La vida interior de las españolas

La historia de la ropa íntima en nuestro país en los últimos 100 años es un fiel retrato social de la evolución de la mujer.

Seguramente no hay en la historia de la moda un siglo tan movido como el que dejamos atrás hace poco más de una década. El espumoso siglo XX, con sus continuos avances sociales, significó para las mujeres la conquista de muchas reivindicaciones que afectaron no solo a sus derechos, sino también a su forma de vestir.

España vivió esta moderna centuria con efectos retardados con respecto a otros países europeos que se erigieron en vanguardia de todos los cambios, un retraso que se hizo cada vez menos significativo con la llegada de la democracia. Pero los albores del ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Seguramente no hay en la historia de la moda un siglo tan movido como el que dejamos atrás hace poco más de una década. El espumoso siglo XX, con sus continuos avances sociales, significó para las mujeres la conquista de muchas reivindicaciones que afectaron no solo a sus derechos, sino también a su forma de vestir.

España vivió esta moderna centuria con efectos retardados con respecto a otros países europeos que se erigieron en vanguardia de todos los cambios, un retraso que se hizo cada vez menos significativo con la llegada de la democracia. Pero los albores del XXI ya no nos pillaron con el paso cambiado: ahora somos un país avanzado, al menos en cuestiones de moda, y tan uniformemente globalizado como cualquiera de nuestros vecinos. ¡Quién nos ha visto y quién nos ve!

Un breve repaso al devenir de las costumbres españolas en cuestión de moda íntima en los últimos 100 años dejaría catatónicas a nuestras bisabuelas, aunque no tanto a nuestras abuelas, que vislumbraron algo de libertad durante la República y tuvieron que resignarse a ver cómo se esfumaba bajo las mantillas que con tanto ahínco recetaba la Iglesia.

De batista, blondas y encajes eran las enaguas y refajos con los que las mujeres velaban el cuerpo por encima y debajo del corsé. «Modelaba la figura hasta el límite: empujaba el pecho hacia arriba y hacia afuera, y aplastaba el tórax y lo forzaba hacia abajo y hacia adentro. Oprimía además vientre y caderas, y hacía sobresalir riñones y senos. Confería una silueta antinatural, en forma de “S”, que pasaba por la anhelada cintura de avispa y que en algunos casos medía solo 40 centímetros. Constreñía hasta el punto de ser la causa de los mal llamados desmayos románticos, que no se debían a ningún asunto del corazón sino a la falta de aire», explica la periodista y escritora Laura Manzanera, que acaba de publicar Del corsé al tanga (Península), una revisión de los últimos 100 años de moda en España.

Afortunadamente, en 1906 el modisto francés Paul Poiret nos libró de la tortura, al ser el primero en presentar una colección de corsetería que prescindía de tal prenda. Aunque en España, deprimidos por la reciente pérdida de las colonias, solo se enteraron cuatro listas que se hacían la ropa en París. Para la diseñadora Guillermina Baeza, el gran cambio se produjo, efectivamente, cuando el corsé pasó a mejor vida: «Por fin se liberó al cuerpo femenino, pero también a la mujer, porque gracias a ello tomó conciencia de su persona».

Sujetador con puntilla de Jean Paul Gaultier para La Perla, blusón con flecos de Gucci, medias de Calzedonia, zapatos de PVC y charol de Mugler.

Bela Adler y Salvador fresneda

Por entonces, para la mayoría de las mujeres, la moda casi no existía. Educadas en las labores de costura y de bordados, las clases más humildes confeccionaban su propia ropa, incluida la lencería, mientras que la burguesía dejaba el tema en manos de modistas y costureras.

En 1909 nació en Barcelona la revista Hogar y Moda, pionera de la prensa femenina. A través de sus ilustradas páginas, las españolas se enteraron de lo que se llevaba en Londres o en París, y un par de décadas más tarde en el cine americano. En ella aparecieron las primeras flappers, mujeres con el pelo a lo garçon que, poniéndose el mundo por montera, bebían, fumaban y bailaban charlestón. Los locos años 20 llegaron a nuestro país casi en los 30 y en el frenesí de su torbellino volaron las enaguas de batista y los corpiños, para ser sustituidos por ligeras combinaciones de seda o percal. Como las nuevas garçonnes no podían tener curvas, aparecieron también los primeros y rudimentarios sujetadores (las brassieres), que, más que sostener, aplanaban el pecho. Y junto a ellos, las primeras bragas de punto, un tejido robado a los hombres sobre el que Coco Chanel cimentó su enorme leyenda.

En San Sebastián, la burguesía invadía las playas para intentar atrapar un rayo de sol. Poco a poco, se descubrió que las españolas tenían brazos, hombros y pantorrillas. «Solo unas pocas, jóvenes ricas de Madrid, Barcelona u otras ciudades grandes, se atrevían a ser modernas o podían permitírselo. Las más adelantadas imitaban el estilo francés. Bajo aquellos vestidos rectilíneos, que no marcaban las formas, usaban un modelo de sujetador conocido como «el aplastador», que ocultaba al máximo los pechos y, de paso, evitaba que se tambaleasen al bailar. Aquellas figuras andróginas eran mucho más que un simple capricho o una mera apariencia. Estas inconformistas renunciaban a ser delicadas mujeres tuteladas por los varones, a una vida de reclusión e incomodidad. Querían vestirse y comportarse como les viniese en gana», aporta Manzanera.

