La moda de los marginados quiere marcar la pauta

A la industria no le basta con adaptar el estilo de los ghetos y convertirlo en tendencia. Ahora tiene el ojo puesto en un grupo de diseñadores que han nacido en estas zonas desfavorecidas.

Andrea Crews/ Getty

Al este de Brooklyn se encuentra East New York, uno de los barrios más peligrosos de la ciudad. Olvidado por la mayoría de los neoyorkinos, los medios se encargan de recordarles los altos índices de robos y asesinatos que se dan dentro de su perímetro, así como de la pobreza que reina en sus calles. Allí nació Shayne Oliver, artífice de la marca Hood by Air, un diseñador que ahora está en boca de todos y que, sin embargo, se formó en una escuela pública, algo poco habitual en el sector de la moda americano. Su trabajo, entre la estética japonesa, el hip hop y lo cyber, le ha...

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Al este de Brooklyn se encuentra East New York, uno de los barrios más peligrosos de la ciudad. Olvidado por la mayoría de los neoyorkinos, los medios se encargan de recordarles los altos índices de robos y asesinatos que se dan dentro de su perímetro, así como de la pobreza que reina en sus calles. Allí nació Shayne Oliver, artífice de la marca Hood by Air, un diseñador que ahora está en boca de todos y que, sin embargo, se formó en una escuela pública, algo poco habitual en el sector de la moda americano. Su trabajo, entre la estética japonesa, el hip hop y lo cyber, le ha valido una mención por el conglomerado de lujo LVMH, el benelplácito de Rihanna o Kanye West y el cartel de “agotado” en las tiendas de VFiles y Opening Ceremony. La industria ve en sus creaciones un soplo de aire fresco. Oliver, sin embargo, cree que su trabajo responde a los dos mundos que le ha tocado vivir: “El ámbito artístico del sur de Manhattan y ese otro lugar que me encontraba cuando volvía a casa”, declaraba en Style.com.

En todas las ciudades, un amplio porcentaje de las clases medias mira con recelo a los ghetos que se extienden alrededor del casco urbano. Allí crecen jóvenes que son conscientes de que el sistema les ha dado la espalda, y han desarrollado formas de combatirlo o de separarse aún más de él. En estos barrios hay violencia, pobreza y disturbios constantes, pero también un sentimiento de pertenencia que se plasma, entre otros factores, en sus formas de consumo y, sobre todo, en su estética.

Ilya S. Savenok (Getty Images)

Kaney West en un desfile de Hood by Air.

Getty

Oliver es uno de los pocos diseñadores negros que están triunfando en la liga de los grandes nombres. Por eso, mientras Hood By Air desfilaba entre aplausos en Nueva York, la galería Pratt de Manhattan inauguraba el pasado invierno la exposición Black Dress, que albergaba los diseños de un puñado de diseñadores afroamericanos cuyos nombres no suenan en las publicaciones reconocidas, pero su influencia es rastreable en muchas de sus páginas.

Sin ir más lejos, el código indumentario del Hip Hop marca hoy la pauta de las tendencias gracias al encumbramiento de A$ap Rocky, Kanye West e incluso Run DMC como iconos de la moda internacional. Ahora sus estrellas visten (y nombran en sus canciones) Margiela, Balenciaga o Haider Ackermann, pero dicha subcultura siempre se ha caracterizado por consumir logos conocidos por el gran público, grandes cadenas de oro y enormes gafas de sol que combinaban con unos andares pretendidamente altivos y unos pantalones anchos, los swagging pants, que recordaban explícitamente a los amplios uniformes carcelarios que lucían forzosamente los afroamericanos en prisión.

Chris Brown, Jay Z y Kanye West, o la obsesión de los hip hoperos por la marca Pyrex.

Cordon Press

Reivindicación del derecho al lujo. Esa es, paradójicamente, la práctica que vincula a todos los sectores marginados de cada país. El gheto, esté donde esté, viste de marca, y gasta en ropa más que muchos individuos de clase media.

Por eso hace algunos años un pub de Leicester prohibió a sus asistentes ir vestidos de Burberry. Los famosísimos cuadros de la firma eran y son los favoritos de los chavs, esos jóvenes ingleses cercanos al movimiento hooligan que residen en ghetos, viven desempeñando trabajos basura o aceptando prestaciones sociales y son objeto de mofa por parte del resto del país. Burberry, junto a otras marcas arraigadas a la tradición británica son la forma en la que los 'chavs' expresan su pertenencia a una nación que les da la espalda. La firma, cansada de ser asociada con este grupo social, reestructuró su identidad y su estética hace una década, contrató a Christopher Bailey y se convirtió en lo que hoy es, la marca de éxito que llena los armarios de los británicos cool.

Burberry y otras marcas típicamente británicas, mezcladas con la estética deportiva, definen el estilo de los chavs ingleses.

