Dorothy Parker: una periodista con tantos enemigos que sus cenizas estuvieron olvidadas 15 años en un despacho

Nada salió como la escritora había planeado. Al final sus cenizas estuvieron 15 años en la estantería del despacho de un abogado esperando que alguien hiciera algo con ellas.

Dorothy Parker revisando una de sus obras en su casa en 1948.Getty

Según Wyatt Cooper, Dorothy Parker nunca había dicho nada desagradable delante de su mujer, que no era otra que la polifacética socialité Gloria Vanderbilt. Teniendo en cuenta que una de las características más conocidas de su personalidad era su malicioso humor era casi un milagro. Pero pese a ser polos opuestos ambas se adoraron desde que se conocieron. Resulta difícil imaginarse a la autora de: “Lo primero que hago por las mañanas es cepillarme los dientes y afilar la lengua” idolatrando a ‘la pobre niña rica’ Vanderbilt.

El matrimonio Cooper-Vanderbilt mantuvo una relación muy cerca...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Según Wyatt Cooper, Dorothy Parker nunca había dicho nada desagradable delante de su mujer, que no era otra que la polifacética socialité Gloria Vanderbilt. Teniendo en cuenta que una de las características más conocidas de su personalidad era su malicioso humor era casi un milagro. Pero pese a ser polos opuestos ambas se adoraron desde que se conocieron. Resulta difícil imaginarse a la autora de: “Lo primero que hago por las mañanas es cepillarme los dientes y afilar la lengua” idolatrando a ‘la pobre niña rica’ Vanderbilt.

El matrimonio Cooper-Vanderbilt mantuvo una relación muy cercana con Dorothy y su marido Alan Campbell, que se extendió más allá de la muerte de él en 1963 por una sobredosis de barbitúricos en su casa de Hollywood. Después del incidente, Parker se mudó de nuevo a Manhattan hasta morir cuatro años después. Durante todo ese tiempo, su amiga Gloria procuró que nunca le faltase de nada en la habitación del hotel Volney, donde vivía acompañada por su perro y litros de whisky.

Al año siguiente su muerte, Cooper publicó un (muy) extenso perfil de la escritora en la revista Esquire donde contó anécdotas como el sueño que la escritora tuvo con Vanderbilt al conocerla: “Dottie, era del tamaño de un cerdito, y Gloria era alta, se elevaba hacia el cielo. El sueño: Dottie daba vueltas y vueltas, mirando a la alta belleza. Incluso podría describir el vestido que usaba mi esposa en el sueño: tenía hojas doradas, pequeñas en la parte superior, cada vez más grandes en la parte inferior”. Cerca de aquella rica heredera y ávida mujer de negocios, Parker revivía de alguna manera los años de hedonismo de su juventud. Fue su última mejor amiga.

Wyatt Emory Cooper y Gloria Vanderbilt Cooper con sus hijos Carter (1965 – 1988) y Anderson Cooper en 1972.Getty

Pero cuando Parker muere de un ataque al corazón en 1967, la historia toma un giro dramático inesperado. Aparece en escena su otrora mejor amiga: una fuerza de la naturaleza llamada Lillian Hellman. También escritora y activista política, habían sido íntimas durante décadas, pero cuando Dottie regresó a Manhattan en 1963 se desentendió porque no quería hacerse cargo de una alcohólica de capa caída. Eso fue cosa de Vanderbilt pero, para sorpresa de todos, Parker nombró a Hellman albacea de su herencia.

La escritora donó sus bienes –un poco de dinero y los derechos de sus obras– a Martin Luther King Jr., cuyo movimiento apoyaba con devoción y, en caso de que este falleciese, a la NAACP (Asociación nacional para el desarrollo de las personas de color. Siglas en inglés). A Hellman no le hizo ninguna gracia, porque no soportaba a la NAACP pero no podía hacer nada por quitarles ese patrimonio. Lo retuvo hasta 1972, cuatro años después de la muerte del reverendo, cuando un juez la obligó a entregárselos a sus dueños legítimos.

Lillian Hellman y Dorothy Parker en un acto benéfico para ayudar a los refugiados republicanos españoles en Francia.Getty

Esa animadversión le servía para explicar sus negativas a ceder los derechos de la obra de Parker fuese a quien fuese. Nada de donaciones a familiares, adaptaciones cinematográficas o material para los interesados en escribir su biografía. Esas decisiones chocaban a los que habían conocido de cerca a la fallecida, que nunca negaba una entrevista. La realidad es que Hellman –que también gestionaba los derechos de las obras de su marido fallecido Dashiell Hammet– no quería que nadie accediese a los archivos en los que la escritora contase detalles que la podían perjudicar, algo que se supo tiempo después, cuando ya no estaban en sus manos.

En 1973, Hellman le dijo a Nora Ephron en una entrevista en el New York Times Book Review que “una cosa es tener un sentimiento real a favor de los negros, pero esa sentimentalidad ciega por la NAACP, un grupo tan conservador que hasta muchos negros no le tienen el menor respeto, es otra. Seguro que estaba borracha cuando hizo eso. Fui su albacea, ya sabes. Cuando King murió dejé de serlo y todo pasó a la NAACP, por supuesto. Fui tan estúpida que asumí que sería la albacea hasta mi muerte. Ahora han vendido los derechos de su obra a un musical de Broadway. Pobre Dottie ”.

