Paradoja Amaia: cómo la artista que puso de pie a un país entierra su síndrome de la impostora
La pamplonesa cuestiona por qué solo se exige el carné de igualdad a las mujeres artistas y defiende su cambio de rumbo. Tiene claro que su generación ha enterrado para siempre la noción de diva.
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A Amaia Romero le han salvado una guitarra y un cuarto sin amueblar. Tras interrumpir su gira de Pero no pasa nada, el álbum con el que debutó en 2019, la pamplonesa no ha buscado consuelo en podcasts o series evasoras para escapar de la realidad. “El confinamiento me pilló con dos amigas en Barcelona y la verdad es que no lo pasé nada mal. En aquella habitación prácticamente vacía, que tenía un eco buenísimo, se me iba el día cantando y componiendo buena parte del material que está por llegar”, rememora.
Este lapso de tiempo en el que ha aprendido a reforzar y retomar lazos “con los que importan”, también le ha valido para seguir moldeando una evolución que la pandemia no ha podido frenar. Una metamorfosis que se va intuyendo gracias a éxitos como su último tema hasta la fecha, El encuentro, la canción que comparte con Alizzz (Cristian Quirante) y que se convirtió en himno doméstico bailable para animar una depresiva segunda ola que cerró clubes y pistas de baile. “Alizzz me escribió por Instagram, me dijo que estaba trabajando en algo nuevo, que él también quería cantar y me pareció un planazo cantar con él”, explica Amaia. El resultado fue un tema pegadizo, un particular elogio a toparse de forma inesperada (pero bien) con un ex materializado en ese simple, perfecto y pegadizo He pensado en ti más de la cuenta/ El corte nuevo así qué bien te queda y que viene a confirmar que con Amaia no existen fórmulas predecibles. Ahí teníamos de nuevo en nuestra pantalla a “Amaia de España”, la pamplonesa despierta de 2017 cuando lo mismo versionaba a Serrat que a Rosalía desde el televisor, solo que ahora andaba de after con botas mosqueteras de punta, guantes y minivestidos de cuero, celebrando la vida (y la juerga), revisitando todos y cada uno de los templos generacionales de la ruta del bakalao. Si algo detesta, es encasillarse. “Quiero que El encuentro sea un nuevo punto de partida. Necesito que se note una evolución en mi carrera, también con la nueva música con la que estoy trabajando. Ya estoy sobre ella y la gente notará un cambio”, apunta sobre esa ansia por explorar nuevos territorios y facetas, pero resistiéndose una y otra vez a desvelar cómo, cuándo y en qué forma llegará ese nuevo material.
Lo explica vestida de calle con un vaquero y un jersey de lana de Paloma Wool (su marca fetiche y talismán, la misma a la que recurre para sus estilismos en la gira), liberada ya de una sesión de fotos en un estudio de Barcelona en la que ha dejado claro qué quiere ponerse y qué no (llega a rechazar uno de los modelos propuestos) o qué peinado cree que le sienta mejor para las fotos. “No me gusta sentirme disfrazada, necesito estar cómoda”, aclara. Lo cuenta sin separarse del todo del séquito que la cobija y que la escuchará en un discreto segundo plano (a unos metros está su hermano y mánager, Javier Romero; más retiradas, dos representantes de Universal, su discográfica). “Llevo peor las sesiones de fotos que las entrevistas, dudo con tanta gente mirándome. Esto no se me da tan bien como cantar y la música en general. Aquí voy más insegura”, dice, como disculpándose de antemano, porque Amaia es de las que se agarra al “perdona”, “perdón” o “lo siento” como actitud vital, esa manía que arrastran tantas mujeres, no vaya a ser que las perciban como altivas o amenazantes por expresar una opinión.
Con Amaia suceden varias paradojas. Por un lado está la artista total, la que enmudece a todo el que se tope con su voz y talento, esa que se hace enorme al cantar; pero también está la Amaia que duda de sí misma y de su discurso, la que cuando se aparta del escenario se vuelve la veinteañera que al fin y al cabo es (cumplió 22 años el pasado 3 de enero). Junto a esa mezcla de espontaneidad y contradicciones –quién no las tiene– también pide sitio la mujer, tercera hija de una enfermera y del dueño de un taller mecánico, que empieza a entender que ya no hace falta seguir lamentándose por sentir que llegó a nuestras vidas demasiado rápido, como si todos sus años de esfuerzo en varios conservatorios –antes de Operación Triunfo estudió en el Pablo Sarasate de Pamplona, después se licenció del grado de piano en el Liceu de Barcelona– no valieran, como si aquel atajo televisivo para ser conocida la hubiese convertido en algo artificial destinado a caducar. “Al final llegamos a ese triunfo en solo tres meses. No tengo miedo a perderlo, esa no es la palabra, pero quiero ser consciente de que puede que un día dé un concierto y solo vengan cinco personas, que también esto se puede acabar”, aclara. Una visión de conjunto, la de la carrera de fondo y de respeto a la proyección laboral, inculcada desde lo familiar. “Mis padres siempre me insisten en que piense en el futuro. Yo ahora mismo, por ejemplo, no le doy importancia al dinero, ellos son lo que me recuerdan que tengo que cuidar todo esto”.
