La duquesa con ‘leggings’: el inclasificable estilo de Cayetana
Quizá su cargo nobiliario estuviera en las antípodas de lo hippy, pero su atuendo y su actitud decían lo contrario.
En 1795, Francisco de Goya retrataba a María Teresa de Silva Álvarez de Toledo, Duquesa de Alba, vistiendo un traje más cercano al aspecto del pueblo llano que al que se le supone a una aristócrata de su calibre. A finales del siglo XVIII, los nobles españoles adoptaron el majismo, esto es, copiaron el estilo indumentario de las clases populares y lo reinventaron con tejidos y adornos más refinados. La Duquesa de Alba, de conductas liberales y caprichosas, ejercía entonces como el mayor icono de esta tendencia transgresora para la época.
En 2012, Cayetana Fitz James Stuart, Duquesa d...
En 1795, Francisco de Goya retrataba a María Teresa de Silva Álvarez de Toledo, Duquesa de Alba, vistiendo un traje más cercano al aspecto del pueblo llano que al que se le supone a una aristócrata de su calibre. A finales del siglo XVIII, los nobles españoles adoptaron el majismo, esto es, copiaron el estilo indumentario de las clases populares y lo reinventaron con tejidos y adornos más refinados. La Duquesa de Alba, de conductas liberales y caprichosas, ejercía entonces como el mayor icono de esta tendencia transgresora para la época.
En 2012, Cayetana Fitz James Stuart, Duquesa de Alba, aparece en Ibiza con su flamante marido Alfonso Díez, 24 años menor. Lleva unos leggins blancos estampados combinados con una blusa azul eléctrico y un lazo del mismo color que le recoge su cardadísima melena blanca. Tiene ochenta y seis años.
Dos siglos después, parece que en la casa de los Alba no ha cambiado nada. Su liderazgo lo ostentan mujeres fuertes que viven al margen de títulos e imposiciones de clase. Féminas que hacen lo que les da la gana, con su armario y con su vida.
Cayetana de Alba no tuvo un retrato suyo firmado por Andy Warhol, pero si el artista americano la hubiera conocido a fondo, seguro que le habría dedicado una serie. Sí tuvo uno de las Costus, la pareja de pintores que durante la movida madrileña dibujó la España más cañí y conservadora en clave pop. Al fin y al cabo, la Duquesa era la mujer con mayor número de títulos nobiliarios del mundo, estandarte de un régimen de clases que a día de hoy sigue teniendo cierta influencia. Terrateniente, mecenas y propietaria de un ingente patrimonio cultural e inmobiliario, la revista Forbes estimó que su fortuna se cifraba en 3.000 millones de euros, convirtiéndola en una de las mujeres más ricas de España
Cayetana de Alba y Jackie Kennedy en la Feria de Abril de Sevilla en 1966.
Cordon Press
Sin embargo, la duquesa derrochaba tanta naturalidad que en la mayoría de los casos la prensa olvidaba sus credenciales y se centraba en el aquí y ahora, en declaraciones graciosas, decisiones controvertidas y, sobre todo, en estilismos inclasificables. Nació acompaña da nada menos que por Ortega y Gasset y Gregorio Marañón, antes de la mayoría de edad ya había viajado por todo el mundo, era amiga de Grace Kelly, Jackie Kennedy o El Príncipe Carlos, y se codeaba con artistas. Y, a diferencia de otras figuras de la alta sociedad, nunca quiso ser un icono de elegancia, sólo vestir a su manera.
Por eso, y a pesar de que en su juventud vestía piezas firmadas por Balenciaga o Yves Saint Laurent, y aparecía fotografiada por los grandes en las portadas de la revistas de moda, no tenía reparos en enfundarse kaftanes comprados en Marruecos, alpargatas y blusas ‘demasiado’ estampadas. Podía (y de hecho lo hacía) acudir a los talleres d elos modistos más afamados, pero donde se encontraba en su salsa no era en los ateliers parisinos, sino en los mercadillos. De hecho, las miles de imágenes que la prensa rosa ha mostrado de ella en las últimas décadas, ocurren en cuatro escenarios: en los aledaños de su residencia en el Palacio de Dueñas, en los toros, en una playa o en un mercadillo.
