“No podía domesticar a Elvis y lo acepté”: todo lo que Baz Luhrmann no cuenta sobre Priscilla y Presley
El cantante conoció a la que tiempo después se convertiría en su esposa cuando ella tenía 14 años. Su historia de amor estuvo marcada por los celos, los excesos y las ansias de libertad de ella.
Según Baz Luhrmann, director de Elvis, uno de los fenómenos cinematográficos de la temporada, existe un montaje de la película que supera las cuatro horas de duración. Se desconoce si algún día verá la luz. No obstante, en caso de suceder, sería interesante poder comprobar si en dicha versión extendida se aborda con mayor profundidad la relación que el ...
Según Baz Luhrmann, director de Elvis, uno de los fenómenos cinematográficos de la temporada, existe un montaje de la película que supera las cuatro horas de duración. Se desconoce si algún día verá la luz. No obstante, en caso de suceder, sería interesante poder comprobar si en dicha versión extendida se aborda con mayor profundidad la relación que el Rey del rock mantuvo con Priscilla Presley. Sobre todo, porque los 159 minutos que llegaron a los cines obviaron (o, mejor dicho, endulzaron) muchos capítulos tan espinosos como controvertidos de la icónica pareja. Sus caminos se cruzaron en septiembre de 1959. Él se encontraba en Friedberg, una ciudad de Alemania Occidental, cumpliendo con el servicio militar. Priscilla, por su parte, vivía a escasos kilómetros, en Wiesbaden, ya que meses antes habían destinado a su padrastro, Paul Beaulieu, un respetado oficial de la Fuerza Aérea estadounidense, a tierras europeas. Entonces, Elvis tenía 24 años; ella, 10 menos.
Una cálida tarde de verano, mientras estaba sentada con su hermano Don en el Eagles Club, un lugar al que acudían las familias de los militares estadounidenses para cenar y entretenerse, un miembro del Ejército del Aire llamado Currie Grant se acercó a Priscilla. Le comentó si le gustaba la música de Elvis y si alguna noche, dado que era amigo del artista, le apetecería ir junto a su esposa a una de las fiestas que el intérprete de Heartbreak Hotel organizaba en su casa de Bad Nauheim. Dos semanas más tarde, una vez obtuvo el beneplácito de sus padres, se produjo el primer encuentro. “Era más guapo de lo que aparecía en las películas, más joven y de aspecto más vulnerable con su corte de pelo de soldado. Llevaba ropa de paisano, un jersey rojo brillante y pantalones de color canela, y estaba sentado con una pierna sobre el brazo de una gran silla acolchada, con un puro colgando de los labios”, narró Priscilla en Elvis y yo, la autobiografía que publicó en 1985. En esas mismas páginas apuntó que la estrella se rio cuando le dijo que estaba en noveno grado. “Eres solo un bebé”, bromeó. Pese a que la casa estaba repleta de gente, enseguida se percató de que Elvis solo tenía ojos para ella.
Días después hubo una segunda fiesta. Sin embargo, no fue hasta la tercera cuando el músico, después de cantar unos temas a los ahí presentes, la invitó a subir a su dormitorio. “Mientras hablaba, me alisaba el pelo. ‘Te juro que nunca haré nada que te haga daño. Te trataré como a una hermana’. Me acurruqué en sus brazos mientras me hablaba de su madre, que había muerto el 14 de agosto de 1958, y de lo mucho que la echaba de menos. Cuando llegó la hora de irme, me dio un beso de despedida, mi primer beso de verdad. Se separó primero, diciendo: ‘Tenemos mucho tiempo, pequeña’. Me besó en la frente y me envió a casa”, expresó en el libro.
Tanto al padrastro como a la madre de Priscilla, obviamente, no les hicieron ni pizca de gracia estos encuentros noctámbulos. Aun así, llegaron a un acuerdo: antes de que su hija volviera a verlo, querían conocerlo. Cuando esto sucedió, Paul Beaulieu no se anduvo con tonterías. En cuanto Elvis se personó en su casa, vestido con el uniforme del ejército, le preguntó cuáles eran sus intenciones y por qué, pudiendo tener a cualquier mujer, quería pasar tiempo con Priscilla. “Bueno, señor, resulta que le tengo mucho cariño. Es muy madura para su edad y disfruto de su compañía. No ha sido fácil para mí estar lejos de casa y todo eso. Me siento un poco solo. Se podría decir que necesito a alguien con quien hablar. No tiene que preocuparse, capitán. Cuidaré bien de ella”, replicó. Con esas palabras se ganó su confianza.
