Clara Serra: «En Podemos las mujeres también lo tenemos más difícil»

La diputada por la Asamblea de Madrid publica ‘Manual Ultravioleta. Feminismo para mirar el mundo’, una accesible guía de autodefensa intelectual para responder con argumentos a los que cuestionan las bases de la lucha por la igualdad.

Clara Serra.Gianfranco Tripodo

Cuenta Clara Serra que estamos en la era de «una masculinidad herida, insegura, que no sabe cuál es su lugar en el mundo y se siente amenazada y puesta en duda». Tras el terremoto feminista del 8-M y del #MeToo, la diputada de la Asamblea de Madrid por Podemos cree que hay un sector del género masculino que anda perdido y que «busca refugio en posiciones en las que no quiere que se le ponga en duda». Algunos de estos hombres se están dejando seducir por el discurso reaccionario que apela a volver a un orden en forma de coerción sobre el movimiento feminista. Frente a «esta reacción alérgica de...

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Cuenta Clara Serra que estamos en la era de «una masculinidad herida, insegura, que no sabe cuál es su lugar en el mundo y se siente amenazada y puesta en duda». Tras el terremoto feminista del 8-M y del #MeToo, la diputada de la Asamblea de Madrid por Podemos cree que hay un sector del género masculino que anda perdido y que «busca refugio en posiciones en las que no quiere que se le ponga en duda». Algunos de estos hombres se están dejando seducir por el discurso reaccionario que apela a volver a un orden en forma de coerción sobre el movimiento feminista. Frente a «esta reacción alérgica de quienes están en contra del progreso», la filósofa publica mañana Manual Ultravioleta. Feminismo para mirar el mundo (Ediciones B), un ensayo divulgativo para poder responder a aquellos que se aferran a estos discursos, esparciendo bulos y mensajes alarmistas desde tribunas políticas, mediáticas o por cadenas de WhatsApp. «La gente necesita un mapa de cómo contestarles y hay que hacerlo desde la tranquilidad y con argumentos», explica. En sus páginas ofrece respuestas pedagógicas a por qué son necesarias las cuotas, qué es la economía feminista o por qué la meritocracia no está en peligro cuando hablamos de igualdad.

El intento derogar la ley de la violencia de género en Andalucía, cuestionar a las víctimas de violencia machista o que desde algunas tribunas se hable de “chiringuitos” para crear un imaginario de interés puramente económico sobre las asociaciones feministas son varios de los ejemplos de cómo derechos e instituciones por el progreso feminista pueden tambalearse. ¿Cómo se combate a este discurso basado en bulos, y no en datos empíricos, que además cala muy hondo entre la sociedad?

No tenemos que entrar en el juego de esos partidos que quieren polarizar tergiversando la realidad y lo hacen, además, con muchísima agresividad y vehemencia contra el feminismo y contra las mujeres. Nosotras tenemos que seguir avanzando y dar pasos hacia delante. Llevamos unos años en los que lo interesante había sido consolidar lo que estaba ya ganado. Nosotras queríamos mejorar esas leyes que están instauradas. No podemos dejar que la agenda nos la hagan esos partidos que han venido a hacernos la reacción. Mientras tanto, en la medida en la que estos partidos quieran poner acusaciones, tendremos que debatir con mucha calma y con mucha argumentación. Aprovechar que el feminismo tiene mucha tribuna, mucha columna de opinión y presencia en los medios. Hablar desde la tranquilidad y demostrar que todas queremos construir una sociedad más justa y en la que, al fin y al cabo, apetece más estar.

También está popularizándose una narrativa entre hombres influyentes en redes que defienden que la lucha feminista está fragmentando a la izquierda y propiciando el auge de la ultraderecha por olvidar ‘las necesidades básicas del obrero’. ¿Qué opinas de sus teorías?

(Ríe) Que deberían repasar lo visto estos últimos años, no sólo en el contexto español, sino en el internacional, para averiguar si hay algún movimiento más activo, sano, poderoso, fuerte y vivo que el feminismo. Un movimiento capaz de movilizar masivamente. Me parece que el feminismo es el más fuerte posible actualmente y que, además, es un movimiento de dique de contención y de alternativa a la extrema derecha. Básicamente, porque las mujeres nos jugamos muchísimo en el auge de proyectos reaccionarios que siempre vienen a recortar nuestros derechos.

¿Y por qué culpan al movimiento de dividir a la izquierda?

