Sheryl Crow cuenta a los 60 años la verdad sobre Lance Armstrong y el sexismo que vivió de joven
La intérprete de éxitos como All I Wanna Do o Soak Up The Sun, víctima de acoso sexual y carne de tabloide por su relación con Lance Armstrong, repasa su ardua trayectoria, revisita su pasado más polémico y reivindica su legado musical en un documental que acaba de ver la luz.
“Sandía, sandía, crema de cacahuete, crema de cacahuete, sandía…”. Mientras hace el clásico gesto infantil de taponar sus oídos con los dedos índices, Sheryl Crow repite esta serie de palabras para no escuchar la pregunta de un entrevistador acerca de las críticas de una importante revista musical hacia su persona. La imagen, que data de finales de los noventa, es tan simbólica del carácter y del contexto mediático que ha rodeado a su protagonista que es el inicio del primer documental sobre ella. Pese a ganar nueve premios Grammy y despachar más de 50 millones de discos, el éxito de la cantan...
“Sandía, sandía, crema de cacahuete, crema de cacahuete, sandía…”. Mientras hace el clásico gesto infantil de taponar sus oídos con los dedos índices, Sheryl Crow repite esta serie de palabras para no escuchar la pregunta de un entrevistador acerca de las críticas de una importante revista musical hacia su persona. La imagen, que data de finales de los noventa, es tan simbólica del carácter y del contexto mediático que ha rodeado a su protagonista que es el inicio del primer documental sobre ella. Pese a ganar nueve premios Grammy y despachar más de 50 millones de discos, el éxito de la cantante ha sido puesto en solfa por la prensa especializada y canibalizado por unos tabloides que vieron en ella a la víctima perfecta en tiempos anteriores al Me Too. Por eso ahora parece un momento oportuno para reivindicar unos hitos dentro y fuera de los escenarios que hacen de su carrera la más “infravalorada” de la música reciente.
“Yo soy como un gato con nueve vidas… Aunque la verdad es que ya debo ir por la undécima”, afirma la cantante de 60 años. No le falta razón. Referente imprescindible del rock de los noventa y cara habitual de la generación MTV, desde estrellas como Taylor Swift hasta las HAIM, Olivia Rodrigo o St. Vincent han sido explícitas a la hora de reseñar la influencia musical que sus canciones tuvieron en ellas. Sheryl, que acaba de estrenarse en el canal de pago estadounidense Showtime, es una hagiografía pensada para fans –su manager es el productor del documental– que funciona bien como anecdotario cronológico, pero que se queda corta a la hora de ahondar en el legado de la artista y arañar más allá de la superficie en un recorrido personal plagado de hitos y de baches. Ella misma, que aceptó participar en el proyecto por el aburrimiento causado por la pandemia, así lo reconoce: “Siempre he tenido subidas muy altas y bajones muy bajos… y esa es una parte de quien soy”. El documental, que mezcla material del archivo privado de la cantante con imágenes inéditas rodadas durante una gira de la artista, cuenta también con declaraciones de figuras como Keith Richards o Laura Dern, que califica a Crow como la voz de una generación.
Hija de una profesora de piano y de un abogado que en sus ratos libres tocaba como trompetista en bandas de jazz, Crow se define como una friki de la música desde una edad muy temprana. Fue a la universidad de Misuri, su tierra natal, y comenzó a trabajar como profesora de música en un instituto mientras dedicaba las tardes a tocar en una banda de versiones de rock. Su vida dio un giro cuando puso voz a un anuncio televisivo de McDonald’s y, con el cheque logrado por ese trabajo, decidió apostar por dejarlo todo atrás y mudarse a Los Ángeles para intentar forjar una carrera como cantante.
Nos encontramos en mediados de los ochenta, cuando las mujeres solistas con éxito en la industria podían contarse con los dedos de la mano, y el camino para ella no iba a ser mucho más fácil que el de contemporáneas como Tracy Chapman o Fiona Apple. Tras recorrerse todos los estudios de la ciudad con su maqueta en mano, Crow tuvo que conformarse con trabajar de camarera hasta que consiguió su gran oportunidad como corista de la gira internacional Bad de Michael Jackson, en 1987. En apenas unos meses había cambiado la barra de una cafetería por recintos multitudinarios con decenas de miles de personas en los que interpretaba a dúo –con peluca ochentera mediante– con el Rey del Pop una de sus baladas más icónicas, I Just Can’t Stop Loving You.
