Christian Lacroix: «Cuando me retiré fue un alivio. Llevaba tiempo queriendo escapar de la moda»

Fue el primer creador que se alió con LVMH y uno de los pocos que prefirió retirarse antes que someterse a las nuevas reglas de la industria. Ahora que los diseñadores actuales reivindican su legado, el genio de la costura rememora, sin nostalgia, sus tiempos de éxitos, fracasos, traiciones y reinvenciones.

«Antes la gente pagaba mucho dinero por un vestido de alta costura; ahora son las firmas las que pagan a la gente para que se lo ponga». Christian Lacroix bromea, pero no puede ocultar cierta amargura en su discurso. Al fin y al cabo, es consciente de que su figura simboliza muchas cosas que ya se han perdido: el exceso, el valor artístico o el lujo en su sentido más literal pertenecen al pasado. «Y yo nunca he sido bueno con los números. Tampoco con el prêt-à-porter», dice. Durante el cambio de década, de los ochenta a los noventa, Lacroix lo fue todo. Con Yves Saint Laurent ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

«Antes la gente pagaba mucho dinero por un vestido de alta costura; ahora son las firmas las que pagan a la gente para que se lo ponga». Christian Lacroix bromea, pero no puede ocultar cierta amargura en su discurso. Al fin y al cabo, es consciente de que su figura simboliza muchas cosas que ya se han perdido: el exceso, el valor artístico o el lujo en su sentido más literal pertenecen al pasado. «Y yo nunca he sido bueno con los números. Tampoco con el prêt-à-porter», dice. Durante el cambio de década, de los ochenta a los noventa, Lacroix lo fue todo. Con Yves Saint Laurent y Dior en horas bajas, su irrupción en la escena de la moda parisina, con aquellas piezas complicadísimas (de confeccionar y de llevar) que bebían de María Antonieta, Velázquez, la indumentaria taurina o el París de las vanguardias, le convirtió en el niño mimado de una época donde el maximalismo marcaba el ritmo de todos los aspectos de la vida. Al menos, para aquellos que se lo podían permitir. «En realidad no fueron buenos tiempos. Ahora los idealizamos, pero estábamos todos obsesionados con los años cuarenta, no vivíamos el presente porque nos daba miedo. Yo vivía rebuscando en mercadillos, Hamish (Bowles) quería parecer Cecil Beaton… Eso sí, el que tenía dinero, tenía mucho, tanto como ganas de sobresalir», rememora el creador.

Su último desfile en París, 2009.Gettyimages

Todo ocurrió muy rápido. Tanto el auge como la caída. Lacroix se despidió de las pasarelas en 2009 con un emotivo desfile y no quiso volver a saber nada de la moda. «En aquel momento era también el director creativo de Pucci y lo compaginaba con el vestuario para ópera. Me obligaron a elegir y lo tuve claro», rememora. En realidad, como él mismo reitera varias veces en la conversación, la moda nunca había entrado en sus planes: «¡Si ni siquiera me gustaba París! Fui allí porque quería ser conservador de museo y por el camino me enamoré de una parisina (Françoise Roesensthiel, que sigue siendo su esposa). Fue la que me animó a probar con el diseño. Tiene mucha determinación, es como una madre judía». Ella pidió apoyo a Jean-Jacques Picart, el célebre jefe de prensa que encumbró a Mugler y a Ungaro en los ochenta, y a un joven Bernard Arnault, por entonces al frente de Financière Agache, germen de la todopoderosa LVMH. Famoso por comprar firmas tan míticas como deficitarias y darles una lucrativa segunda vida (de Dior a Celine, pasando por Louis Vuitton), la de Lacroix era la única casa de moda que el magnate francés construyó desde cero hasta que llegó Fenty, diseñada por Rihanna, el año pasado. Hasta ese punto han cambiado las cosas. «Empecé diseñando en Patou. Yo dibujaba desde niño, pero no sabía coser. Y cometí el error de intentar parecerme a Patou. No tenía personalidad. De mi primera colección, una periodista muy famosa dijo que parecía que aquello lo habían diseñado entre la becaria, el recepcionista y el mensajero. Hasta que no empecé a crear por mi cuenta, en 1985, cuando hice aquella colección inspirada en España, no empecé a recibir reconocimiento».

