Mujeres fuertes y con estilo
Lejos de considerar la moda como una forma de encorsetarse, estas 12 profesionales de consolidada trayectoria la utilizan como una aliada mediante la que expresarse y reafirmarse
Sé que soy dueña de un débil y frágil cuerpo de mujer, pero tengo el corazón y el estómago de un rey, más aún, de un rey de Inglaterra, y considero con esquiva repugnancia el que Parma o España, o cualquier soberano de Europa, se atreva a invadir las fronteras de mi reino; lo cual, si sucediera, antes que una mancha caiga sobre mi honor por mi culpa, yo misma empuñaré las armas, yo misma seré vuestro caudillo y juez, y recompensaré vuestras virtudes en el campo de batalla».
Isabel I de Inglaterra se dirigía de este impetuoso modo a los miles de soldados apostados en Tilbury el 19 de...
Sé que soy dueña de un débil y frágil cuerpo de mujer, pero tengo el corazón y el estómago de un rey, más aún, de un rey de Inglaterra, y considero con esquiva repugnancia el que Parma o España, o cualquier soberano de Europa, se atreva a invadir las fronteras de mi reino; lo cual, si sucediera, antes que una mancha caiga sobre mi honor por mi culpa, yo misma empuñaré las armas, yo misma seré vuestro caudillo y juez, y recompensaré vuestras virtudes en el campo de batalla».
Isabel I de Inglaterra se dirigía de este impetuoso modo a los miles de soldados apostados en Tilbury el 19 de agosto de 1588 cuando se preparaban para enfrentarse a la Armada española que acechaba las costas de su isla. En el que se considera uno de los más brillantes discursos patrióticos de la historia, la reina dio buena muestra de su dominio de la retórica, de su experiencia en la representación del poder y de su capacidad de identificación con la nación y con aquellos que gobernaba. Sin embargo, es la desestima que Isabel hace de su propio género, junto con la exaltación de cualidades históricamente consideradas masculinas, lo que encabeza una de las frases más enérgicas de su discurso. Sin duda, una estrategia ineludible para la afirmación de su poder en un mundo regido por hombres. Dicha estrategia condicionaría no solo la forma de expresarse ante sus súbditos, sino también el modo en que decidía presentarse ante ellos.
Desde que heredara el trono, y con él un país sumido en la inestabilidad política y económica, su condición de mujer no hizo sino dificultar la ardua tarea a la que debía enfrentarse, complicada aún más por una soltería a la que se aferraba con firme voluntad como único modo de mantener su independencia y protegerse de intrigas palaciegas y conspiraciones políticas. Isabel decidió así construirse una imponente imagen que presentara a una mujer semidivina, madre de la nación, que sacrificaba sus aspiraciones y pasiones terrenales por el bien de sus súbditos: la Reina Virgen. Tan poderosa figura se forjó sobre la base de las modas imperantes en las cortes europeas, cuya suntuosidad y rigidez Isabel llevó al extremo mediante un espectáculo abrumador de joyas y bordados cargados de simbolismo. Del mismo modo, la reina exageró el canon de belleza renacentista mediante la aclaración de su piel y la utilización de pelucas de un rojo intenso, que decoraba igualmente con tiaras y joyas prendidas. El efecto era ciertamente impactante y el icono de la Reina Virgen fue reproducido en retratos que sirvieron de eficaz propaganda política dentro y fuera de las fronteras de su reino.
Cruz Sánchez de Lara lleva vestido de Gucci y zapatos de Guess Footwear.
Jermaine Francis
Esta «ficción visual» de sí misma (tal y como lo denominaría la recientemente fallecida Anne Hollander), construida fundamentalmente a través de su atuendo y apariencia, sirvió a Isabel de armadura psicológica y le proporcionó el espacio y el equilibrio que necesitaba para dedicarse a aquello que más le importaba, el gobierno eficaz y la prosperidad de su reino. La inteligencia, visión y tenacidad de la mujer que envolvía la Reina Virgen hicieron de ella una de las gobernantes más excepcionales de todos los tiempos.
Las esferas del poder han constituido un ambiente especialmente hostil para las féminas a lo largo de la historia, tanto que resulta una tarea harto difícil rescatar personajes que, como Isabel I, pudieran desarrollarse de forma pública y efectiva, no ya en el poder, sino fuera del ámbito estrictamente privado. Coartadas por su género de los recursos habituales para desenvolverse y prosperar, muchas de ellas hicieron del control y la creación de su propio aspecto una estrategia en sí misma.
