Echar de menos antes de tiempo: la intrahistoria de ‘Bajar es lo peor’
La escritora argentina Mariana Enriquez reflexiona sobre lo bueno de dejar ir.
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No tengo una mala opinión de la nostalgia. Es posible que esté influenciada por el paso del tiempo: antes mi máxima era “mañana es mejor”, frase de una canción del músico Luis Alberto Spinetta, pero últimamente no me esfuerzo por intentar que me guste lo novedoso. Hacerlo es falso, es una negación de la mayoría de edad y de que ya hay cosas que no entiendo. También me irritan quienes defienden que todo pasado fue mejor: no es cierto. Creo que, en mi caso, la nostalgia se mezcla con cierta melancolía, con la desconfianza en el futuro, con una decepción que no me impide disfrutar del presente, pero me ayuda a disfrutar del pasado y a esperar el futuro con tranquilidad, sin demasiado entusiasmo.
Por estos días se publica en España ‘Bajar es lo peor’, la novela que publiqué en Argentina en 1995; yo tenía 21 años y la había empezado durante mi último año de colegio, a los 17, y la continué sin intención de publicarla porque mi círculo de amistades y conocidos no tenía nada que ver ni con el mundo editorial ni con la literatura.
La novela, que es una historia de amor entre dos chicos, con mucho de romanticismo (el gato del protagonista se llama ‘Byron’) y que presenta un trío infernal como el de ‘Hellraiser’ de Clive Barker, no es una novela de terror. Tiene algunos elementos perturbadores pero es una novela de noche, de drogas, de decepción. Y es bastante triste. La novela ya era nostálgica entonces, como si hubiese escrito una despedida a la juventud. Pero hoy, en 2022 (tras una reedición en Argentina en 2013) tomé una decisión de la que no me arrepiento: no volví a leerla. Es posible que lea fragmentos si me lo piden en presentaciones, por ejemplo, pero no lo haré en su totalidad. Decidí no tocar una sola palabra del texto original, ni siquiera buscar erratas. Creo que la novela le pertenece a su época y a mí misma en aquel momento, y yo era una persona muy distinta a la que soy ahora. Sé que hay una frescura y una espontaneidad irrepetibles en esa novela, incluso en sus omisiones y defectos, y que una mano “adulta” (no sé si madura: soy una persona bastante inmadura, por suerte) solo podrá arruinar. Hay escenas de sexo que provienen de mi fantasía: la verdad es que mi experiencia del sexo entre chicos no era exhaustiva, digamos. ¿Podría “mejorarlas” ahora? Quizá, pero esa mejora sería un espejismo, porque la adolescente que escribió esos momentos sensuales estaba fascinada con sus personajes y con el descubrimiento de la sexualidad fuera de la heteronorma, y esa fascinación de ojos grandes está clara en ciertos pasajes torpes. No debo tocarlos. Uno de los problemas de respetar a la persona que fui es el olvido. A veces, lectores de ‘Bajar es lo peor’ me preguntan por tal o cual reacción de un personaje, por una escena, por una decisión y yo balbuceo lo que creo recordar, pero en realidad me acuerdo de muy poco. Algunas cosas, sin embargo, son inolvidables. Me rompí las uñas escribiendo ese libro, porque lo hice en máquina de escribir. Molesté a los vecinos con discos de The Cult y Charlie Sexton. Recuerdo haber visto en VHS ‘Mi mundo privado’ de Gus Van Sant y enloquecer con esa estética, con ese chico rubio y ese chico moreno, los dos bellísimos, y decirme “quiero poner esto en palabras”. La novela no me provoca nostalgia: me provoca ternura. Me recuerda esas noches de cerveza y cigarrillos, y las páginas que se acumulaban a un costado e iban formando a mis primeros personajes, que durante mucho tiempo fueron mis favoritos. Ya no. Y estuvo muy bien dejarlos ir.
Mariana Enriquez es novelista, periodista y docente. Fue Premio Herralde en 2019 por Lo que queda de noche y su novela
Las cosas que perdimos en el fuego es su mayor éxito de ventas.