De Londres al Madrid confinado pasando por la clínica Dator: 35 años de la Ley del Aborto en primera persona
Un álbum de estampas en torno al aborto. Un recorrido personal en torno a una ley en disputa. Una genealogía legislativa de ampliación de derechos sexuales y reproductivos que cumple 35 años y se puede fragilizar en el actual contexto de crisis.
1.- 2020. Estado de alarma nacional y confinamiento mundial. Una de las imágenes de la pandemia que tengo grabadas. Un grupo de feministas polacas guardando las distancias en fila mientras gritan contra el debate de dos proyectos de ley que amenazan con limitar su ya restringidísimo acceso al aborto. Porque para la lucha por la soberanía sexual y reproductiva, la normalidad no es nueva si no la de siempre, amenazada bajo cualquier contexto...
1.- 2020. Estado de alarma nacional y confinamiento mundial. Una de las imágenes de la pandemia que tengo grabadas. Un grupo de feministas polacas guardando las distancias en fila mientras gritan contra el debate de dos proyectos de ley que amenazan con limitar su ya restringidísimo acceso al aborto. Porque para la lucha por la soberanía sexual y reproductiva, la normalidad no es nueva si no la de siempre, amenazada bajo cualquier contexto de crisis. Así, sin más, aprovechando que la cuarentena pasa por el Vístula, el parlamento polaco ha querido forzar un poco más la máquina pero en la calle se ha topado con una multitud de feministas con paraguas negros marchando en bicis, en coches y en redes. He pensado mucho en las embarazadas y las parturientas en estos meses. También en la cantidad de embarazos no deseados que habrán aflorado durante la cuarentena, y que se habrán producido en ella. Nuestro cuerpo, ya nos explicó Silvia Federici en Calibán y la bruja, siempre es un territorio a expropiar. Y siguiendo con el territorio, afectará muy mucho a la posibilidad de interrumpir un embarazo el hecho de haber nacido o vivir en Irlanda, Hungría, España o Malta. Sobre el mapa de Europa se cierne un fantasma a lomos de la crisis del Coronavirus: la puesta en peligro y reducción de nuestros derechos sexuales y reproductivos. El movimiento feminista, mientras, redoblando su creatividad, no piensa ceder un centímetro a cada una de las conquistas logradas. Cuando decimos que somos las hijas de las brujas que no pudisteis quemar, no nos estamos poniendo literarias, nos estamos poniendo literales.
2.- Tengo cuarenta y cinco años. Diez más que la Ley 9/85, primera ley de despenalización parcial del aborto española de la que este 5 de julio celebramos treinta y cinco años, el fruto imperfecto de las luchas encadenadas de varias generaciones de feministas. Como tantas otras personas nacida en los años setenta fui una hija si no no-deseada, sí no-esperada. Mi madre, con dos niños muy pequeños aún en los brazos y un parto reciente descubrió “una falta” y el mundo se le echó encima. En su proyecto de familia cabían aún más criaturas, pero, en serio, ¿ahora? Soy hija de una lucha feminista en ciernes que tardaría aún diez años más en fructificar. ¿Acaso no somos todas hijas de la suerte o falta de suerte de nuestras madres? ¿De su contexto legislativo?
2.- 1984. Acabo de cumplir nueve años y me declaro feminista. Isabel, la madre de mi amiga Ana, trabaja fuera de casa y estudia mientras nosotras vamos al cole. Fuma Ducados y lleva el pelo corto y sin teñir. En su salón, entre otros muchos posters y postales, hay uno que dice: “Aborto libre y seguro YA”. Yo no sé bien qué es eso pero intuyo que es importante. Ana y yo aprendemos a hacer el signo de aborto libre frente al espejo. Somos la pesadilla encarnada de Rouco Varela y de nuestra profesora de tercero de EGB, que aún en un colegio público y laico, nos obliga a rezar el Credo cada mañana. En mi casa se es de izquierdas pero no se milita. Mi madre, eso sí, se ríe con sorna de los de derechas, los que mandan a sus hijas a Londres antes de ir a misa (Entre esos tipos y yo hay algo personal, dice canturreando a Serrat). Como tantas otras niñas, crecí con conceptos confusos acerca de mi salud sexual y reproductiva. Londres como tierra mítica. La información sobre el ciclo menstrual y el acceso a la anticoncepción, animales mitológicos.
Un año después, recuerdo la fiesta en casa de Ana el día que sancionaron la Ley 9/85, un día caluroso de vacaciones. “Ya no es un delito, chicas”, decía Isabel entre calada y calada con alegría contenida, mascando, imagino todas las concesiones que el movimiento se había dejado en la negociación. Ahora puedo descifrar esa contención, también la cantidad de abortos clandestinos, inseguros y penados de compañeras de la memoria colectiva de la que era parte. Isabel nos había hablado de Las once de Basauri. Ana y yo no lo sabíamos entonces, pero, aún con todos aquellos peros, éramos afortunadas de haber nacido en aquel país con un movimiento feminista tan organizado y valiente. Tampoco sabíamos que tendríamos mucho que luchar porque esas semillas crecieran hasta dar sombra firme a nuestros derechos. Las conquistas por la libertad sexual feministas siempre son frágiles porque siempre están en entredicho: no hay nada que reviente más el sistema que separar sexualidad y reproducción.
