Tus besos no pagan mi alquiler: por qué hay tantas tramas amorosas millennial hablando de dinero

‘Días apasionantes’, de Naoise Dolan, el nuevo fenómeno editorial sobre un triángulo amoroso de veinteañeros en Hong Kong, certifica que sin perspectiva de clase y género no se triunfa en el mercado literario millennial.

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Ava está dispuesta a hacer cualquier cosa por dinero. «Cuando iba a la universidad, en Irlanda, tenía una cuenta de ahorros a la que puse el encantador apelativo de fondo para abortos. Al final, acumulé mil quinientos euros en esa cuenta. […] Me gustaba ver subir el balance. Cuanto más rica me hacía, más complicado era que alguien me pudiese obligar a hacer algo». Ava es una dublinesa de 22 años que ha ido a buscarse la vida a Hong Kong gracias a ese «fondo para abortos» al que nunca recurrió. Aterrizada en un AirBnb de larga estancia con cucarachas y con dos compañeras a las ...

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Ava se siente atraída hacia parejas sentimentales ricas como vía para acallar su ansiedad de clase. En la práctica, tener sexo con gente rica solo ahonda en la percepción de sí misma como persona no rica, y pese a todo sigue haciéndolo

Naoise Dolan, Días apasionantes

Ava está dispuesta a hacer cualquier cosa por dinero. «Cuando iba a la universidad, en Irlanda, tenía una cuenta de ahorros a la que puse el encantador apelativo de fondo para abortos. Al final, acumulé mil quinientos euros en esa cuenta. […] Me gustaba ver subir el balance. Cuanto más rica me hacía, más complicado era que alguien me pudiese obligar a hacer algo». Ava es una dublinesa de 22 años que ha ido a buscarse la vida a Hong Kong gracias a ese «fondo para abortos» al que nunca recurrió. Aterrizada en un AirBnb de larga estancia con cucarachas y con dos compañeras a las que evita cruzarse hasta que encuentre algo mejor, Ava se gana el pan como profesora de inglés de niños hongkoneses de 10 años a los que no les enseña un inglés como el suyo, ese dublinés que pronuncia «wot» por «what». Ava sabe que los escritores solo escriben «wot» cuando los personajes son pobres y que para los de Londres ella siempre ha sonado como «una gitana yendo a clases de elocución», así que asume que el inglés que se debe enseñar es el inglés británico de los blancos.

Mientras explica a sus alumnos cómo escribir cartas de reclamaciones («No evaluábamos si eran capaces de pedirle a sus jefes dinero suficiente para sobrevivir; eso sí, para el camarero que se le olvidaba su macchiato, necesitaban un nivel de excelente inglés para contraatacar»), Ava conoce a Julian, un banquero hijo único de 28 años salido de Eton, vicepresidente en su compañía, que vive en un piso sin flores ni alma, pero con dos habitaciones y lo suficientemente arriba en el skyline de la ciudad como para no tener cucarachas. El objeto más personal de Julian es un MacBook Pro grande y gris y no come nada sólido, vive de batidos. Julian está en Hong Kong a la espera de ser fichado como CEO por otra empresa para así poder acumular propiedades, su auténtico objetivo vital. Ava y él se enrollan, creen que follan sin compromiso y ella se mudará a su piso. Él la invitará a relacionarse con banqueras que acarician sus bolsos trapezoidales de Céline como si fueran cachorritos y con toda esa gente salida de Oxford que mercadea con la invisible analítica del dinero, que vive obsesionada con la épica universitaria –»lo más excitante que les ha pasado en la vida»–, sus trabajos opacos y los acentos y origen de los demás. Ella se autodespreciará por ignorar sus pulsiones feministas, pero se mudará al segundo cuarto de Julian y se convertirá en su asistenta informal. No pagará alquiler, pero se la chupará y follarán en la habitación de Julian eventualmente y ella le preparará las maletas y planchará las camisas para sus viajes de banquero sin tener muy claro qué significa para él.

Cuando Julian se mude por varios meses de trabajo a Londres entrará en escena Edith, una entusiasta y cercana abogada hongkonesa de su edad que también vive permanentemente ocupada por su trabajo, que estudió en Cambridge, que habla inglés «con acento eclesiástico» y con la que empieza a ir al teatro a ver obras predecibles porque así Edith puede editar documentos de su trabajo en su iPad. Ava primero empieza a querer tener la vida de su nueva amiga («Era más rica y más importante que yo y eso me servía para escapar de la sospecha de que, en realidad, yo era inferior a ella en un plano intelectual o moral»), pero cuando calcula que va a gastarse cuatro horas de su sueldo en una vela de Jo Malone para encenderla juntas en su piso y ver cómo se iluminan sus mejillas entiende que sí, que Edith lo vale, y que todo esto va mucho más de una amistad y de que de las dos se miren compulsivamente los stories de la otra por aparente pura camaradería.

