«Me voy a México con Nathalie. Mil cosas»: la nota con la que Alain Delon dejó a Romy Schneider justo antes de casarse
Filmin estrena la película ‘3 días en Quiberón’, que recrea un momento clave de la actriz. En el encuentro con la revista ‘Stern’ se mostró vulnerable, exhausta y alcoholizada, pero también dispuesta a vivir y recuperar a sus hijos.
Unos meses antes de morir de paro cardiaco con solo 43 años, Romy Schneider concedió la que sería su última entrevista a la revista Stern. Al periodista Michael Jürgs le dio declaraciones que nunca había hecho. Le dijo que, a los 42 años y recién divorciada de su segundo marido, era una mujer infeliz. Que estaba arruinada, a pesar de que llevaba siendo una estrella de cine desde la adolescencia. Le habló de su dependencia del alcohol, de lo que había supuesto para ella el suicidio del padre de su primer hijo, Daniel, un par de años antes, y de cómo le estaba costando recuperar al niño...
Unos meses antes de morir de paro cardiaco con solo 43 años, Romy Schneider concedió la que sería su última entrevista a la revista Stern. Al periodista Michael Jürgs le dio declaraciones que nunca había hecho. Le dijo que, a los 42 años y recién divorciada de su segundo marido, era una mujer infeliz. Que estaba arruinada, a pesar de que llevaba siendo una estrella de cine desde la adolescencia. Le habló de su dependencia del alcohol, de lo que había supuesto para ella el suicidio del padre de su primer hijo, Daniel, un par de años antes, y de cómo le estaba costando recuperar al niño, que tenía entonces 14 años y prefería vivir con la familia paterna. Hizo también algunos comentarios sobre su propia madre, que fue una estrella del cine alemán en tiempos del Tercer Reich –“no mucha gente puede decir que Hitler estuvo enamorado de su madre”–. Y, sobre todo, le repitió una y otra vez que, para que le quedase bien claro al público alemán, que ella no era la emperatriz Sissi, que ya no tenía 16 años ni ganas de representar la inocencia bávara.
Aún más generosa, o vulnerable, según se mire, fue con el fotógrafo de la revista, su amigo y amante ocasional Robert Lebeck, a quien le permitió fotografiarle sin maquillaje, con cola de caballo (como la prefería el director Claude Sautet), saltando por los acantilados y revolcándose en su cama, fumando en albornoz , bebiendo cognac a morro y riendo con un pañuelo en la cabeza. Lebeck disparó unas 600 fotos, de las que Stern publicó 20.
A partir de lo que sucedió alrededor de esa entrevista, la cineasta Emily Atef se inventó una semificción, la película 3 días en Quiberón que se estrena hoy en Filmin. El título hace referencia a la ciudad de la Bretaña en la que tuvo lugar la entrevista real, en un hotel balneario en el que Schneider se había ingresado para tratar de desintoxicarse y poder así poner su vida en orden y recuperar a su hijo mayor. El espectador versado en la trágica vida de Schneider sabe que Daniel apenas viviría unos meses más. Falleció tratando de saltar una verja, cuando se le perforó la vena aorta. Su madre apenas le sobreviviría unos meses.
No todo lo que cuenta la película sucedió en realidad. Atef se inventa, por ejemplo, a Hilde, una amiga de la infancia que acude a visitarla al balneario y que se preocupa por ella. No quiere que dé la entrevista y también le echa en cara a la actriz que lo que pretende es causar un nuevo escándalo para así poder victimizarse. Como le dice el periodista, Hilde no es guapa, ni brillante, ni tiene nada que le haga especial. “Lo único que te diferencia es ser amiga de Romy Schneider”. Que era, en ese momento, una de las mayores estrellas del cine europeo. Disidente de Alemania y de todo lo alemán, Schneider había rodado ya entonces con Orson Welles, en la adaptación de El proceso de Kafka, con Claude Chabrol, con Sautet, que sacó lo mejor de ella en Lo importante es amar y Ella, yo y el otro, con Lucchino Visconti, con el que se atrevió a retomar el papel de su detestada Sissi en Ludwig, dándole esta vez un halo crepuscular. Había tenido algún hit comercial, como La piscina, que la reunió con su ex y el hombre que, siempre se ha creído, le destrozó la vida, Alain Delon. Pero, como quiere el tópico de la estrella exitosa pero infeliz, todo eso no le había servido para mucho.
