Adictas al Satisfyer: por qué las ‘millennials’ liquidan sus orgasmos en dos minutos
A diferencia de otros modelos de vibradores, el succionador de clítoris es una revolución entre las jóvenes. Su éxito se adapta a la era del placer femenino alejado de la mirada del hombre y siguiendo la lógica de una sociedad acelerada.
«¿Tú también? Solo esta tarde me han preguntado doce chicas más por él. Está agotado«. La dependienta de Lovesexing, una tienda erótica en el barrio de Gràcia de Barcelona, se mostraba abrumada por el éxito del Satisfyer el pasado viernes poco antes de cerrar. «No sé la que se ha liado en Instagram con él, pero no damos abasto. Se agota cada vez que reponemos stock. Si te interesa, nos llegan más el lunes, pero ven pronto», aconseja. Dos calles más abajo, en Sexyland, el mítico sexshop a la vieja usanza (masculina) de la calle Còrcega, quedan dos últimos model...
«¿Tú también? Solo esta tarde me han preguntado doce chicas más por él. Está agotado«. La dependienta de Lovesexing, una tienda erótica en el barrio de Gràcia de Barcelona, se mostraba abrumada por el éxito del Satisfyer el pasado viernes poco antes de cerrar. «No sé la que se ha liado en Instagram con él, pero no damos abasto. Se agota cada vez que reponemos stock. Si te interesa, nos llegan más el lunes, pero ven pronto», aconseja. Dos calles más abajo, en Sexyland, el mítico sexshop a la vieja usanza (masculina) de la calle Còrcega, quedan dos últimos modelos de la nueva joya de la corona del autoplacer femenino. «Se vende muchísimo, pero no son los chicos los que se animan a regalárselo a sus novias; ellos prefieren algo en lo que también puedan participar», aclaran desde el mostrador y aseguran que hacerse con el modelo de Satisfyer que tiene cuerpo de pingüino es una hazaña prácticamente imposible: «Ese sí que ha volado, no lo encuentras ni por Amazon».
La fiebre por el Satifyer es un auténtico huracán y fenómeno social. En PlatanoMelón, la tienda erótica digital más popular de España, han tenido que enviar un mail de disculpa esta misma semana a las compradoras que lo encargaron –a través de una oferta con descuento que promocionaba Moderna de Pueblo desde Instagram– e informar de un retraso en el envío de su succionador de clítoris estrella. «Estamos viviendo una auténtica avalancha de pedidos y no damos abasto para empaquetar tanta alegría en tan poco tiempo. ¡Incluso Correos nos dice que no caben más paquetes en sus camiones! Vaya, que estamos ante una auténtica revolución«, explicaban entre un buen surtido gifs y emojis en sus párrafos, narrativa simbólica que manejan con soltura sus potenciales clientas.
Del boca a boca a la invasión virtual por stories de Instagram y de ahí a su confirmación como fenómeno nacional. El secreto a voces que llevaba meses prodigándose por corrillos, redes sociales y chats grupales femeninos de WhatsApp es una realidad. El vibrador que ha desterrado al orgasmo con penetración de la vida de las mujeres y que promete alcanzar el clímax en apenas dos minutos (si llegan, las hay que lo consiguen en menos de uno) está, básicamente, por todas partes. «¿Tienen los novios celos del satisfyer?» fue una de las preguntas del último Ciberlocutorio de Anna Pacheco y Andrea Gumes, el podcast que hay que escuchar para entender qué pasa por la cabeza (y los cuerpos) de las millennials españolas. Daniela Blume también es fanática: «En un minuto vi el cielo, y lo cronometré porque le había puesto un WhatsApp a mi amiga avisándole de que lo iba a probar», explicó desde sus redes. «¡Es el gran invento del siglo! Se han acabado las existencias en Europa!», indicaba Anastasia Bengoechea (Monstruo Espagueti) el miércoles en su sección en Tardeo, el programa vespertino de Radio Primavera Sound. Bengoechea es una entusiasta del Satisfyer desde sus redes desde hace meses, lo que ha provocado un feedback de comunicación con otras usuarias de lo más simbólico. Asegura que desconocidas le dejan pagados cafés en bares y que percibe cómo las mujeres le sonríen cómplices y satisfechas por la calle. En el programa leyó algunos de los mensajes de agradecimiento de neófitas que le han llegado por Instagram: «Tuve que cambiar de colchón», «lancé un chorro que llegó hasta la ventana» o «después de 20 años juntos, me ha hecho darme cuenta de que mi marido es un inútil». Los milagros del succionador de clítoris se vocean hasta en los medios generalistas: «Una revolución sexual para muchas mujeres», contaban el viernes desde Buena Vida.
