Aquella noche que Courtney Love usó un Oscar como arma en una fiesta de Tarantino para defenderse de la misoginia
El libro de Michael Schulman Oscar Wars rememora la infame fiesta de 1995, en la que Courtney Love trató de agredir con la estatuilla de Pulp Fiction a la autora de un reportaje que acabó costándole la custodia de su hija. Casi tres décadas después, la reina del grunge sigue culpando al sensacionalismo del artículo como responsable directo del suicidio de Cobain.
En la mitología del Hollywood contemporáneo, esta historia brillaba con letras doradas desde antes incluso de su reciente confirmación. Porque tenía todos los ingredientes de las grandes leyendas que han cimentado el halo místico de las colinas de Los Ángeles: traición, violencia, desfase y un escenario glamuroso, el restaurante Chasen, aquel cuyo chili con carne mandaba enviar Elizabeth Taylor hasta el set de Cleopatra en Roma. Ese fue el emplazamiento elegido por Miramax, la por entonces productora del depredador sexual Harvey Weinstein, para celebrar la fiesta en homenaje a su joya d...
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En la mitología del Hollywood contemporáneo, esta historia brillaba con letras doradas desde antes incluso de su reciente confirmación. Porque tenía todos los ingredientes de las grandes leyendas que han cimentado el halo místico de las colinas de Los Ángeles: traición, violencia, desfase y un escenario glamuroso, el restaurante Chasen, aquel cuyo chili con carne mandaba enviar Elizabeth Taylor hasta el set de Cleopatra en Roma. Ese fue el emplazamiento elegido por Miramax, la por entonces productora del depredador sexual Harvey Weinstein, para celebrar la fiesta en homenaje a su joya de la corona, Pulp Fiction, que aquel 27 de marzo de 1995 luchaba por ser la gran triunfadora de aquella edición de los premios Oscar. Por allí andaban estrellas de la talla de Madonna, anhelando unirse a aquel grupo de jóvenes, epítome de lo cool y la provocación noventera, liderados por Quentin Tarantino. Finalmente, fue la tradicionalista Forrest Gump la que acabó llevándose el favor de los académicos aquella noche, dejando para el prometedor cineasta el consuelo del galardón al mejor guion original. Una estatuilla que, como ha corroborado el escritor Michael Schulman en su libro Oscar Wars: A History of Hollywood in Gold, Sweat and Tears (Las Guerras de los Oscar: Una Historia de Hollywood en Oro, Sudor y Lágrimas), a punto estuvo de transformarse en el arma blanca de una icónica reyerta.
“Tienes sangre en tus manos”, vociferaba Courtney Love al otro lado de la mesa. Eran las 12 y media de la noche y los gritos de la cantante ponían banda sonora al momento álgido de la fiesta en cuanto a asistencia y desfase. Love acababa de descubrir en el convite a una mujer pelirroja que respondía al nombre de Lynn Hirschberg, periodista estrella de Vanity Fair y autora del artículo que, unos años antes, había tirado por los suelos su imagen pública. Tal era su furia que no dudó en coger el Oscar del gran protagonista de la fiesta, Quentin Tarantino, para tratar de golpearla en la cabeza, a lo Carmen Maura con la pata de jamón en ¿Qué he hecho yo para merecer esto? El mismísimo cineasta se vio obligado a intervenir para que la cosa no llegara a mayores, aunque, una vez que consiguieron que Courtney Love abandonara la estancia, Tarantino se volvió a Hirschberg y le dijo con su sorna habitual: «Si te hubiera matado con un Oscar habría sido como la escena de una mis películas».
El episodio sucedió apenas unas semanas antes de cumplirse el primer aniversario de la muerte de Kurt Cobain, líder de la banda Nirvana, que se suicidó a los 27 años en su casa de Seattle de un disparo en la cabeza. Su esposa y madre de su única hija, Frances Bean, todavía culpabiliza a Hirschberg del fatal desenlace de Cobain. “Como periodista, ¿no sería tu peor pesadilla si guiaras a alguien al suicidio? Porque eso es lo que le hizo a Kurt. Lo humilló y castró. Lo puso al límite. […] Es un monstruo, es todo lo que puedo decir. No guardo odio en mi corazón para nadie, pero ella es más responsable de la muerte de mi esposo que nadie”, declaró en una entrevista en The Fix.
