Jane Birkin: «No me arrepiento de haberme desnudado, pero ahora no posaría en pelotas»
Pionera de todas las modas, a los 70 años Birkin vuelve a cantar a Gainsbourg en su nuevo álbum.
Ella lo recuerda, pocos días antes de su muerte, calentando pescado congelado y viendo un wéstern en la tele. Es la última imagen que Jane Birkin conserva de Serge Gainsbourg. Con él configuró, durante 12 años, una de las parejas más icónicas de un tiempo revuelto que aún creía en las revoluciones. Basta con observar de cerca sus trayectorias para entender que ambos lideraron una. A los 70 años, la actriz y cantante regresa con un nuevo álbum, Birkin/Gainsbourg – Le Symphonique (Warner), donde reinterpreta junto a una orquesta el repertorio que le legó el padre de su hija Charlotte. E...
Ella lo recuerda, pocos días antes de su muerte, calentando pescado congelado y viendo un wéstern en la tele. Es la última imagen que Jane Birkin conserva de Serge Gainsbourg. Con él configuró, durante 12 años, una de las parejas más icónicas de un tiempo revuelto que aún creía en las revoluciones. Basta con observar de cerca sus trayectorias para entender que ambos lideraron una. A los 70 años, la actriz y cantante regresa con un nuevo álbum, Birkin/Gainsbourg – Le Symphonique (Warner), donde reinterpreta junto a una orquesta el repertorio que le legó el padre de su hija Charlotte. Es su vuelta al ruedo tras varios años marcados por el luto y la enfermedad. «Pero nunca me hundo. Soy una persona muy optimista», afirma con su inimitable hilo de voz.
¿Por qué regresa ahora a estas canciones?
He querido cantarlas como si formaran parte de una comedia musical. Interpretar una hubiera sido el sueño de mi vida, si hubiera sido mejor cantante. El año pasado entoné una de esas canciones en Canadá con arreglos de una orquesta sinfónica y la gente salió llorando. Me di cuenta de que era la mejor forma de enaltecerlas. Creo que ya no puedo hacer nada más sublime con los temas que Serge me dejó. Misión cumplida, mi comandante.
¿Por qué cree que esos temas han envejecido tan bien?
Porque son algunos de los textos más brillantes que se hayan escrito en francés. Otros grandes compositores, como Trenet o Brassens, se ciñeron a un único estilo. En cambio, Gainsbourg fue como Picasso: tuvo su periodo azul, rosa, cubista… Cuando murió, con 63 años, sus principales fans eran adolescentes admirados por su audacia. Serge pudo pasarse la vida cantando La Javanaise [su primer gran éxito], pero no lo hizo.
Después de interpretarlas tanto, ¿aún le sorprenden?
Sí, hay versos que todavía me emocionan. En Une chose entre autres, Serge escribió: «Te has llevado más que cualquier otro, lo mejor de mí». Y creo que tiene razón. Me escribió canciones magníficas hasta el final de su vida, cuando ya me había marchado de su lado.
¿Por qué siguió haciéndolo?
Porque fui la intérprete de su lado femenino, de su lado herido. Él se quedó con la parte chocante y escandalosa, y me dejó a mí su cara más vulnerable y sentimental. No sé si lo hizo por pudor. Lo que sé es que necesitaba expresarlo de alguna manera, así que me lo delegó. A veces me cuesta cantar algunas canciones, porque recuerdo hasta qué punto se sentía desgraciado cuando las compuso.
Cuando se acuerda de Gainsbourg, ¿qué siente?
Siento mucha pena. A menudo, me pregunto qué diría Serge sobre las cosas que suceden hoy. Me duele que ya no esté aquí, porque fue una de las personas más divertidas de todo el mundo. Era un payaso y, a la vez, un gran romántico. Era un personaje muy ruso. Tenía un alma eslava, pero a la vez era como un adolescente. Fue alguien muy inconstante. Muy divertido, pero también muy triste. Podía ser muy tierno y también, terriblemente malo.
¿También fue malo con usted?
Sí, claro, no se privó. Aunque no era un auténtico malvado. Lo que le pasaba es que, al ser tan brillante, no podía resistirse a soltar sus ocurrencias. A veces le decía: «Serge, no puedes decir eso. Esa persona se ha sentido ofendida». Y él me decía que tenía razón, pero después encendía la radio y lo descubría repitiendo algo peor. Era imposible frenarlo. Era como intentar amordazar a un caballo.
