Londres, la urbe más ‘premium’

La capital inglesa atrae cada año a 15 millones de turistas. El 70% la visita con la intención de comprar moda.

Cordon Press

El país de las maravillas cuando hablamos de compras se llama New Bond Street, una rutilante sucesión de establecimientos de grandes marcas que ha tomado como bastión esta arteria londinense –y su prolongación al sur de Old Bond– para convertirla en un escaparate del lujo. La pionera Louis Vuittton, Chanel, Dior, Gucci, Belstaff o Ermenegildo Zegna son algunas de las megatiendas y maisons recién abiertas, renovadas o a punto de estrenarse en esta milla de oro enclavada en el corazón de Mayfair. Probablemente la mayor concentración por metro cuadrado del mundo, y que no tiene su sede...

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El país de las maravillas cuando hablamos de compras se llama New Bond Street, una rutilante sucesión de establecimientos de grandes marcas que ha tomado como bastión esta arteria londinense –y su prolongación al sur de Old Bond– para convertirla en un escaparate del lujo. La pionera Louis Vuittton, Chanel, Dior, Gucci, Belstaff o Ermenegildo Zegna son algunas de las megatiendas y maisons recién abiertas, renovadas o a punto de estrenarse en esta milla de oro enclavada en el corazón de Mayfair. Probablemente la mayor concentración por metro cuadrado del mundo, y que no tiene su sede en Nueva York, París o Milán, sino en Londres.

Para el negocio de la moda y complementos de gama alta, la capital inglesa no solo encarna uno de los grandes destinos del consumidor global, o el único en Europa que puede equipararse en volumen de ventas a las grandes urbes asiáticas. Es una increíble plataforma de proyección desde una de las capitales más internacionales del planeta y primera línea en las finanzas, el turismo, el arte e incluso la restauración, que sabe vender y venderse. Un hervidero de tendencias y creatividad que mueve muchísimo dinero.

«La ciudad es uno de los grandes centros del mundo donde se genera capital, porque tiene una economía abierta, un sistema judicial ordenado y transparente que da garantías a los inversores y el inglés como lengua: banqueros, abogados y ejecutivos de otros lugares, que han estudiado en universidades anglosajonas, prefieren hacer aquí sus transacciones», explica Elena Moya, una experta en fondos de inversión que cuenta con tres lustros de experiencia en la City. En este corazón de los negocios donde, junto a su extensión en el moderno Canary Wharf, trabajan 350.000 personas, se compran y venden diariamente productos financieros que equivalen a la tercera parte del dinero que se mueve en el planeta. Quinientos bancos de todos los países imaginables, aseguradoras, firmas de contabilidad, bufetes de abogados o stock brokers operan en la urbe del mundo con mayor número de empleados en los sectores cualificados.

Audley House, en Bond Street.

Sara Janini

Un mercado de talentos que, a diferencia de otras junglas del asfalto, tiene también ese punto más hedonista de quien sabe vivir. «Mientras el banquero estadounidense trabaja 25 horas, el inglés está más cultivado y tiene otras inquietudes, roba tiempo para ir al campo el fin de semana o para comprar en Mayfair, disfrutar de una función de teatro, del tenis en Wimbledon e incluso de un palco en el fútbol», constata Moya. Es la posibilidad de combinar esa misma oferta tentadora con los negocios la que atrae a muchos de los clientes extranjeros de hacia la capital británica. «Vienen varias veces al año, visitan a su asesor de inversiones, a su asegurador, a sus abogados… y luego se dedican al ocio y a las compras», explica un experto de la industria financiera.

«Una de las ventajas de Londres respecto a cualquier otro lugar es su posición geográfica, que la ha convertido en la segunda casa de multimillonarios de Oriente Medio y Rusia, que no la tendrían en Nueva York por la diferencia horaria», subraya Pilar Ordovás, buena conocedora del cliente de alto perfil desde su experiencia de más de una década como directora internacional del departamento de arte de postguerra y contemporáneo de la casa de subastas Christie’s. Ordovás, quien también dirigió la sede londinense de la galería Gagosian antes de establecer la suya en Mayfair, subraya el creciente posicionamiento de esta ciudad como nueva capital mundial del arte: «Los galeristas estadounidenses han empezado a abrir sedes aquí, en busca de presencia para capturar a clientes inaccesibles desde Estados Unidos. La competencia es tal que se dan cuenta de que van a perderlos si no ponen los pies en Londres».

La galerista madrileña se sorprende de cuánto ha cambiado esta ciudad en los 17 años que lleva en ella, no solo en cuanto a su oferta artística, sino en multitud de ámbitos que incluyen la gastronomía. Hace ya tiempo que la capital inglesa conjuró su mala reputación culinaria, antaño equiparada a la de su climatología de forma un tanto injusta, porque aquí ya existía la cocina de fusión cuando el nombre no se había inventado todavía. «Su mentalidad tan abierta, aunque los ingleses sean a la vez tradicionales, la ha convertido en una potencia mundial en restauración», sostiene José Godoy, responsable del restaurante Ametsa, recién abierto por Elena Arzak en esta urbe, y que después de tan solo seis meses de andadura conseguía su primera estrella Michelin este otoño.

