La maquinaria tras el ‘enigma Zendaya’: control familiar y hermetismo sentimental para crear la estrella perfecta
La actriz se ha convertido en una de las grandes estrellas del 2020 sin haber estrenado un solo proyecto y pese a que su vida más íntima sigue siendo un completo misterio para prensa y seguidores. ¿Cómo lo ha conseguido?
Fue el provocador pontífice interpretado por Jude Law en la serie de HBO El joven Papa quien afirmó aquello de que “la ausencia es presencia”. Su Pío XIII se negaba a revelar su rostro a los fieles católicos, alegando que la fascinación del ser humano por lo misterioso es la más efectiva estrategia de marketing. Durante décadas, las grandes estrellas de cine pusieron en práctica esa propuesta, rodeados de un halo de inaccesibilidad que multiplicaba el deseo vehemente por saber algo más sobre ellos en cada una de sus incursiones en la cartelera. Hoy, e...
Fue el provocador pontífice interpretado por Jude Law en la serie de HBO El joven Papa quien afirmó aquello de que “la ausencia es presencia”. Su Pío XIII se negaba a revelar su rostro a los fieles católicos, alegando que la fascinación del ser humano por lo misterioso es la más efectiva estrategia de marketing. Durante décadas, las grandes estrellas de cine pusieron en práctica esa propuesta, rodeados de un halo de inaccesibilidad que multiplicaba el deseo vehemente por saber algo más sobre ellos en cada una de sus incursiones en la cartelera. Hoy, en tiempos de sobreexposición digital, de ristras infinitas de stories, de bizcochos caseros, coreografías y feuds –o broncas–, los nuevos cachorros de Hollywood han preferido desechar la mitología estelar en pos del costumbrismo de las redes. Solo una, tan atrevida y enigmática que ni siquiera nos deja saber su apellido, ha apostado por hacer de sus hitos profesionales la única vía de comunicación. Y está funcionando.
Zendaya Maree Stoermer Coleman puede presumir de haber sido una de las grandes estrellas de 2020. Y lo ha hecho sin que un solo proyecto de los que debían refrendar tal título haya visto la luz, tras dilatarse los estrenos de la esperadísima adaptación de Dune y de la segunda temporada de Euphoria con motivo de la crisis sanitaria. Aunque la rompedora serie adolescente de HBO emite el 4 de diciembre un episodio especial para mitigar el mono de sus fans, lo cierto es que la joven de 24 años, natural de Oakland, solo ha necesitado recoger los frutos de lo sembrado años atrás para reinar. Ha hecho historia al convertirse en la mujer más joven en ganar un Emmy a la mejor actriz dramática de televisión por su papel de Rue, se ha hecho con un People’s Choice Award a la estrella con más estilo, ha sido nombrada embajadora de la firma de alta joyería Bulgari –ya lo era de otras como Tommy Hilfiger y Lancôme– y ha copado las portadas de las revistas de moda más exitosas.
Pero mientras otros de los grandes referentes de la generación Z menores de 25 años como Timothée Chalamet, Millie Bobby Brown, Florence Pugh o Tom Holland han abierto las puertas de su intimidad hasta el punto de conocer, no solo los altibajos de su vida sentimental, sino el estampado de las paredes de la habitación de invitados, la californiana ha hecho gala de un hermetismo extradiegético. Claro que cuenta con perfil en Instagram –con la astronómica cifra de 80 millones de seguidores– y Twitter, pero limita sus actualizaciones a imágenes promocionales de nuevos estrenos, editoriales de moda, algún look de alfombra roja y, sobre todo, causas activistas en favor de movimientos como Black Lives Matter. Apenas ningún detalle de su vida cotidiana es compartido, y mucho menos los de relaciones afectivas que pudieran opacar sus logros profesionales en los tabloides sensacionalistas.
Como si de Michael Jordan o cualquier otro gran deportista de élite se tratara, el entorno de Zendaya es una maquinaria perfectamente engrasada para hacer de ella la actriz más importante de las próximas décadas. Una maquinaria que según Celebrity Net Worth ya ha conseguido acumular una fortuna cercana a los 15 millones de dólares y que se basa en un pilar fundamental: su “increíblemente estrecha” familia, formada por sus padres –ya divorciados– y sus cinco hermanos mayores, todos nacidos de una relación previa de su padre. Precisamente este, Kazembe Ajamu –se cambió su nombre original de Samuel David Coleman para homenajear sus raíces africanas–, es el manager de la carrera de su hija y CEO de KZC Entertainment, la compañía que gestiona sus derechos de imagen. La tercera letra de las siglas pertenece a Claire, su madre, profesora de colegio en Oakland y su mayor inspiración vital. La que ejerciera como taquillera y encargada del mantenimiento de un teatro en la localidad de Orinda inoculó en ella la pasión por el teatro y su activismo político y feminista. “Mis iconos de belleza son las mujeres de mi vida. Mi madre nunca llevaba maquillaje. No creo que ella lo supiera pero, para mí, era muy empoderador que no le importara nada el maquillaje”, declaró a Vanity Fair USA. Su familia la acompañó el pasado septiembre cuando recibió confinada el premio Emmy a la mejor actriz.
