Así ‘trolea’ la administración Trump al mundo a través de la ropa
El episodio de la chaqueta de Zara de la primera dama se suma a la lista de mensajes ímplicitos que miembros de la administración han lanzado con sus decisiones estilísticas.
¿Elección accidental o pura provocación? La duda se ha planteado en demasiadas ocasiones si hablamos de la administración Trump. Desde que el magnate anunció su candidatura a la presidencia de EEUU, y sin olvidar el misógino merchandising de su campaña –con lemas como La vida es muy puta, no votes a una–, el estilo de su familia y de los integrantes de su equipo han acaparado un sinfin de polémicas...
¿Elección accidental o pura provocación? La duda se ha planteado en demasiadas ocasiones si hablamos de la administración Trump. Desde que el magnate anunció su candidatura a la presidencia de EEUU, y sin olvidar el misógino merchandising de su campaña –con lemas como La vida es muy puta, no votes a una–, el estilo de su familia y de los integrantes de su equipo han acaparado un sinfin de polémicas. La última, la chaqueta de Zara de Melania Trump (¿desde cuándo la primera dama elige una firma low cost si ella solo viste gran lujo en sus apariciones públicas?) con el polémico mensaje de «La verdad es que a mí no me importa, ¿a ti?» en la parte posterior de su parka mientras visitaba a los niños migrantes, algunos de ellos separados de sus padres, en Texas. Mientras el presidente ha achacado el uso de la chaqueta como mensaje contra la prensa, la portavoz de la primera dama ha asegurado a los medios que eso es lo que ponía en la chaqueta y que «no hay ningún mensaje oculto» que valga. Una periodista de la CBS, Katie Watson, enfatizó en la idea de que Melania quería ser vista con ella porque al bajar del avión a la vuelta de su visita, y pese a la polémica servida en todas las redes y webs del planeta, la seguía vistiendo «mientras estamos a 27 grados en la base del Air Force One».
No es la primera vez que Melania emplea la moda de forma subversiva. Su camisa fucsia con lazo de Gucci en uno de los debates electorales también levantó acaloradas discusiones sobre si la por aquel entonces aspirante a primera dama lanzaba un bofetón al sexismo sin complejos de su marido. Asimismo, sus tacones de visita humanitaria, también en Texas, levantaron un alud de críticas por la idoneidad de llevarlos en plena catástrofe medioambiental y su implicación afectiva con los afectados. De hecho, la analista de moda de The New York Times, Vanessa Friedman, apunta a que el mensaje de la chaqueta de Melania podría ir por estos derroteros, por el hartazgo de la primera dama ser de ser radiografiada con sus estilismos. «Ella es plenamente consciente de que nada de lo que vista la primera dama es ‘solo’ una cosa, especialmente por lo que se pone en un evento público en el que no habla, pero sabe que será fotografiada –como bien prueba la experiencia de los tacones en Texas (que también sirve para sus asesores)–. Asumir la idea de que ella se puso la chaqueta de Zara porque le pillaba a mano y tenía un poco de frío (o algo por el estilo) es inconcebible», escribe la periodista. De inocencia, poca. El troleo, en consecuencia, era más que evidente.
De eso, de mosquear al personal con su ropa, precisamente se está intentando curar Louise Linton, la esposa del secretario del Tesoro de la administración Trump, Steve Mnuchin. Actriz y modelo escocesa, Linton acaba de ofrecer una entrevista a la revista Elle para blanquear su denostada imagen tras el «incidente de la bufanda de Hermès» o el ataque de clasismo contra el pueblo llano en su cuenta de Instagram (que derivó en que se hiciera público que su marido pidió usar un avión privado del Gobierno para utilizar en su luna de miel). Cual influencer incapaz de separar la labor pública de su marido con la exhibición de estatus personal, Linton subió una foto a sus redes mientras estaba de viaje oficial con su marido y decidió promocionar las marcas que vestía con hashtags (#BufandaHermés, #pantalonesRolandMouret, #gafasdesolTom Ford y #zapatosdeValentino). Sus seguidores pusieron el grito en el cielo y ella no dudó en contestarles con desprecio y de forma sarcástica, lo que acrecentó todavía más el escándalo y abrió la veda a una oleada de artículos del excesivo estilo de vida del matrimonio del Tesoro. Un año después, pide perdón desde las revistas femeninas y trata de «aprender a vestir con respeto según el sitio que visite».
Moda y política es una ecuación difícil de digerir para muchos –especialmente cuando se utiliza de forma machista para medir la valía de las representantes femeninas únicamente en función de su estilo o aspecto–, pero conviene recordar que desde la ropa de los que gobiernan se han lanzado mensajes contundentes en el fascinante género del power dressing. Kim Jong-un siempre viste su traje Mao en una limitada paleta de colores en honor Mao Zedong, fundador del partido comunista chino. Margaret Thatcher nunca llevó pantalones, pero convirtió sus camisas anudadas y sus recios trajes con ecos a la masculinidad poderosa en herramienta de clase e instrumento político. Justin Trudeau se pone calcetines de Star Wars en reuniones políticas para generar simpatías y alejarse de la imagen de político encorsetado. Trump también tiene su toque. No es accidental que los trajes de Brioni que viste, sastería italiana cuyos conjuntos pueden superar los 10.000 euros, luzcan tan mal cuando los lleva puestos: el presidente prefiere que se los corten mal para parecer despreocupado por lo que lleva puesto.