‘Pure’ o el culto televisivo a la pervertida egoísta y descontrolada
La serie de Filmin que explora la angustia vital de Marnie, una joven con TOC de pensamientos intrusivos sobre el sexo, sigue la estela de series a lo Fleabag o Girls con protagonistas blancas, complicadas y cargantes.
Descárgate aquí el PDF completo del nuevo número de S Moda.
«Tengo la mente sucia y todo el mundo lo sabe», se dice a sí misma Marnie mientras limpia arrepentida la casa en la que está viviendo de gorra. «Froto la vergüenza de los grifos, aspiro el arrepentimiento de la moqueta y limpio el horror general de la semana pasada». Marnie tiene 24 años y acaba de huir de Escocia para instalarse en Londres y vivir «una vida anónima y ser una don nadie» en...
Descárgate aquí el PDF completo del nuevo número de S Moda.
«Tengo la mente sucia y todo el mundo lo sabe», se dice a sí misma Marnie mientras limpia arrepentida la casa en la que está viviendo de gorra. «Froto la vergüenza de los grifos, aspiro el arrepentimiento de la moqueta y limpio el horror general de la semana pasada». Marnie tiene 24 años y acaba de huir de Escocia para instalarse en Londres y vivir «una vida anónima y ser una don nadie» en una ciudad de ocho millones de habitantes. Marnie cree que «es una persona de mierda» y es la protagonista de Pure, el último fenómeno en ese pujante género televisivo de protagonista femenina (blanca) torturada e inadaptada. La serie, que aterrizó en Filmin la semana pasada y se ha convertido en una de las más vistas en la plataforma, es una dramedia con más ansiedad que risas y también es la adaptación televisiva del libro semiautobigráfico Pure, de Rose Cartwright, la versión larga de un ensayo viral que esta autora publicó en 2013 en The Guardian sobre su Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC) Puro con pensamientos intrusivos de carácter sexual. Un trastorno que empezó a los 15 años, cuando se imaginó a un bebé desnudo de forma repetitiva mientras cenaba brócoli con su familia y casi se ahoga de la angustia que le provocó pensar que podía ser una pedófila.
En lugar de combatir sus pensamientos intrusos con rituales como lavarse las manos o contar repetitivamente como los afectados por TOC, lo de Cartwright y los afectados por Puro O, como Marnie, su alter ego en la serie, son pensamientos intrusivos sobre violencia o, en este caso, el sexo. Un trastorno que no se visibiliza y es mucho más angustiante y difícil de tratar. Aquí la carga erótica es inexistente y se experimenta en un universo más terrorífico que libidinoso. «Es como El sexto sentido pero no veo a gente muerta. Los veo desnudos», cuenta Marnie en el primer capítulo, mientras intenta escapar de la pesadilla de imaginarse a su madre practicándole sexo oral, una orgía entre todos sus conocidos en las bodas de plata de sus padres o ver a un autobús repleto de ancianos desnudos.
Esto, precisamente, no es ninguna fiesta. «Entonces, ¿estás constantemente cachonda?», le pregunta en la serie su antigua jefa a Marnie. «Más bien constantemente confundida y frustrada», aclara la afectada. La protagonista es capaz de decepcionar involuntariamente y sin descanso a todos y cada uno de los personajes que tratan de tenderle una mano en Londres. Le pagarán la terapia, le ayudarán a conseguir unas prácticas en una revista (no remuneradas, al parecer el precariado cultural en la economía del entusiasmo no entiende de fronteras) y hasta le regalarán el alquiler, pero ella siempre encontrará la forma de fastidiarlo movida por su obsesión con su trastorno.
Una década de gloria a las inadaptadas
«Creo que puedo ser la voz de mi generación. O por lo menos una voz de una generación», dijo hace casi una década Hannah Horvath. En realidad, a nadie le caía bien: ‘Girls’ y la duda sobre la simpatía, 16 veces que Hannah Horvath fue la persona más desagradable de la televisión o Hannah Horvath: Por qué (todavía) te odiamos tanto fueron algunos de los análisis sobre su personaje en Girls (2012-2017), icono fundacional en esto de las heroínas algo cargantes y egoístas de la última década. Muchos la odiaron. Los mismos que nunca titularon ferozmente contra solipsismo antisocial de Larry David en Curb your Enthusiasm (y lo siguen etiquetando como genialidad) decretaron que Horvath fue muchísimo peor persona que el mismísimo asesino caníbal Hannibal Lecter (o así salió vencedora en un duelo por el personaje más odioso de la ficción, #ActualWorst, en The Atlantic).
Los omnipresentes desnudos de una mujer no normativa en pantalla y su afán por evidenciar las necesidades existenciales de una privilegiada blanca en uno de los barrios más gentrificados de Nueva York dividirían al público y crítica, pero también sirvieron para cimentar la explosión de tramas sobre mujeres jóvenes complicadas en televisión. Ahora son muchas las que, como Hannah, pueden decir en pantalla sin que chirríe aquello de que «nadie me va a odiar tanto como me odio a mí misma, ¿vale? Así que cualquier maldad que cualquiera vaya a decir sobre mí, ya me la he repetido a mí misma, sobre mí, probablemente, en la última media hora». Ejemplos no nos faltan.