Uno de los más flagrantes casos de utilización de la moda para la autoafirmación es el de María Antonieta. Su figura sufre aún las consecuencias de uno de los grandes males que históricamente ha caracterizado la pugna política, el de «calumnia, que algo queda». Algunas de las historias más extravagantes que divulgaron quienes anhelaban su caída, han arraigado fuertemente en el imaginario colectivo, con la inestimable ayuda de escritores, dramaturgos y directores de cine que han abonado la imagen de una mujer frívola, irresponsable y egocéntrica. Efectivamente, María Antonieta hizo gala de un fenomenal guardarropa compuesto por exuberantes modelos que lucía en las fastuosas fiestas, recepciones y reuniones de palacio; cortesía del mermado erario público de un país sumido en una profunda crisis económica y social.
A la izq. Cristina Castañer con vestido de The Row y pendientes de Isidoro Hernández. A la dcha. Gémma Gómez-Barquero con vestido de Sportmax y joyas de Artesanía del Carey.
Jermaine Francis
Sin embargo, su fascinación por la ropa no estuvo motivada por una personalidad caprichosa e inconsciente, sino que respondía a su deseo de dotarse de la autonomía y poder que su entorno le negaba. Al poco tiempo de establecerse en Versalles, María Antonieta se rebeló contra las estrictas normas de la etiqueta cortesana, oponiéndose a llevar los pesados vestidos, los rigidísimos corsés o el grueso maquillaje que la caracterizaban. Así, la reina escandalizó a propios y extraños con sus continuos viajes a París, donde, de la mano de Rose Bertin, se proveía de arriesgados modelos, desde conjuntos para montar de corte masculino hasta pelucas de altura insospechada coronadas con paisajes o escenas de batallas militares. Más aún, hirió el orgullo nacional de muchos cuando decidió adoptar las modas de inspiración inglesa que entusiasmaban a la aristocracia europea (cuyo más famoso ejemplo es el escandaloso vestido de muselina blanca con el que fue retratada por Vigée-Lebrun en 1783) y ofendió la moral de otros por creer que tenía el derecho de un rey para llevar una vida sentimental y sexual al margen de su negociado matrimonio. Se comportaba como una mujer libre de hacer todo aquello que se le antojara, un poder que canalizaba a través de su atuendo, probablemente el único aspecto de su vida que sentía que podía controlar. Teniendo en cuenta el papel de dóciles acompañantes al que históricamente se había relegado a las reinas en Francia, la deliberada actitud de María Antonieta constituía todo un desafío al orden. El guardarropa de la reina, símbolo de su autoridad y excesos, sería uno de los primeros objetivos de los insurgentes en el asalto del Palacio de las Tullerías en agosto de 1792.
Luz Miriam Toro lleva abrigo de napa de Gerard Darel, vestido de Marina Rinaldi y joyas de su colección privada.
Jermaine Francis
La fuerza visual de su imagen, creada y controlada por ellas mismas, ha convertido a estas dos mujeres en iconos que han trascendido siglos y culturas. Sin embargo, su personalidad y su relación con la vestimenta han sido juzgadas de forma diametralmente opuesta. Al tiempo que Isabel I es aún hoy considerada como ejemplo de lucidez y dignidad, ninguno de los estudios y biografías que se han publicado sobre María Antonieta han conseguido desterrar su pésima reputación. Sería tan injusto como irreal atribuir esta realidad a la superioridad intelectual y moral de la una sobre la otra, y no a factores ideológicos, culturales y sociales que siguen condicionando nuestra compleja relación con la moda. De algún modo, Isabel I se valió del estilo rígido y andrógino de la indumentaria renacentista para mostrarse distante ante la terrenal preocupación por el vestir y sus tendencias, y asoció dicha imagen con el sacrificio personal en favor de su responsabilidad como gobernante. En el otro extremo, María Antonieta, privada de la posibilidad de ejercer poder alguno, pretendió rebelarse y obtener cierta libertad vistiendo como quería. Lo hizo a la vista de todos, celebrando públicamente que disfrutaba haciéndolo. Quizá ahí radique, en parte al menos, su imperdonable pecado
A la izq. Lurdes Vaquero con abrigo de Gerard Darel, pulsera y anillo, ambos de Grassy. A la dcha. Inés Andrade con abrigo de Red Valentino, camisa de Boss y reloj de Dior Orlogerie.