Se sienten desubicados. Hay una cierta nostalgia de hombres de izquierdas que han perdido su terreno privilegiado de reflexión y de acción política. En este momento, el feminismo es el terreno político sobre el que construir una alternativa progresista. Yo les invitaría a que exploren las posibilidades dentro del feminismo de hacer esa política. A veces parecen un poco los hombres de izquierdas enfadados porque ya no son los protagonistas o su tema tampoco lo es. En mi opinión, el feminismo es sumamente interesante porque hay una incompatibilidad entre los proyectos de la ultraderecha y los derechos de las mujeres, pero también hay una crítica profunda hacia las sociedades en las que se ha dado una privatización, una desmantelación de los servicios públicos. Políticas que son incompatibles con los derechos de las mujeres. Cuando hay precariedad laboral, nosotras somos las que lo sufrimos más. Cuando hay una situación de pensiones de miseria, las mujeres las tenemos reducidas respecto a los hombres. Quien diga que en el feminismo no hay una voluntad de una restitución de derechos sociales lo hace desde una postura de enfado que no quiere adaptarse a los nuevos tiempos y que pide hacer política de forma más eficaz.

Respecto a esto mismo, en el prólogo ya aclaras que el machismo también está inherente entre los propios compañeros de izquierdas. ¿Cómo lo has vivido?

Lo he dicho muchas veces, vivimos en una sociedad con muchas desigualdades, machismos o como mucha gente llama a formas más cotidianas, los micromachismos. En los espacios políticos las hay. En los partidos políticos, también. En todos. Creo que las mujeres que son feministas deben ser críticas con sus partidos políticos y deben ponerlo de relieve, porque es precisamente la manera en la que podemos invitar al resto de las mujeres de otros partidos políticos a hacerlo. Esto no debe entenderse como un ataque a tu propio partido, sería como una manera injusta de leer la lucha de las mujeres en sus organizaciones. Me gustaría ver a mujeres de muchos partidos políticos, también del PP, denunciar algunas desigualdades que ellas también sufren. Pero incluso las mujeres en Podemos y en muchos otros espacios donde he militado hemos vivido algunas situaciones que había que denunciar.

Como el famoso cartel de ‘Nosotras’, ¿cómo lo viviste?

Pues fue una situación que nos invisibilizó a las mujeres, como muchas otras cosas que pasan en un partido político donde sigue pasando que las mujeres lo tenemos más difícil. Por eso tenemos que organizarnos y denunciarlo. Lo importante es que haya soluciones y que haya una posibilidad, o mecanismos, para que eso mejore y vaya revirtiendo. Haciéndolo no se hace daño al partido, todo lo contrario. Demostramos que dentro del partido hay voces feministas que quieren hacerlos cambiar y mejorar. A la larga, eso hace a un partido más poderoso.

En el libro recurres a la mitología, los cuentos, y las leyendas con las que nos hemos criado (el mito de Gea, Pandora, Eva, las femmes fatales en el cine, etc) para poner en contexto histórico a una cultura en la que la mujer siempre pone en riesgo el bien o la justicia de los hombres. ¿Somos las malas de la película para el patriarcado?

Hay que hacer una lectura feminista crítica a los mitos, los cuentos y las leyendas, porque siempre son una justificación de las sociedades y sus reglas. Es interesante ver cómo las sociedades a nivel histórico nos han excluido para dominarnos y por eso es interesante investigar los relatos y los cuentos. Nos tuvieron que construir como malas porque tenían que justificar de un control de los hombres sobre las mujeres. Si las mujeres se pueden descontrolar, si son traicioneras, peligrosas o si son demasiado curiosas o si pueden desatar el caos, entonces estará justificado que la cultura y la sociedad las controle. Que las confine en un lugar, que las recluye por el bien del conjunto del grupo.

Portada de ‘Manual Ultravioleta’ (Ediciones B, 2019).

También rescatas el “derecho al mal” de Amelia Válcarcel y dices “debemos considerar a las mujeres tan capaces como los hombres de hacer el bien o el mal». ¿Pesa mucho en las mujeres de la política esa coletilla de ‘para qué queremos políticas si luego cuando pillan poder van a ser como Thatcher’?