Pero su gran oportunidad llegaría acompañada de problemas originados por el sexismo con el que tanto ha tenido que batallar a lo largo de toda su carrera y que denunciaba públicamente mucho antes de la oleada feminista. Primero, los tabloides no perdieron la ocasión de utilizarla como cebo, publicando diversos artículos en los que la tildaban como el nuevo interés romántico de Jackson. Hasta se llegó a escribir que el cantante le había ofrecido dos millones de dólares para que fuera la madre de su hijo.
Detrás de todas esas informaciones, que buscaban dotar de una apariencia de masculinidad al cantante y acabar con especulaciones sobre su sexualidad, estaba el manager del artista, un gánster llamado Frank DiLeo. Crow también revela que el empresario le ofreció producir su primer álbum en solitario –“me garantizó que estaría en lo más alto de las listas”– a cambio de un acoso sexual continuado, que obligaba a la joven a librar “una batalla constante para escaparse de él”. Cuando intentó buscar ayuda, la única respuesta que recibió fue una de las sentencias más escuchadas por actrices, modelos o cantantes en posiciones de privilegio profesional: “Otras morirían por estar en tu situación”.
La tesitura la sumió en una profunda depresión que la alejó momentáneamente de la primera línea de la industria musical. Deshizo el camino andado y empezó desde abajo y por su cuenta a hacerse un nombre como cantautora. En 1993, bien entrada en la treintena, publicó All I Wanna Do, el himno buenrollista que presentaba su álbum de debut, un éxito superventas que la convirtió en una estrella y que sigue siendo su mayor triunfo hasta la fecha. Su popularidad fue tal que mitos como Prince, Eric Clapton, Stevie Nicks o los Rolling Stones la subieron a los escenarios junto a ellos. En su mansión de Los Ángeles celebraba fiestas de Año Nuevo con 800 invitados en las que “dondequiera que miraras te encontrabas un famoso”.
Otro de los puntos que convirtieron a Crow en carne de tabloide fue su comentada relación con el ciclista Lance Armstrong. La artista optó por dejar su carrera a un lado para acompañar al famoso deportista en su trayectoria profesional, llegando incluso a mudarse a Girona con él durante el tiempo que duraban sus estancias de entrenamiento. Cuando se destapó el caso de dopaje que acabó con la anulación de los Tours de Francia de Armstrong, la relación entre ellos también finalizó. “Me mintió también a mí”, asegura. Unos días después, Crow se sometió a una mamografía rutinaria en la que le fue detectado un cáncer. Dice que perdió “la fe en la humanidad” cuando decenas de paparazi acamparon durante semanas en la puerta de su casa para cazar, según sostiene, “una foto en su momento más bajo”.
Gracias a la detección precoz, la enfermedad remitió tras meses de tratamiento y la artista aprovechó la situación para darle un vuelco a su vida. Además de convertirse en una feroz activista en la lucha contra este tipo de cáncer, dejó Los Ángeles y se mudó a Nashville. También cumplió sus anhelos de maternidad adoptando a sus dos hijos, Wyatt y Levi, en 2007 y 2010 respectivamente. Como madre soltera, y sin importar el sacrificio de seguir peleando por estar en la primera línea de manera continua, se ha autoimpuesto la regla de las tres noches, por la que se prohíbe dormir más de tres noches alejada de sus descendientes.
Aunque sigue publicando música en diferentes formatos –también ha compuesto canciones originales para el documental, ha confirmado que no volverá a grabar un nuevo álbum de estudio. La nueva Sheryl Crow ya no se tapa los oídos para no escuchar lo que dicen sobre su música o su persona, porque ahora es ella quien lleva la voz cantante. Así lo resume al final de la cinta: “Estoy abierta de par en par, sigo tratando de aprender. Voy a caerme, voy a cometer errores, pero también voy a hacer cosas de las que me sienta orgullosa y que hablen sobre quién soy y sobre mis deseos”.