Opinión

El falso temor al retorno de la puritana

Los agoreros del #Metoo temen una ola de castidad sexual como consecuencia a las denuncias de acoso. Una paradoja en la era más pedagógica en cuanto a sexualidad libre y consentida.

Catherine Deneuve, una de las portavoces que teme un auge del puritanismo, en 'Belle de Jour'.Cordon Press

Deneuve y acólitas predicen el advenimiento de una nueva «ola de puritanismo sexual«. El escritor Sergio del Molino aventura que «el sexo ya no es divertido«. «...

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Deneuve y acólitas predicen el advenimiento de una nueva «ola de puritanismo sexual«. El escritor Sergio del Molino aventura que «el sexo ya no es divertido«. «Salvemos el sexo«, pide Milena Busquets. El periodista Paco Tomás se alinea con ellos y asegura que «detrás del #MeToo se esconde todo el puritanismo y conservadurismo que están asolando el planeta». También lo ha hecho el director Michael Haneke, que teme una «cruzada contra cualquier forma de erotismo». Los agoreros del #MeToo especulan ahora con un tsunami de mujeres reacias al placer de los sentidos. Los reaccionarios elucubran, sin ofrecer nombres y apellidos o poder señalar a ideólogas concretas, con la supuesta existencia de un ente de calvinistas organizadas en la sombra, empeñadas en formar ejércitos de cinturones de castidad para demonizar al sexo y quitarnos, por ende, toda la diversión. Una situación paradójica en la que, posiblemente, sea la era más pedagógica sobre la sexualidad femenina y en la que el puritanismo ha perdido todo el poder mediático que sí ostentó en el pasado.

Cuesta visualizar entre esas supuestas filas beatas y retrógradas a Tarana Burke, la activista negra de Queens que se inventó esto del «yo también» hace una década. Burke lidera una ONG (aconfesional) que asiste a niñas en riesgo de exclusión, niñas abandonadas por el sistema, sobreviviendo en lugares que nadie querría cruzar solo de noche. Arrepentida de haberse quedado sin palabras ante la confesión de una chica de Alabama que le contó que el novio de su madre había abusado sexualmente de ella, la activista convirtió en lema esas dos palabras que marcarían a 2017, gracias a la popularidad de la actriz Alyssa Milano, y que tantas suspicacias levantan ahora entre los apocalípticos del #MeToo.

Tarana Burke, activista y fundadora del movimiento «Me Too», aceptando un premio en el National CARES Mentoring Movement’s third annual For The Love Of Our Children el pasado mes de enero.Getty (Getty Images for National CARES )

El ocaso de la estrella puritana

«Solo diré una cosa sobre mi anillo de castidad: ¡nadie quiere ser una zorra!». Hace solo una década esto es lo que se gritaba, y se aplaudía, en el escenario de los MTV VMA’s. Lo hacía Jordin Sparks, ganadora de American Idol, y no estaba sola en la defensa de la abstinencia sexual. A mediados de los 2000, este fue el mensaje que los lobbies evangelistas cristianos lograron colar entre el gran público, alimentados por subvenciones gubernamentales hacia organizaciones como la CBAE (Community-Based Abstinence Education) o la Silver Ring Thing, conocida por popularizar los anillos de pureza o castidad como símbolo de abstinencia sexual entre los adolescentes.

Hazel Cills recuerda que en reacción al ‘sex panic‘ que causó la crisis del Sida entre los 80 y los 90, las jóvenes estrellas del pop alimentaban esta narrativa que dividía a las adolescentes entre ser un virgen o, directamente, ser una golfa. Jessica Simpson y Britney Spears repetían una y otra vez que esperarían hasta el matrimonio para mantener relaciones sexuales. La generación Disney alzaba su mano izquierda frente a los fotógrafos para mostrar sus anillos de castidad: lo hacían los Jonas Brothers, Demi Lovato, Hillary Duff, Miley Cyrus o Selena Gomez. «Mantendré esta promesa por mí misma, por mi familia y por Dios», dijo Gomez en 2008. Cyrus diría el mismo año a People que ser virgen era «un gran compromiso de las adolescentes». La demonización del sexo era el camino a seguir.

