Una historia de pasiones imposibles entre mujeres en un internado improbable: el drama lésbico de Elena Fortún
El pensionado de Santa Casilda, por el momento la última obra inédita de la autora de la saga de Celia, cuestiona ritos de iniciación y mitos sobre sexualidad. Hoy podría etiquetarse con el neologismo ‘bollodrama’.
Esta es una historia de maletas escondidas, cartas con notas en los márgenes, seudónimos. Y armarios. Una historia que, más que contarse, se confía a su lectora. Y eso puede implicar que no vea la luz hasta mucho tiempo después de ser escrita. Es el caso de El pensionado de Santa Casilda, el último -por el momento- manuscrito inédito de Elena Fortún. La historia de un internado de alumnas situado en un Madrid del primer tercio del siglo XX, donde viven Ofelia, Trudy, Manon y muchas más. Todas aman sin ser correspondidas; de hecho, Ofelia ama a Manon, Trudy ama a Adela, Totó ama a Ofel...
Esta es una historia de maletas escondidas, cartas con notas en los márgenes, seudónimos. Y armarios. Una historia que, más que contarse, se confía a su lectora. Y eso puede implicar que no vea la luz hasta mucho tiempo después de ser escrita. Es el caso de El pensionado de Santa Casilda, el último -por el momento- manuscrito inédito de Elena Fortún. La historia de un internado de alumnas situado en un Madrid del primer tercio del siglo XX, donde viven Ofelia, Trudy, Manon y muchas más. Todas aman sin ser correspondidas; de hecho, Ofelia ama a Manon, Trudy ama a Adela, Totó ama a Ofelia… pero apenas pueden admitirlo en voz alta, porque de ellas se espera otra cosa: que sean esposas, madres y ángeles del hogar.
El pensionado de Santa Casilda es una novela coral que relata el tránsito, de la adolescencia a la vida adulta, de unos personajes que no encajan en los roles de género de su tiempo. Al igual que en Oculto sendero, Elena Fortún explora y cuestiona ritos de iniciación y mitos sobre sexualidad, pero también refleja las relaciones románticas entre mujeres. Existe un neologismo que lo define desde la autoironía: ‘bollodrama’. En palabras de Paula Alcaide, autora del libro Cómo sobrevivir a un bollodrama, “dícese de la situación en la que una mujer se ve envuelta al tener una relación, enamoramiento o affaire con otra mujer, con consecuencias dramáticas existenciales y emocionales de gran intensidad”. El término ha sido utilizado con humor por creadoras como Gabriela Wiener en su obra teatral Qué locura enamorarme yo de ti. Autoras como Carmen Maria Machado con En la casa de los sueños o Bernardine Evaristo en Niña, mujer, otras se han adentrado en el relato de la relación que deviene tóxica, algo que recoge también El pensionado de Santa Casilda. Elena Fortún escribió dos novelas en busca de una genealogía que aún desciframos.
Nacida Encarnación Aragoneses (1886-1952), Fortún se consagró como autora para niños con la saga de Celia en el Madrid bullicioso de la República. Fue cofundadora del Lyceum Club, ese espacio de encuentro para mujeres cultas e inquietas que pedían nada más y nada menos que un rincón propio. Encarnación, autodidacta tardía, que se había atrevido a publicar sus primeros cuentos con los cuarenta cumplidos, y que en poco tiempo llegaría a cobrar mil pesetas de entonces por un artículo, vivía su éxito con ambivalencia: por un lado, entregada a la actividad cultural y social, rodeada de amigas; por otro, sometida a un inseguro marido que observaba perplejo la creciente proyección de su esposa. Entre las compañeras que apoyaban a Encarna había dos personas clave: Victorina Durán, escenógrafa y pintora, también conocida como Víctor o Vic entre personas cercanas, que quiso y supo vivir su lesbianismo de forma reconocida -y que en El pensionado puede identificarse con el personaje de Trudy, escenógrafa también-, y Matilde Ras, traductora y grafóloga, popular por su sección en prensa donde analizaba la caligrafía de los lectores que le enviaban su firma. Matilde Ras siempre llamó a Encarna Elena, y Elena se refería a ella como Tilde. Sabemos que hubo amor y hubo amistad: han quedado cartas, alusiones en diarios y un manuscrito, El pensionado de Santa Casilda, que hoy se publica con el nombre de ambas en la portada.
¿Cuándo se escribió este libro? La relación entre Ras y Fortún se inicia en los años treinta, pero no consta ninguna colaboración literaria concreta, más allá de una entrevista de una a otra. Durante la guerra, viven juntas un tiempo en el chalé de Chamartín de Elena Fortún, y de esa época es una carta de Elena que desprende intimidad, delicadeza, pero también apunta una conflictividad entre ellas: “He querido ahorrar palabras que nos hubieran enternecido a las dos […] Creo que el único pecado que tengo sobre mi conciencia es haberte hecho llorar”. Esta convivencia quedará truncada por el fin de la guerra y el exilio: Matilde Ras marcha a Lisboa, Elena Fortún a Buenos Aires. En la capital argentina Elena se reencuentra con la amiga antes mencionada, Victorina Durán, que trabaja como diseñadora escénica para Margarita Xirgú, y allí, junto con otras mujeres, reconstruyen un círculo protector: “Hasta en los peores tiempos de Buenos Aires he ido una o dos veces al cine por semana, he visitado casi todas las exposiciones que se hacían y he tomado el té dos o tres veces por semana con las amigas. Ya he llegado a la vejez que se pasa uno la vida preparando y vivo mi momento sin porvenir ya”.