Jermaine Francis
En 1949, Simone de Beauvoir desarrollaba el concepto de la «elegancia como atadura», estableciendo así la postura del feminismo ortodoxo con respecto a la moda. Siguiendo la estela de Mary Wollstonecraft, Beauvoir la denunciaba como uno de los recursos más eficaces de la sociedad machista y patriarcal para la objetificación de la mujer. El segundo sexo se publicaba en una Francia rendida al romanticismo nostálgico del New Look de Christian Dior, cautivado, por cierto, por el siglo XVIII y la figura de María Antonieta. No es de extrañar que mujeres como De Beauvoir asistieran atónitas a semejante espectáculo de encorsetamiento femenino voluntario y lo concibieran como un paso atrás después de los logros sociales y políticos del período de entreguerras; logros que se habían visto reflejados también en su estilo.
De este modo, un profundo y fundado recelo hacia la moda ha dominado el pensamiento feminista durante buena parte del siglo XX, con su correspondiente influjo en una generación de mujeres que ha trabajado duro por ver reconocidos sus derechos y que ha evitado recrearse en su imagen como parte de la estrategia para la consecución de los mismos. Sin embargo, la progresiva consolidación de la mujer en el ámbito profesional y su creciente acceso a mayores cotas de poder han relajado la cuestión dando expresión a la contradicción que muchas viven en lo que respecta a la moda: aquella entre su rechazo a ella por motivos tanto ideológicos como prácticos, y el reconocimiento del placer e incluso de la felicidad que ésta les proporciona. Una ineludible realidad que ha provocado una revisión de su significado social dentro del pensamiento feminista.
Marisa Toro lleva abrigo de Dior y top y pantalón de Marina Rinaldi.
Jermaine Francis
La moda está íntimamente relacionada con nuestro mundo interior y con la construcción de nuestra identidad, por lo que es inevitable que nuestra relación con ella se torne contradictoria y, en ocasiones, ininteligible. Algo así debía sentir Virginia Woolf cuando anotó en su diario: «Mi amor por el atuendo me interesa profundamente: solo que no es amor; y lo que es debo descubrirlo». Así, divididas entre Isabel I y María Antonieta, las mujeres gestionan esta ambivalencia cotidiana con mayor o menor dificultad. Recurren a la ropa para uniformarse de seriedad y respetabilidad, para pasar desapercibidas, esconder supuestos defectos o armarse de valor. La utilizan como medio de expresión artística, emocional o política, buscando la afirmación personal y un resquicio de libertad, liberación o desahogo. Y cada día negocian todos estos aspectos priorizando unos y cediendo en otros, condicionadas por las circunstancias sociales, su estado de ánimo y una innumerable lista de factores que resulta imposible prever. Sin duda, la moda no solo es fundamental en la construcción de la identidad, sino que constituye un arma de empoderamiento de inusitada versatilidad. No es de extrañar que, después de todo, y a pesar de todo, las mujeres no quieran prescindir de ella. Miren Arzalluz es historiadora de la moda.
Angélica Dass lleva mono de Marella.
Jermaine Francis
PERFILES
CRISTINA GARMIENDA
BIÓLOGA, PRESIDENTA DE GENETRIX
Por su ministerio la conocerán. Llevó la cartera de Ciencia e Innovación durante el Gobierno de Zapatero hasta que abandonó la política. «No la echo de menos», reconoce. Donostiarra de espíritu y estilo, se ha dicho de ella que era la más elegante del Consejo de Ministros. Sin más asesora de estilo que su hermana Lola, asegura que la seda habla por ella y los tacones la visten para negociar. Siente predilección por los pendientes de Dámaso Martínez, con los que posa. «Los llevo casi siempre», apunta. Las mujeres que han llegado a ocupar un puesto similar al suyo se cuentan con los dedos de una mano. «¿Qué nos pasó en España para perder la estela de Isabel la Católica?», se pregunta.
TERESA GONZALO
BIÓLOGA, FUNDADORA DE AMBIOX BIOTECH
Nanopartículas, moléculas poliméricas y dendrímeros. Un mundo incomprensible para el común de los mortales es el hábitat de Teresa Gonzalo, una mujer práctica que se decanta por las prendas cómodas. «Un vestido te permite no complicarte por la mañana. Eso sí, ha de tener bolsillos. Son básicos para mí», dice. La bióloga no cree que la mujer científica se defina por tener un estilo concreto: «El código estético en mi sector se ha relajado mucho. Particularmente, me gustan las mujeres rompedoras que transmiten libertad». España es una potencia en ciencia, pero el reto sigue siendo traducir en riqueza los hallazgos de los laboratorios. Ése es el empeño de Teresa Gonzalo: busca cura para el sida y el cáncer.
