Tilda Swinton no es de este planeta
Tilda es la rara. Ella misma se considera una turista en Hollywood que husmea y hace solo lo que le gusta. Ahora, su amigo Luca Guadagnino la convierte en una estrella de rock.
Pocas destacan tanto en Hollywood y al tiempo son tan normales en las distancias cortas. «Todo depende de lo que llames normal. En mi familia, somos todos así. No destaco en nada», se ríe Tilda Swinton. Y parece decirlo de corazón. Su blancura es aún más luminosa con su sonrisa. Esta escocesa de 55 años parece de otro planeta, en su planta y en su obra. Le gustan los trabajos por lo general transgresores, rarunos, si se quiere, en los que la calidad suele estar garantizada. Como su último estreno, Cegados por el sol (en cines el 22 de abril), filme que rodó con su dir...
Pocas destacan tanto en Hollywood y al tiempo son tan normales en las distancias cortas. «Todo depende de lo que llames normal. En mi familia, somos todos así. No destaco en nada», se ríe Tilda Swinton. Y parece decirlo de corazón. Su blancura es aún más luminosa con su sonrisa. Esta escocesa de 55 años parece de otro planeta, en su planta y en su obra. Le gustan los trabajos por lo general transgresores, rarunos, si se quiere, en los que la calidad suele estar garantizada. Como su último estreno, Cegados por el sol (en cines el 22 de abril), filme que rodó con su director y amigo, el italiano Luca Guadagnino. Un juego de relaciones en el que intervienen una estrella de rock (ella) que está recuperándose de una operación cerca de St. Tropez junto a su pareja (Matthias Schoenaerts), su antiguo representante y amante (Ralph Fiennes) y su joven hija (Dakota Johnson).
Está claro que, como la propia Swinton dice, existe un planeta en el que todos son como ella. «Hollywood no es el único lugar donde se hacen películas. Yo soy una turista allí y me alegra estar de paso. Pero soy europea, vivo en Escocia y es donde trabajo. Y como dicen los franceses: “¡Viva la diferencia!”», añade.
La suya es una vida plural, porque Swinton comenzó su carrera estudiando Ciencias Políticas. «Me interesa la sociedad, la humanidad. Y eso es también lo que expreso como artista, reflejo el mundo que me rodea», explica. Ella nunca se ve ni se ha visto como una estrella. Ni tan siquiera como actriz. Incluso cuando recibió el Oscar por Michael Clayton refrendó su arte: «Los actores tienen esa estrella polar que los guía. Yo solo sigo mi olfato, husmeando siempre lo que me gusta. Mi carrera no es más que una evolución», acepta con llaneza.
El olfato la acompaña también a la hora de vestir. Ahí sí disfruta de su calidad de estrella. «Vestirte para una de estas galas es un gustazo», se destapa ensoñadora. Hoy lleva un ecléctico modelo de Ralph Lauren. Le gusta expresarse mediante lo que viste. «No hablo de ser una experta, pero es un negocio tan creativo…», admite. De nuevo lo teórico se impone sobre el placer. Le interesa lo que significan los colores. «Sé que cuando estoy cansada, vestir de blanco me da energía. Y cuando murió mi madre, percibí que me atraía el negro; mis colores habían enmudecido». Modesta, reconoce que sus looks siempre llamativos no son solo suyos: «Tengo amigos en el sector y trabajamos para divertirnos en la alfombra roja».
Swinton tiene amigos en muchos más sitios. Es de las personas que disfrutan colaborando con los suyos. Han pasado 21 años desde su primer rodaje con Luca. «Él dice que deberíamos casarnos», afirma divertida, y amenaza con otra película junto al director con el que antes hizo The Love Factory y la aplaudida Yo soy el amor. «Menos mal que trabajamos despacio, así que no tienes mucho que temer», ríe. También mantiene buena relación con Jim Jarmusch, Joel y Ethan Coen, Wes Anderson o Ralph Fiennes, su compañero en Cegados por el sol. «Dice que soy dinamita, y eso me pone», le concede divertida a un compañero con el que también trabajó en El gran hotel Budapest y con el que planea una gran precuela basada en la historia de amor entre la misteriosa octogenaria y el extraño dueño del hotel. «Lo cierto es que nos encantaría plasmar ese tórrido romance…», dice embobada con la que ya es otra historia de las suyas, de las raras.
Nada parece darle miedo. Tampoco la edad. «Eso menos todavía. Mi abuela tenía 97 años cuando murió y siempre será mi ejemplo a seguir. Un alma inquieta. Dicen que la juventud está malgastada en los jóvenes, y tengo que asentir. Además, de alguna manera todos somos inmortales en el recuerdo que dejamos en el corazón de los demás», sentencia.