Sean Connery o por qué minimizamos el lado oscuro de los mitos del cine
Recordado como un truhan y el epítome de la seducción masculina en la mayoría de obituarios, Connery también tuvo que lidiar con un currículo apologético de la violencia de género.
«No creo que haya nada particularmente malo en golpear a una mujer, aunque no recomiendo hacerlo de la misma manera que golpearías a un hombre. Una bofetada con la mano abierta está justificada si todas las demás alternativas fallan y ha habido muchas advertencias. Si una mujer es una perra, o una histérica, o con una mentalidad sanguinaria continuamente, entonces lo haría. Creo que un hombre tiene que estar un poco adelantado, por delante de la mujer. Realmente lo hago en virtud de la forma en que está construido un hombre. Pero no me llamaría sádico».
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«No creo que haya nada particularmente malo en golpear a una mujer, aunque no recomiendo hacerlo de la misma manera que golpearías a un hombre. Una bofetada con la mano abierta está justificada si todas las demás alternativas fallan y ha habido muchas advertencias. Si una mujer es una perra, o una histérica, o con una mentalidad sanguinaria continuamente, entonces lo haría. Creo que un hombre tiene que estar un poco adelantado, por delante de la mujer. Realmente lo hago en virtud de la forma en que está construido un hombre. Pero no me llamaría sádico».
Estas declaraciones apologéticas sobre la violencia de género que dio en el número noviembre de 1965 de Playboy perseguirían puntualmente durante su vida al actor Sean Connery, que falleció el pasado sábado a los 90 años en su casa de las Bahamas. Más de dos décadas después de hablar con la revista, en 1987, en un encuentro televisado con Barbara Walters, la popular periodista sacó a colación aquellas afirmaciones y le ofreció una oportunidad para redimirse. A sus 57 años, Connery, lejos de disculparse, sacó pecho: «No pienso que sea malo pegar a una mujer si se lo merece». Ante el asombro de la conductora, el que fuese James Bond insistió en la idea de que pegar a las mujeres estaba bien porque «cuando no están contentas con la última palabra, y quieren tenerla, se ponen a provocar y entonces es ahí cuando la bofetada es correcta».
Media década después, en 1993, y con una sociedad menos proclive a normalizar la violencia sobre las mujeres, Connery volvió a tener la oportunidad de rectificar con Vanity Fair. No lo hizo: «Hay mujeres que te llevan al límite. Eso es lo que están buscando, el enfrentamiento definitivo. Quieren una bofetada».
Al parecer, no fueron solo palabras. En 2006, la que fuese su primera mujer, Diane Cilento, aseguró en sus memorias, My Nine Lives, que Connery había sido violento psicológica y físicamente con ella durante su matrimonio. Al poco de casados, según su relato, y mientras rodaban en Almería La Colina de Sidney Lumet, Cilento volvió a la habitación después de tomar unas copas con el equipo tras haber sido invitados a una boda local. Connery la estaba esperando con las luces apagadas. «Una vez dentro de nuestra habitación en la oscuridad, sentí un golpe en mi cara, caí al suelo y me desmayé durante unos segundos. Yo estaba gritando, ambos gritábamos. Me puse de pie y traté de luchar, pero otro golpe me envió volando. Me las arreglé para atravesar la puerta del baño y encerrarme. Pasé el resto de la noche tirada en el suelo del baño, cubierta con toallas, lloriqueando», contó Cilento. Connery se fue a la cama sin decir una palabra. La intérprete, que en aquel momento tenía 31 años, aseguró al recordar el incidente que a la mañana se miró en el espejo y se horrorizó por lo que veía. «Estaba segura de que mi cara nunca volvería a ser la misma. Estaba en estado de shock, nadie me había tratado así nunca, era confuso y me sentía avergonzada de alguna manera, y tenía miedo de que la prensa se enterara. ¿Qué podría decir, que me había golpeado con puerta?». Según su relato, recogió algunas cosas mientras Connery dormía, se puso un enorme par de gafas de sol y condujo lo más lejos que pudo. La pareja acabaría reconciliándose sin mencionar «nunca más» el incidente. Estuvieron casados desde 1962 a 1973.
La cosa no quedó ahí. El mismo año que se editaron las memorias de la que fuese su primera mujer, Connery tuvo que cancelar una invitación a participar en un festival en el parlamento escocés después de que el político del partido nacional escocés, George Reid, asegurase que al actor, en el encuentro, se le harían «preguntas difíciles» como por ejemplo, sobre «si una bofetada nunca le hizo daño a una mujer». Tras la controversia mediática que despertó la previa a su participación, Connery decidió no acudir a la cita. La polémica quedaría zanjada con unas declaraciones hacia amigos del intérprete, asegurando al Herald Scotland que Connery les había dicho –nunca fue él el que las dio propiamente al medio– que rechazaba la violencia de género. «No creo que ningún nivel de abuso de las mujeres esté justificado bajo ninguna circunstancia», les dijo. Había tardado 40 años en desdecirse con varias polémicas de por medio.
Cuando el relato vital minimiza los abusos
En un país en el que han fallecido 38 mujeres asesinadas en lo que va de año, la apología de la violencia de género que persiguió a Connery durante toda su vida ha quedado reducida a unas pocas líneas en poquísimos obituarios. Si es que han llegado a teclearse. Mientras en algunos obituarios se destacaban detalles de color como que fue lechero a los 14 años, o incluso culturista, su posición frente a la defensa de la violencia contra las mujeres quedo minimizada en su relato vital.
Hace tres años, cuando Federico Luppi falleció en Buenos Aires por las complicaciones de un hematoma tras una caída en su casa unos meses atrás, pasó algo parecido. En el amplio espectro de necrológicas y mensajes de recuerdo por personajes públicos, pocos fueron los medios o los figuras célebres que lamentaron las palizas nunca desmentidas por el actor hacia la que fuese su pareja, Haydée Padilla, en los años 70. «Me repugna más la actitud conciliadora del público cuando los acosadores, los maltratadores, los violadores o los pederastas son figuras artísticas aclamadas por las masas, de Hitchcock a Polanski pasando por Pablo Neruda y con la mirada puesta en Woody Allen. Aquí la cultura como neutralizador de delitos. Nos cambia la mirada. Nos vuelve cómplices», escribió entonces Lorena G. Maldonado sobre el caso Luppi y la extraña voluntad de minimizar el cuarto oscuro de la violencia de género de las estrellas. Tres años después, la historia parece que se repite.