“Hubiera deseado una vida normal, rutinaria. Estoy intentando romper esta camisa de fuerza”, le dice la Schneider de la película al periodista Michael Jürgs, quien más tarde se convirtió en su biógrafo y que en el filme queda retratado como un tipo ambicioso y arrogante (sabe que lo que tiene vale mucho) pero finalmente decente, puesto que permite a la actriz retractarse de lo que quiera antes de publicar la entrevista. Lo que hace que la película se sostenga es el enorme parecido entre la actriz alemana Maria Bäumer y la propia Schneider en ese momento de su vida, y la interpretación nada forzada que hace Bäumer.
A la hija de la actriz, que aparece como personaje brevemente al final de la película, como una niña juguetona, no le gustó el filme cuando se estrenó en el festival de Berlín en 2018. “Es totalmente falso. Mi madre nunca ha sido alcohólica, todos los directores y actores que han trabajado con ella pueden confirmarlo”, dijo en una entrevista en una radio francesa. “Me quedé escandalizada, especialmente porque creo que la gente que vaya a ver esta película no verá una película sobre mi madre, no verá una película sobre Romy Schneider”. A Biasini le dolió especialmente una escena en la que la actriz está borracha y se niega a cogerle el teléfono a su hijo Daniel. “Cada vez que Daniel llamaba, ella cogía inmediatamente el teléfono”. En realidad, y a pesar del comprensible enfado de Biasini, que solo tenía cuatro años cuando murió su madre, la película de Atef retrata a una mujer angustiada porque cree estar fallando a sus hijos y dispuesta a aparcar su carrera para pasar más tiempo con ellos. Ella misma apenas veía a sus padres de niña, hasta que su madre, con la que siempre tuvo una relación turbulenta, vio el potencial comercial de aquella niña guapísima que le había salido y empezó a colocarla en el cine.
Hace tres años se estrenó también un documental del canal ARTE titulado Una conversación con Romy en el que la periodista alemana Alice Schwarzer, una de las más destacadas feministas de su país en los años setenta, hizo pública una entrevista con la actriz que tenía guardada por petición de ella desde 1976. Allí le hizo una declaración explosiva y difícil de verificar: que Magda Schneider no solo era la actriz favorita de Hitler sino que había sido su amante, que ella visitaba (llevando a la propia Romy, que era una niña) en la casa que Hitler tenía en Obersalzberg, en los Alpes austriacos, que estaba al lado de la de los Schneider. La película aporta imágenes nunca vistas antes que pertenecerían a Eva Braun y en las que se ve a Hitler y a Magda sonriendo en un paisaje nevado. En la entrevista con Schwarzer, Romy explicaba también que el segundo marido de su madre, el empresario Hans Herbert Blatzheim, trató de abusar de ella en varias ocasiones.
Igual que haría después con Stern, la actriz sabía lo que hacía. “Quiero que esta pieza choque a la gente”, le dice a Schwarzer. Va alternando el francés con el alemán (“soy francesa ahora, todo lo alemán es doloroso”) y en ocasiones le pide a la periodista que apague la grabadora, y habla también fugazmente de Alain Delon. Ambos se conocieron en 1958 y encarnaron a la pareja perfecta en la prensa europea de la época. Llegaron a convocar una rueda de prensa para anunciar su boda, que no se produjo porque Delon dejó a Schneider de un día para otro, con un ramo de flores y una nota que decía: “Me voy a México con Nathalie. Mil cosas. Alain”. Nathalie era la actriz Nathalie Barthélemy y una de las “mil cosas” era que ambos esperaban un hijo, Anthony.