Lacroix y Lucía Lacarra, un encuentro de alta costura
La etérea bailarina española Lucía Lacarra da vida a la colección homenaje que Christian Lacroix ideó para el renacimiento de la maison Schiaparelli.
Lucía Lacarra
La española, primera bailarina del Ballet de Múnich, se convierte en maniquí por un día para el modisto Lacroix.
La fragilidad de Lucía Lacarra, una de las grandes bailarinas que ha dado España al mundo, se transforma en sofisticados personajes cuando se prueba cada uno de los trajes diseñados por Christian Lacroix para Schiaparelli. El propio modisto se entusiasma al ver cómo le sientan. «Algunas modelos no entran en ellos», exclama. Pero Lacarra les da vida y personalidad. Se mira al espejo como una niña que se prueba la ropa de...
Lucía Lacarra
La española, primera bailarina del Ballet de Múnich, se convierte en maniquí por un día para el modisto Lacroix.
La fragilidad de Lucía Lacarra, una de las grandes bailarinas que ha dado España al mundo, se transforma en sofisticados personajes cuando se prueba cada uno de los trajes diseñados por Christian Lacroix para Schiaparelli. El propio modisto se entusiasma al ver cómo le sientan. «Algunas modelos no entran en ellos», exclama. Pero Lacarra les da vida y personalidad. Se mira al espejo como una niña que se prueba la ropa de baile de su madre. «Es un honor poder ponerme estos diseños. Un sueño», suspira. Su cuello se estiliza como el de un cisne. Parece que quisiera echar a volar aún con las joyas históricas de Schiaparelli recordándole aquello de la gravedad. Pero tiene los pies en la tierra. De hecho es un rasgo del que se enorgullece.
Lucía, primera bailarina del Ballet de Múnich, se fue de casa a los 13 años para entrar en la escuela de Víctor Ullate en Madrid. «Sabía que tenía que irme de España para bailar. Soy de un pueblo de 9.000 habitantes, Zumaia (Guipúzcoa), donde el ballet no existía. Mi familia no tenía nada que ver con la danza, pero mi madre tiene una teoría. Ella poseía un joyero con una bailarina que giraba, y dice que cuando yo era un bebé era lo único que me calmaba». De ahí le viene todo. También recuerda que desde que tiene uso de razón no decía que le gustaría ser bailarina, sino que afirmaba con seguridad: «Yo seré bailarina». «Y en ello he depositado mi vida entera», comenta.
Con 15 años ya hacía solos en la compañía de Víctor Ullate. Hace poco volvió a leer una entrevista que le hicieron en esa época. «Me preguntaban dónde me veía con 30 años. En aquel momento pensaba que con esa edad sería una anciana en el mundo de la danza y dije que no haría ballets clásicos. Cuando la leo, no sé si reír o llorar, pienso en la ingenuidad de la juventud. Han pasado 20 años y puedo hacer mucho más de lo que hacía entonces. Bailo todos los ballet clásicos del repertorio, modernos, neoclásicos, dramáticos… cosas que con 17 años no sabía ni lo que eran». Lucía sabe que vive su momento y lo exprime al máximo bailando en los mejores teatros del mundo. «Me siento más fuerte que hace años. Una mujer es más poderosa después de los 30 porque se conoce mejor y sabe decir sí o no. Eso es muy importante en este trabajo, pues es muy duro estar sobre un escenario delante de tanta gente y darlo todo».
Lucía lleva conjunto Shocking con bustier de satén, pantalón tobillero de crepé con nudo drapeado de satén de falla rosa Schoking con velo de plumeti.