3.- 1994. Inmediaciones de la Clínica Dator, Madrid. Dos amigas y yo nos hemos metido en la Asamblea Feminista de la Complutense y un par de sábados al mes vamos a hacer piquetes contra las ultracatólicas que se agolpan en la puerta para lanzar dípticos reprografiados con imágenes de fetos en frascos y cosas peores. ¿Tal vez entre ellas se encontraba una joven Rocío Monasterio? Me cruzo la mirada con una chica pelirroja con toca. Es Maribel, una de las míticas monjas que hay en todas las clases de todas las Filologías. “Sacad los rosarios de nuestros ovarios”, gritamos desde nuestra banda, tratando de dar calor a las mujeres, algunas muy jóvenes, otras no, algunas acompañadas, otras solas, que entran a la clínica. Lo mejor es que Maribel, de lunes a viernes, me cae bien. Lo peor es que seguro que alguna de sus compañeras ha tenido que pasar por el pasillo que ellas hacían cada sábado. O irse a Londres, claro.
4.- 2004. Un final de invierno muy duro, acaban de suceder los atentados del 11M. Piso compartido, rozando la treintena. Una de las chicas que vive con nosotras, Kate, irlandesa de Erasmus en Madrid, irrumpe una mañana en la cocina pidiendo ayuda, llora desconsolada. Le decimos que aquí puede hacerlo. Solo necesitamos reunir el dinero. Sabemos por ciencia infusa que la pública no es para nosotras. Meteremos a Kate en ese cajón de sastre del supuesto “riesgo de salud psicológica para la madre” por el cual se hacen la gran mayoría de abortos. La privada proveerá. Empezamos a hacer colecta entre las amigas. La madre de una de nosotras es médico, somos privilegiadas, tiene una compañera ginecóloga y feminista. Todavía conmocionadas con la actuación de Imelda Stunton en El secreto de Vera Drake, acompañamos a Kate a la Clínica Isadora. Una de nosotras la acompaña, las demás fumamos en un banco de la Dehesa la Villa. Sin querer, hemos iniciado una ronda de confesiones en torno a abortos voluntarios e involuntarios. Todas somos Vera. Todas tenemos un secreto. ¿Cuántos más habrá en nuestras familias, nos preguntamos? Aún faltan seis años para la mutación de la ley en Ley Orgánica 2/2010 de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo, la que rige hoy, la llamada de plazos, donde de nuevo quedarán cosas por el camino, pero gracias a la cual dejaremos de tener que encajar fraudulentamente en un supuesto para tener que contar semanas, las cuales paradójicamente se contraen a 14 frente a las 22 de la ley anterior. Pero lo mejor fue que Kate, catorce años después, celebraría en Dublín la victoria histórica del sí en el referéndum irlandés por la despenalización. Otro día de gloria.
5.- 2014. C/ Noviciado, Madrid. Concentración masiva enfrente de la Sede del Ministerio de Justicia. Los fetos en tarritos, por obra y gracia de Alberto Ruiz Gallardón, ahora se llaman “concebidos”, y mediante anteproyecto de Ley han pasado a tener más derechos que nosotras. Sin décadas de lucha. Solo por ser embriones. “¿Otra vez peleando la misma mierda?”. A dos manzanas está el histórico Centro Joven de Anticoncepción y Sexualidad de San Vicente Ferrer donde tantos fines de semana fuimos a por condones y a preguntar por “la pastilla”. Yo misma hace unos días he entrado en una farmacia cercana y he pedido la píldora del día después de que un imbécil que acababa de conocer hubiese eyaculado dentro sin mi permiso. El cabreo que tengo es monumental. Lo descargo en los gritos contra el proyecto de Ley de Gallardón, que más tarde sería su tumba, ya que Rajoy, pese haberse aupado a la presidencia blandiendo en su programa la derogación de la Ley de plazos, se echa finalmente para atrás ante la división de su propio partido y este clamor callejero. Desde entonces, la vuelta a la ley de 1985 es un señuelo que de vez en cuando agitan ciertos popes del PP para tener a sus alas más duras tranquilas. Pero este grito en las calle, de momento, ha acallado a Gallardón. Están despertando, sin saberlo, además, al dragón feminista que terminará por eclosionar en 2018. Pero en reacción también brotarán Hazte Oír y VOX. En la lucha feminista el aborto es la piedra de toque donde se concitan el ultraconservadurismo y los radicales católicos. La vida es suya, dicen. También la familia. “Provida”. Claro, nosotras también somos provida. Pero, frente a su pulsión de muerte, que nos condena a abortos inseguros, somos provida digna. Y no, la culpa del bajón demográfico tampoco es nuestra, señores. “Mi coño NO es tu pensión” se lee en una pancarta mientras vemos caer Gallardón desde su sede.
