El hotel que enamoró a George Clooney

Hay otra Italia más al sur de Florencia, que permanece invisible para el turista convencional. Por lugares como este el actor tiene una casa en el país.

Aislarse en la colina de un pueblo de la Italia medieval, en un hotel de lujo donde poder relajarse dentro de una bañera ideada por Phillipe Stark puede parecer un capricho esnob. Pero lo del “Albergo Diffuso“ Sextantio, en Santo Stefano di Sessanio, no es una frivolidad. La pureza de líneas del diseñador francés no corrompen el minimalismo rústico del lugar. Son en realidad una de las escasas concesiones a la modernidad de este alojamiento cien por cien sostenible y defensor de un patrimonio cultural que permanece invisible para el tur...

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Aislarse en la colina de un pueblo de la Italia medieval, en un hotel de lujo donde poder relajarse dentro de una bañera ideada por Phillipe Stark puede parecer un capricho esnob. Pero lo del “Albergo Diffuso“ Sextantio, en Santo Stefano di Sessanio, no es una frivolidad. La pureza de líneas del diseñador francés no corrompen el minimalismo rústico del lugar. Son en realidad una de las escasas concesiones a la modernidad de este alojamiento cien por cien sostenible y defensor de un patrimonio cultural que permanece invisible para el turista convencional.

Por lugares como éste George Clooney tiene una casa en el país, dijo el actor tras visitar este hotel.Y es que para su dueño, el emprendedor Daniele Kihlgren, hay otra Italia más allá (o mejor dicho más al sur) de Florencia, de la Toscana “y del concepto estándar de belleza que el norte del país ha vendido al resto del mundo“. Un viaje en carretera subido a su moto le llevó a las montañas de los Abruzos. Cuando llegó a Santo Stefano sintió un flechazo. Está a dos horas de Roma, distancia suficiente como para alejarse de ese concepto de lo estético tan ligado a la grandilocuencia artística de la capital. Y es que la rotundidad de su paisaje incorrupto es uno de los recursos más poderosos de esta minúscula villa reconvertida en “albergue deluxe“.

A él se han incorporado las comodidades propias de cualquier hotel-boutique de un modo no invasivo. Las habitaciones son en realidad las casas del pueblo, hechas de piedra, con vigas de madera, jabón artesanal en el baño y ropa de cama fabricada a mano con los recursos textiles de la zona. Muy pocos detalles delatan la presencia del sistema de calefacción subterránea entre el mobiliario real, fabricado en tiempos en los que no se concebía la obsolescencia programada. Porque el lujo que se ofrece aquí es vital más que material.

Kihlgren, un hipersociable trotamundos que se considera filósofo antes que empresario, intenta mantener con este proyecto una parte de la herencia cultural del país, la parte rural, de la que se olvidan los administraciones públicas. “Paradójicamente el desinterés y el abandono al que se han visto sometidos estos pueblos son los que les han salvado del abuso arquitectónico y de convertirse en otro complejo hotelero repleto de cemento“, celebra este particular mecenas.

Y como es de esperar, sentarse en torno a la mesa también es toda una experiencia. Manuela es una especie de “mamma“ adoptiva para Daniele desde hace 13 años. Ella es quien se encarga de que la taberna mantenga la tradición gastronómica local. Excelentes platos de cuchara, pan, quesos y embutido de primera calidad conforman el menú.

Cada mueble, cada contraventana tiene detrás una historia que contar.

Albergo Diffuso. Sextantio

El respeto por lo tradicional que se vive aquí no es algo impostado. “No buscamos reproducir un falso folclore para el turismo“, defiende el italiano, al que es fácil reconocer entre la gente del pueblo por los rasgos escandinavos que debe a su madre. Un paseo por el lugar y por varias de las estancias de Sextantio junto a Kihlgren revelan la seriedad con la que se ha volcado en el proyecto. Por cada mueble, por cada contraventana, el empresario tiene una historia que contar. Explica con pasión cómo cada pieza llegó allí y no a la estancia de al lado. Para reconstruir -que no reproducir- el lugar, buscó asistencia en historiadores y arqueólogos. Fue un proceso en el que invirtió más de un lustro y varios millones de euros.

Reconoce que el negocio en Santo Stefano di Sessanio aún no es rentable, pero así burla su destino, invirtiendo su fortuna procedente del ladrillo en una idea que es la antítesis inmobiliaria con la que se enriquecieron sus padres. Su intención de salvar el sur de Italia cuidando de sus pueblos sigue adelante. Ya ha transformado las cuevas de Matera en alojamientos de lujo donde, por cierto, sí ha encontrado beneficios económicos.
 

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