Christina Quarles, artista: “Creo que la IA va a cambiar el mundo del arte, pero no tengo miedo. La fotografía no acabó con la pintura”
La pintora angelina Christina Quarles reflexiona en sus obras sobre identidad y raza. Su figuración llena de capas y lecturas protagoniza la nueva exposición de Hauser & Wirth Menorca.
De niña, Christina Quarles (Chicago, 38 años) no paraba de dibujar. “Mi madre era una madre soltera que trabajaba mucho, era guionista de cine y televisión, y yo tenía que pasar mucho tiempo ocupada, así que gravité hacia todas las clases de arte posibles, públicas, baratas, accesibles… Para mí era la mejor forma de pasar mi tiempo libre”, explica la artista. Nació en Chicago, pero a los cinco años se mudó a Los Ángeles; se crio en pleno corazón urbano, cerca de Koreatown. “No da sensación de gran metrópolis, más bien es una suma de pequeños barrios. Me influyó crecer rodeada de tantas cultura...
De niña, Christina Quarles (Chicago, 38 años) no paraba de dibujar. “Mi madre era una madre soltera que trabajaba mucho, era guionista de cine y televisión, y yo tenía que pasar mucho tiempo ocupada, así que gravité hacia todas las clases de arte posibles, públicas, baratas, accesibles… Para mí era la mejor forma de pasar mi tiempo libre”, explica la artista. Nació en Chicago, pero a los cinco años se mudó a Los Ángeles; se crio en pleno corazón urbano, cerca de Koreatown. “No da sensación de gran metrópolis, más bien es una suma de pequeños barrios. Me influyó crecer rodeada de tantas culturas diferentes y gente distinta. Y de esa sensación de artificio: hay fuentes con agua y vegetación, pero es un desierto, no había ido a Nueva York pero conocía sus calles por los estudios de la Paramount. Siempre he hallado belleza en la rareza de mi ciudad y creo que eso se transmite a mi trabajo”, reflexiona, el pelo rizo recogido en un moño alborotado, siempre sonriente. Ahora vive en Altadena, cerca de las montañas. “Mi mujer y yo compramos una casa aquí arriba justo antes de la pandemia, en 2019”, explica por videollamada. Está sentada en su estudio, rodeada de pinceles, cuadros, pinturas. Ultima los detalles para su nueva exposición en Hauser & Wirth Menorca (que podrá visitarse hasta el 29 de octubre) y prepara una ruta estival por Europa que la llevará a Roma y a Berlín, donde tiene otra muestra en Hamburger Bahnhof hasta septiembre.
Porque la proyección internacional de Quarles no ha dejado de crecer en los últimos años. Queda muy lejos esa niña que descubrió en el Lacma (Los Angeles County Museum of Art) que tras los peluches de las obras de Mike Kelly se escondía algo más —“Ahí entendí que el arte puede tener una apariencia pero hablar de algo completamente distinto”, dice— y que a los 10 años quedó impactada al ver la obra de Yayoi Kusama en vivo. En 2022 Quarles participó en la Bienal de Venecia; también el año pasado vendió en una subasta de Sotheby’s su cuadro Night Fell Upon Us (Up On Us) por una cifra récord para su obra, 4,5 millones de dólares, y ya prepara una nueva exposición en Londres que coincidirá con la feria de arte Frieze en octubre. “Pese a todo lo que pasa fuera de mi rutina, nada ha cambiado en mi estudio”, asegura, “el proceso de crear permanece igual independientemente del nivel de atención o de éxito que tengas, sigue habiendo días malos en los que dudas de ti misma, días en los que arruinas un cuadro y otros en los que resuelves el problema, todo está bien”.
Quarles llega al estudio muy pronto por las mañanas, “cuando no hay interrupciones ni demasiados asuntos del día a día sobre los que preocuparse que matan la habilidad de tomar decisiones sobre la pintura”. Porque la reflexión es fundamental en su obra. De hecho, sus cuadros van siempre acompañados de títulos en jerga, guiños a lo que representan sus figuras distorsionadas, mostradas en fragmentos. Wallpaper asegura que ella “está inventando un nuevo lenguaje figurativo”. Para dar con él tuvo que alejarse antes del arte, refugiarse en las ideas y las palabras: sus primeros estudios universitarios fueron de filosofía en el progresista Hampshire College y luego se especializó en arte y diseño gráfico en Yale. Lo argumenta así: “Cuando miraba los programas de las facultades de arte sentía que se dedicaba mucho tiempo a conocer los materiales y hacer bodegones y yo ya había estado haciendo todas esas cosas durante cuatro años en el instituto. Me daba la sensación de que era dar un paso atrás. Sentía que lo que necesitaba de verdad era una educación más a fondo sobre cómo desarrollar un pensamiento crítico, interpretar textos y explorar ideas con mayor profundidad analítica. Y por eso decidí estudiar filosofía como un medio para retomar la idea de hacer arte”.