Como únicamente se veían cuando había caído el sol, a Priscilla le costaba horrores levantarse a las siete de la mañana para ir a la escuela. Sus hábitos de estudio empeoraron. Al percatarse de eso, el artista le puso un puñado de pequeñas píldoras blancas en la palma de la mano. Eran Dexedrine, una droga psicoestimulante que había empezado a tomar poco antes de ser reclutado. En las ya citadas memorias, ella juró que no las ingirió. Al menos, esa noche. También, por si hubiese alguna duda, dejó por escrito que Elvis se negó a consumar su amor. “No. Algún día lo haremos, pero no ahora. Eres demasiado joven”, le dijo el 1 de marzo de 1960, horas antes de regresar a Estados Unidos para proseguir con su carrera musical.
Nada más llegar a suelo americano, la prensa relacionó a Elvis con la cantante Nancy Sinatra. Priscilla, comida por los celos, aguardó una llamada de su amado. El teléfono, finalmente, sonó 21 días después de su partida. Muy a su pesar, en adelante, las charlas se espaciaron. En aquel momento el corazón de Presley lo ocupaba la actriz televisiva Anita Wood. No sería hasta febrero de 1962 cuando, en una de esas conversaciones a distancia, Elvis la invitó a Los Ángeles. Como aún tenía que ir a la escuela, el reencuentro se postergó hasta el verano. En las dos semanas que pasaron juntos visitaron Las Vegas. En esta ocasión, sí accedió a tomar anfetaminas y somníferos para seguir el frenético ritmo del cantante y su cuadrilla.
Como estaba previsto, Priscilla tomó un vuelo de vuelta a Alemania y no volvieron a verse hasta la Navidad de 1962. Pero, en 1963, Elvis llamó a Paul Beaulieu y lo persuadió para que la adolescente se mudara a Memphis. Ante su negativa inicial, prometió que la inscribiría en la mejor escuela de la ciudad y que no viviría con él, sino en casa de su padre, Vernon, y de su esposa, Dee. Se salió con la suya. “Elvis y yo planeamos vivir juntos en Graceland, pero al principio mantuve mi promesa y me mudé con Vernon y Dee a Memphis. Vivir con ellos resultó difícil. Me sentía fuera de lugar en su casa, y no quería suponer una intrusión en su vida personal. Iba a la Escuela Secundaria de la Inmaculada Concepción todas las mañanas, y por las tardes y noches comencé a pasar más tiempo en Graceland con la abuela de Elvis, a menudo quedándome toda la noche. Casi sin darme cuenta, comencé a mudarme con mis cosas. Elvis todavía estaba en Los Ángeles filmando El ídolo de Acapulco. Para cuando sugirió que me mudara a Graceland, ya lo había hecho”, subrayó en Elvis y yo.
Como cabía esperar, no todo fue tan bucólico. “Al mudarme a Graceland, él ya tenía su círculo íntimo. Por supuesto que me acogieron, pero nunca me di cuenta de que eso era todo. No salíamos. No le gustaba comer en los restaurantes porque la gente le hacía fotos y no quería que lo fotografiaran metiéndose un tenedor en la boca. Vivíamos en una burbuja”, reveló en 2016 en el programa Loose Women, del canal británico ITV. “Mi adolescencia no fue la de una chica normal. Tuve que adaptarme. Simplemente seguí lo que hizo Elvis. Viví su vida. Veía las películas que él quería ver, escuchaba la música que él quería escuchar, iba a los lugares a los que él iba”. De hecho, en esa misma entrevista contó que Elvis nunca la vio sin maquillar: “Algunos no pueden hacer frente a la verdad. Siempre iba un poco maquillada. Nunca quiso verme vestirme, quería ver el resultado final”. Estas afirmaciones no sorprendieron a nadie. Décadas antes, en sus memorias, Priscilla ya había redactado lo siguiente: “Me enseñó todo. Cómo vestir, cómo caminar, cómo maquillarme y peinarme, cómo comportarme, cómo devolver el amor a su manera. A lo largo de los años, se convirtió en mi padre, esposo y casi Dios”. Incluso, en 1978, afirmó a la revista People: “Mi vida era su vida. Él tenía que ser feliz. Nunca lo molestamos. Mis problemas eran secundarios”.