El diseñador en su estudio en 1987. «Cuando veo fotos antiguas y veo cómo era… Antes compraba vintage y estaba horas arreglándome. Ahora ya me da igual. La moda se ha convertido en otra cosa», opina.

Y, de repente, usted, que no estaba interesado en el lujo, se ve rodeado de clientas multimillonarias y acudiendo a fiestas en su honor. ¿Cómo llevó todo aquello?
Recuerdo empezar a ser invitado a los grandes bailes de París. Era increíble. La gente vestía trajes inspirados en Goya, en Velázquez…Una vez una de mis primeras clientas me llevó a uno en el que estaban Diana y el príncipe Carlos; era la primera vez que se veían mis vestidos, pero ellos dos prohibieron la entrada a fotógrafos, así que toda la publicidad se fue al garete. Hoy ya nada de eso pasa. Ahora las únicas que hay vienen de Oriente Medio, ya no es para nada lo mismo.
Pero su éxito verdadero lo hizo con las mujeres millonarias de Estados Unidos.
Blaine e Ivana Trump me compraban ropa ya desde Patou. Todo eran fiestas y excesos. Poco después de lanzar la casa de costura me llevaron a Nueva York e hicieron un desfile en mi honor. Recuerdo estar en una fiesta loca y que se me acercara una mujer de Santa Fe, esposa de un magnate del petróleo. «Pienso gastármelo todo. Mi marido dice que en unos días nos iremos todos a la bancarrota». Lo decía tan contenta. Y lo peor es que tenía razón.

na de las piezas que Lacroix ha creado para Desigual esta temporadaSofía Alazraki

Aquel viaje quedó reflejado en un extenso reportaje en el New York Magazine en 1987 que Lacroix menciona durante la entrevista. Titulado muy apropiadamente Bailando en el cráter del volcán, la pieza narra cómo logró «que toda una generación de millonarias vistieran faldas con tanto volumen que necesitaban que los camareros les apartaran las mesas cuando entraban al restaurante de moda» y se cuestionaba si con la crisis que asomaba (lo que posteriormente se llamó ‘El lunes negro’) habría cabida para personajes como él. «Ahí empezó la travesía en el desierto», comenta.

¿Qué pasó cuando dejó de entrar dinero?
Probamos de todo. Creamos un perfume, hicimos licencias y lanzamos una línea de prêt-à-porter llamada Bazar. Me hacía mucha ilusión ver a mujeres anónimas vestidas con algo que yo había diseñado. Mujeres normales, no las drama queen que solían ir al taller de costura. Después el señor Arnault organizó la venta a los americanos (a la distribuidora de fragancias Falic Fashion Group, en 2005). Así que cuando me retiré fue un alivio. Me di cuenta después, pero llevaba tiempo intentado escapar de todo aquello.

Se autofinanció su último desfile y tuvo varias ofertas de inversores. Pero las rechazó. ¿Por qué?
Encontramos un comprador, que resultó ser la hija del por entonces presidente de Uzbekistán. Yo no llegué a conocerla en persona, pero me negué a que mi nombre se asociara a ese país horrible. Así que al final se lo quedaron todo los americanos y yo no tenía ganas de nada porque me sentía decepcionado. Bueno, decepcionado,no. ¿Cómo se dice en español cuando alguien a quien quieres te engaña?

Traicionado.
Eso es. Traicionado. El que fue mi asistente se alió con ellos y se quedaron con todo. Ahora es el director creativo de una marca que lleva mi nombre. Hacen textiles, papel de pared, cuadernos, cojines,… hay gente de mi círculo que todavía piensa que yo tengo algo que ver, y para nada. De hecho, en Arles, mi ciudad, la tienda que abrimos Arnault y yo ahora vende ropa que no es mía; vintage, que sí es mío, y las prendas que diseño junto a Desigual. Lo pasé muy mal, mi mujer enfermó, somatizó los años de presión y contrajo artritis reumatoide. Se le acabó el llevar Manolos.