6.- 2017. Tengo 41 años y estoy en pleno proceso de hormonación para una reproducción in vitro. Luz, una de mis mejores amigas, me llama para contarme algo. Que le da mucho palo, pero hace unos días ha vivido una interrupción voluntaria de embarazo en el Servicio Andaluz de Salud. Dice que se siente culpable por mí, “yo tan fértil y tú peleando con lo tuyo…”. “Pero lo tenía clarísimo. No quería exponer mi cuerpo a otro embarazo. Ni quiero ni puedo ampliar mi familia”. Tiene dos hijos más y una precariedad post crisis financiera encima como un piano. Me cuenta que ha sentido culpa y vergüenza unos días, pero después orgullo y tranquilidad por haber podido abortar en la pública gracias a las luchas de tantas mujeres antes que nosotras. Eso sí, ella y su pareja han tenido que someterse a una auditoría de Servicio Sociales, demostrar no sabemos bien qué tipo de madurez, y ella a pasar los tres obligados días de “reflexión” (que no falte la infantilización). También ha estado ahí la incertidumbre de que cualquiera de los médicos que les tocara no quisiera realizar la intervención ejerciendo su derecho a la objeción de conciencia. la conciencia médica por encima de la libertad de nuestros cuerpos Pero, otra vez por suerte, mi queridisima amiga está en plazo y ha saltado todos los obstáculos. Pero, ¿y si no hubiera tenido papeles? ¿Y si hubiera tenido dieciséis años? ¿Y si en vez de estar en Andalucía hubiera estado en Navarra? Dos semanas después, en una de mis clases de escritura creativa, Raquel Presumido, una de mis alumnas más prolíficas, presenta su ejercicio de periodismo gonzo titulado: “Abortar en Burgos no es posible”. Pues eso, la Ley va por su lado, la realidad va por otro. Nuestros cuerpos, siempre y una vez más en la historia, buscándose la vida, cogiendo un ALSA a Valladolid a medianoche porque hay provincias en España donde “aquí no hacemos eso”.
7.- 2020. En lo más crudo de la cruda cuarentena, en uno de los chats de amigas en los que estoy, una comenta que necesita saber si las clínicas de interrupción voluntaria (IVE) están en activo. Sí, se consideran servicios esenciales, contesta otra, que es médico. “Es para una amiga”. Otra frase de las que nos acompaña toda la vida en cuestiones tabúes, como sigue siéndolo la del aborto. Nos ponemos en marcha. Efectivamente, la interrupción voluntaria del embarazo se ha declarado servicio esencial. Surgen tantas preguntas. ¿Es posible la asesoría telemática? Sólo Galicia y Cataluña han implementado el servicio. ¿Aborto farmacológico? De nuevo la ruleta de la fortuna del territorio, la soberanía de las comunidades autónomas vence sobre la de los cuerpos. ¿Llamar? ¿A dónde? Líneas colapsadas, centros cerrados… ¿Urgencias? Volvemos a informarnos, volvemos a hacer colecta, damos con los colectivos feministas que siempre asesoran y que no han dejado de hacerlo. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué estamos otra vez aquí? La debilidad de la Sanidad Pública siempre jugará en nuestra contra, y a favor de la amenaza sobre la salud sexual y reproductiva de las mujeres y cuerpos gestantes. La mejor amiga de nuestra amiga, es obvio, se salta el confinamiento para acompañarla tres días en casa después de la interrupción. Por suerte las clínicas han expedido un salvoconducto. Se parece todo tanto a El cuento de la criada…
8.- Entre el tercer embarazo de mi madre y el de mi amiga Luz han pasado más de cuarenta años, dos leyes, un proyecto de Ley parado y fallido, muchas amenazas, manifestaciones y una reacción global que se está recrudeciendo en estos últimos años al calor de la ultra derechización del mundo. ¿Y el paisaje del futuro? ¿Cómo lo imaginamos? ¿A quién no podemos seguir dejando fuera? ¿Podríamos ahora corear las consignas que llenaban las paredes de la madre de mi amiga Ana allá por 1984? ¿O nos parecen demasiado “radicales”? ¿Sería posible volver a pelear para sacar el aborto del Código Penal, como ya lintentaron nuestras madres? Tenemos que redoblar la apuesta: al libre y seguro, añadirle gratuito y universal. Para todas. Porque todas tenemos nuestro álbum de instantáneas sobre el aborto esperando a ser compartidas, reveladas, puesta al sol para secarse. Nuestras, de nuestro entorno, de nuestras familias, pueblo, ciudad, país… Ya lo dice siempre Atwood, para crear el cuento de la criada no inventó nada. Gilead está ahí, a la vuelta de la esquina, mirándonos a los ojos. Nunca podremos dar por sentada nuestra libertad sexual reproductiva todavía en construcción. Que esta crisis nos pille organizadas al respecto.