Pesa en la izquierda. Quiero poder oponerme a adversarias políticas por el hecho de no estar de acuerdo con ellas en sus propuestas políticas. No es una buena noticia para las mujeres que, en general, tengamos las manos más atadas para hacer política o tengamos más obstáculos. No creo que sea bueno que las propias mujeres sumemos el hecho de que nuestras adversarias, con las que no estamos de acuerdo en su forma de hacer política, encima se le penalicen más sus fallos porque son mujeres. Eso perpetúa una desigualdad entre mujeres y los hombres. Por decirlo de alguna manera, se transmite la idea de que ellos tengan más herramientas que nosotras, más libertad que nosotras, de que ellos tengan más derechos asegurados. Por ejemplo, más derecho a hacer política y a gestionar el poder que nosotras. Siempre pienso que eso es en realidad una trampa que nos acaba haciendo daño a todas.

¿Por qué?

Porque, aunque se dice desde el buen rollo, en realidad esconde ese cierto machismo de tratar a las mujeres con condescendencia para volvernos buenas, o mejores, que los propios hombres. Esta manera en la que cuando un hombre nos quiere decir que no es machista nos dice que nosotras somos mejores que ellos, que lo hacemos mejor todo. Es una trampa que acaba saliéndonos cara. Tenemos que ser iguales. Somos igualmente capaces de las mismas cosas, de las buenas y de las malas e igualmente responsables y libres de hacerlas bien o mal.

De cara a las presidenciales de EE UU en 2020 se está repitiendo el patrón Hillary Clinton: se cuestiona a las candidatas demócratas (Warren, Gilibrand) en base si ‘gustan’ o son lo suficientemente ‘agradables’ para la presidencia, mientras que a los aspirantes no se les cuestiona en esos términos. ¿Pasa en España también?

Sí. Siempre que las mujeres disputan el poder nos encontramos con este tipo de debates. Más censura y más exigencia. Nos miden con criterios que no se aplican a los hombres. Ha pasado con ministras y con vicepresidentas. Si hubiera candidatas a la presidencia, estaríamos igual. Estamos permanentemente siendo evaluadas. Sufrimos un escrutinio más estricto y nos piden más cualidades que las que se miden en un hombre. Si pasa de nuevo, habrá que revelarlo y denunciarlo.

Este trato diferenciado, esta evaluación constante, ¿la has sufrido en tu carrera?

Yo, al ser mujer joven, he experimentado el paternalismo con el que se nos trata desde políticos que piensan que las instituciones son su casa y que te consideran como una especie de intrusa, pero como una intrusa ‘graciosa’ y ‘simpática’. Ese esa manera condescendiente de tratarte, de darte la enhorabuena cuando lo haces bien, como si fuera algo inesperado. Celebran efusivamente que lo hagas bien porque de alguna manera eres como un sujeto inesperado para hacer política. Eso son todavía signos de machismo o de que los partidos y las instituciones están colonizados por hombres que implantan su manera de hacer las cosas con una política muy masculina.

Ana Botín, ¿suma o resta al feminismo?

Diría que Ana Botín abre un debate interesante en el feminismo. Si ese debate lo conseguimos ganar, el propio debate suma al feminismo. Revela por una parte que hay una hegemonía del feminismo, porque las mujeres que nunca quisieron en este club de repente quieren formar parte de él. Cuando eso pasa, eso suma. Es la constatación del éxito de la lucha de las mujeres feministas, pero esa no es la lucha que ha hecho Ana Botín. Más allá de eso, creo que restaría al feminismo que la lucha de las mujeres no implique una serie de progresos concretos, materiales y cotidianos. Las mujeres no progresamos en nuestros derechos con cualquier agenda política. Progresamos, por ejemplo, si hay más escuelas infantiles y accesibles o si las mujeres tienen que dejar de retirarse de sus carreras cuando son madres. Por tanto, no progresamos cuando hay un recorte del acceso a los servicios públicos, hay una privatización y solo las mujeres ricas pueden compatibilizar su vida personal y el cuidado de sus hijos con su progreso profesional. Entonces, bienvenidas las mujeres que quieran sumarse al feminismo. Eso sí, al segundo siguiente, tenemos que hablar sobre qué políticas son compatibles con nuestro avance de derechos. Creo que las que defiende la señora Botín son totalmente incompatibles con el feminismo. Nos hacen ir muchos pasos atrás. Han supuesto un empeoramiento de las condiciones de vida de las mujeres. Pero bueno, demos pie a ese debate. Al fin y al cabo, es un debate que vamos acabar ganando las feministas.

En España estamos viviendo una situación similar a la que sucedió en Francia con el manifiesto de las francesas que lideró Catherine Millet. Mitos culturales de este país –muy queridos, influyentes y supuestamente afines al sector más progresista–, como Loles León o Carmen Maura están cargando contra el feminismo que “se pasa de la raya”, un feminismo que dicen está “arrinconando” al género masculino. ¿Qué les dirías?

