Russian Red

Se está comiendo el mercado. Lourdes Hernández es una estrella global.

Empezó por casualidad. Una amiga le enseñó a tocar canciones de coro cuando tenía 13 años. Entonces Lourdes Hernández no imaginó que la anécdota se convertiría en oficio. Y el oficio en carrera. «Un día, mientras estaba haciendo la maleta para ir de gira, sucedió. Me di cuenta de que la música era mi vida y me encantó la perspectiva. El segundo disco [Fuerteventura] me lo tomé más en serio, he sido más profesional. Me dije: “Voy a hacerlo bien, voy a esforzarme y no voy a tirar la toalla si las cosas van mal”», admite en una suite del hotel Silken de Madrid.

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Empezó por casualidad. Una amiga le enseñó a tocar canciones de coro cuando tenía 13 años. Entonces Lourdes Hernández no imaginó que la anécdota se convertiría en oficio. Y el oficio en carrera. «Un día, mientras estaba haciendo la maleta para ir de gira, sucedió. Me di cuenta de que la música era mi vida y me encantó la perspectiva. El segundo disco [Fuerteventura] me lo tomé más en serio, he sido más profesional. Me dije: “Voy a hacerlo bien, voy a esforzarme y no voy a tirar la toalla si las cosas van mal”», admite en una suite del hotel Silken de Madrid.

Lourdes Hernández, es decir, Russian Red (su nombre artístico), es una estrella internacional. En cuatro años ha pasado de tocar en minúsculos escenarios españoles a hacerlo en macrofestivales extranjeros. Y de grabar para un sello independiente a destacar en una multinacional. No está nada mal para una madrileña de 26 años, menuda y con buena pronunciación en inglés. De hecho, apunta maneras para ser la próxima Carla Bruni, en cuanto a éxito internacional se refiere. No es una cantante al uso. Para empezar, su trayectoria es atípica. Ha traspasado las fronteras de lo indie y se ha hecho un hueco dentro y fuera de España. Tampoco es una artista maldita. Hernández es una niña bien de clase media, guapa y con suerte.

Y lo ha vuelto a hacer. Fuerteventura va camino de convertirse en un éxito, como su predecesor, I love your glasses (2008, Eureka/ Pias). «Se han vendido las mismas copias fuera que dentro de España [unas 32.000 en total]. Donde más se han despachado ha sido en Japón. Para su edición, la filial de Sony pidió seis temas más en acústico y una versión de Queen: We will rock you».

Cuatro años parecen poco, pero en el caso de Lourdes han dado para muchos sobresaltos: problemas con su primera discográfica [Eureka], revuelo tras una entrevista en una revista femenina, donde decía ser más de derechas que de izquierdas, y presión, mucha presión por parte de fans y crítica. «Con Eureka estaba en una situación peliaguda», reconoce. «Quería seguir en la música pero no sabía cómo. En Sony conocí a la gente con la que iba a trabajar y me sentí a gusto. Me encajó su manera de ver las cosas. Me transmitieron confianza y dejé de tener miedo». Lo de Eureka tiene su aquel. Cuando Fernando Vacas, su responsable, descubrió a Lourdes, ella tenía 21 años. Su debut, I love your glasses, vendió más de 40.000 copias. Una barbaridad en el mercado español y en plena crisis del sector. Pero en 2009 la cantante acusó al sello de estafarla (de no ver un duro) y de no dejarla ir.

Al final ha salido bien la jugada. Sony, la misma multinacional de El Canto del Loco, Julio Iglesias y Bob Dylan, decidió convertir Fuerteventura en un lanzamiento global. Y se la llevó a grabar a Glasgow, al prestigioso estudio del productor Tony Doogan, célebre por su trabajo con Belle & Sebastian, la banda escocesa que dio un vuelco al sonido de los 90. Lourdes grabó el álbum con el guitarrista, el bajista y el batería de ese grupo. «Dentro de tres años podré escuchar estos temas, algo que no me pasa con I love your glasses. Eso es gracias a Tony». Fuerteventura se ha editado en 17 países, entre ellos Suecia, Hong Kong y México. En breve lo hará en Argentina y en dos países que representan una buena porción del pastel musical mundial: Francia y Reino Unido. Sony no editaba un disco de un artista español en Inglaterra desde Julio Iglesias. Si las cosas salen como está previsto, Russian Red podría convertirse en el producto musical español más exportado. Su secreto: suena alocal.

La madrileña posa con un vestido blanco y cruzado a la espalda de Chanel.

Álvaro Beamud Cortés

Su estilo, sus ojos enormes, su palidez y su voz ya han desatado la russianmanía en Oriente. «Hemos tocado en China, Taiwán, Corea del Sur, Hong Kong y Japón. He encontrado mucho fan incondicional. En Taipei llenamos una sala de 700 personas dos noches seguidas», recuerda. «En España, tocas aquí y allá y ves cómo creces. Pero no te enteras de lo que sucede a miles de kilómetros. Mi debut se editó en Taiwán; un chico lo lanzó por su cuenta». Tanto viaje la ha hecho crecer, en especial sobre el escenario. «O se nace sabiendo o se aprende. A mí me ha costado. Antes, cuando acababa un directo, no me sentía satisfecha y me preguntaba: “¿Por qué?, ¿qué me pasa?”. Chocaba contra una barrera. En Asia, el muro cayó y entendí qué significa darse al público». Con la pizarra en blanco suele ser más fácil. Lourdes Hernández tiende a despertar sentimientos encontrados. O gusta o no gusta. El impacto de sus canciones y su insospechado éxito la transformaron en una presencia constante.