Courtney Love se dejó entrevistar para el artículo de Hirschberg, titulado Strange Love, confiada en que la reputada escritora ayudaría a mejorar la percepción e imagen que la opinión pública guardaba sobre los reyes del grunge, que acababan de ser padres. Sin embargo, la pieza fue un ataque sin concesiones a la figura de Love y su papel divisivo en el núcleo de Nirvana, retratándola como una mujer obsesionada con la fama que había planeado con detalle la conquista del músico para arrancar un cliché que todavía hoy la persigue. Otra mala influencia: como Yoko Ono, como Nancy Spungen. “Ella saborea con gusto su posición como Mrs. Kurt Cobain. Era uno de sus objetivos, no algo que haya dejado a la voluntad del destino”, relató Hirschberg, achacando su contrato discográfico a la repercusión de su relación sentimental.
Los insultos de la prensa no cesaron: oportunista, interesada… un “dolor en el culo”, según la prestigiosa revista especializada NME. Él, mientras tanto, un santo víctima de las malas artes de su pareja, que décadas después sigue siendo acusada por una legión de conspiranoicos como responsable directa de su muerte. “Como de costumbre, una mujer en el ojo mediático es arrojada a los lobos por no ser lo suficientemente buena. Esa persecución social puede presentarse en una infinidad de formas, como por ser demasiado flaca o demasiado gorda, por ser demasiado honesta o demasiado callada. En el caso de Courtney Love, a menudo se la ha llamado drogadicta, zorra en busca de fama, puta, mala madre, mentirosa, manipuladora y hasta asesina de forma popular”, escribe la periodista Liv Pasquarelli sobre el acoso misógino sufrido por la cantante. “Tanto Cobain como Love fueron iconos de la música grunge, ambos drogadictos, ambos controvertidos de cara a los medios y al público. Sin embargo, el primero fue un héroe mientras que la segunda fue, y sigue siendo, denigrada”, corrobora Kat George en Dazed.
Pero lo más dañino del artículo fue la revelación de que Love había consumido heroína durante su embarazo, provocando que apenas unos días después de su publicación, los servicios sociales le retiraran la custodia de su hija. Cobain, paranoico y en una sobredosis continua, amenazó de muerte a la periodista y aseguró al jefe de la discográfica, David Geffen, que era capaz de acabar con la banda con tal de restablecer el honor de su pareja. “Estoy tan extremadamente cabreado con esta pieza de periodismo basura que estoy dispuesto a poner punto y final a lo que sea por el amor de mi mujer y mi hija”. Cuentan que el músico jamás superó lo sucedido, sumergiéndose aún más en la espiral autodestructiva que acabaría costándole la vida. Finalmente, la custodia de la niña fue a parar temporalmente a manos de Jamie Rodríguez, hermanastra de Courtney y que la pareja apenas conocía, con la condición de que los padres se sometieran a frecuentes análisis de estupefacientes.
Frances acabó volviendo a casa al cabo de unas semanas, pero el episodio se convirtió en un trauma para la pareja. Según apuntaba Rosemary Carroll, abogada de Cobain, el proceso fue “particularmente cruel” para Love, que había sufrido un gran dolor físico, muy superior al de un embarazo normal, por las dificultades para superar sus adicciones y mantenerse saludable. Aunque la cantante del grupo Hole admitió después haber consumido drogas, niega que se extendiera en el tiempo: “Sí, es cierto, consumí heroína durante las primeras tres semanas de mi embarazo, pero, ¿y qué? Ni siquiera sabía que estaba embarazada en aquel entonces. También me fumé un par de cigarros, pero la mayor parte de los nueves meses me los pasé con parches de nicotina por todo el cuerpo. Cuando tienes un bebé dentro de ti no vas a ir por ahí drogándote o haciendo algo estúpido”.
Pese a las sombras inequívocas que rodean a la figura de Courtney Love, la anécdota de la estatuilla evidencia el hastío de una mujer sobrepasada por su contexto y cansada de que sus aptitudes como madre, su talento musical o el amor genuino por su esposo fuesen cuestionados sin miramientos por la opinión pública. Una tregua que ni siquiera ha llegado ahora, a los 58 años, cuando las nuevas generaciones parecen mirar con ojos de reparación a otras víctimas de su tiempo como Pamela Anderson. Love, una vez más sin pelos en la lengua, identifica perfectamente esta doble vara de medir: “Lo cierto es que los hombres lo tienen más fácil con respecto a sus problemas que las mujeres. Mira por ejemplo a Keith Richards. El tío se ha metido más drogas en su vida que cualquier mujer, pero él es celebrado como un superviviente guay, mientras a mí me etiquetan como una especie de zorra sinvergüenza”.