Tras su separación en 1980 se alejó unos años de Gainsbourg. No solo del hombre, sino también del compositor. ¿Necesitaba respirar antes de reconciliarse con él?
Él no quería que cantara para otros. Cuando canté Avec le temps, de Léo Ferré, le hice escuchar el resultado. Todo el mundo lo había encontrado muy bien, incluido el propio Ferré. Pero a Serge no le gustó nada. «No funciona en absoluto y no te pega nada», me dijo. No podía soportar que cantara temas de otros, a no ser que fueran estadounidenses o estuvieran muertos. Pero no me quejo: tuve a mi propio compositor y fue uno de los mejores.
Cuando observa el transcurso de su carrera, ¿ve una emancipación?
Sí. Sobre todo, en el cine. Mis primeras películas con Jacques Doillon [su pareja entre 1980 y 1990] supusieron una ruptura muy fuerte. Fueron mis primeros papeles dramáticos. Fue la primera vez que acudí al Festival de Cannes por buenos motivos. Es decir, como actriz y no como pin up. Fue una satisfacción que por fin me tomaran en serio.
¿Gainsbourg no la tomó en serio?
Quiero decir como actriz, no como persona. Aunque, en realidad, Serge siempre me consideró una adolescente. Cuando estaba deprimida, nunca entendía por qué. Lo tenía a él y tenía dos hijas, ¿qué más podía pedir? Creo que no lo comprendió hasta más tarde, cuando vino a verme al primer concierto de mi carrera, en el Bataclan de París. Ahí vio que no quería ser una chica sexy de larga melena y labios pintados. No quería ser una pantera. Lo que me apetecía era que la gente escuchara mis melodías y me dijera que cantaba bien.
Su hija Lou dijo en 2015: «Cuando uno piensa en Jane Birkin o en Françoise Hardy, las considera mujeres liberadas. En realidad, no lo eran, solo lo hacían ver». ¿Fue una fémina dominada, como dice su hija?
No estuve de acuerdo cuando dijo eso. En mi relación con Serge, di tanto como recibí. Fui una mujer feliz y no sumisa. ¡Fui yo la que me marché! En lo que Lou tiene razón es que he estado con pocos hombres en mi vida y todos han tenido personalidades fuertes. Primero fue John Barry, después Serge, después Jacques Doillon… y no ha habido muchos más.
Hace unos años afirmó que aspiraba a vivir otra gran historia de amor antes de morir. ¿Sigue pensándolo?
Todavía no ha aparecido. Y está tardando tanto que he perdido la esperanza de que llegue por voluntad propia. Tendré que organizar una emboscada… [risas].
¿Qué recuerdos tiene de su juventud, durante los años 60, en pleno Swinging London?
Hace poco leí el diario que escribí cuando tenía 14 años. Diría que fui una chica bastante insufrible. Vivía con esa inseguridad que te puede volver loca. Ahora ya no me siento así, tal vez porque no estoy con nadie. Soy menos infeliz que cuando estaba enamorada. Siempre que lo he estado he sido bastante cargante…
Su padre fue un almirante de la Royal Navy. ¿Aprobó cómo vivía?
Sí, le gustaba que fuera actriz, porque era un mundo muy distinto al suyo. Le invitaba a menudo a acompañarme a mis rodajes en Francia. Sobre todo, porque eso permitía que mi madre, que fue una magnífica intérprete teatral, participara en alguna obra. Cuando estaba en casa, mi padre, que era un hombre muy celoso, no la dejaba hacer nada.
A partir de los 60, se convirtió también en icono de estilo.
Eso parece… pero no es algo de lo que fuera consciente.
¿Qué quiere decir?
Se suele creer que vestía de manera inhabitual para aquella época, pero no es así. Yo creo que me vestía de forma totalmente corriente. Por lo menos, en Inglaterra. En Francia seguía predominando el buen gusto y las faldas por debajo de la rodilla, pero en Londres llevábamos años poniéndonos faldas cortas que eran, más bien, camisetas largas. Lo que en París era escandaloso, resultaba normal en Londres. En aquel tiempo fuimos un poco más divertidos que los franceses…
También fue de las primeras en llevar ropa de hombre. ¿Por qué?
Porque me sentía mejor vestida de chico. Siempre me vi más guapa. Tuve la suerte de ser un hombre muy bello, mientras que como mujer tenía mucha más competencia… [risas].
¿Qué vínculo mantiene con la moda?