Cuando el feminismo y el capitalismo convergen en el orgasmo femenino
La familia de vibradores de la marca Satisfyer consta de varios modelos y tipos (los hay para hombre y mujer), pero ha sido el Satisfyer Pro 2 Vibration el que se ha convertido en la nueva estrella de la temporada. Se maneja con la mano y a través de una suave boquilla ergonómica ofrece una succión –entendida como una pulsación– que también acaricia la cabeza visible del clítoris. El vibrador del momento combina succión con vibración y permite regular hasta 11 velocidades. A mayor velocidad, mayor rapidez para alcanzar el orgasmo. Su precio no es elevado –ronda de forma oficial los 60 euros–, pero su mercado potencial entre las millennials españolas se oferta de forma más asequible en Instagram, donde se puede adquirir a través de las promociones puntuales del producto con códigos de descuento por un precio entre los 30 y 40 euros.
Que un succionador de clítoris, con un nombre que podría hacer recular y santiguarse a las más liberadas, haya invadido los cajones de las mesitas de noche de las españolas responde a varios indicadores socioculturales. El éxito del Satisfyer es, por un lado,otra consecuencia más en ese auge de la política feminista entre las mujeres, que reclaman como suyo el placer sexual y el conocimiento de sus propios cuerpos. El sexo se aleja de la mirada masculina (y de la penetración) que había condicionado, hasta ahora, su propia experiencia. Por otra parte, esa forma de alcanzar el orgasmo, prácticamente instantánea, encaja en la lógica de mercado de una sociedad acelerada que ha monetizado el tiempo como ninguna otra generación en la historia. Necesitamos corrernos muy rápido porque nuestra rutina –que también es «locura» y «olla a presión» como bien dice Eider Rodríguez– no nos permite recrearnos ni regodearnos en nada. Hasta en el clímax sexual, capitalismo y feminismo se dan la mano en la era de la mujer optimizada.
Cíclicamente, cada oleada de pensamiento feminista ha traído consigo, entre otras muchas otras consignas, una resignificación del cuerpo femenino y sus placeres; una voluntad de reclamar la identidad femenina sin la mediación del hombre. En 1974, Nora Ephron escribió en Política vaginal sobre los grupos de mujeres que se reunían para descubrir en grupo el interior de sus vaginas. En la misma época, en España, Karmele Marchante y sus compañeras feministas de LAMAR (Liga Antipatriarcal de Mujeres Antiautoritarias y Revolucionaras) organizaban jornadas de autogestión «para conocer nuestro propio cuerpo con espéculos». La cuarta ola feminista del s. XXI va más allá y pone en jaque al estresante coitocentrismo,ensalzando al clítoris para demostrar que el sexo centrado en el binomio pene-vagina es heredero de una cultura patriarcal, reproductiva y reduccionista. El Satysfier se celebra, aquí también, como una especie logro feminista y político de las millennials.
Tanta liberación, ¿para correrse en un minuto? Sí, y es aquí donde el succionador de clítoris encaja a la perfección en la realidad socioeconómica de la generación quemada. Entre toda esa sensación de estar trabajando constantemente, de vivir atrapadas en las notificaciones y de mostrarnos siempre disponibles en nuestros trabajos, correos electrónicos y teléfono móvil; entre ese barullo de autoexplotación forzada en la era de la productividad sin frenos, el Satysfier es una herramienta más que nos permite optimizarnos para pasar, acto seguido y satisfechas, a la siguiente tarea. El capricho al que recurrimos para mejorarnos y liberarnos de todo es otro cebo de adaptación y supervivencia en esta sociedad acelerada. Un minuto de placer y listas para la batalla. Una bendita trampa.