Se podría decir que Amaia, como toda una nueva generación de creadoras que despuntan por hacer las cosas a su manera e imponer sus tiempos al innovar, está luchando por enterrar su síndrome de la impostora particular. El suyo, versión reality, clama por despegarse de una vez de esa falta de confianza que la llevó, incansablemente, a la urgencia de trabajar más para demostrar que aquella triunfita valía igual. “Esa inseguridad me sigue persiguiendo, pero a nivel musical ya no la siento tanto. Algo ha cambiado, ahora confío en mí misma mucho más que antes”, asegura. La artista Núria Graham, que formó parte de su banda durante la gira de Pero no pasa nada como guitarrista y trabaja con ella como compositora, culpa a aquellos miedos por las expectativas sobre su carrera. “Si trabajas con ella se entiende todo. ¿Cómo no era consciente de su talento? ¿Por qué dudaba? Amaia tiene ese duende, hace que todo parezca fácil y salga siempre bien, pero también arrastraba muchísima presión, sentía que al salir del concurso tenía que hacer el disco y la gira de su vida. Bajo esos estándares es completamente normal que se preguntase: ‘¿Me lo merezco?”. Graham, que al contrario que Amaia dice haber tenido una “carrera lenta y gradual, a lo vieja escuela”, se fascina ante sus nuevas formas de trabajar: “Es que ella no imposta nada, todo le sale natural. Mira por ejemplo sus redes, con el tema de la promoción ella va a su bola, ¡hace lo que le da la gana! Eso también es digno de admirar”.
El productor Alizzz, que se pasaría “horas escuchándola cantar”, tiene claro que su evolución es imparable: “Amaia es una de las pocas personas que tiene el aura de una artista integral. Ese aire de fragilidad, junto a su voz, hace que todo lo que sale por su boca sea verdad”. El entusiasmo por su autenticidad es contagioso. Los Javis (los creadores Javier Ambrossi y Javier Calvo), íntimos de la artista, también recurren a esa cualidad para definirla: “Amaia es la misma cuando te habla y cuando te canta. Es sincera, honesta y pone el foco donde debe: prepararse, aprender, cantar bien y hacer buenas canciones. Eso es lo que hace que Amaia conecte con todos: es de verdad”.
Esa verdad no le salvó de una autoexigencia que, sumando otra paradoja más, nunca le ha hecho sentir que deba complacer y gustar a todos por igual. ¿Acaso esos particularísimos 10 temas de su primer álbum no hicieron más que romper con todas las cábalas prefabricadas que se esperan de una artista del siglo XXI construida para triunfar? “Uy, es que a mí no me interesa nada eso de la diva pop. Ni sé cómo es una ni sé quién lo es ahora ni me preocupa serlo, yo no voy por ahí para nada”, dice con extrañeza, como si la pregunta la formulase una persona de otra era, aquella en la que solo había una corona, y un único trono, para reinar.
También le produce cierto incordio verse preguntada por si optaría por reivindicarse políticamente en sus letras, algo de lo que no siente ninguna necesidad. “Mis canciones son mi diario personal, puede que no sean explícitamente feministas como las de otras artistas de ahora, pero eso no implica que no lo sean de por sí”. Le irrita que solo a las artistas se les exija el carné de la igualdad. “Sé que siempre se me va a preguntar por el feminismo. Por el hecho de ser mujer y artista tienes que tener la presión de tener un discurso claro. Sé que me sigue mucha gente y que tengo mucha responsabilidad, pero mi mente también va cambiando, como la de todo el mundo. He visto muchas desigualdades y sé que hay mucho camino por recorrer, por ejemplo, en mi sector me topo con muchísimos más hombres que mujeres, pero soy yo la que cargo con esta presión de tener la respuesta adecuada solo por ser mujer”. Una vez más evidencia su salto generacional, y hace sentir a su interlocutora como una cronista del NODO, cuando se le pregunta si siente que una nueva cantera de mujeres están cambiando las cosas y las formas de crear: “Sí, supongo, pero también creo que existe como esa concepción algo machista de que una mujer artista nunca puede decidir cómo hacer su música de por sí, o dirigir su carrera a su manera y su música, controlar su trabajo; como si siempre alguien, o un hombre por detrás, la hubiese tenido que moldear, ¿no crees?”.
Estilismo: Claudia Englmann
Maquillaje y peluquería: Mónica Marmo (Kasteel Artist Management) para Chanel y Le Pure.
Manicura: Sayaka Miyasaka (Kasteel Artist Management) para Kira Nails.
Diseño de set: Ana Domínguez.
Producción local: Tamara Bucio (Lighthouse Agency).
Asistente de fotografía: Mikel Olaizola.
Asistente de estilismo: Andrea Masi.
Asistente de maquillaje y peluquería: Joyce Valadares (Kasteel Artist Management).
Asistentes de diseño de set: Andrea Salas y Lara Coromina.