Suben las búsquedas de camisetas blancas en confinamiento: ¿qué simboliza esta prenda?
De uniforme a emblema de la dicotomía de la moda hoy: así ha conseguido la camiseta de algodón erigirse como un clásico capaz de sobrevivir más allá de cualquier tendencia.
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«Mi uniforme diario», escribía hace unos días la influencer germana Caroline Daur en Instagram. El texto acompañaba una imagen suya, luciendo una sencilla camiseta blanca con las mangas arremangadas. No es la única que se ha entregado al abrazo de uno de los elementos más perennes d...
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«Mi uniforme diario», escribía hace unos días la influencer germana Caroline Daur en Instagram. El texto acompañaba una imagen suya, luciendo una sencilla camiseta blanca con las mangas arremangadas. No es la única que se ha entregado al abrazo de uno de los elementos más perennes del guardarropa: la camiseta de algodón. La semana pasada la búsqueda precisamente de esta prenda era la que más crecía, según el buscador Lyst. «En España, las camisetas de manga corta y los tops, ambos de color blanco, son muy populares», comparten desde la compañía. Un furor que se disparaba tras la aparición de Meghan Markle con una: «Después de la videollamada de Meghan con Hubb Community Kitchen, las búsquedas para camisetas se dispararon un 14% en 24 horas». Crecen también, un 15% en siete días, las búsquedas para camisetas blancas de marcas deportivas. No sorprende: durante el confinamiento se impone la vuelta a los viejos conocidos que reconfortan y el regreso con fuerza (en categoría maremoto) del loungewear. Un atuendo que reivindica la ropa de estar en casa, sin renunciar al estilo y mucho menos a la comodidad.
Como el vaquero o el chándal, la camiseta blanca se ha elevado por encima de cualquier barrera cultural, de edad, género o social. Un hecho que, sumado a su propiedad de ser un lienzo sobre el que colgar mensajes, ha contribuido a que adopte el rango de prenda emblemática: «Dada su ubicuidad, el artículo sirve, voluntariamente o no, como conductor para conversaciones sobre algunos de los problemas más apremiantes que la moda y la sociedad en general enfrentan hoy, incluidas las prácticas laborales justas y el coste ambiental del procesamiento de materias primas como el algodón», explicaba la comisaria Michelle Fisher en la muestra del MoMA de 2017 Items: Is Fashion Modern? (recogiendo la pregunta que ya se planteó Bernard Rudofsky en 1944).
Básico eterno pero, a la vez, símbolo de la cultura de la moda rápida y del ‘usar y tirar’. Una controversia que plasmó a la perfección el cineasta Martin de Thura en Stories, un bucle infinito que concibió para la exhibición del museo de arte moderno: un vídeo en el que una chica pasea por las calles de Berlín vistiendo una camiseta blanca de algodón que se quita y desecha una y otra vez.
Las posibilidades subersivas de esta prenda son inagotables. Y si no que se lo pregunten a Katharine Hamnett (la inventora de la camiseta con eslogan) o a James Dean y Marlon Brando. Los dos actores la convirtieron en sinónimo de insurrección en los años cincuenta en Rebelde sin causa (1955) y Un tranvía llamado deseo (1951) respectivamente.
Pero los orígenes de la pieza son mucho más sumisos: se popularizó primero como ropa interior del uniforme del ejército naval estadounidense, precisamente durante la guerra con España en 1898. A principios del siglo XX, «las compañías comercializaron estas prendas interiores para la ciudadanía general utilizando una retórica ambigua que representaba la comodidad y la facilidad de mantenimiento de la prenda, centrándose en la imagen del soldado viril, heteronormativo o padre por un lado, mientras realizaba una función paralela como significante homoerótico del torso masculino», analiza Fisher.
Las mujeres tendrían que esperar medio siglo para probar la capacidad eterna de la camiseta blanca y otras tantas décadas hasta que se convirtió en objeto de deseo del lujo. De esto último tuvo la culpa Karl Lagerfeld, cuando a principios de los noventa revolucionó a la industria de la moda al vestir a las modelos de sus desfiles para Chanel con sencillas camisetas bajo las chaquetas de tweed de la maison: yuxtaposición de alta moda y humilde básico.
En su simpleza radica también su encanto. Pero ya lo decía Da Vinci, que la sencillez es la máxima sofisticación, quizá por ello dar con el modelo perfecto no sea nunca tarea sencilla. Tampoco confeccionarlo. Firmas expertas en básicos como Uniqlo, Arket, Everlane o Cos se aproximan mucho a la perfección, aunque en la concesión de esa etiqueta influye especialmente el gusto personal. Porque, aunque nació para uniformar, sus posibilidades hoy son infinitas: cuello más o menos cerrado, largo de las mangas, anchura… además del tipo de tejido y los acabados. En marcas como Toteme, Khaite o InWear afirman tener la mejor. En Sézane o Rouje la aderezan con bordados o encajes.
«El artículo encarna tanto la culminación como el rechazo de la concepción del filósofo de principios de siglo XX Walter Benjamin sobre el objeto producido en masa; su reproductibilidad infinita nos permite tenerlo de manera asequible y fácil en nuestros armarios, pero los recuerdos y las asociaciones tejidas en torno a la camiseta ‘favorita’ (blanca) impiden su desechabilidad». Y quizá sea esa divergencia de la que habla Fisher la que convierte a la camiseta blanca en un símbolo poderoso (también en tiempos de confinamiento).