Tu bolso de fiesta ya lo llevaba Jane Austen hace 200 años
De Attico a Zara y Mango, pasando por ‘Orgullo y prejuicio’. La historia detrás de la limosnera, el accesorio que ha encumbrado el low cost.
En forma de saco, con cuerdas, y hecho de terciopelo o cubierto con abalorios. El bolso de fiesta por excelencia que encontrarás en todas las tiendas es cosa de Attico. La firma creada por Gilda Ambrosio y Giorgia Tordini se ha convertido en una de esas marcas menos conocidas cuyos diseños está clonando el low cost sin pudor alguno. Es la misma responsable, precisamente, de que esta temporada las bomboneras y limosneras estén por todas partes. Su colección de otoño incluye versiones forradas de pelo y satinadas con estampados que comparten forma con d...
En forma de saco, con cuerdas, y hecho de terciopelo o cubierto con abalorios. El bolso de fiesta por excelencia que encontrarás en todas las tiendas es cosa de Attico. La firma creada por Gilda Ambrosio y Giorgia Tordini se ha convertido en una de esas marcas menos conocidas cuyos diseños está clonando el low cost sin pudor alguno. Es la misma responsable, precisamente, de que esta temporada las bomboneras y limosneras estén por todas partes. Su colección de otoño incluye versiones forradas de pelo y satinadas con estampados que comparten forma con dos modelos de Ganni. Disponibles en su web, los ejemplares de cuentas de la enseña danesa ya se han paseado por Instagram de mano de it girls como Lucy Williams o Nike Van Dinther. Con ciertas reminiscencias, también se podría nombrar el bolso Kuti de Nina Ricci, cuya forma hobo rematada en una cadena resulta fácil de reconocer en la muñeca de ‘instagrammers’ patrias como Nuria Val.
Inditex, por supuesto, ha tomado nota de la tendencia para sus propuestas más festivas. Zara se decanta por los motivos de estrellas, mientras que Bershka lo hace por las flores. Topshop y Sfera apuestan por los geométricos. Mango también incluye propuestas lisas, como la de Clare V o Hunting Season, pero con un acabado satinado en vez de terciopelo. El negro y las decoraciones plateadas son la combinación más repetida, en forma de lentejuelas y aplicaciones.
Jane Austen (y los ridículos) golpearon primero
A tenor de las tendencias, las hermanas Benett de Orgullo y Prejuicio bien podrían haber posado para el lookbook de Attico. Las continuas adaptaciones al cine y la pequeña pantalla que se han hecho de las novelas de Jane Austen dan buena prueba de ello. Y aunque la referencia es actual, este accesorio en realidad tiene más de 200 años.
Situémonos: Europa, finales de siglo XVIII. Las grandes faldas y los miriñaques dieron lugar a siluetas estrechas, como la línea imperio, que impedían guardar las pertenencias en bolsillos internos como se hacía siglos atrás. Fue entonces cuando a las mujeres no les quedó otra alternativa que llevar delicadas bolsitas atadas a la muñeca. Su nombre, ridículo, no hace alusión a su tamaño, sino a su forma de elaboración en red (reticulum, en latín). Solían hacerse de crochet o punto y llegaron a tener formas muy curiosas, como por ejemplo de piña, popularizado por la emperatriz francesa Josefina, esposa de Napoleón, debido a su procedencia: era de la isla de Martinica.
En sus versiones más refinadas, los ridículos se confeccionaban en terciopelo, satén o seda a juego con el vestido que se llevase. El trabajo de bordado y la decoración era, además, un indicador del poder adquisitivo de la familia. Los trabajos de cuentas tenían tal valor, que a comienzos de 1800, los patrones eran secretos celosamente guardados que pasaban de generación en generación. La flora y la fauna, las figuras románticas y las escenas pastorales se incluían entre sus temas más comunes.
Su popularidad era tal que en un boletín de 1808 se leía cómo “ninguna mujer a la moda aparecía en público sin un ridículo que contenía un pañuelo, un abanico, un bote con esencia y dinero fiduciario”. Se dice que dos años antes, durante el famoso juicio a Lord Melville (el último impugnado en Reino Unido por malversación de dinero público), también se pudo ver a mujeres sacando pequeños sándwiches de sus bolsitas para saciar el apetito en el tribunal.
La fama del ridículo duró aproximadamente entre 1795 y 1820, aunque se prolongó unos años en el s. XIX y coincidió de pleno con la publicación de las obras literarias de Jane Austen. Varias de sus novelas incluyen descripciones de este accesorio, como por ejemplo en el capítulo octavo de Orgullo y prejuicio, donde Charles Bingley hace alusión a la capacidad de todas las jovencitas de saber “pintar, forrar biombos y hacer bolsitas de malla”. La crónica de una habilidad de las chicas de su época que puede encontrarse en libros como American Girl’s Book, donde se incluye, como si de un mueble de Ikea se tratase, instrucciones para coser un ridículo en diferentes formas, del ‘melón’ a las puntas lanceoladas.
Lejos de ser un accesorio aparentemente superficial, el ridículo también se utilizó con fines políticos. En el museo Victoria & Albert de Londres puede encontrarse un ejemplar impreso con una mujer negra esclava dando el pecho a su hijo, un motivo de intención abolicionista que utilizó la Female Society for Birmingham, creada en 1825, en su campaña para poner fin a la esclavitud. Se presentaron este tipo de bolsos ante el rey Jorge IV de Inglaterra, la princesa Victoria y otros aristócratas y políticos de renombre. Aunque las imágenes de los ridículos animaban a unirse a la mejora de la situación de la mujer esclava, “a largo plazo eran estereotipos pasivos que suponían un detrimento en la lucha contra el racismo”, explican desde el museo.
Con el tiempo, al cierre de cuerdas que caracterizó al ridículo se le añadió uno en metálico, como el de los monederos, que influiría en los bolsos de mano de décadas posteriores. Otra variedad del ridículo era el ‘stocking purse’ o ‘miser purse’, con forma tubular y una zona de apertura central. Era muy común coserlos para regalo, con dos anillas que servían para asegurar y separar lo que contenía cada uno de los extremos.
Años 20: Las flappers y el revival del ridículo
La aparición, tras la Primera Guerra Mundial, de una figura más esbelta, llevó, de nuevo, a necesitar un complemento al brazo para llevar los enseres personales. Las mujeres de la época retomaron este tipo de bolso en telas como la seda, el crepé de China o el satén. El interior era tan importante como el exterior, y se tuvieron en cuenta detalles como el forro, los bolsillos internos o los espejos. Entre la novedad se encontraba los bolsos de malla elaborados en plata de ley, aunque también había una gran demanda de los bolsos de cuentas, un revival de los que se llevaron un par de siglos atrás.
Figuras del cine mudo como Bebe Daniels o Betty Compson aparecen en algunas de sus películas con este tipo de minúsculos bolsos que no dificultaban su ajetreado baile. También podemos encontrarlos en filmes actuales ambientados en los locos años 20: el Gran Gatsby o Marion Cotillard en Medianoche en París son dos menciones más que se suman a la curiosa historia de un accesorio que siempre termina volviendo.