Selena Gomez con el ‘purity ring’ que lució durante la década pasada.

Una a una, con el paso de los años, todas esas estrellas se quitaron su anillo de la pureza. Obama también desechó la idea de seguir subvencionando los programas educativos de castidad como mejor método anticonceptivo entre las adolescentes (Trump, alineado con lo críticos con el #Metoo por «destrozar» la vida de hombres con «simples acusaciones», destina 277 millones de dólares a promover la abstinencia sexual).

Las puritanas abandonaron la palestra mediática para pasar el testigo a nuevas estrellas que propugnan una idea mucho más progresista, pedagógica y liberal frente al sexo. Zendaya apuesta por el sexo sin compromiso con precaución («Mientras te protejas y te hagas pruebas periódicamente, ¡haz lo que debas hacer!), Bella Thorne se identifica como bisexual y Emma Watson comparte con sus millones de seguidores información sobre cómo educarse sobre el orgasmo femenino y explorar la sexualidad sin miedos. En España, la youtuber Psico Woman también instruye de educación sexual igualitaria desde su canal y la nueva generación de OT ha dado una lección de inclusión y libertad sexual en el espectro LGTBQ como nunca antes se había visto en la televisión pública. ¿Qué voces propugnan ese puritanismo que tanto defienden los reaccionarios al #MeToo si nadie quiere identificarse con él? ¿No se estará confundiendo con la voluntad de establecer unas relaciones sexuales en las que el placer masculino no tenga construirse a través del dolor femenino?

La tasa sexual del dolor femenino

«El mundo está inquietantemente cómodo con el hecho de que las mujeres a veces vuelven a casa llorando después de un encuentro sexual», explica Lily Loofbourow en un reciente ensayo en The Week, donde analiza en profundidad la desequilibrada concepción del «mal sexo» entre hombres y mujeres heterosexuales. «Parece que sólo estemos cómodos con movimientos como el #MeToo siempre que los hombres que se cuestionen sean monstruos fácilmente separables del pack. Una vez sacadas las manzanas podridas y empecemos a sospechar que esto es  más una tendencia que un caso aislado, nuestro instinto es normalizarlo. El instinto nos dice que es así cómo los hombres actúan y que así es cómo es el sexo«. Y es ahí donde introduce la tasa del dolor femenino para lograr el placer masculino.

Loofbourow destaca que un estudio en el que el 30% de las mujeres declaran sentir dolor durante el sexo vaginal, que el 72% sufre con el sexo anal y que «una gran cantidad» no le comunica a su pareja que el sexo es doloroso. La investigación de la periodista concluía que los hombres hablan de «mal sexo» cuando se «aburren» mientras que las mujeres lo hacen para referirse a «no tener confort emocional o, de forma más común, dolor físico». Debby Herbernick, profesora de la Universidad de Salud Pública de Indiana asegura que «cuando se trata de hablar de ‘buen sexo’ las mujeres normalmente se refieren a tenerlo sin dolor, mientras que los hombres dicen haber llegado al orgasmo».

A propósito de la violación a un menor de 9 años agredido por compañeros de su colegio en Úbeda, Benjamín Ballesteros, de la fundación ANAR, alertó en la Cadena Ser que se están incrementando las  violaciones en grupo, sobre todo hacia las adolescentes. Ballesteros añadía que «los niños tienen teléfono móvil en edades muy tempranas, pueden ver pornografía sin control parental» y están «normalizando comportamientos que no son normales». Normalizar hasta el punto de comprobar cómo  ‘la manada San Fermín’ se infiltra en el top de búsquedas de vídeos porno gratuitos. La puritana no volverá porque ninguna quiere serlo, pero tras el terremoto del #MeToo la conversación requiere abrir ese melón sobre cómo afrontamos el sexo más allá de los depredadores sexuales. La periodista Anaïs Bernal resumía el estado de la cuestión con apenas cinco palabras «No es puritanismo, es machismo«.

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