En esta última década, Christian Lacroix ha trabajado casi en la sombra. Pocos lo saben (porque su nombre no puede usarse), pero el diseñador lleva 10 años trabajando junto a Desigual, no solo en colecciones cápsula esporádicas, sino también realizando diseños para las líneas permanentes. «Thomas [Meyer, dueño de la multinacional catalana] me llamó muy poco después de abandonar la costura y me propuso trabajar para él. Su lenguaje es parecido, aunque el precio es más interesante», bromea. «Tienen una forma diferente de hacer las cosas; cada equipo tiene un diseñador gráfico, un diseñador y un comercial. Eso es muy inteligente, contar con las ventas desde el principio. En Francia, ya sabes, lo hacemos al final».

Acaba de colaborar con Dries van Noten en su última colección y ahora todo el mundo está reivindicando su legado.
Hace un año me llega un mail de Dries, contándome que había empezado una colección inspirada en Barry Lyndon y que en el moodboard había fotos mías. Me dijo que prefería tenerme a su lado que copiarme. Me fui a Amberes, a su estudio, tan poco pretencioso, tan él. Dries es muy cuadriculado a la hora de trabajar, pero me repetía: «Siéntete libre». Su forma de mezclar no es la mía, y me daba miedo estropearle la colección, que fuera un desastre por mí.

La gente salió llorando de aquel desfile.
Yo de eso me enteré por Instagram. Ese día tenía mucho miedo. Soy muy tímido y ahí había gente de la moda que hacía tiempo que no veía.

¿No le ha hecho sentir nostalgia?
Para nada. Me dicen: «Estoy deseando ver lo próximo». No hay próximo. Dries está bien sin mí, muy centrado en el negocio; cosa que a mí ya no me interesa. Antes de Puig estaba Patrick [su marido y gestor] manejando la marca. No se permite hacer nada que no esté ya vendido de antemano.

Jacquemus es otro de los que lo reivindican como mentor.
Conocí a Simon [Porte Jacquemus] cuando él tenía 15 años y el pelo decolorado. Se me acercó en el festival de fotografía de Arles y me dijo: «Soy el sobrino de Pierre Schüll». Él sabía que yo soy muy aficionado a los toros, y su tío fue el torero francés más famoso…Amo a Simon. Cuando empezaba, nunca me enviaba bocetos, me pasaba textos describiendo lo que tenía en mente. Es un tipo muy listo. No pide ayuda. Yo le conté mi experiencia: cuando entra alguien en tu empresa estás perdido. Y mira que es guapo, ¿eh? Maneja muy bien lo guapo que es.

¿Cree que su trabajo ha influenciado a la moda actual?
A Simon sí, claro. Quizá a Marc Jacobs. Los colores de Valentino… Pasa una cosa. Cuando cerré me alejé de todo. Y de repente me abrí Instagram (@fkachristianlacroix, porque no puedo usar mi nombre). Me llegaron mensajes de admiradores. Hay un chico, Carlos, de Madrid, que colecciona todo lo que he hecho. Mi mujer y yo lloramos cuando lo descubrimos. Durante mucho tiempo pensaba que había fracasado.

¿Volvería a hacer cosas por encargo si se lo pidieran?
No. He lidiado con las nuevas clientas de costura; las asiáticas y las de Oriente Medio, y no tengo paciencia. Prefiero seguir dedicándome a la ópera. Es más fácil trabajar con las drama queen del escenario que con las de la moda. Además, hoy todo es aburrido: yo miro archivo, no sigo tendencias. Con la ópera me he reencontrado con mi pasión. Yo quería ser figurinista. Habré fracasado en la moda, pero ahora puedo mirar al niño que fui y decirle que su sueño se ha cumplido.

Su desfile de inspiración taurina, presentado en 1990.Gettyimages

Archivado En