Con este triángulo amoroso como telón de fondo transcurre Días Apasionantes, la esperada novela de Naoise Dolan que se editará en castellano el próximo 20 de enero con traducción de Esther Cruz Santaella en Temas de Hoy. El caústico, brillante e inteligente debut literario de esta dublinesa de 28 años salida del Trinity se convirtió en fenómeno literario de la cuarentena en Reino Unido, con más de 50.000 ejemplares vendidos, y llega justo a tiempo para dar un necesario paso adelante en la trama amorosa literaria millennial. Allí donde Sally Rooney plantó la semilla del romance condicionado por la perspectiva de clase –Rooney, también irlandesa y que también sale de Trinity, fue la editora que publicó el primer extracto de Días Apasionantes en la revista Stinging Fly–, Dolan, a la que le han diagnosticado autismo, aporta un necesario giro queer con conatos poliamorosos y dosis de caústica mordacidad. A pesar de las comparaciones por compartir origen y background académico, la prosa de Dolan está más en sintonía con las heroínas desapegadas del autodesprecio a lo Otessa Moshfegh, Alexandra Kleeman o Halle Butler que con la propia Rooney. Porque en Días Apasionantes el dinero importa. Mucho. Tanto como para entender que la independencia y emancipación afectiva no se consigue si no se tiene acceso a él.

Entre Kollontai y Edith Wharton: las herederas politizadas de la nueva trama amorosa

«No me gustan los textos literarios que ignoran la clase social o el dinero o el origen del dinero, me parecen de otro planeta. Nuestro mundo está marcado por la desigualdad, ignorarla me resulta de un ombliguismo alarmante»

Mariana Enríquez

Si algo ha probado el fenómeno Sally Rooney y Gente Normal –el impacto de la adaptación televisiva de la novela ha sido de ocho millones de euros más en ventas solo en Reino Unido e Irlanda durante el 2o2o; en EE UU la autora superó los 300.000 ejemplares vendidos más tras emitirse la serie– es que para triunfar en el mercado millennial el romance no debe ignorar el acceso al dinero y el origen de clase. Que estas causalidades son, precisamente, las que determinarán y condicionarán la conexión afectiva. O como escribe la propia Dolan en Días Apasionantes, hoy en día las nuevas generaciones saben que «si alguien en internet pone que se dedica a ‘crear’, si tu trabajo es un verbo sin objeto directo, eso significa que lo subvenciona tu fideicomiso». No es por evitar el ombliguismo, como diría Enríquez, es que esta generación pide verosimilitud y, como en su propia experiencia, los lectores saben que de los besos ni se vive ni se llega a fin de mes ni se paga el alquiler.

Aunque Dolan disecciona esta realidad materialista con mucha más precisión y elocuencia que Rooney, esta última ya ha anunciado que en su próximo libro, Beautiful World, que saldrá a la venta este otoño, la trama girará en torno a ¿adivinan? Sí, claro: amor y dinero. La nueva droga para los lectores millennials. «Sally Rooney hace preguntas sobre cosas aquello que deseamos: dinero, amor, belleza, verdad, éxito, Dios, Internet, arte y la bondad misma. Ella nos muestra lo precarias que son y lo preciosa que es la vida», explicaba su editora, Mitzi Angel, al presentar el libro en nota de prensa. En su enumeración, el dinero siempre antes que el amor, que por algo estamos en 2021, con una crisis monumental a cuestas y sabemos catalogar las prioridades y objetivos vitales.

«¿Cuántos pensamientos subversivos se han escondido detrás de portadas románticas?», se pregunta Dora García en Amor Rojo, uno de los textos que conforman Amor y Revolución (Kollontai), editado recientemente por Arcadia y Macba y dónde se reflexiona, a través de la obra de Alexandra Kollontai, la fascinante diplomática marxista feminista (San Petersburgo, 1872- Moscú, 1952), sobre las lógicas del amor bajo el yugo de la sociedad capitalista.

