Por qué Anna Politkovskaya cruzó 50 veces las montañas más peligrosas para denunciar crímenes de guerra
La periodista rusa, asesinada en el ascensor de su casa, es un símbolo de la libertad de prensa. Los viajes que hizo gracias a los billetes gratuitos que consiguió, tras trabajar en una aerolínea, le ayudaron a convertirse en la gran reportera de investigación que fue.
El nombre de Anna Politkovskaya es, a día de hoy, sinónimo de lucha por la libertad de prensa. Para mucha gente lo que queda de su recuerdo es el rostro serio, a menudo ceñudo y concentrado, de una mujer menuda, delgada y resistente que combatió hasta las últimas consecuencias para poder contar la verdad de la corrupción del gobierno de Vladimir Putin.
Algunos, quizás, recordarán las imágenes posteriores a su asesinato en Moscú en 2006, cuando tenía 48 años. ...
El nombre de Anna Politkovskaya es, a día de hoy, sinónimo de lucha por la libertad de prensa. Para mucha gente lo que queda de su recuerdo es el rostro serio, a menudo ceñudo y concentrado, de una mujer menuda, delgada y resistente que combatió hasta las últimas consecuencias para poder contar la verdad de la corrupción del gobierno de Vladimir Putin.
Algunos, quizás, recordarán las imágenes posteriores a su asesinato en Moscú en 2006, cuando tenía 48 años. Su cuerpo fue encontrado desplomado en el ascensor del bloque de apartamentos dónde residía, junto con una pistola y la prueba: los casquillos de cuatro balas. Su asesinato tenía todas las características de ser un encargo. El juicio por su muerte, años después, fue un acontecimiento en Rusia y pese a que se encarceló a cinco personas, jamás quedó claro quien realizó aquel «pedido». Enemigos no faltaban: en el momento de su muerte, estaba trabajando en un artículo sobre torturas en Chechenia que implicaba a Ramzan Kadyrov, entonces primer ministro checheno nombrado por el presidente Putin. Después del asesinato de Politkovskaya, comenzaron a circular rumores de que el propio Kadyrov era responsable. Ella misma había vaticinado que Kadyrov le mataría.
La historia de Politkovskaya comienza cuando ella aún se llamaba Anna Stepanovna Mazepa que se había licenciado en periodismo en la Universidad de Moscú y tenía aspiraciones de reportera. Ahí fue cuando empezó a trabajar para Aeroflot, la aerolínea estatal de la Unión Soviética, como redactora del periódico corporativo de la compañía. Aquella posición venía acompañada de un pase completo para viajar en avión que le permitía ilimitados viajes nacionales gratuitos a cualquier lugar donde aterrizara la aerolínea. Ahí fue donde se despertó la pasión viajera de Politkovskaya quien le dio un buen uso a su «privilegio». La experiencia hizo que dejara de ser el típico miembro de la clase privilegiada rusa familiarizado únicamente solo con los principales centros urbanos y áreas de veraneo de la esfera soviética y se convirtiera en una periodista que iba a informarse al lugar donde nacen las noticias. «Podías ir absolutamente al sitio que quisieras dentro de la URSS. Gracias a esto vi todo nuestro gran país», dijo en una entrevista a The Guardian. «Hasta entonces había sido una niña de una familia diplomática, una lectora, una empollona que no conocía la vida en absoluto”.
La periodista se retiró provisionalmente del oficio cuando se casó con Alexander Vladimirovich Politkovsky, un conocido periodista de investigación que trabajó durante la época de mayor apertura informativa con la reforma iniciada después de 1985 por el nuevo líder soviético Mikhail Gorbachev. Pero tras ser madre de dos hijos, Politkovskaya regresó con ansias al periodismo diario justo en el momento en el que la censura de prensa comenzó a disminuir. Trabajó en el Obshchaya gazeta. Con la llegada de la corrupción rusa en los años noventa, y tras recibir infinidad de amenazas, su marido decidió retirarse. Anna, sin embargo, decidió tomarle el relevo y empezó a trabajar para Novaya Gazeta, el único periódico abiertamente crítico con el Kremlin, la política rusa en Chechenia y la corrupción del ejército.
Es precisamente a partir de ese momento cuando realiza la mayor parte de los viajes que la convierten en una figura nacionalmente conocida. Como cuenta Jon Snow en el prólogo al libro “Diario ruso” de Politkovskaya, pasó a ser alguien a quien las víctimas del estado ruso acudían en busca de ayuda. Se formó como reportera durante la primera guerra en la que los rebeldes islámicos peleaban por un estado independiente, y fue gracias a sus investigaciones, junto las de otros, que se logró un primer acuerdo de paz.
Sus periplos por Rusia se volvieron incesantes una vez se asentó el gobierno de Putin. Había algo desesperado en su búsqueda de la verdad, en su obsesión por viajar las veces que hiciera falta, para desentrañar lo que estaba oculto. Hasta entonces, Politkovskaya escribía sobre los orfanatos estatales y la difícil situación de los servicios sociales. Viajaba, sobre todo, para escribir sobre los problemas de la ciudadanía, no se consideraba reportera de guerra, sino una continuadora de la tradición rusa. Eso le llevó a escribir sobre los siete millones de refugiados que había en Rusia, y a cubrir la segunda guerra chechena de 1999.
Para entonces el Kremlin había aprendido la lección: bloqueo informativo en el campo de batalla y enormes dificultades para informar desde el frente. Politkovskaya se convirtió en periodista de campaña y, por tanto, incómoda. En 1999 Politkovskaya viajó más de cincuenta veces a Chechenia desde Moscú. Como explica The Economist en el obituario de la periodista, ese terreno montañoso ubicado al Norte del Cáucaso se convirtió en «uno de los lugares más peligrosos sobre la faz de la tierra a los que podía viajar un periodista en ese momento».
En 2001 se vio obligada huir a Viena, después de recibir amenazas de muerte de un oficial militar acusado de cometer atrocidades contra civiles chechenos. Actuó como mediadora en el asedio al teatro Nord-Ost en Moscú en 2002. Dos años después, se supo que Politkovskaya había caído gravemente enferma cuando intentaba volar a Beslán para cubrir la crisis de rehenes. Después de beber té durante el vuelo a la región, perdió el conocimiento y fue hospitalizada. Según los informes, los resultados de sus análisis de sangre fueron destruidos. Esto llevó a especular que había sido envenenada deliberadamente para evitar que informara sobre el asedio. Politkovskaya quedó muy tocada por este hecho, pero siguió escribiendo a pesar de las amenazas de muerte.
Tras esa huída muchos pensaron que había alcanzado un límite, incluidos sus hijos que le suplicaron que dejara de investigar. Pero no lo hacía. Simplemente comenzó a escribir como una condenada en vida. Su esposo, incapaz de lidiar con el acoso y las amenazas, le suplicó que parase. Ante la negativa de ella se fue de casa, y sus vecinos, intimidados la presencia constante de los servicios secretos en la calle donde vivía, la repudiaron.
El 5 de octubre de 2006, Politkovskaya dio una entrevista en la radio en la que habló sobre un artículo que estaba preparando para Novaya gazeta, dónde iba a desvelar las prácticas de tortura vinculadas a una unidad de milicias controlada por el primer ministro de Chechenia, el amigo del Presidente de la Federación Rusa, Ramzan Kadyrov. Tenía que entregar el artículo el sábado 7 de octubre, pero su cadáver fue encontrado en el edificio dónde vivía justo antes de las cinco de la tarde. Ese día era el cumpleaños de Putin.