Cuando parecía que las mujeres de nuestro país empezaban a tener un futuro –y piernas–, la llegada de la dictadura del general Primo de Rivera significó un nuevo retroceso en las libertades. De ese periodo se salva un gran invento: el tul elástico, con el que se elaboraron las primeras fajas sin ballenas, mucho más ligeras que el corpiño y que el denostado corsé.
Afortunadamente para las féminas, el 14 de abril de 1931 se proclamó la República, un régimen que significó grandes avances como la llegada del voto femenino, el divorcio y el matrimonio civil. A pesar de ello, no todas se vieron igualmente beneficiadas: en los pueblos, las mujeres seguían vistiendo de negro, con enaguas, corpiños y refajo.

En esas estábamos cuando estalló la guerra civil, que había de dejar en el limbo todos los progresos logrados. La dictadura franquista aisló a España del resto del mundo y la miseria de la postguerra antepuso la subsistencia a la moda. No se volvió al corsé, pero la ropa interior se hizo enorme, con refuerzos y guateados que anulaban las formas en los sujetadores y con inmensas y rústicas bragas de algodón. Todo ello compartía cajón con las omnipresentes fajas. En aquellos tiempos, la moral cristiana era el dogma, y la decencia y el pudor, el camino a seguir.

Y llegó la democracia íntima. Con la década de los 50 se abre la veda al desarrollo, a la industrialización y al turismo. «Otra gran revolución fue la aparición de las fibras sintéticas a finales de los 40. Permitían dotar de elasticidad a los tejidos y que las prendas se adaptaran al cuerpo», apunta Baeza.

En 1947, Josep María Vives Vidal fundó en Igualada una empresa corsetera que alcanzó una extraordinaria posición. Durante cuatro décadas, sus marcas Warner’s, Majestic, Intima Cherry, Gemma y Belcor coparon enormes cuotas de mercado, llenando los escaparates de las boutiques en las ciudades y también los de las mercerías de todos los pueblos. La moda íntima llegaba así a un público femenino masivo y se traducía en prendas que se podían enseñar. «Antes la lencería estaba pensada para sujetar y controlar. No importaba su estética, sino la función que cumplía. Hoy en día existen dos grandes grupos de productos: los que se utilizan para gustar, seducir y mostrar, y los funcionales, que no renuncian a tener un look actual», explica Lidia Cruz, marketing manager de Vanity Fair Europa, empresa de la que forman parte el conglomerado de marcas de Vives Vidal y el mayor grupo corsetero del mundo.

Todas estas firmas dirigieron la evolución de la ropa interior hacia la moda e introdujeron colores y fantasía, al tiempo que experimentaban con inventos como el Nylon o la Lycra –ambas fibras fueron creadas por la compañía americana DuPont–.

Desde la televisión, otra marca lanzaba un eslogan con cancioncilla («Su faja, señora, Soooras»), que se apoyaba con anuncios bastante atrevidos en los periódicos y revistas. En ellos se mostraba el dibujo de una mujer con moderna melena, al estilo de Roy Lichtenstein, empuñando un látigo que hacía a las veces de letra S de la marca.

A principios de la década de los 60, debemos agradecer al concilio Vaticano II la llegada de un creador excepcional: Andrés Sardá. Perteneciente a una saga industrial que fabricaba puntillas y mantillas, Sardá creó Eurocorset como alternativa al negocio familiar, cuando llevar mantilla dejaba de ser obligatorio. Visionario y arriesgado, el diseñador dejó muy claras sus intenciones cuando bautizó su primera marca como Risk. Su obsesión era aunar calidad e imagen. Risk y las otras marcas de Eurocorset como University –y posteriormente Andres Sarda y Sarda– se reparten con Vivesa el mérito de renovar la ropa interior de las españolas durante décadas. «La vida de la mujer ha evolucionado muchísimo, y la moda, tanto interior como exterior, lo ha hecho con ella. En la actualidad se ha reconciliado con su cuerpo, lo conoce, saca provecho de él, y considera la ropa interior moda íntima, e incluso la combina con la moda exterior», opina Nuria Sardá, sucesora de su padre en las labores de dirección.

También sobrevive, aunque en otra liga menos centrada en la moda, la marca Playtex, que en los 70 puso los pechos de las españolas en punta, gracias a su cruzado mágico, un sujetador que separaba las copas y contenía los michelines y el estómago. También trajo a España los tirantes elásticos y las copas de varias tallas, así como el triple corchete. Y otro gran clásico que resiste es el Wonderbra de la casa Gossard, que ha aguantado hasta nuestros días a pesar de que no hay quien lo aguante un día entero. Cabe recordar su memorable revival en los 90, con la modelo Eva Herzigova como pícara musa de pecho reventón.

En la actualidad, la moda íntima es un bazar extraordinario de opciones, aunque llama la atención el aumento imparable de propuestas correctoras, funcionales, a base de rellenos en los sujetadores, que buscan elevar el pecho o aumentarlo; bragas que comprimen o levantan el trasero; o fajas que se anuncian propias de la alfombra roja y que permiten llevar vestidos livianos sin que se escape ningún michelín. Lo realmente llamativo es que estos productos se encuentran también en las colecciones de marcas destinadas al público más joven. Cuando en los 70 las feministas quemaban los sujetadores, poco podían imaginar que en pleno siglo XXI las mujeres estarían oprimiendo sus formas para moldearlas. Y es que el marketing y sus estrategias de venta parecen haber calado más hondo de lo que en su día lo hizo la moral cristiana. ¿Volveremos al corsé?

Jersey con brocados de lana de Roberto Cavalli, cinturón de piel de Dior, braga-faja de Maidenform, antifaz de Lily Blossom.

Bela Adler y Salvador Fresneda

Archivado En