Breve historia de la falda de tul (una pieza icónica de la moda)
Si para la calle el tutú moderno es idea de la estilista de Sexo en Nueva York, para la historia es mérito del coreógrafo George Balanchine y su modista. Aquí van algunos apuntes históricos sobre una prenda que esta temporada se reinterpreta en múltiples versiones.
Aunque nunca ha salido de armarios con tendencia al romanticismo, la falda de tul lleva tiempo enseñado la patita antes de convertirse una de las prendas más buscadas desde que Google se puso a pensar en la moda; la hemos visto con zapatillas, botas punk y de cowboy; en el vestido de novia de Agyness Deyn diseñado por Molly Goddard y de la retina colectiva todavía no se ha ido ni la imagen de Carrie Bradshaw dando brincos con una de apenas 6 ...
Aunque nunca ha salido de armarios con tendencia al romanticismo, la falda de tul lleva tiempo enseñado la patita antes de convertirse una de las prendas más buscadas desde que Google se puso a pensar en la moda; la hemos visto con zapatillas, botas punk y de cowboy; en el vestido de novia de Agyness Deyn diseñado por Molly Goddard y de la retina colectiva todavía no se ha ido ni la imagen de Carrie Bradshaw dando brincos con una de apenas 6 euros, ni aquel desfile de John Galliano en el que Linda Evangelista deslumbró con capas y capas de tul amarillo.
Hasta llegar lustrosa y vigente a 2017 –en su colección primavera-verano de este año, Valentino ha decidido que la llevaremos larga y de colores – el tutú ha recorrido un camino menos etereo que su consistencia. Comenzó en el siglo XVII, momento en que las mujeres empezaron a bailar profesionalmente y a tomar minúsculas decisiones –semilla de grandes cambios– con el margen de libertad conquistado gracias a esa escapatoria que es el arte. Hay constancia de que, hacia 1730, la bailarina Marie Camargo, decidió acortar hasta el tobillo las faldas de un nuevo tejido vaporoso y originario de un pueblo de Francia, Tullé, para que los espectadores pudieran apreciar el movimiento de sus pie. Una decisión de tipo artístico que contribuyó a diseñar un nuevo orden.
Faltaba todavía un siglo para que, en 1832, se estrenase La Sílfide, la obra que impuso la estética característica del ballet romántico. En la representación, Marie Taglioni usa por primera vez el conocido como “tutú”. No fue solo el principio del tutú sino también el de la técnica de puntas y esa imagen sutil, aérea y ligera conquistó a Víctor Hugo, que dedicó a la Talglioni las palabras “a sus pies, sus alas”.
A partir de ese momento, la falda de tul inspirada en las bailarinas comienza a ser un referente cultural, gracias a las revistas de moda de la época que hablan del “vestido sílfide” como ejemplo de ese ideal femenino en el que la mujer es hada, ondina o ninfa y gracias al tutú tenía permitido enseñar las piernas incluso en el puritano siglo XIX. Ese vestido, y no otro, derriba el corte estilo imperio y erige el de la mujer reloj de arena. Aunque en la actualidad sífide suene a piel y huesos, lo cierto es que hace referencia a la silueta que marcaban aquellos primeros tutús que tan bien inmortalizó Degas: cintura estrecha, pecho marcado y caderas amplias moviéndose gráciles y ligeras, sin posibilidad de torpezas ni en el escenarios ni las aceras.
La cultura popular estableció que, vestidas de bailarinas, las mujeres resultaban espacialmente bellas y la silueta del vestido sílfide comienza a ser idealizada por las casas de moda que toman sus formas para diseñar los trajes de sociedad. Durante unas décadas, los salones de baile y las soirée se llenan de corpiños y faldas de tul largas y acampanadas hasta que, a principios del siglo XX pierde popularidad en las calles. A cambio, la gana entre los diseñadores que, como hizo Coco Chanel con el vestuario de los Ballets Rusos después de la primera Guerra Mundial, se prestan gustosos a diseñar la vestimenta de las divas de la época.
Si para la calle el tutú moderno es idea de Patricia Field, la estilista de Sexo en Nueva York, para la historia es mérito de un coreógrafo ruso, George Balanchine y la modista a la que le encarga sus vestidos, Barbara Karinska. Suyo es el sobrenombre “soplo de polvo” con que se conoce al tutú corto desde la segunda mitad del siglo XX. Corto, con múltiples capas sin atar, más ligero, flexible y también viajero: sus diseños conquistaron Nueva York y Karinska hizo célebres en sombreros y vestidos de calle los bordados e incrustaciones que había ensayado haciendo ropa de ballet.
Ahora que ha vuelto no está sola. Precedida de las plagiadas bailarinas de Miu Miu, la falda de tul es la prenda que millones de mujeres van a ponerse este otoño y cabe esperar que cada una lo haga a su manera: ni reloj de arena, ni sílfide, ni más o menos alta, baja corta o larga. Tan solo una mujer queriendo ponerse algo que le ayude a ir liviana.