Es quizá en estos años cuando Elena Fortún escribe los tres manuscritos que no verán la luz hasta mucho después. Celia en la revolución cuenta el estallido de la guerra y el periplo de la heroína fortuniana, ya adolescente, por la península. Texto escrito a lápiz, a lo largo de las páginas la protagonista acabará fundiéndose con la identidad de la escritora, hasta el punto de que el libro incluye una conversación con el editor Manuel Aguilar en el que este le ofrece quedarse y ampararla ante las autoridades franquistas. Elena Fortún comprendió pronto que el libro sería imposible de publicar y lo guardó sin pasarlo a limpio. Siguiendo las indicaciones que le daba por carta Aguilar, se centró en adaptar sus libros a los nuevos y represivos tiempos de España, hasta el punto de escribir, sin ganas ni convicción, Celia se casa. Sin embargo, otras escrituras recorrían su mesa, y se convertirían en dos misteriosos manuscritos, mecanografiados y encabezados por el mismo seudónimo: Rosa María Castaños. Oculto sendero es la mirada autobiográfica, aunque novelada, de una mujer que desde niña se sintió atraída por otras mujeres, y que a lo largo de su vida se preguntó por esa incapacidad para ser “normal”. Comparado con este libro, El pensionado de Santa Casilda respira un cierto utopismo. Aunque no faltan el castigo y la represión -incluso una escena de triste actualidad donde un personaje sufre una violación y luego es cuestionada y acusada de “habérselo buscado”-, el libro consigue dibujar un mundo que se sueña moderno, donde no llega a aparecer la guerra ni el fin de esos aires de los años veinte y treinta, y donde las alumnas crecen en un internado muy distinto a aquel de Celia en el colegio, severo y pacato. En Santa Casilda las chicas hacen teatro y escriben una novela entre varias. Y llegan a ambicionar para sí mismas un futuro digno y pleno, algo que la Celia del Madrid de los años cuarenta ya no consiguió.
Las investigadoras fortunianas Maria Jesús Fraga y Nuria Capdevila-Argüelles, junto a la editora Christina Linares, han realizado una profunda labor para dilucidar la autoría de El pensionado. Cuando Elena Fortún se instaló de nuevo en España después del exilio pidió a sus amigas bonaerenses, en una nota al margen de una carta, que destruyeran algunos manuscritos de contenido delicado. Afortunadamente estas desobedecieron, y años después los entregaron a la primera investigadora especializada en su obra, la profesora gaditana Marisol Dorao (1930-2017), responsable inicial de toda la recuperación de los textos escondidos o armarizados de la escritora. Sin embargo, aunque Dorao lideró la edición de Celia en la revolución, que se agotó rápidamente en los ochenta, no quiso afrontar la publicación de Oculto sendero y El pensionado de Santa Casilda. Elusiva hacia la sexualidad y conflictos biográficos de Fortún -al igual que otra pionera de la reivindicación fortuniana, Carmen Martín Gaite-, confió en sus sucesoras, Fraga y Capdevila-Argüelles, el trabajo sobre estas obras complejas en todos los aspectos. En el caso de El pensionado, aparte de por su temática sexual y de género, por las dudas respecto a la autoría: los testimonios bonaerenses hablaban de un pacto entre Ras y Fortún para escribir sendas novelas como dos obras hermanadas. Y mientras Oculto sendero es inequívocamente fortuniana, en El pensionado sí puede apreciarse alguna diferencia respecto al estilo habitual. Sin embargo, continúan las marcas de la casa fortunianas como los puntos suspensivos en el habla de los personajes, o motivos frecuentes en sus obras sobre adolescencia, como la fascinación por una amiga, los celos o la violación. Hay indicios suficientes, consideran las editoras, para afirmar que se trata de una autoría compartida.
Lo que fascina del legado de Fortún es la evidencia constante de una red de complicidades, intercambios, tiempos de espera y piezas que encajan finalmente. O no: en noviembre de 2021 la Biblioteca Regional Joaquín Leguina de la Comunidad de Madrid recibió un inesperado paquete de correos sin remitente: el manuscrito original a lápiz de Celia en la revolución. Quién lo envió, y por qué ahora, es un enigma que permanece sin respuesta. Parece que con El pensionado de Santa Casilda termina la sucesión de efectos sorpresa, aunque nunca se sabe: Elena Fortún habló en una carta de sus planes para escribir un libro, Celia en el exilio, que no se ha encontrado. Quizá dentro de unos años abramos la puerta de un armario, o el fondo de un baúl, o una maleta vieja, y escuchemos de nuevo los secretos de una mujer moderna, que quiso encontrar palabras todavía inexistentes.