Restaurante Ametsa, de Elena Arzak, con una estrella Michelin.

Getty Images

El antiguo imperio mercantil inglés ha convertido a su capital en uno de los centros ambicionados por la alta cocina. Godoy recuerda que es aquí donde se imparte el curso de sumiller más exclusivo y duro de conseguir en el gremio (Masters of Wine) o donde cada año se proclama la lista de los 50 mejores restaurantes del mundo. «Hay un alma de competitividad en quien aterriza en este lugar. Un afán de mejora continuo que se extrapola a todo y no deja de ser un motor económico. Londres es muy exigente. Aquí pasa todo».

Para Ordovás, «lo que la hace tan atractiva es su carácter internacional, que ofrece la posibilidad de ir a comer a París en dos horas: pone el mundo en tus manos». Una gran metrópolis en la que, sin embargo, «la gente te reconoce en la calle, te saluda y queda contigo. En resumen, invita a vivir».

Esa aseveración es especialmente cierta cuando se dispone de recursos bien engrasados. Como centro financiero, la ciudad ofrece calidad de vida a una legión de millonarios y money-makers que la han adoptado como principal o segunda residencia. Los mismos que enrolan a sus hijos en los mejores colegios privados de Kensington, Fulham o Battersea, en centros de prestigio como Eton o Harrow, que acuden a las carísimas consultas de Harley Street y que se acogen a un sistema legal que ha convertido a Londres en la capital del libelo (ya sea a la hora de dirimir disputas entre empresarios o la pensión de divorcio que suele favorecer a las esposas despechadas).

Reservado del nightclub Boujis.

Sara Janini

Todo ello en un entorno que garantiza a los más opulentos seguridad y discreción, parapetados en enclaves exclusivos como Kensington Palace Gardens, que concentra algunas de las propiedades más caras del mundo, en el perfil también clásico de Chelsea o en bloques ultramodernos como el One Hyde Park en el barrio de Knightsbridge, donde un apartamento puede costar 28 millones de libras… Porque el mercado inmobiliario, siempre en auge, supone una estupenda inversión para los oligarcas rusos, jeques del Golfo o multimillonarios asiáticos que, además, no pagan impuestos sobre los beneficios si deciden vender. El 85% de los compradores de propiedades super-prime son extranjeros, y la mayoría de los que gastan en alguna de ellas más de 10 millones de libras proceden del Este o de Oriente Medio. Pero algo por debajo de esa cifra los hay de todas las nacionalidades, con la incorporación de acaudalados griegos o italianos buscando refugio de la crisis de la eurozona.

Las ventajas fiscales para esos expatriados de lujo suponen un verdadero plus. Gente como Román Abramóvich, uno de los hombres más ricos de Rusia, o los jeques árabes pueden esgrimir un estatus de no residente permanente para eludir gran parte de los impuestos sobre sus fortunas y ganancias. Aunque en la práctica tengan en Londres el centro de operaciones, mientras sus mujeres gastan a espuertas en el renovado Mayfair o en Knightsbridge, el destino de compras favorito de las árabes y sus cachorros, siempre con la vista puesta en Harrods.

Interior de la tienda de decoración Selection shop.

Sara Janini

El propietario de estos almacenes, donde también se exhiben productos inalcanzables para el común de los mortales, es un consorcio del Gobierno de Qatar que incluye en sus inversiones en la ciudad el edificio más alto de Europa (el Shard). «Los bienes-trofeo son muy valorados por los rusos y los árabes. Compran cosas muy británicas, buques insignia; y los ingleses no tienen problema mientras aporten dinero», confirma Elena Moya.

Este gran grupo de privilegiados nutre la lista de clientes del universo del lujo, pero el foco estratégico de las grandes firmas reside en el turismo con poder adquisitivo. La ciudad atrae a más de 15 millones de visitantes anuales y se estima que hasta el 70% acude con la intención de comprar principalmente moda. Muchos de los que gastan sin reparar en el precio proceden de los estados del Golfo, de Rusia, o de China y de Brasil, donde los impuestos a la importación de bienes de lujo son muy altos. Son los nuevos adictos a la renovada Bond Street y sus calles aledañas de Mayfair, ese microcosmos sinónimo del comercio más elitista desde el siglo XVIII que se lanza a la conquista de una audiencia global erigiéndose en una gran pasarela. Si el concepto del lujo ha cambiado, también lo ha hecho la ya apodada «nueva New Bond». Un lugar en el que, no hace tanto tiempo, los negocios incluso cerraban los sábados por la tarde…

Las tiendas de Royal Arcade son muy frecuentadas por los turistas.

Sara Janini

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