En las Navidades de 1966, cuando Priscilla ya tenía 21 años, Elvis le pidió matrimonio. La ceremonia civil, que duró apenas ocho minutos, aconteció el 1 de mayo de 1967 en una suite privada del Hotel Aladdin, en Las Vegas. Únicamente había 14 personas dentro la habitación. Tras darse el “sí, quiero”, protagonizaron una rueda de prensa y desayunaron con unos 100 invitados, entre los que se encontraban Marty Lacker y Joe Esposito, dos miembros de la mafia de Memphis que ejercieron de testigos del novio. “Mi boda fue muy inusual. Eran las personas más cercanas a nosotros, así es como lo queríamos. No queríamos un club de fans. No queríamos un circo”, rememoró en Closer Weekly hace un lustro. Absolutamente todo fue orquestado por el coronel Tom Parker, el mánager del cantante, quien al parecer creía que la convivencia de la pareja fuera del matrimonio estaba perjudicando la imagen de su protegido.
Literalmente, nueve meses después de aquella fecha, el 1 de febrero de 1968, nació su hija Lisa Marie. “Al principio me sentí desolada. Pensé: ‘Dios mío, aquí estoy casada, embarazada, y ya no voy a parecer atractiva’. Ciertamente, fue un momento difícil. También lo fue para él porque era un símbolo sexual. Le preocupaba lo que pensarían sus fans de que fuera padre y cómo eso afectaría a su estatus de símbolo sexual”, manifestó al diario The Guardian en 2012. En otra ocasión explicó a Closer Weekly cómo vivía el cantante su paternidad: “Elvis era un padre cariñoso, pero le costaba ver comer a los bebés porque se les caía la baba. Y no cambiaba pañales. Ni uno solo. Nunca. Ese no era el trabajo de un hombre”. Por el contrario, sí agasajó a la pequeña con carísimos regalos. Llegó a comprarle un abrigo de piel con apenas tres años. Y hasta un anillo de diamantes al cumplir los ocho. Priscilla, al ver esas excesivas dádivas, le rogaba sin éxito que las devolviera a la tienda. Como apostilló en The Guardian: “No podía domesticar a Elvis, y lo acepté”.
“Siempre estaba dispuesta a recibirlo en la puerta y a mimarlo. Me gustaba mucho cuidar de Elvis. Me encantaba atenderlo. Me encantaba darle de comer. Hablábamos como bebés, porque hay que tener un lenguaje propio cuando hay tanta gente alrededor. Era una buena vida. Era diferente, pero era nuestra”, relató Priscilla en 2020 en People. “Las mujeres gravitaban hacia él, así que me ponía nerviosa cuando tenía que ir a sitios solo. Incluso lo acompañaba a hacerse una limpieza dental. Estaba pendiente de él porque todo el mundo lo perseguía”, recalcó en la misma publicación. “No era fiel», confirmó en 2017 al programa australiano Sunday Night. «No es que tuviera a alguien especial, pero cuando estás en el negocio del entretenimiento siempre hay de eso y, aunque traté de darle la espalda, simplemente no quería compartirlo”.
Sus deslealtades, al igual que el cada vez más excesivo consumo de drogas por parte de la estrella, mermaron por completo su relación. “La gente se podrá preguntar por qué nadie hizo nada. Pero eso no es del todo cierto. Las personas de su núcleo más cercano lo intentaron, pero no se atrevieron a decir a Elvis exactamente lo que tenía que hacer. Trataron de hacerlo, pero no hubo manera”, se oye decir a Priscilla en el documental Elvis Presley: Buscador incansable, estrenado en la plataforma HBO en 2018, refiriéndose a por qué su marido nunca ingresó en un centro de desintoxicación. Tras iniciar una aventura con el profesor de kárate Mike Stone, Priscilla se separó de Elvis el 23 de febrero de 1972. El divorcio, como tal, se hizo oficial a principios de octubre del año siguiente. “Cuando él estaba de gira, yo iba a clases de baile. Empecé a darme cuenta de que las mujeres tienen su propia vida», clarificó en su intervención en Loose Woman. Y añadió: «No me divorcié porque no le quisiera. Era el amor de mi vida, pero tenía que conocer el mundo”. Pese a que tomaron caminos distintos, su amistad fue indestructible hasta que el cantante falleció el 16 de agosto de 1977.