El título de su tesis fue Kiss my Gender (Besa mi género). En ella hablaba de raza y género, ¿cómo descubrió que la pintura era un medio mejor para abordar esos asuntos que la escritura?
En mi tesis quise centrarme en pensar sobre mi identidad racial. Me di cuenta de que siempre se habla de forma muy simplista sobre alguien que tiene más de una raza. Simplemente dices que eres de raza mixta, pero incluso con otra persona con un trasfondo como el mío, en el que mi padre es negro y mi madre es blanca, pero que parece más negra mientras yo parezco más blanca, las experiencias de la identidad racial son completamente distintas. Y yo quería hallar de verdad algunas de las fallas que hay en el lenguaje cuando se discute desde una identidad multirracial. Lo exploré a través de una tesis escrita y fue entonces cuando vi que para mí el uso del lenguaje resultaba limitante y el arte era otra forma de abordarlo.
Y lo plantea a través del cuerpo, utilizando una figuración no realista, llena de fragmentos de cuerpos…
Siempre me ha atraído lo figurativo. Hay un impulso humano de encontrar una cara en todo, no sé, vemos un armario y decimos que tiene dos ojos y una nariz… Está por un lado esa conexión con las formas, pero además es una herramienta que me ayuda a jugar con las expectativas de lo que es y no es legible a simple vista. Cuando observas el cuadro, descubres más y más capas de información y empiezas a cuestionarte tu primera impresión. Eso refleja mi experiencia personal. Mi sentido de mí misma no se revela solo con mirarme. Hay aspectos de mi identidad que son muy claros al verme: me identifico como mujer y suelen leerme como mujer, pero otras cosas no son tan obvias, la mitad de las veces la gente me ve como queer, pero la otra mitad no. Con temas como mi raza siento que tengo que reafirmarme constantemente, incluso ante quienes me conocen muy bien. Siento que a veces se olvida que no soy blanca porque esa es la forma en la que me ve la mayoría, especialmente la gente blanca. Y cuanto más hablo con otros más cuenta me doy de que todo el mundo siente que ciertos aspectos de sí mismos son simplificados, no se trata de algo específico de ser multirracial o queer. Todos queremos ser comprendidos.
¿Todas estas cuestiones sobre raza e identidad están más presentes ahora en el mundo del arte?
Sí, creo que se están empezando a corregir algunas omisiones históricas en los programas y en los procesos de contratación del mundo del arte. Eso aporta una mayor diversidad e inclusión y matices al discutir asuntos como la raza, el género o la sexualidad, que quizá han sido mostrados en términos más simplistas en el pasado, cuando todo se veía como blanco y negro, homosexual y heterosexual, hombre y mujer.
Kerry James Marshall recurrió al estudio de los viejos maestros para reclamar un nuevo canon.
Lo fascinante del arte es ese continuo de gente que ha aprendido de los que vinieron antes. Es muy emocionante pensar qué va a pasar en 100 años, a qué artistas se mirará entonces para crear nuevo arte. Todos los artistas actuales hemos estado fijándonos en un trabajo hecho mayoritariamente desde un canon masculino, blanco y occidental, y pienso que lo interesante del arte es que contemplas la historia, haya sido como haya sido, y luego la filtras a través de tu propia experiencia e intereses.
Habla del futuro y ahora la conversación se centra en la inteligencia artificial. ¿Cree que va a cambiar el mundo del arte? ¿Le preocupa eso?
Creo que, sin duda, lo va a cambiar, pero no tengo miedo porque los artistas pueden usar las nuevas herramientas de forma interesante e innovadora. Como cualquier otro salto tecnológico, hará que otras cosas sean menos relevantes. Pasó cuando se inventó la fotografía: al final no acabó con la pintura, pero sí que modificó lo que un cuadro tenía permitido hacer, porque ya no tenía que cumplir la función de representación total de un momento o de la historia, había surgido esta una nueva herramienta para eso. Hay muchas implicaciones y creo que no va a ser todo ni genial ni horrible, sino una mezcla de cosas. Debemos pensar en ello de una manera honesta en lugar de fingir que no existe.