarlo. Él, que siempre escribió desde la vida”. El radical ‘Vete a la mierda’ que el autor plantea como final en sus notas del libro (incluidas en la edición) parece un mensaje, que firma Pilar. “José provocaba porque era libre. Y decía: Cuanto más viejo, más libre. Cuanto más libre, más radical. Ese 'vete a la mierda' está dirigido al sistema que provoca y mata. A los que abren cárceles y no escuelas. A los que anteponen la guerra y las armas a la cultura. Pues eso, que todos esos se vayan a la mierda”.

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