Pero no solo cuestionó los deseos de su amiga en cuanto a su herencia, sino que también organizó un funeral multitudinario aunque Parker había pedido explícitamente que no se celebrase absolutamente nada. Al evento acudieron 150 personas, la mayoría de ellas celebridades, algo que probablemente habría molestado mucho a la escritora.

Vanderbilt, por su parte, sabía que su amiga habría querido que las cosas se hiciesen de otra manera, pero desapareció de la escena y no se responsabilizó más de nada que tuviera que ver con Parker. Ni siquiera de la gestión de sus cenizas, que se quedaron en el crematorio de Ferncliff en Hartsdale, Nueva York. Nadie les dio instrucciones de qué hacer con ellas y finalmente Hellman las mandó enviar al despacho de su abogado Paul O’Dwyer cuando el crematorio amenazó con tirarlas por ahí si no pagaban el coste de mantenimiento de la urna.

Fue la biógrafa de Dottie, Marion Meade, quien se enteró de que llevaban 15 años en una estantería en una conversación telefónica con el letrado. Para decidir qué hacía de una vez por todas con los restos de aquella mujer, convocaron una reunión en uno de sus lugares preferidos: el hotel Algonquin. De entre todas las ideas que surgieron, se impuso la del director de la NAACP, Benjamin Hooks: construir un pequeño memorial en el parque de la sede de la institución en Baltimore. El epitafio de Parker es uno de los más famosos de la historia: “Perdonen por el polvo”.

En 2017, Gloria Vanderbilt se abrió una cuenta de Instagram a instancias de su hijo, el famoso presentador Anderson Cooper, con la que conquistó la red social a los 93 años (actualmente tiene más de 200.000 seguidores y eso que no se actualiza desde que murió en 2019). En una de sus publicaciones más celebradas se ve el abigarrado salón de su casa en la 67 de Nueva York con el texto: “(…) Dorothy Parker, Oona y Charles Chaplin… pasé muchas noches encantadoras con amigos en esta habitación”. La mesa está llena de objetos, pero no hay ninguna urna.

La vida fue una fiesta no tan divertida

Dorothy Rothschild nació en Nueva Jersey en 1893, aunque las calles de la Gran Manzana pronto se convirtieron en el suelo que pisaba. Se quedó huérfana con 20 años y al poco comenzó su carrera como escritora en revistas como Vogue o Vanity Fair, aunque su estilo no encajaba con el de las publicaciones. Demasiado sarcástica, era incapaz de contenerse y sus comentarios sarcásticos acababan enfadando a quien no debía.

Más o menos por aquel tiempo, contrajo matrimonio con el corredor de bolsa Edwin Parker, de quien se separó al comienzo de la I Guerra Mundial. Solía bromear con que solo se había casado con él para poder quedarse con su apellido, mucho más adecuado que el original para moverse en los círculos que pretendía.

Acabó en la plantilla del New Yorker en 1925, publicación de la que también fue accionista. Además, fue una lideresa de la famosa tertulia del hotel Algonquin de Manhattan, también conocida como El círculo vicioso del Algonquín. Combinaba las letras con el alcohol que tomaba a raudales en los ‘speakeasy’ [los bares que servían bebidas durante la Ley Seca de Estados Unidos en los años 20 del siglo pasado] y su existencia diurna oscilaba entre la resaca y la escritura.

En 1927 empezó una relación con el periodista Charles MacArthur, de quien se quedó embarazada. Tuvo un aborto involuntario que la arrastró a un intento de suicidio que no sería el único en su vida (hubo otros dos). Para entonces ya había publicado numerosos poemas y relatos, el punto fuerte de la escritora y por los que más se la recuerda.

Recuperó fuerzas gracias al despertar de su activismo político. Ese mismo año desfiló por Boston cantando La Internacional junto al escritor John Dos Passos para protestar contra la condena a muerte de los dos anarquistas italianos Sacco y Vanzetti. Asimismo, también apoyó al bando republicano durante la Guerra Civil española, recaudando fondos e incluso visitando el país para saber de primera mano qué estaba pasando. Contó su experiencia en el relato Soldados de la República que publicó en el New Yorker en 1938.

En ese momento llevaba cuatro años casada con el también escritor Adam Campbell, el turbulento amor de su vida (se separarían y volverían varias veces durante toda su relación) con quien se mudó a Hollywood para escribir guiones. Fueron los responsables de Ha nacido una estrella (William A. Wellman, 1937), entre otros. Pero no se libró de la Lista Negra del Macartismo –nunca se molestó en ocultar sus actividades políticas–, por lo que el trabajo empezó a escasear. Su escritura cada vez era más errática, perdió colaboraciones por no entregar los textos a tiempo y el alcohol encharcaba cada vez más más su vida.

Tras la muerte de Campbell, regresó a un Nueva York que ya no era el suyo y cuatro años después, en 1967, murió. El resto de la historia ya se sabe: un funeral que nunca quiso, una herencia gestionada como jamás hubiese deseado y dos mejores amigas que ni se preocuparon de, al menos, hacer algo digno con sus cenizas. Irónicamente le habría encantado tener semejante material para escribir un buen relato.

Dorothy Parker y su marido Alan Campbell.Getty (Getty Images)

Archivado En