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Vestido reforma: cómo la prenda del momento se inspira en un movimiento de hace 125 años

La reforma del vestido que promulgaron corrientes estéticas como los prerrafaelitas o personajes como Emilie Flöge a finales del siglo XIX sirve de guía para la prenda pospandémica definitiva.

Sin menospreciar al chándal, el vestido se ha alzado como inesperado vencedor de las tendencias de la ‘nueva normalidad’. Los modelos estampados de largo midi están entre los más buscados según Edited. “Los consumidores se están acostumbrando a la comodidad y a la facilidad que consigue esta silueta holgada”, indica el informe Post-Covid Trends & Bestsellers de la consultora. Triunfan los patrones amplios y los diseños bucólicos. No hay que combinarlos más que con unas sandalias o unas botas, según la estación (si el termómetro se pone quisquilloso, con un jersey de cuello alto debajo) y tienen la ventaja añadida de sentar siempre bien y esconder cualquier kilo adquirido durante los meses de confinamiento. Además no conviene olvidar que se trata de un estilo especialmente adorado por las marcas: el patrón ancho consigue que siente bien a un mayor número de clientas, lo que reduce las temidas devoluciones. ¿Cottagecore? Las prerrafaelitas ya lo probaron. Da fe de ello este cuadro de Albert Moore, Zafiros (1877). A la dcha., vestido de Kalita (790 euros aprox).
Vestido camisola de algodón orgánico cultivado en España, de Babaà (320 euros).
Vestido de popelín en color berenjena, de silueta oversized, de Palmer//Harding (645 euros en Net-a-porter).
En la segunda mitad del siglo XIX, y siguiendo el ejemplo de iconos de estilo como Alejandra de Dinamarca, reina consorte de Inglaterra (en la imagen, en 1889), o las propuestas del coturier Charles Worth, el traje femenino incorporaba un aparatoso polisón en la parte trasera y un corsé que se alargaba hasta el bajo vientre para deformar completamente la postura y la silueta. Un vestido que comenzaba a rozar lo absurdo y que provocó la aparición de varios movimientos que abogaron por reformarlo.
Salvando las diferencias, al igual que hoy las adolescentes en TikTok abrazan e idealizan lo campestre en lo que ha sido bautizado como cottagecore, en el siglo XIX varios grupos de artistas reaccionaban a los cambios de la Revolución Industrial recurriendo también a una mirada hacia el pasado y la naturaleza. Los prerrafaelitas lo hacían buscando inspiración en la Edad Media y el Renacimiento. En la imagen, Lady Lilith (1866-68), de Rossetti, con un vestido blanco que no desentonaría en las colecciones de Simone Rocha o Cecilie Bahnsen.
Los vestidos que lucían mujeres como Jane Morris o Elizabeth Siddal guardan una clara relación con los modelos que hoy triunfan en todas las tiendas online. Se inspiraban en la túnica oriental (todo lo que viniera de más allá del Bósforo causaba furor) y liberaban al cuerpo femenino de cualquier constricción. En la imagen, a la izda., Víspera de Santa Inés (1857), de Millais; a la dcha., vestido de Rus (168 euros).
Vestido floral de manga larga con estampado floral y rayas semitransparentes de Scotch & Soda (99,95 €).
Vestido estampado con pequeños volantes en la pechera, de Claudie Pierlot (295 euros).
Vestido camisero a cuadros de la firma sostenible Beaumont Organic (270 euros aprox).
Los prerrafaelitas no estuvieron solos en eso de reinterpretar la moda femenina aspirando a un modelo que dotara a las mujeres de mayor libertad. En Viena, Emilie Flöge, propuso un vestido reforma recto, con estampados inspirados en Oriente y mangas cubiertas de volantes en la casa de costura que lideraba con sus hermanas, Schwestern Flöge. A la izda., Emilie fotografiada por Klimt en 1906 con su vestido reforma; a la dcha., un modelo ligero de Munthe (470 euros).
La mujer que ha pasado a la historia como ‘musa’ de Klimt (y probablemente la protagonista en El beso) fue una prolífera diseñadora y una empresaria de éxito que llegó a dirigir un taller con 80 costureras. A la izda., Retrato de Emilie Flöge (1902), de Gustav Klimt; a la dcha., un vestido estampado en la última colección de Zara (59,95 euros).
Vestido de largo asimétrico y estampado con detalles en metalizado, de Chufy (690 euros en Net-a-porter).
Vestido floral de corte medio y manga corta de Scotch & Soda (119 €).
Vestido tipo cafán estampado de Bambah (264 euros en Farfetch).
Como sucedió con las Bloomers solo unas décadas antes, ni las prerrafaelitas ni el vestido reforma o ni siquiera la Rational Dress Society (que se creó para evidenciar los efectos nocivos de la moda en la salud) consiguieron influir inmediatamente en el vestir general. Sin embargo, sí demostraron que otra moda era posible. Sus ideas sirvieron de guía para los cambios que llegarían a principios del siglo XX. ¿Uno de sus herederos más directos? El tea dress, el vestido holgado con el que las mujeres de la alta sociedad inglesa (aunque también triunfó en Francia) recibían a la hora del té en casa.
Otro de los que recogió pronto el testigo fue el español Mariano Fortuny, que creaba su célebre túnica Delphos en la primera década del siglo XX. En la imagen, izda., la bailarina Régine Flory (1910) con uno de los primeros diseños. Un modelo que hoy sigue causando fascinación y aún sirve de inspiración para túnicas cómodas como esta plisada (izda.), de Uterqüe (89 euros).