No quiero decir nada malo sobre la moda, porque hay marcas, como Saint Laurent o Hermès, que me tratan excesivamente bien. Pero, si le digo la verdad, ir de compras nunca me ha gustado. Los probadores me cansaron hace tiempo y la ropa para señora me parece horrible. Hace mucho que encontré el estilo que me sienta bien. Ya es demasiado tarde para empezar a ponerme vestidos razonables.
Otra cosa que marcó su carrera fue la desnudez…
Nunca me ha molestado, aunque ahora ya no me pondría en pelotas, por suerte para todos ustedes. La desnudez me parece algo digno de admiración, tanto en hombres como en mujeres. Cuando veo a mi hija Charlotte sin ropa en algunas películas, la encuentro muy valiente. Además, en su caso, hay una razón y una pertinencia. En el mío, desgraciadamente, solía ser bastante gratuito. A veces, cuando no sabían qué hacer, me decían: «Venga, Jane, quítate la ropa».
¿Se arrepiente de haberse desnudado tanto?
No, menos cuando salgo de interpretar una obra de teatro con un gran actor como Michel Piccoli y la gente me pide que les firme fotos de mi juventud, donde solo se ven mis nalgas… [risas].
El feminismo vuelve a estar en todas las bocas. ¿Las mujeres están más liberadas hoy que en los 60?
No tengo ni idea. No creo que seamos necesariamente más libres, aunque tampoco entonces lo éramos. La gente opina que en 1968 estábamos todos liberados, pero aún tengo que encontrar a alguien que lo estuviera de verdad. Si lo éramos realmente, yo no me aproveché mucho de la situación…
¿Qué cree que ha simbolizado para las generaciones posteriores?
Se me recuerda por Je t’aime, moi non plus, que el año que viene cumple 50 años. Sé que en algunos países donde no había democracia, como España, se solía escuchar a escondidas. Muchos la interpretaron como un himno de libertad. Si esa canción pudo tener el más mínimo efecto liberador, estoy contenta de haberla grabado. Si fue peligrosa para el poder y resultó reconfortante para quien fuera, hicimos muy bien. Cuando me muera, es la canción que sonará en los informativos.
¿Diría que encarnó la modernidad?
No lo sé. Puede que eso sea demasiado. No me incomoda oírlo, pero me parece sobredimensionado. No sé si merezco que me digan eso. He hecho algunas cosas bien, pero tampoco hay que pasarse…
¿Se pregunta qué habría sido de su vida de no mudarse a Francia?
Muchas veces. No sé si hubiera tenido la misma vida. No tenía la más mínima pretensión de convertirme en actriz como mi madre. No creía tener un talento extraordinario. Tuve la suerte de conocer a personas que creyeron en mí, como Serge. Eso hizo que me quedara en Francia y buscara un hueco. En Inglaterra podría haber sido ama de casa…
Se la suele tratar como una mujer frágil. ¿Lo es?
No, de hecho creo que soy bastante dura. Tal vez eso ha sucedido porque Serge me hizo cantar textos de persona frágil. Pero como decía antes, fue él quien lo era, y no yo. A mí la vida me ha podido debilitar, pero siempre he salido adelante. Puedo hundirme un tiempo, como me ha pasado estos últimos años [por la leucemia que le diagnosticaron y el suicidio de su hija, la fotógrafa Kate Barry, en 2013], pero al final encuentro la manera de volver a la superficie. Siempre se me acaban ocurriendo cosas más interesantes que sentarme delante de la televisión y pasar mis días lamentándome. La inacción me parece terrible. Pasé dos años sin salir de casa, después de la muerte de Kate. Por eso ahora tengo muchas ganas de irme de gira. Cogeré una maleta y a Dolly, mi bulldog, y me iré por todo el mundo. Me va a sentar muy bien.
¿Perdió el apetito por la vida?
Sí, porque no veía cuál podía ser mi utilidad. Me encerré y perdí el sentido de las cosas. Por suerte, dos amigos me acompañaron día y noche. La amistad, cuando es constante, es algo extraordinario. Espero poder hacer lo mismo por ellos algún día. La verdad es que me sigue gustando mucho la gente. Salir de gira es, en el fondo, una excusa para entablar conversación con otras personas. Los seres humanos tenemos la suerte de tenernos los unos a los otros. No hay que desaprovechar ninguna oportunidad para dirigirse hacia los demás. Hay que hablar con todos los taxistas y sonreír a los desconocidos que te cruzas por la calle. Es la única forma de hacer que la vida sea un poco menos triste.