INÉS PARÍS
DIRECTORA DE CINE Y GUIONISTA
Asegura disfrutar modificando su imagen como si el mundo fuera un gran teatro. «Podemos cambiar de personaje o al menos intentarlo», dice. Posa con un look que elegiría para una gala de los Goya o para la presentación de uno de sus filmes. Es una mezcla de chica dura con botas camperas y ejecutiva con tacones: «Creo que empoderan a las mujeres; así que si tengo que hacerme oír, me los pongo. Son sexies. Y yo, muy coqueta». Sobrevive en un sector en el que, cuanto más potente es la industria, menos mujeres hay. «En Estados Unidos, por ejemplo, existen muy pocas directoras», añade. Pasará el otoño rodeada de guiones y en primavera empezará a rodar su próxima película, La noche que mi madre mató a mi padre.
CRUZ SÁNCHEZ DE LARA
ABOGADA, FUNDADORA DE EXAEQUO
Cuando se pone la toga en un juzgado, siente la solemnidad de su profesión sobre los hombros. «Es mi segunda piel», afirma. Le encanta el raso negro, pero su verdadera pasión son los zapatos de tacón alto, que viste de la mañana a la noche. «Me gusta identificarme con lo que uso. Mi objetivo es verme bien cuando salgo de casa y no volver a acordarme de lo que llevo puesto en todo el día», señala. No quiere jefes, acepta solo los casos que la convencen y toma sus propias decisiones en su despacho, Exaequo, fundado en 2002. Tiene un hijo de 16 años, ejerce la maternidad en solitario y cree en la custodia compartida. Asegura que la supermujer no existe. Y de existir, dice, no es ella.
LUZ MIRIAM TORO
EXPERTO EN ARTE PRECOLOMBINO
Acaricia sus pendientes, idénticos en forma, pero no en tamaño. «Son las pezoneras del ajuar funerario de dos niñas. Con estas piezas me siento protegida por los dioses precolombinos», afirma con amabilidad quien en 2012 fue nombrada como uno de los 100 colombianos más influyentes del mundo. Coleccionista y asesora de arte Tumaco-La Tolita (sociedad que vivió en el 600 a. C. en el sur de Colombia), aspira a exponer esta cultura en el Metropolitan de Nueva York. «También atesoro prendas de Issey Miyake y quimonos vintage. Estos diseños tienen líneas y colores neutros que acompañan a mis joyas haciéndolas destacar».
Fuensanta Nieto lleva vestido de Boss y pulsera de Dior.
Jermaine Francis
FUENSANTA NIETO
ARQUITECTA, FUNDADORA DE NIETO SOBEJANO
La arquitectura no tiene género, pero hombres y mujeres se enfrentan a ella de manera diferente. Fuensanta Nieto lo hace desde la precisión, la minuciosidad y una caudalosa creatividad. Ordenada y sistemática, es mujer de abrigos y pantalones. «Un pantalón lo suficientemente ancho para tener movilidad y lo suficientemente estrecho para que siente bien. Me aporta comodidad», confiesa. Sin embargo, se decantaría por un vestido minimalista para un evento importante. Solo reconoce un capricho que hace las veces de amuleto: «Unos pendientes que me pongo cuando necesito suerte». Arquitecta, con «a» –«Sin ninguna reivindicación», matiza–, hace equipo con su marido, Enrique Sobejano. Sutil y optimista, Fuensanta se identifica con los tejidos y materiales que saben envejecer.
INÉS ANDRADE
FINANCIERA, SOCIA DE ALTAMAR PRIVATE EQUITY
Administra 1.600 millones de euros a través de su gestora de activos financieros. «Hay muchas mujeres jóvenes en este mundo, pero según pasan los años y forman una familia el número se reduce», comenta. Recuerda sus comienzos en Nueva York cuando se imponía el estilo yuppie. «Todas iban con trajes de chaqueta, camisa blanca, poco maquillaje… Menos mal que ya pasó, era horrible», dice sonriendo. «Yo entonces ya vestía como hoy, con faldas tubo y tacones. Pero ahora puedo gastar más dinero que antes». Invierte en Hermès, Max Mara o Joseph.