Pablo Zamora
Durante tres años fue la principal figura del Ballet Nacional de Marsella con el coreógrafo Roland Petit. «Allí la moda, el arte y el baile caminaban de la mano. Roland contaba que cuando tenía 20 años si necesitaba un telón, iba a casa de Picasso y le pedía que le cediera algún cuadro para reproducirlo en gigante sobre la tela del teatro… y el pintor se lo daba. Una vez creó un solo para mí y dijo que necesitaba un vestuario especial para la ocasión. Llamó a Herve Leger y me confeccionó un vestido bandage maravilloso. La última vez que trabajé con él en Tokio fue en la pieza Duke Ellington y escogió a la diseñadora más importante del momento en Japón, que era Hanae Mori, para que diseñara todo el vestuario de la obra». Para Ronald Petit lo que llevara cada bailarín era casi más importante que el paso, «porque un movimiento puede cambiar completamente según cómo se mueva el vestido. Con las mallas de ensayo se ve perfectamente cada paso, pero con un buen vestido toma vida».
La trayectoria internacional de Lucía ha forjado su manera de bailar. De Marsella se fue a San Francisco y de allí a Múnich. «Necesitaba abrir mis alas y elegir libremente. Siempre que he pensado cómo sería bailar en determinadas compañías he luchado por entrar en ellas. Dejar el lugar en el que tienes seguridad y empezar de cero en otro hace que aprendas mucho más de ti. Soy quien soy y bailo así por esta vida de variaciones de estilos, coreógrafos y compañías. Tu pasado crea tu presente y el mío no lo cambio por nada».
Alguien ajeno a este arte puede ver en su vida una existencia repleta de dolor y privaciones –Lucía ha sufrido importantes lesiones y ha renunciado a muchas cosas–, pero ella esboza una sonrisa que transmite felicidad. «No tengo vacaciones, pues sufro físicamente cuando regreso tras estar parada unos días; tengo horarios terribles, bailo los domingos… Sé que no es una vida organizada al estilo común, pero es la que siempre he querido tener. Estaba dispuesta a todo para llegar donde estoy hoy y nunca lo he visto como un sacrificio».
Pablo Zamora
Además, ahora siempre que tiene elección baila con su marido, Marlon Dino. «No hay mejor partner que él. Hemos creado una pareja tan especial que la gente pide vernos. Él es tan alto, rubio, con sus ojos azules, y yo tan típica española de pelo negro y ojos oscuros, que queda impactante en el escenario». La última vez que los españoles pudieron disfrutar de ellos como artistas invitados fue gracias a la CND. «Siempre que su director, José Carlos Jiménez, quiera contar conmigo allí estaré. Está intentando con todas sus fuerzas crear una compañía donde quieran estar los bailarines españoles. Eso no se consigue en un año ni en dos, se necesita mucho apoyo y todos los que estamos fuera deberíamos echarle un capote. Por mucho que yo no tenga edad para disfrutar de la compañía que se está empezando a formar ahora, estaré orgullosa de haber colaborado en sus inicios».
¿Retirarse? Esta palabra no está en su vocabulario. «Todos los bailarines tienen una edad física límite y yo no voy a dejar pasar la mía. Tengo un cuerpo hecho para el baile. Pero soy consciente de que hay un momento en el que no da para más. No sé si será una evolución o me llegará un día de golpe. Pero me estoy preparando porque soy consciente de mi edad y es importante saber qué quieres hacer y para qué tienes capacidades y ganas».
Vestido Sainte-Nitouche de lana con cuello oficial de satén, mangas de falla y satén duquesa y cintura corselete; y chistera de satén con velo de tul y plumeti, todo de Schiaparelli. Broche de 1938 de Max Boinet para Elsa Schiaparelli.
Pablo Zamora
Christian Lacroix
Tras su «obra expositiva de museo» homenaje a Schiaparelli se centra en el diseño de vestuario de grandes teatros.
