El sujetador de 500 euros de Katie Holmes o el arte de vestirse tras una ruptura
El sostén de la firma de culto Khaité que luce la actriz en un su reaparición tras romper con Jaime Foxx provoca el delirio viral y se agota en una hora.
Tras confirmar su ruptura con Jamie Foxx después de seis años de relación, Katie Holmes ha vuelto a las calles. Su reentré como mujer libre no ha pasado desapercibida. Un conjunto de cardigan y sujetador de cashmere con vaqueros ha provocado el delirio viral por varios motivos. En primer lugar, ...
Tras confirmar su ruptura con Jamie Foxx después de seis años de relación, Katie Holmes ha vuelto a las calles. Su reentré como mujer libre no ha pasado desapercibida. Un conjunto de cardigan y sujetador de cashmere con vaqueros ha provocado el delirio viral por varios motivos. En primer lugar, el precio del sujetador de Holmes (520 dólares, casi 500 euros; la chaqueta que lo acompaña vale 1.500 euros más) y la marca que lo produce. Holmes confirma con su elección que ella también es otra entusiasta de Khaité, la firma de culto que, junto a Totême, consuela a las nostálgicas del viejo Céline de Phoebe Philo. De Khaité son habituales desde la apodada como Martha Stewart del athleisure, Emily Oberg, a Kirsten Dunst, Emma Stone, Selena Gomez o el Vogue de Anna Wintour, que vistió en sus páginas del número agosto a Ariana Grande con un modelo de sujetador similar al post ruptura de Holmes de la misma firma pero en verde. No obstante, el efecto Holmes ha sido un auténtico huracán y la estocada definitiva: fue salir a la calle con el bradigan (toda prenda llamada a hacer historia tiene su apodo y ésta no iba a ser menos) y el sujetador de los 500 euros se agotó en una hora.
El sostén de Holmes se une con galones de viralidad al histórico club de los estilismos post ruptura llamados a la revolución.«Si estás triste y tienes el corazón roto, enderézate, vístete, añade más pintalabios y ataca», dijo Coco Chanel. Tanto la fundadora de Chanel como Madeleine Vionnet convirtieron su estatus de soltera empedernida y joven divorciada –en una época en la que parecía un crimen serlo– en un arma para despojarnos de la influencia de la mirada masculina sobre nuestra ropa y (re)apropiarnos de nuestras prendas.
Alumna aventajada de las enseñanzas de Coco Chanel fue Marilyn Monroe. Cuando anunció que se divorciaba de Joe DiMaggio en 1954, se marcó «un Chenoa» a las puertas de su casa pidiendo apoyo y respeto ante multitud de fotógrafos. Lo anunció vestida de negro y con cuello alto, tapada, visiblemente rota y llorosa. Varias semanas después, en el juicio, reapareció radiante con collar de perlas, maquillaje impecable, guantes blancos y un delicado tocado. Enderezarse y vestirse para atacar. Vestirse como herramienta de poder simbólica.
Diana de Gales tomaría el testigo cuando en 1994 se inventó lo del «revenge dress» en la fiesta de recaudación de fondos de Vanity Fair en la Serpentine Gallery de Londres en 1994. Se trataba de un vestido de cóctel negro asimétrico con corpiño de escote bardot y capa, firmado por la diseñadora Christina Stambolian. Un modelo que escogió en el último minuto. La princesa Diana iba se iba a poner uno de Valentino, pero la firma se precipitó con un comunicado no autorizado y el diseño de la griega fue la elección ganadora.
Aunque ya llevaban separados casi dos años, Lady Di sabía que el príncipe Carlos iba a admitir aquella misma noche en un documental emitido en prime time televisivo haber sido infiel durante su matrimonio. Frente al huracán mediático que estaba por caerle encima, su rupturista imagen en la fiesta propició que la foto de los tabloides al día siguiente alabase a una Diana que, lejos de esconderse y hundirse, volaba sola. Aquel vestido era mucho más que un vestido. Fue el punto de inflexión definitivo –que ya se venía intuyendo– para que el resto del mundo asumiese a la nueva Diana. La «shy Di» (tímida Di) que la prensa apodó en aquellos posados iniciales recatada y puritana quedaba, definitivamente, muerta y enterrada.
Desde que Diana instruyó al mundo en el sutil arte de vestirse para el triunfo y desterrar de tu vida a un ex, otros estilismos han sido llamados a hacer historia. Ágata Ruiz de la Prada subió el nivel cuando decidió que lo mejor que podía vestir para formalizar su separación de Pedro J. Ramírez era ponerse un burka y posar para la revista ¡Hola! convirtiendo su «Firmé mi divorcio con un burka porque no quiero que mi ex me vuelva a ver» en un titular imposible de batir.
La venganza de Mary Louise Parker se sirvió de escotazo y vestido negro para recoger un Globo de Oro en 2004, liquidando la papeleta de que su expareja, Billy Cudrup, la hubiese abandonado embarazada de siete meses para iniciar una relación con Claire Danes. El mono de Alexander Wang, semitransparente y ultrasexy, que vistió Bella Hadid en la gala MET de 2017 también acaparó titulares: se lo puso justamente el día que iba a coincidir en una fiesta con su ex, The Weeknd, cogido de la mano de Selena Gomez. Reese Witherspoon pasó de la sosez estilística a un refrescante Nina Ricci amarillo y a estrenar flequillo (otro clásico para dar carpetazo emocional) cuando acudió sola y estupenda a los Globos de Oro tras romper con Ryan Phillippe.
No hay nada mejor que ponerse un burka, poder lucir un sujetador de 500 euros o estrenar peinado para simbolizar una liberación y nueva página vital. Que se lo digan a Nicole Kidman, cuya secuencia de imágenes a la salida de formalizar su divorcio de Tom Cruise hace ya 18 años tiene un lugar privilegiado en los libros de historia de Internet. El conjunto rosa y verde que lució el día de tan (a la vista) pletórico episodio, apostamos, debe ocupar un rincón de lo más apreciado y significativo en su armario. Lo vale.