Una nueva reivindicación de Françoise Gilot, la mujer que se hartó de Picasso

Compartió con el pintor 10 años de convivencia y dos hijos, Paloma y Claude. Francia empieza a levantar el velo que ha mantenido durante 70 años sobre la obra de una artista reconocida en Estados Unidos, pero a la que su país y los intelectuales de la época dieron la espalda cuando se atrevió a dejar al malagueño.

Françoise Gilot en 1982 en su casa de La Jolla, California.Getty (Getty Images)

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Nunca escuché a nadie decirle que no a Picasso. De hecho, a mí me llamaba ‘la mujer que dice no’, porque cuando tenía que decir no, lo decía”. Así resumía la pintora Françoise Gilot lo que fueron los 10 años de convivencia junto a Pablo Picasso, con quien tuvo dos hijos, Paloma y Claude, antes de decidir poner distancia entre ambos para no dejarse absorber por el minotauro. Ella fue la única mujer capaz de sobrevivir a la convivencia con el artista malagueño una vez que pasó a ser admirado por su obra y talento. Camino de cumplir 102 años, Gilot reside hoy apartada del mundo, en Nueva York, mientras contempla desde la vejez y la máxima discreción cómo su obra empieza por fin a ser reconocida en Europa, especialmente en Francia, su país, que hasta hace muy poco la marginó.

A ella seguro que ya la han visto: su cuello largo, su lunar en la mejilla y una mirada penetrante protagonizan numerosos retratos femeninos de Picasso. A diferencia de otras, tuvo más suerte y no pasó a la historia como Mujer que llora, título con el que el artista retrató por ejemplo a Dora Maar. Quizás precisamente por eso las élites de la pintura francesa no han sido tan benévolas con Gilot como lo han sido con Dora Maar. Por su propia trayectoria pero también por su condición de musa, Maar es una figura de proa en el surrealismo francés y ha sido objeto de numerosas exposiciones. En cambio, Gilot, a este lado del Atlántico es poco más que un dibujo olvidado. 

Pablo Picasso brindando Françoise Gilot en 1951.Getty (Bettmann Archive)

Gilot es la única mujer que no se dejó romper por Picasso, salvo Fernande Olivier, y no me parece casual. También Fernande escribió libros de sus recuerdos con Picasso. Él no la destruyó, pero tampoco hizo por salvarla, y murió en la miseria”, dice a S MODA la biógrafa y amiga personal de Gilot, Annie Maïllis, autora también del documental La femme qui dit non, que vuelve a la antena de Arte esta semana con motivo del 50º aniversario de la muerte de Picasso.

Françoise Gilot conoció a Picasso en el París de la guerra, durante la ocupación nazi. Ella era entonces una joven artista con grandes aspiraciones. Como ella misma cuenta en el polémico libro Vivir con Picasso, publicado en 1964 junto al crítico literario Carlton Lake, que dio forma a su testimonio, se cruzaron por primera vez en el restaurante Le Catalan, punto de encuentro de artistas. “Estaba con una amiga y el actor Alain Cuny, que cenaba con nosotras. Picasso vino a hablarnos, diciéndole a Cuny que lo conocía: ¿me puede presentar a sus amigas?”. Ella respondió sin miedo y le explicó que era artista. A partir de entonces, y aceptando la invitación de Picasso, empezó a visitarlo en su taller de Grands Augustins por las mañanas. “El día que me invitó a venir por la tarde entendí muy bien lo que quería decir”, añade Gilot en el libro de entrevistas Dans l’arène avec Picasso (en el ruedo con Picasso), de Maïllis, reeditado en 2021. Era mayo de 1943, Picasso tenía 61 años, ella, 21.

Paloma Picasso y su madre, Françoise Gilot, en 1980 en Nueva York.Getty (Getty Images)

Gilot y Picasso no tardaron en enamorarse. La francesa contaba en su libro lo que fueron los primeros meses de la relación, donde el pintor intentaba atizar los celos de unas y otras, pues en realidad él estaba entonces con Dora Maar, con la que había engañado previamente a Marie-Thérèse de Walter. De Walter no acabó de superar los traumas de su relación y se suicidó en 1977, cuatro años después de la muerte de Picasso. Maar, por su parte, acabó en un psiquiátrico. Entre tanto, Picasso nunca había podido separarse legalmente de su primera mujer, la bailarina rusa Olga Jojlova, que murió en 1955 de cáncer sin haberle concedido el divorcio. Picasso, con quien compartía un hijo, no se molestó en ir al entierro.

El control que Picasso ejercía en sus amigos y parejas ha sido motivo de controversia y foco de varios libros como El minotauro, de Sophie Chauveau, o Mi abuelo, de Marina Picasso, nieta del artista. En los años sesenta, el libro de Gilot ya servía de testigo de lo que debía ser soportar al creador cada día. También lo contó en sus diarios Jean Cocteau, uno de los pocos que permaneció fiel a Gilot cuando ella dejó a Picasso y tanto los amigos del pintor como las galerías de arte empezaron a darle la espalda. Cocteau se encontraba en el taller del español cuando escuchó cómo este le decía a su pareja: “No eres para mí más que el polvo de esta escalera”. Gilot le respondió con retranca: “Yo no necesito que me barran, me habré ido antes”. Una de las numerosas anécdotas que han pasado a la posteridad, y que reflejan a un hombre indeciso hasta las trancas con las cuestiones más nimias y con un humor cuanto menos cambiante.