En resumen, la acusaron de estar hasta en la sopa. Sus temas forman parte de bandas sonoras de filmes –El rey de la montaña (Gonzalo López-Gallego, 2007), Camino (Javier Fesser, 2008) y Habitación en Roma (Julio Medem, 2010)–, anuncios (Häagen-Dazs) y series de televisión (Cazadores de hombres). Y su ubicuidad arrancó entradas en célebres blogs con títulos como Hasta el nabo de Russian Red. La madrileña traspasó los límites de lo alternativo y acumuló candidaturas y premios. Y rompió una estúpida norma no escrita: no te conviertas en mainstream, podrías desatar recelos. Otra que le ha granjeado enemigos ha sido su sinceridad. No tiene pelos en la lengua:

Menudo maremoto se organizó después de que admitiera ser más de derechas que de izquierdas. La entrevista era un retrato-robot, y la pregunta era: ¿De izquierdas o de derechas? No imaginé que se montaría un escándalo. Se lo he contado a gente de fuera y no dan crédito. Tengo otra manera de verlo por mi educación. No estoy pendiente de hacia dónde se dirige la cultura y lo que no se debe decir para no generar polémica.

Revistas inglesas como el NME tocan estos temas a diario y no se echan las manos a la cabeza. Así es. Además, ser de derechas no significa solo una cosa. Luego leí en Facebook una reflexión que me hizo gracia: «Ser de derechas es ser el nuevo rojo», y es verdad.
 

La madrileña posa con un vestido origami de Christopher Kane.

Álvaro Beamud Cortés

Hernández es arquetípica; su trayectoria es una parábola del siglo XXI. Personifica el triunfo de las redes sociales, de Internet y del directo. La maqueta de su debut sumó más de 70.000 visitas en Myspace, todo un hito. Kling la fichó como imagen. Y varias revistas reclamaron su colaboración. Hoy está en el podio: esta reina del folk nacional copa las programaciones de teatros y se codea con artistas con una dilatada carrera como Nacho Vegas o Christina Rosenvinge. «Debe haber un relevo; a lo mejor tengo suerte y formo parte de él», dice. Ha vuelto a tocar con Brian Hunt, su antigua pareja sentimental y musical. «Quiero subir al escenario con quien me siento en casa. Necesito tocar desde lo visceral, no desde lo profesional. Y desde la imperfección. No quiero directos con todo milimetrado. Necesito que transmitan, como antes».

Recuperó ese encanto el pasado 4 de febrero en el Arteria Coliseum de Madrid: 1.500 entradas vendidas (a 27 euros por barba, que se dice pronto). Alzada sobre unos altísimos tacones y enfundada en un elegante vestido negro, Lourdes dio un puñetazo sobre la mesa. Su voz y arrojo echaron por tierra las críticas que la describieron en su momento como una lolita más. Ya no es solo talento precoz. Es una profesional.

También un icono. Ha perdido la cuenta de las veces que ha posado para un editorial. Y eso que de pequeña le horrorizaban las revistas. «Me daban rabia. Era bajita y estaba acomplejada. Me esforzaba por desacreditar ese mundo. Un día mi hermana y yo estábamos viendo un concurso de belleza. Ella no paraba de comentar lo guapas que eran las misses. Le solté: “Pero, Fátima, los chicos no se enamoran de esa clase de chicas”. Tenía siete años».

En Oriente se mueren por sus huesos. «En Japón, me preguntaban: “Siendo tan guapa, ¿por qué no eres modelo o actriz?”. Yo les explicaba que para eso se necesita talento y que no tengo dotes. Soy nula como intérprete. Y salta a la vista por qué no soy maniquí profesional».

Russian se independizó hace cuatro años. No es la típica madrileña. «Mi familia está encantada. Aunque mis abuelos maternos no terminan de entender a qué me dedico… Les habría gustado que tuviera una carrera; ellos no pudieron. Mi abuela paterna, en cambio, es mi fan número uno. Me quedo con esta frase suya: “No entiendo lo que cantas, pero cuando te oigo es como si te entendiera”». En sus temas hace gala de un inglés impoluto, libre de acento. «No me sale en español», justifica.

Es licenciada en Traducción e Interpretación… o casi. «Me falta un semestre. No creo que termine: en unos meses cambian los planes de estudio. Y a efectos de experiencia vital ya tengo carrera. Además, si pudiera volver, estudiaría Historia del Arte». Hace un año afirmó que su vida empezaría cuando fuera madre. «Entonces lo veía claro. Tenía pareja y estaba cerca de esas emociones. No es que no las tenga, pero ahora lo veo lejos. Estar sola ha sido un revulsivo para centrarme en mi carrera». Su siguiente objetivo: un tercer disco. «Mi plan es ir a Los Ángeles, conocer gente y ver qué posibilidades hay de grabar allí». El mercado estadounidense es un hueso duro de roer. Pero no imposible.

Lourdes Hernández luce un vestido largo, blanco y bordado de Antonio Berardi.

Álvaro Beamud Cortés

La cantante madrileña, de 26 años, luce un chaleco de flores de Sportmax.

Álvaro Beamud Cortés

La solista combina un vestido verde agua de Amaya Arzuaga con unos anillos de Chanel.

Álvaro Beamud Cortés

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