‘Chica Disney’ desde los 14 años, Zendaya ha conseguido escapar a la supuesta maldición autodestructiva que ha acompañado a otras compañeras de generación como Miley Cyrus, Selena Gomez, Demi Lovato o Bella Thorne. Mientras estas apostaron por una urgente –y en ocasiones escandalosa– madurez en su imagen pública para distanciarse de su rol como referentes infantiles, la californiana, que en su flirteo con la música fue la menos exitosa de todas ellas, ha acertado en su trasvase mesurado a las grandes ligas de Hollywood. Para deshacerse del estigma se ha basado en papeles de reparto en grandes producciones (El gran Showman, Spider-Man), mientras cultivaba su posición de icono de estilo en alfombras como las de la gala MET y esperaba paciente la gran oportunidad de liderar el elenco de una serie de HBO.
“Tiene el carácter más ético y fuerte, y un compás moral en armonía con su valentía creativa. Es una de las personas más inspiradoras que he conocido en mi corto viaje”, decía en Twitter Timothée Chalamet. Un ejemplo de su mencionado carácter: con solo 16 años, Zendaya exigió a Disney ser productora de la serie que protagonizaba y cambió el título (de Super Awesome Katy a K.C. Undercover) para fortalecer el mensaje de fortaleza de una mujer espía por encima del infantiloide “superincreíble”.
Además de evitar un salto apresurado, también se ha mostrado alérgica a entrar en cualquier tipo de polémica que pudiera empañar su percepción mediática. A pesar de haber ofrecido cientos de entrevistas en el último par de años, Zendaya jamás se ha referido en público a su vida sentimental. Más allá de declarar en 2017 que su primer novio, varios años atrás, fue el cantante y actor Trevor Jackson, lo poco que se conoce sobre sus romances es fruto del oportunismo de los paparazzis y de los rumores de los tabloides. Más allá de efímeras vinculaciones con el jugador de fútbol americano Odell Beckham Jr. y con el actor Tom Holland, parece que su relación más reciente y duradera fue con su compañero de reparto en Euphoria, Jacob Elordi, que actualmente mantiene un romance con la modelo Kaia Gerber.
Quizá parte de ese celo característico de su inmaculado perfil se deba a una timidez que, siendo niña, provocó que tuviera que repetir curso en la guardería y que sus padres se pusieran en manos de profesionales. “Ella se sentaba en el círculo junto a los otros niños y se mantenía completamente callada”, confesó su madre a la edición estadounidense de Vogue. En una entrevista con S Moda, afirmó que “siempre había sido un alma vieja, una mujer de 70 años atrapada en el cuerpo” de una veinteañera. Afortunadamente, con el paso del tiempo Zendaya ha ido dando forma a una voz prudente pero decidida, que ha sabido salir al paso de las diferentes controversias en las que se ha visto envuelta. Por ejemplo, cuando decidió retirarse del biopic de la malograda cantante Aaliyah bajo las acusaciones de no ser lo suficientemente negra para interpretar el papel o cuando contestó con elegancia a los desafortunados comentarios racistas de la presentadora Giuliana Rancic.
En el programa de televisión Fashion Police, Rancic dijo que Zendaya olía a “pachuli y marihuana” al comentar una foto de la actriz en la alfombra roja de los Oscar luciendo rastas. Aunque aceptó las disculpas posteriores, la joven, que por entonces solo tenía 19 años, aprovechó la ocasión para reivindicar “la fuerza y la belleza” de las rastas. “Ya hay demasiadas críticas en la sociedad sobre el pelo de los afroamericanos sin la ayuda de ignorantes que deciden juzgar a otros por los rizos de su pelo. Que yo luciera rastas en los Oscar era una forma de presentarlo con una luz positiva, de recordar a la gente negra que nuestro pelo es suficientemente bueno”. Por cierto, aquel año, en el que ‘ganó’ la alfombra roja de los Oscar, Zendaya básicamente se ‘coló’. “Era la más uno de un más uno”, reveló, decidida por entonces a hacerse un hueco en la industria que todavía la consideraba una mera ‘chica Disney’.
El enigma que rodea a la actriz se ha traspasado también a su último proyecto, Malcolm & Marie, un drama en blanco y negro rodado en secreto durante el confinamiento que se estrenará en Netflix el 5 de febrero. Dirigido por el creador de Euphoria, Sam Levinson, y coprotagonizada junto a John David Washington (Tenet), en los mentideros de la industria ya se habla de Zendaya como una potencial candidata al Oscar a mejor actriz, que sería la guinda de su meteórico ascenso. Pero por muy pensada y manufacturada que esté su figura mediática, como dijo sobre ella el rapero LL Cool J en una ocasión, Zendaya tiene algo que escapa a cualquier estudio de mercado: “Ella mola. Puedes fabricar fama. Puedes fabricar publicidad. Puedes fabricar canciones. Pero no puedes fabricar que alguien mole”.