El aterrizaje del desastre con patas que es Marnie en Pure certifica la invasión televisiva de mujeres blancas cisgénero cargantes para algunos pero profundamente honestas, jóvenes que no piden perdón por exponer sus miedos, filias y angustias sexuales. Personajes autoindulgentes y tan ensimismados en su propio universo y necesidades que no pueden parar de cagarla con aquellos que todavía se toman la molestia de preocuparse por ellas. Son mujeres inteligentes, despiertas intelectualmente, elocuentes y amenazantes por el mero hecho de serlo, pero también son personajes polarizantes que han encajado a la perfección en la celebración feminista de la mujer difícil de los últimos años.
Horvath allanó el camino a que otra protagonista «perturbada, pervertida y enfadada» se hiciera con todo premio a su alcance. La británica Phoebe Waller-Bridge tomó el testigo para construir al nuevo icono millennial de mujer-blanca-complicada-busca con Fleabag. La suya es una versión pelín más adulta que Marnie o Hannah, pero su heroína también ostenta un buen cum laude en esto de la inadaptación social, intensas y tumultuosas relaciones emocionales y mucho libertinaje sexual.
Junto a las protagonistas literarias de Sally Rooney, Waller-Bridge ha terminado de edificar los mitos fundacionales de la mujer millennial, transformando lo de ser una torturada y egoísta en algo interesante y aspiracional para nuestra época. Algo que, a tenor de la escasa repercusión de otros títulos no menos interesantes y refrescantes como The Bisexual, Chewing Gum o Insecure, parece reservado al triunfo mainstream siempre que se explore un determinado perfil de mujeres blancas y con ciertos privilegios. Así lo apuntó Rebecca Liu en The Making of a Millennial Woman cuando definió a estos nuevos iconos aclarando que «su encanto radica en que se odia lo suficiente a sí misma como para ser accesible. A menudo es rica, pero no piensa demasiado en ello. Su vida está cargada de tanto drama y autodesprecio, que se olvida de eso, tal como se supone que nosotras debemos hacerlo».
La mujer ‘desagradable’ solo puede ser una
«Una mujer que llora es un monstruo. También lo es una mujer gorda, una mujer cachonda, una mujer que grita de risa. Las mujeres que son una o más de estas cosas han escuchado, o tal vez simplemente intuido, que somos repugnantemente excesivas, que nos hemos tomado libertades ilícitas para sentirnos, follarnos o comer con abandono … Una mujer que conoce el mundo con intensidad es una mujer que soporta latigazos de vergüenza y desaprobación, tanto dentro como fuera», apunta la escritora Rachel Vorona Cote en Too much: How Victorian Constraints Still Bind Women Today (Grand Central, 2020), un reciente ensayo en el que mezcla Lana del Rey, Britney Spears o la madre de Stifler con la escritura de Elisabeth Gaskell o las hermanas Brontë para ahondar en cómo las reglas tácitas de las mujeres victorianas todavía nos influyen hoy en día.
Si la misoginia igual de presente, ¿por qué hemos asistido a esta explosión y triunfo de heroínas incómodas en la última década? Porque tampoco ya lo son tanto, especialmente, si atendemos a la raza y el origen socioeconómico en el que se enmarcan. Las tías difíciles están integradas en el mainstream gracias a toda una década de pensamiento feminista y relectura de la historia femenina (el herstory) en clave de género en la esfera digital. «Si alguna vez era estándar llamar ‘loca’ o ‘cargante’ a cualquier mujer incontrolable, hoy en día estas palabras pueden entenderse como sexistas», recuerda la ensayista Jia Tolentino en su ensayo El culto a la mujer difícil, recogido en el reciente Falso Espejo (Temas de Hoy, 2020) sobre esta normalización y aceptación de los perfiles de mujeres complicadas.
Que personajes como Marnie o Fleabag triunfen hoy en día y se multipliquen en múltiples versiones en distintas series responde a que ser una tía algo trastornada es visto como una virtud y no como una debilidad en los grandes estudios. Siempre que las mujeres blancas de clase media alta se puedan identificar con ellas. Y, especialmente, cuando en la mayoría de casos las amigas racializadas que aparezcan en estos productos televisivos estén ideadas únicamente o para hacer la vida más fácil de sus protagonistas o para llevarlas hasta una epifanía personal (como es el caso de Pure). «¿Dónde están las mujeres de color ‘desagradables’ o las mujeres queer ‘desagradables’? Cuando existen, ¿tienen el poder suficiente para pensar en deshacerse de él? ¿Y cómo se relaciona eso con varios grados de privilegio social o la falta de él?», se preguntó la periodista y analista feminista Soher Sarkar en La desagradable mujer millennial en Fleabag y quién puede ser ella.
«Quiero personajes que hagan maldades, y que se salgan con la suya. Quiero personajes que piensen mal y que tomen pésimas decisiones. Quiero personajes que cometan errores y que se pongan en su sitio sin tener que pedir perdón por ello», escribió hace ya seis años Roxane Gay en su célebre ensayo No he venido a hacer amigos (o la importancia de los personajes femeninos que no gustan). Media décadas después, la pantalla no se cansa de celebrarlas. El problema es que siempre se vitorea a las mismas.