Cuando se rizó el pelo hasta llegar al afro y empezó a vestir, día sí día también con colores estridentes y motivos floreados (los complementos, de las gafas a los pendientes, siemrpe a juego), se ganó el sobrenombre de la Duquesa Hippy. Quizá su cargo nobiliario estuviera en las antípodas de lo hippy, pero su atuendo y su actitud decían lo contrario: pese a ser amigable con los medios en muchas ocasiones (y no serlo en otras tantas), la imagen de Cayetana, con sus tocados, sus chanclas y sus pareos ibicencos, pedía a gritos que la dejaran a su aire.
Cayetana de Alba cambió los grandes diseñadores por la ropa de mercadilo.
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Además de Ibiza, la otra gran inspiración indumentaria de Cayetana ha sido Andalucía. Mezclaba sin pudor volantes con túnicas, lunares y pareos, bikinis y pendientes de gitana. Por eso el pasado invierno el salón de la moda flamenca (SIMOF) decidió premiarla con un galardón honorífico. Por eso, también, este verano el artista Alberto Romero le dedicó una exposición titulada Doña Cayetana-Ibiza-Pop. Sus personalísimas elecciones de estilo han dado para todo; para homenajearla a a manera clásica y para rendirle pleitesía al modo postmoderno.
Con Victorio y Lucchino como diseñadores fetiche, zapatos planos de colores como elemento básico y una innumerable colección de bisutería de colores (atesora grandes joyas, pero raramente las exhibía), Cayetana se convirtió en asidua de las revistas y los programas de corazón. A veces, no había nada que contar, salvo qué llevaba puesto. Curiosamente, nadie se atrevía a juzgarla, a tacharla de hortera o de vestir con prendas de otro rango de edad. Hacía tiempo que el público admiraba más su osadía de lo que aborrecía sus elecciones y, sin embargo, cada nuevo bikini a los ochenta y cada blusa de flores era noticia.
Tras la muerte de Luis Martínez de Irujo en 1972, Cayetana decidió que no iba volver a seguir las convenciones asociadas a su rango y se casó con Jesús Aguirre, ex jesuita y uno de los hombres más cultos del país. No se peude decir que la Duquesa fuera ajena a las artes, su ojo para el mecenazgo y el coleccionismo es conocido. Sin embargo, mezclaba sin pudor su conocimientos pictóricos con su afición al flamenco, la música clásica con los tablaos, la lectura de los clásicos con los conciertos de David Bisbal. Su armario, en este sentido, era un reflejo de su vida.
Cayetana de Alba en 1947.
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Por eso nadie se extrañó cuando con 85 años se casó de nuevo con Alfonso Díez. Tampoco cuando en la segunda parte de su biografía declaraba: “La ventaja de la edad es que uno puede afrontar la noche de bodas sin ansiedad”. Si el majismo del XVIII siguiera existiendo, ella sería su principal precursora.
Quizá su imagen pública, cercana y completamente individual, lograra que la opinión pública dejara de lados asuntos más profundos como su conflictiva relación con los agricultores andaluces o los privilegios financieros de la Casa de Alba. Incluso haciendo uso de su fama mediática, ha sido acusada de hacerse la tonta muy inteligentemente cuando estos temas saltaban a la palestra. No obstante, no se puede decir que el aspecto y la actitud de Cayetana fueran impostados. Se enfundaba en un bikini de colores y desarmaba hasta el más crítico. Si hay un personaje nacional del que se pueda decir que vivió lo que quiso y como quiso, esa es sin duda la Duquesa. Con ella reventaron los corsés de la aristocracia, y la moda de las clases altas se distanció de pasarelas y modistos para regatear por unas chanclas en el puesto de un mercadillo.
Cayetana de Alba con su marido Alfonso Díez en París.
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Cayetana de Alba con Alfonso Díez en Ibiza.
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