Les diría que el feminismo es un movimiento que nos lleva a todas y a todos a pensar cómo hacerlo y convencer a quiénes faltan en él. Yo no siempre estoy de acuerdo con algunas compañeras feministas. Somos distintas y por eso tenemos discusiones, pero nunca me situaría fuera del feminismo. En ese sentido, yo invitaría también a las mujeres que consideren que hay seguir dando pasos hacia a la igualdad  y no hacia la confrontación que si a veces creen que el feminismo, o algunas feministas, no sé, no lo hacen bien, que se sumen a esta batalla. Que aporten ideas a cómo hacerlo bien. Me parece indispensable que el feminismo sea autocrítico y que se repiense. Todo lo que sean reflexiones, genial. Lo que no entiendo es cómo algunas mujeres lo hacen situándose fuera, porque dentro serían mucho más útiles. Podrían tratar de convencer a otras compañeras y dialogar sobre cómo no cometer errores. En todos los movimientos podemos hacerlo mejor o peor. Las necesitamos dentro, con nosotras, no fuera.

En el libro no abordas uno de los temas más polarizados en la lucha feminista: la prostitución. ¿Por qué?

Porque creo que para los que se aproximan por primera vez al feminismo hay otras cuestiones que son las que están poniéndose más en duda por una reacción más antifeminista. En el objetivo del libro no entra, por ejemplo, el debate de la prostitución. Creo que es un tema que, por cuestiones estratégicas, no es el momento más indicado para abordarlo. Obviamente, en los libros se tiene que poder abordar todo, faltaba más, pero si pienso en lo que me gustaría debatir en mi país este momento, creo que sería una mala noticia que las feministas, en un momento tan delicado y en el que nos necesitamos juntas y unidas porque tenemos en frente a enemigos que ponen en duda derechos tan básicos, sería un mal momento que este fuese el debate central. Nos dividiría, nos llevaría a enfrentamientos. Es un debate que tenemos que tener, pero en otro momento, no en esta coyuntura política.

¿Podríamos decir que el libro es una guía para contestar a los votantes de Vox?

Lo hablé con Nuria Valera, divulgadora feminista muy importante por publicar libros como Feminismo para principiantes, y me decía que había escrito un ‘manual de autodefensa intelectual feminista’. Y pues sí, es un poco eso. Cómo defendernos de ese tipo de objeciones con argumentos de peso.

¿Te sentarías a dialogar con Vox en caso de que accedieran al poder?

Sí, claro. Hay que dialogar con todo el mundo. Soy política y existe la responsabilidad de hablar con todo el mundo, incluidos esos con los que no tienes nada que ver y con los que no estás nada de acuerdo. Las falsedades, las caricaturas y las tergiversaciones que hacen algunos del feminismo se deshacen argumentando. No duran ni resisten ningún debate con una feminista. Este tipo de partidos vive de incendiar y esparcir mentiras y exabruptos en redes sociales, pero no se sientan a hablar con tranquilidad. Las feministas tenemos mucho que ganar en eso. En ningún caso cumplimos con esas caricaturas que nos quieren imponer desde fuera. Trabajamos por un mundo en el que las mujeres tengan más derechos, pero en el que los hombres también tengan más derechos, como, por ejemplo, el derecho a cuidar. Invitamos a los hombres a que se replanteen qué papel quieren en el mundo. Una sociedad patriarcal también les obliga a tener un determinado modelo de masculinidad que muchos hombres estén empezando a cuestionarse. Se preguntan ‘¿Realmente quiero esto?’, ‘¿Realmente quiero ser este hombre y es esto en lo que me quiero convertir?’.

Justamente es el lema del anuncio de maquinillas de afeitar que tantas heridas ha levantado en los últimos días. ¿La publicidad puede ayudar a cambiar patrones tóxicos?

Depende, por supuesto, del anuncio en concreto pero, en general, el saldo de ese anuncio es positivo porque se dirige a los hombres directamente y les plantea preguntas. Es eso precisamente lo que debe pasar. Es uno de los temas de nuestro tiempo: hay un feminismo que tienen hacer los hombres. Las mujeres hemos escrito muchos libros y hemos hecho muchas charlas. Ellos deben descubrir que hay muchas maneras de ser hombres mejores y que sea un orgullo para ellos vivir en un mundo donde todos seamos más libres y más felices. Estoy convencida de que hay hombres que están deseando formar parte de una sociedad mejor y eso es imparable.

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