Todo lo que reclaman estas nuevas voces ya lo predijo Kollontai, la primera ministra del mundo que el movimiento feminista recupera de forma cíclica y vuelve a editar y a repasar en cada una de sus revoluciones históricas. Como ellas, Kollontai sabía que el amor ni es asunto privado ni se debe dejar de entender «como una parte indispensable de la cultura intelectual de cada época». Con casi un siglo de diferencia entre los textos de Dolan y la rusa, leerlas simultáneamente puede llevar a cómicos y tiernos equívocos y superposiciones, como encontrarse a una de las protagonistas de Días Apasionantes diciendo en Hong Kong en el siglo XXI «Tengo muchas opiniones sobre los nexos entre la monogamia y el patriarcado, opiniones abiertas a debate si es que te interesan» o la política rusa escribiendo «La ideología basada en el instinto de propiedad ha inculcado al hombre durante siglos y siglos que todo sentimiento de amor debe estar fundamentado en un principio de propiedad», en ¡Abran paso al Eros Alado!, un texto datado en 1923. Como defendía la rusa, que logró la aprobación del matrimonio civil y el divorcio y que suprimió la distinción entre hijos legítimos e ilegítimos, y como defienden estas jóvenes autoras, sin emancipación sexual tampoco hay liberación económica y viceversa. «El amor no es solo un poderoso factor de la naturaleza, no es solo fuerza biológica, también un factor social», escribió, abriendo el camino a todas estas herederas que, un siglo después, entienden que el amor es de todo menos privado y sí es un factor social.

Sin sueldo fijo no puedo quererte: la pesadilla afectiva de la eventual

«En lugar de detenerme para asistir a una persona que se encuentra mal, no hago más que preguntarme cúanto pagan de alquiler mis conocidos, o en qué trabajan para quedarse aquí, en una obstinada resistencia que me ofusca y me está convirtiendo en una criatura diferente, cuya voz, forma de gesticular o vestirse no puedo soportar»

La extranjera, Claudia Durastanti

«No hay nada más personal que hacer tu trabajo», repite una y otra vez la protagonista de Algo Temporal, el surrealista, trepidante y cómico debut de Hilary Leichter que acaba de publicar Alpha Decay con traducción de Inga Pellisa. Con ecos de la genialidad del estilo Brautigan y pese a las apariencias de lo que aquí se escriba, en esta novela, terroríficamente divertida y clarividente sobre la pesadilla capitalista a la que nos ha llevado la pérdida de derechos en la gig economy, su protagonista se mueve en un inestable entorno laboral donde todo parece absurdo pero no lo es: ejerce de ayudante de asesino que trabaja de martes a jueves para tomarse fines de semana largos, de Marie Kondo en un armario de zapatos, de sustituta de un CEO, de percebe humano, de pirata, de lanzadora de bombas desde un globo aereóstatico… Una eterna sustituta que ha heredado el cargo de su madre («Trabajamos y luego nos vamos, me dijo, mostrándome el árbol genealógico de las vidas eventuales documentadas que nos precedieron. Mi tía con su pila de currículums. Mi abuela con su delicado vaso de café de desechable. Mi bisabuela detrás de un escritorio, y sobre el escritorio, una placa con el nombre de otra. ‘¡De sustitución!», había escrito en el reverso de la fotografía») y cuyo objetivo vital es conseguir un puesto fijo. En el mundo de Algo Temporal «la estabilidad» es el vellocino de oro, la gran entelequia, la ecuación imposible de descifrar. Un universo de incertidumbres donde la materia no se crea ni se destruye, «solo se reemplaza», en el que las eventuales miden sus embarazos en horas y no por semanas («Nos contratan por horas y gestamos del mismo modo. Mi madre estuvo embarazada de mí 6.450 horas, la mayor parte facturables que pasó en el trabajo, archivando y calculando») y donde los cumpleaños han dejado de ser una cuestión importante («Por lo general, uno sencillamente adopta el cumpleaños del empleado al que esté sustiyendo»).

En la novela de Leichter su protagonista es incapaz de mantener a una pareja como le es imposible aferrarse a un empleo fijo. «El trabajo de mis sueños es uno que dure», le dice a unos de sus novios. Su currículo afectivo –así, literalmente, lo concibe– está plagado de hombres funcionales, como sus empleos discontinuos, y sin nombre propio: está el novio vendedor de seguros gracioso que siempre tiene un par de chistes para animarla, el novio coach que le sube la moral («¡Eres una ganadora nata!»), el novio cafeínico con el que salió por la intriga, el novio alto que le ayuda a encontrar las cosas, el novio vendedor de seguros con el que se quedaba hasta las tantas haciendo listas de pros y contras o su novio el flâneur, siempre preocupado por romperle el corazón respetando la etiqueta o su novio favorito, no muy por la labor de animarla. Una lista interminable de parejas eventuales que decide aliarse en hermandad masculina en su ausencia mientras ella recorre el mundo en busca de la venerada estabilidad. Porque para ella la peor pesadilla y tormento no es un corazón roto. No. Es algo que pronosticó su abuela cuando estaba gestándose en la barriga de su madre y que provocó auténtico terror y pavor a su progenitora:

«Ten cuidado o vas terminar en el paro».

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