Françoise Gilot, en su estudio en su casa de California.Getty (Getty Images)

Lo de Picasso era sobre todo una tortura psicológica. No era un hombre violento ni un depredador como diríamos ahora. Tanto a las mujeres como a los hombres con los que tenía confianza los ponía continuamente a prueba. Pero ella era lo suficientemente fuerte para responder. Otros no lo fueron”, dice Maïllis. Como de Fernande, otra mujer libre, Picasso estuvo profundamente enamorado de Françoise, pero no soportó que lo dejara. El trauma del abandono, que arrastraba desde la infancia, resurgió cuando en 1954, con dos niños pequeños, Françoise hizo las maletas y se fue de la casa que compartían en Vallauris, en el sur de Francia. 

Creo que lo que fascinó a Picasso de Françoise era precisamente que era una mujer fuerte. Hacía falta mucho carácter para dejar a Picasso. Él le decía a Gilot que nadie podría dejarlo, y eso era precisamente lo que no tenía que haberle dicho porque inmediatamente aumentó su deseo de dejarlo”, comenta Maïllis, que lleva 30 años compartiendo intimidades con la pintora y con sus hijos, con quienes ha podido también hablar largo y tendido sobre Picasso.

Picasso y Françoise Gilot, de vacaciones en Francia.Getty (Gamma-Keystone via Getty Images)

Lo peor para Gilot vino sin duda tras separarse del artista, con quien había establecido un interesante mano a mano pictórico durante los años que compartieron. A diferencia de sus anteriores parejas, Gilot se negó a convertirse en una musa. Ella no quería ser “la criatura” de una de sus obras, sino “la creadora”, y a menudo lo pintó a él. Tras la separación, Gilot empezó a tener problemas con sus galeristas, sobre todo a raíz de casarse con otro hombre y tener una hija, pero la publicación del libro en 1964 le valió en cierto modo el exilio. Picasso trató hasta en tres ocasiones de vetar su publicación. Decenas de artistas, entre ellos Rafael Alberti, José Bergamín, Camilo José Cela, Michel Leiris y otros incondicionales de la libertad de expresión, publicaron una petición pidiendo la prohibición del libro en Francia. No lo lograron, pero Gilot se vio obligada a empezar una nueva vida. En 2019, durante una exposición que le dedicaron en Nueva York, la pintora insistió en que no podía vivir en Francia: «A la gente no le gusto, no se puede imaginar cuánto me odian». Gilot no volvió a dirigirle la palabra a ninguno de ellos, si bien algunos trataron de disculparse. 

Pero el vacío institucional en torno a la obra de Gilot, cuyas pinturas se venden en Estados Unidos y otros países por cientos de miles de dólares, ha sido una constante hasta esta década. La motivación detrás de nuestra exposición fue la injusticia que hay en el mundo del arte hacia las mujeres, y muy particularmente con el caso de Françoise Gilot”, explica Elisa Farran, directora del Museo Estrine, en Saint-Rémy-de-Provence, que acogió en 2021 la primera muestra sobre su obra, comisariada por Maïllis. La exposición tuvo una buena acogida, con más de 20.000 visitantes en los seis meses que estuvo abierta al público. Según Maïllis, en los últimos meses han contactado con ella para una posible exposición en España y una retrospectiva en una gran ciudad, aún sin confirmar.

‘Adam forzando a Eva a comer una manzana II’, una obra de Françoise Gilot de 1946.

La propia Farran se sorprendió de no conocer a esta pintora, que no aparecía ni siquiera entre los nombres de las grandes artistas francesas del último siglo, y confiesa que hubo un punto de redención en tratar de acercar al público a la obra de Gilot. “Para mí lo importante era destacar que hablamos de una artista francesa, sabiendo que Francia la ha tenido siempre en su lista negra, y que la dejó fuera como si fuera una indeseable. Pero teníamos que mostrar hasta qué punto Gilot, formada en Francia y hasta mucho después de instalarse en Estados Unidos, guardó las características de una pintora francesa y europea”.

Los años franceses, el título de la muestra y del libro de la misma, reflejan precisamente el trabajo de Gilot en la figuración pospicassiana de los años cuarenta, su camino hacia la abstracción, el peso del color —que aprendió de Matisse, su pintor favorito—, pero también la fuerza de sus dibujos. “Cuando Gilot conoció a Picasso ya era una artista con cierto dominio. La construcción de sus obras es muy sólida, gracias a la fuerza de sus dibujos. Ella se divierte retratando a sus hijos y dando una respuesta a su vida de pareja. No se puede comparar con Picasso, pero hay que insistir en que no fue una mera mano ejecutora, sino una artista de gran talento».

Gilot, que además de pintora es una testigo excepcional de los círculos artísticos del siglo XX, no pudo asistir a su primera exposición en Francia y, a sus 101 años, no sale de Nueva York, si bien se encuentra en pleno control de sus facultades mentales. Ha mantenido una firme discreción e inaccesibilidad en la segunda parte de su vida, y ya no quiere dar entrevistas ni ser molestada. Pero al menos ha llegado a presenciar cómo su país volvía poco a poco a interesarse por su trabajo.

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