Alberto Ammann: «Los principios no tienen que ver con lo que uno se pone»
Es uno de los rostros más atractivos del cine español. Las firmas de moda se lo rifan, pero le sigue teniendo cariño a sus camisetas de adolescente.
Se metió al público en el bolsillo con su papel de falso preso convertido en líder de un motín carcelario en la taquillera Celda 211 (2009). Ahora, dos años después de su consagración con un Premio Goya, Alberto Ammann se coloca en la piel de un médico militar atormentado por la culpa tras su paso por la guerra de Irak en el filme Invasor, de Daniel Calparsoro.
Cuando rodó Lope le escuché decir que lo más duro del rodaje había sido llevar todo el día una ropa mugrienta, ¿es cierto?
Sí, fue terrible. Llegabas al plató y te untaban de vaselin...
Se metió al público en el bolsillo con su papel de falso preso convertido en líder de un motín carcelario en la taquillera Celda 211 (2009). Ahora, dos años después de su consagración con un Premio Goya, Alberto Ammann se coloca en la piel de un médico militar atormentado por la culpa tras su paso por la guerra de Irak en el filme Invasor, de Daniel Calparsoro.
Cuando rodó Lope le escuché decir que lo más duro del rodaje había sido llevar todo el día una ropa mugrienta, ¿es cierto?
Sí, fue terrible. Llegabas al plató y te untaban de vaselina antes de ponerte una camisa llena de lamparones. Es cierto que había que respetar el espíritu de la época, pero resultaba bastante asqueroso.
Y ahora, para su papel en Invasor se ha vestido de oficial del Ejército destinado en Irak. ¿Le gustan los uniformes?
Sientan bien. Y además hay que reconocerles el peso que tienen a la hora de demostrar la pertenencia a un grupo. El uniforme es una forma de identidad.
¿De qué le gustaría vestirse en un futuro delante de la cámara?
Mmmm… de mafioso, creo.
¿Cómo viste cuándo está en su casa?
¡Fatal! Es que en casa me gusta estar muy cómodo. Siento mi hogar como una isla, como una cueva. Suelo llevar ropa holgada, camisetas grandes o pantalones de chándal, por ejemplo. Ahora me pongo mucho unas pantuflas que me han regalado, pero me encanta andar descalzo.
¿Le gusta ir de compras?
Sí. Lo que pasa es que doy muchas vueltas porque soy bastante indeciso, y siempre necesito una segunda opinión. Más que ir de compras, soy de fijarme en un escaparate, ver algo que me gusta y comprarlo. Y la verdad es que también tengo la suerte de que me regalen mucha ropa.
Hábleme de alguna prenda a la que le tenga cariño.
En mi casa poseo camisetas de mi adolescencia que me traje desde Argentina. La mayoría están viejísimas, pero no las tiraré nunca.
Si tuviera que escoger entre ellas, ¿con cuál se quedaría?
Una de Bob Marley que me regaló mi padre. Y otra prenda a la que le tengo cariño es un jersey que no me atrevería a sacar a la calle porque está hecho polvo, pero que me pongo en casa. Mucha de mi ropa está asociada a momentos que me gusta rescatar. Supongo que tengo cierto apego al pasado.
Esmoquin, ¿sí o no?
Si hay que ponérselo, lo hago sin problemas. Lo curioso es que cuando era muy joven detestaba la idea de vestirme de etiqueta con un traje. Yo decía: «Tengo mis principios». Y luego me di cuenta de que los principios no tienen nada que ver con lo que uno se pone.
Ha hecho de modelo en algunos editoriales de moda. ¿Qué tal la experiencia?
Al principio me costó, pero luego aprendí a disfrutarlo.
¿Cuándo se ha sentido muy favorecido?
¡Muchas veces! No sé si será vanidad, pero me gusta verme bien vestido. Recuerdo un traje de Hugo Boss que me puse para el estreno de Celda 211. Ya ves, de joven odiaba esa ropa y ahora resulta que me encanta como me queda.