Cordon Press

Las 'banlieues' llegan a Rue Saint Honoré

Mientras tanto, el consumo de marcas americanas condensó las creencias de esos franceses de ascendencia árabe que pueblan las 'banlieues', las zonas periféricas de las grandes ciudades. Si en Francia la moda es una cuestión patrimonial que roza el nacionalismo, la moda americana sirvió para dar forma a la identidad de los franceses rechazados: “Las clases bajas rechazan la producción cultural de su país en favor de la de una nación que ellos idealizan”, cuenta el sociólogo Alexandre Pouille en el texto The creation of modern youth french fashion. "Si las clases medias y altas demuestran su riqueza llevando estas firmas a modo de souvenir cultural, ellos las consumen para emular al chico malo estadounidense".

Y si Burberry fue la marca nacional favorita de los chavs, Lacoste fue su correlato entre los jóvenes de la banlieue. Aunque, a diferencia de aquella, la enseña francesa, que siempre estuvo ligada al clasicismo y el estilo conservador, vio en ello una oportunidad para dar un giro a su estética y enfocarla a un público más urbano.

La moda de alta gama siempre se ha alimentado de las subculturas y los estilos que nacen a pie de calle pero normalmente los han reformulado para adaptarlos a su público, tan elitista como deseoso de novedades. Ahora, sin embargo, son los propios diseñadores, nacidos o en permamente contacto con las zonas marginales, los que están viendo cómo la industria los acoge y aplaude sus creaciones. El caso de Hood By Air es sólo el primero de muchos.

Hace poco el diario The Guardian se hacía eco de varias marcas que, inspirándose en la 'anti moda' francesa, habían ido a recalar en sus templos más reconocibles: el barrio de Le Marais o la tienda multimarca Colette, entre otros.

Es el caso de Andrea Crews, cuyo slogan 'matón de gran corazón' ya anticipa esa estética chandalera, colorista y plagada de logos que tienen sus creaciones. O el de Paris Nord, firma que se define como "Anti rive gauche- el Paris real" y que, sin embargo, se vende en tiendas que también comercializan Givenchy, Saint Laurent, y otros adalides del chic francés.

Quizá sea porque la macrotendencia de la ropa deportiva y la vuelta del logo en clave irónica haya logrado que a la industria no le basten las influencias, y esté buscando a sus nuevos nombres en el núcleo donde nacen dichos estilos. O quizá se hayan cansado de los circuitos establecidos y estén cazando sangre nueva en círculos completamente ajenos a su radio de acción. Incluso cabe la posibilidad de que las pasarelas y las tiendas de lujo vean a estas marcas como algo “exótico”, un planteamiento completamente novedoso que viene a refrescar al sector. En cualquier caso, y junto a marcas como Pyrex o KTZ, que explotan el estilo del joven nacido en el gheto y lo funden con otras tendencias, ya empiezan a sonar otras que hacen de esta estética una declaración de intenciones, casi un manifiesto político a favor de los olvidados.

Dos propuestas de la colección otoño invierno 2014 (a propósito de la afición al fútbol) y la cantante Maluca Mala desfilando para la colección de primavera verano de Andrea Crews.

Andrea Crews/ Indigital

Su trayectoria apunta al éxito que vivieron en los noventa marcas afroamericanas como Fubu (acrónimo de “For us by Us”), una enseña nacida en un barrio deprimido de Queens que acabó siendo comprada por una compañía asiática billonaria y, por el camino, recibió premios que reconocían su labor emprendedora.

Pero, ¿hasta qué punto estas marcas del gheto serán para lo ghetos? Combinar pasarela y clientela experta con el beneplácito de los jóvenes en los que se inspira es una tarea casi utópica. Pero, al contrario de lo que pueda pensarse, los precios no serán el verdadero obstáculo:

Siempre asociamos a estos grupos con el mal gusto y la ropa de mala calidad. Sin embargo, como bien apunta Owen Jones en su ensayo Chavs: la demonización de la clase obra en Inglaterra: "Resulta interesante reconocer en ellos un despliegue exagerado del consumo, sobre todo de productos de marca. A pesar de que las clases medias los sitúan como ridículos y con poco estilo, el look chav es altamente ostentoso y se vanagloria de su gusto adquirido"

Recordemos, además, que el rap vino acompañado de esa estética conocida bling bling o ghetto fabulous: coches de lujo tuneados, diamantes en las orejas, bolsos de Gucci y Vuitton y un buen puñado de marcas de lujo.

¿Y qué decir de los comúnmente llamados 'canis' o 'chonis'? Buena parte de la población opina que su estilo roza el ridículo, pero lo cierto es que sus prácticas rutinarias, del fitness al bolso de marca o la visita regular al salón de belleza tienen más que ver, en abstracto, con el consumidor de lujo que con el joven desfavorecido.

Tal vez ahorren para permitírselo, y quizá los resultados no sigan los estándares estéticos establecidos. Pero precisamente por eso son su seña de identidad: con ellos reivindican un derecho que su cultura les ha vedado y con ellos, también, se oponen al 'buen gusto' de la mayoría. Ese es el problema de unir gheto y pasarela: no son los precios, ni las prendas, sino el dejar de sentir como propio algo que ha nacido en los descampados, los parques y las calles olvidadas por el Ayuntamiento.

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