LURDES VAQUERO
DIRECTORA DEL MUSEO CERRALBO
«Un collar, una pulsera o unos pendientes no solo dan prestigio a tu imagen, también a la institución para la que trabajas», asegura Vaquero. En el año 2000 llegó al Museo Cerralbo para devolverle «el aspecto de cuando era la casa palacio del marqués de Cerralbo». Desde entonces, es consciente de cómo ha evolucionado su forma de vestir. «La edad y el cargo han sido determinantes», nos cuenta. «Hay reuniones imprevistas, presentaciones o decisiones que tomar en cuestión de personal. Por eso, utilizo todo tipo de americanas; me permiten marcar una barrera, que no una coraza, y ayudan a imprimir carácter».
CRISTINA CASTAÑER
EMPRESARIA DE MODA
Está ilusionada ante la apertura, el próximo octubre, de su nueva zapatería en Hong Kong, que será la número 23. «Las tiendas monomarca son mi aportación a nuestra empresa familiar», dice con orgullo. Su firma de calzado, Castañer, conocida sobre todo por sus alpargatas, produce medio millón de modelos cada temporada. «Además de crear para otras marcas, como las exigentes Hermès, Gucci, Tom Ford o Balenciaga», firmas de las que también viste. «Nunca me han gustado los uniformes, y me molesta que se juzgue a ejecutivas o políticas por su aspecto y no por sus decisiones. Vivo de la moda y entiendo la importancia de la imagen. Es un lenguaje que transmite mucho, pero detrás está el cerebro, una dedicación y unas decisiones, y éstas son independientes de un escote o un color».
Inés París lleva chaleco, brazaletes y sandalias, todo de Dior; pantalo?n de Boss.
Jermaine Francis
ANGÉLICA DASS
ARTISTA
En los últimos dos años ha fotografiado a más de 2.000 personas desnudas para su proyecto Humanae, en el que iguala el tono de la piel de sus modelos con diferentes colores del pantonario. «No llevan ropa. Como investigadora de moda, sé el poder que tiene para codificar a las personas, para decir quién eres o dónde puedes comprar». Esta obra recorrerá en los próximos meses Noruega, España, Corea, Etiopía y Nigeria. Se siente cómoda con su mono. «No uso vestidos. Siempre me he movido entre lo masculino y lo femenino. Mi padre quería un chico y me educó sin atender qué hobbies serían para niño o niña», recuerda. «También, antes de estudiar Moda y Bellas Artes, hice un bachiller técnico de Mecánica, de ahí mi relación con esta prenda que, además, me hace sentir libre».
MARISA TORO
DIRECTORA DE COMUNICACIÓN Y ASUNTOS PÚBLICOS DE GOOGLE PARA EL SUR DE EUROPA
Cuando Marisa Toro fichó por Google, descubrió que su dress code profesional podía incluir vaqueros y zapatillas Converse. Ése podría ser el look para una reunión con Larry Page, fundador del poderoso buscador. «Los ejecutivos de Google nunca llevan corbata, así que me permito ir con un pantalón, una camiseta, una americana, un collar y un buen perfume», dice. El mundo tecnológico ha relajado las normas del vestir aunque, a su juicio, la Europa de los negocios mantiene su código estético tradicional. «Sigue siendo importante en Italia, en Francia o en España», señala. Después de más de 20 años gestionando la reputación de grandes compañías, observa que las mujeres continúan sin ocupar puestos de poder en el sector de la comunicación. «Tenemos que reflexionar por qué y ver hay tenemos que cambiar», comenta.
GEMMA GÓMEZ BARQUERO
JOYERA
Su armario está compuesto por lo que ella llama batitas –vestidos blancos y negros de líneas rectas–, que combina con sus joyas más extremas de acetato que imitan el carey. «Lo exagerado tiene su punto», dice. Sus diseños cuentan con adeptas en Alemania, Australia, Suecia, Japón y EE UU. «Mi generación está apegada a lo clásico, al oro y a las perlas. A mí, en cambio, me gustan el marfil, el coral y el coral negro, el ébano y el carey, pero no puedo trabajar con ellos porque están prohibidos». Confiesa que no se ve vestida de otra manera. «Un traje de chaqueta me destruiría; aunque me parece elegante, no echo de menos usarlo». Si fuera joven, tiene claro que sería punk. «Eso sí, una punk presumida», puntualiza.