Monsieur Lacroix, Christian Lacroix, o directamente ese caballero que entra en la maison Schiaparelli bromeando con el personal y rompiendo la fría educación de la que suelen presumir los parisinos. Él ha sido durante décadas uno de los diseñadores más importantes de la alta costura y, desde que su firma anunció la bancarrota en 2009, no había vuelto a ella. Pero su presente y futuro está en las grandes producciones de artes escénicas. «De pequeño soñaba con crear el vestuario para la ópera. Es lo mismo que la alta costura pero mucho mejor. Está muy bien vestir a la mujer del presidente, pero todo el trabajo y refinamiento que requiere prefiero ponerlo al servicio de una ópera o un gran ballet. Me aporta más». En noviembre el público de la ópera Ezio, de Christoph Willibald Gluck (en Fráncfort), o en febrero, el de La favorita, de Gaetano Donizetti (en Toulouse), disfrutará de sus creaciones. Para la primera ha creado 200 figurines y otros 200 de pruebas. «¿No es la mayor pasarela que se pueda realizar en la vida?».
Se da la vuelta para mirar a Lucía y expresa con pena que no ha tenido la suerte de vestirla, «pero he trabajado en su teatro de Múnich y sé que dota de un alma suplementaria al traje». Explica que se encuentra más a gusto entre bastidores «porque me siento parte del equipo junto al escenógrafo o el director de orquesta. En un desfile hay chicas adorables pero al terminar se van al siguiente desfile. La relación no es tan estrecha como en un teatro». Christian no tuvo un flechazo con la moda.
Su pasión fue imperturbable desde su infancia. «En 1958 no había libros sobre este tema. Yo tenía uno en el que los años 30 terminaban con una silueta de una chaqueta de Schiaparelli copiada de Vogue. No era capaz de pronunciar su nombre, pero se me quedó grabado». Elsa ha sido siempre su musa. «No sería el mismo modisto si no hubiera visto su trabajo». En junio creó 18 vestidos inspirados en ella y que no están a la venta. «Este encargo para Schiaparelli jamás fue concebido como una colección, sino como una obra expositiva de museo. Como si estuviera haciendo una película con trajes de los años 30».
Vestido Sabayon de satén duquesa con bustier en forma de abanico y falda asimétrica abullonada; tocado de terciopelo con pluma de avestruz y sandalias bicolor; todo de Schiaparelli.
Pablo Zamora
Dalí, hablando sobre la influencia de Elsa Schiaparelli en los surrealistas, afirmó que la moda era una función simbólica de la vanguardia. El maestro de Arlés comulga con sus palabras. «Lo que más llama la atención de la alta costura son las vanguardias. La diseñadora Iris Van Herpen está haciendo casi ciencia ficción. Si ves sus desfiles, puedes comprender lo que dijo Dalí. La moda está en el corazón de las vanguardias y ella es el ejemplo».
Cuando la voz de roble del diseñador hace una pausa para reflexionar sobre la historia del vestir, se abre un libro sobre su influencia en la sociedad, y viceversa. A Lacroix le gustaría sentarse a escribir una tesis. «Cuando finalicé mi carrera en 1973, la moda no era un objeto de estudio en la Sorbona. Ahora desarrollaría mi tesis sobre el hecho de que, desde que se descubrió Pompeya en el siglo XVIII, esta industria siempre ha mirado hacia atrás. En el XIX se muestra lo del XVII y XVIII, y así sucesivamente. Por ejemplo, mis padres alucinaban con que cuando yo tenía 20 años me comprara cosas de los 40 y que me vistiera de esa época tan gris. Al igual que ellos, no puedo entender que los jóvenes de hoy se vistan de los 80, una década que no me atrae».
Tras un repaso al pasado viene una pregunta obligatoria de futuro. ¿Hacia dónde cree que evoluciona la alta costura? «No creo que muera. En un mundo globalizado donde todo es tan idéntico creo que existe la necesidad de ver cosas individuales y especiales. Lo hecho a mano tendrá más valor porque querremos poseer cosas únicas».
Christian Lacroix con el perfume pipa de 1936. El único que hizo Elsa Schiaparelli para hombre.
Pablo Zamora